Libro de ausencias Miquel Martí i Pol Traducción y prólogo de Marta López Vilar Bartleby Editores, edición bilingüe Madrid, 2022 |
ELEGÍA
En el texto de introducción “Decir y escribir la ausencia en claridad de
vida”, la poeta, profesora, ensayista y traductora Marta López Vilar deshilvana
el denso tapiz estético que recubría el territorio peninsular hacia el
medio siglo. Tras la consolidación del realismo social como estética dominante,
con los ecos sobresalientes de Blas de Otero, Gabriel Celaya y José Hierro,
comienza a emerger el núcleo catalán de los años cincuenta y la escuela de
Barcelona, en cuyo perfil será definitivo el quehacer crítico de José María
Castellet. Pero más allá de las etiquetas críticas, también en aquel intervalo de la posguerra, el taller creador era un
paisaje diverso y en él inicia senda Miquel Martí i Pol, con los
títulos epifánicos Paraules al vent (1954) y Quinze poemes (1957).
Los mapas críticos ubican la escritura del catalán en una
línea intimista e introspectiva; explora motivos motivos confesionales y se
arropa en una tradición humanista donde caminar en una soledad
acompañada. Miquel Martí i Pol (Roda de Ter, 1929-Vic, 2003) protagoniza un
largo recorrido de aprendizaje, condicionado por la
aparición de la enfermedad que marcará su existencia, como se percibe en las propuestas
líricas de los años setenta La pell del
violí (1974), Quadern de vacances (1976) y Estimada Marta (1978). De nuevo la creación personal se aleja
completamente del contexto, en el que se impone una concepción culturalista y
metaliteraria. El poeta persiste en sus obsesiones;
escribe desde la memoria vital y el pensamiento evocativo, alentando una
poética de autoconocimiento, una mirada sin fracturas en su discurrir y sin
cambios bruscos; el trayecto incide en la claridad y en
la sencillez expresiva, en un discurso poético inteligible y sugerente.
Así germina Llibre
d’absències (1985), cuyo detonante argumental es el fallecimiento de su
esposa Dolors Feixas. La muerte y la ausencia son veneros que
aglutinan dolor, soledad y evocación. Lo que permanece se ha contagiado de
tristeza, constata la condición temporal del yo; esa áspera quietud que
ratifica la derrota de los sueños y la soledad de un protagonista que se
vislumbra a sí mismo sometido a un ventisquero desapacible. Existir es erosión
y pérdida.
En Libro de ausencias se
despliega con lucidez la idea de la escritura como cartografía de un estado de
ánimo. Desde las palabras la voz poética traza puentes de enlace entre el
pretérito y el ahora, con esa distancia objetiva que propicia la madurez de
quien aprende a convivir con el roce de los recuerdos para no perderse a sí
mismo. Como escribe, Marta López Vilar “la muerte adquiere una trascendencia
metafísica que solo la escritura pude comprender. Ofrendar la vida de quien
permanece es una manera de mantener en la vida a quien habita en el dominio de
lo profundo, de hacer regresar a Eurídice.”
Cuando llega la ausencia, la soledad se convierte en marco temporal
desangelado que obliga a entender la muerte y el sufrimiento; su discurrir hace
del duelo un tiempo de pérdidas que convulsiona profundamente la dermis del
hablante. Se percibe en composiciones como “Calladamente”, una elegía que
medita sobre la oscura despedida que propicia el silencio final: … Tantas cosas
/ se me han ido contigo que apenas me queda / el espacio de mí mismo para
recordarte". Excluida la complacencia en el despertar del entorno, el tránsito
del yo adquiere otro sentido como espacio de recreación, o fuente cristalina, donde se oye la voz de los recuerdos. Todo está dentro; no hace falta
convocar los sentidos para dibujar los trazos de un páramo interior En ese
dominio están los ausentes, la calidez de la esperanza convertida en cercanía y
profundidad adormecida. Estremece la intensidad expresiva de “Carta a Dolors”;
quien ama sabe que para que la presencia permanezca es necesario acrecentar la
vida nueva en lo que nos rodea, que aflore un amanecer vibrante y armonioso,
empeñado en persistir como un contrapunto del silencio; lo leemos en los versos
finales del poema “Oráculos”: “Se enmienda el vivir con más vivir y al fondo /
del pozo del sufrimiento están siempre / la luna de lo incierto y el agua que
nos impulsa / hacia el brocal donde la luz, viva, estalla”.
El pensamiento multiplica recorridos en solitario. Repasa los
mínimos elementos del entorno y su capacidad para refrendar las vivencias
comunes. La realidad no es una visión objetiva sino su enfoque. Recordar a la
amada es ratificar la propia existencia, asistir a la creación de un yo
expandido cuya memoria reconstruye un poblado tránsito de luz. Con voz
contenida y una estela de mínimos recursos poéticos, Miquel Martí i Pol
convierte la ausencia en un punto de fuga. En él interioriza recuerdos y
vivencias, un balsámico paisaje con figura donde el amor se impone como sentido y revelación de la propia identidad.
JOSÉ LUIS MORANTE
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