Las voces encendidas
Carlos Aganzo
Visor, Madrid, 2010
El despliegue de conflictos del devenir contemporáneo hace que no pierda vigencia una cuestión controvertida: la función social de la creación literaria. O lo que es lo mismo, las oscilaciones que caben entre un arte solipsista y autónomo, encerrando en su fulgor purista, y un arte incardinado en un contexto, que engloba las condiciones históricas que lo generan. De ese debate participa el libro Las voces encendidas, con el que Carlos Aganzo (Madrid, 1963) consiguió el XX Premio de poesía Jaime Gil de Biedma. Así lo corroboran estos versos de salida: “Hay noches en que duele la conciencia / por los asesinatos, las torturas / que cometieron otros / tal vez en nuestro nombre, / en el de la belleza o de la muerte; / ofensas sin posible redención “
La escritura da cauce a las palabras de la conciencia y a sus interrogantes. Los poemas hilvanan un pensamiento reflexivo que cuestiona el sentido y coherencia de los actos del sujeto.
Otro poema que aborda este debate sobre lo contingente desde la óptica de un yo comprometido es el dedicado al bombardeo de Ramala, la ciudad palestina elegida para vengar el asesinato de dos soldados israelitas el 13 de octubre de 2000. Por tanto, el inicial desarrollo de Las voces interiores da voz a los diálogos que enuncia el hombre a solas consigo mismo en los que debe descubrir su propia condición y desechar falsificaciones e imposturas.
Deslizando sobre las palabras una apacible complicidad, la música de jazz constituye un fondo sonoro para el cotidiano devenir. Como escribe el poeta en “Desvelo con música”, es un aroma lenitivo que convierte el desvelo en un paréntesis de conocimiento e indagación, o en un escenario para los afectos en cuyo ámbito se borra la nebulosa atmósfera del abatimiento y los embates de la melancolía, para alzar la frágil arquitectura de los sueños: “Cuántas noches aquí se hizo la noche / un remanso de vasos y de música. / Cuántas noches aquí la melodía / jocunda de las voces / brotando como un magma incandescente / entre ritmos antiguos y esa forma / que tiene siempre el jazz / de abrirnos las esporas de la piel / a la secreta luz de las ciudades “. Esa querencia por una música siempre proclive a un discurso de rebeldía propicia el explícito homenaje de cierre, a partir de la grafía del sustantivo; cada letra de “jazz” deviene senda exploratoria para una cronología en la que se recuperan intérpretes, canciones y vivencias de un largo itinerario generacional.
Los poemas de Las voces encendidas abren la puerta al sentir ético de una sensibilidad donde se integran intimidades y reflejos externos. El mundo azul y la mirada limpia del niño, cuando los sueños parecen al alcance de la mano, van acumulando claroscuros en la experiencia. El peso de lo vivido deja un aire de tristeza, un semblante que escucha la voz rota de un saxo.
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