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lunes, 20 de enero de 2020

BEATRIZ VILLACAÑAS. ASTROLOGÍA INTERIOR

Astrología interior
Antología poética
Beatriz Villacañas
Editorial Deslinde
Colección Poesía
Madrid, 2019


 SOBRE LA EXISTENCIA



    La amplia relación con la escritura de Beatriz Villacañas, Doctora en Filología y profesora titular de literatura inglesa e irlandesa en la Universidad Complutense de Madrid, concreta una encrucijada que entrelaza ensayo, ficción narrativa, indagación crítica, laconismo aforístico y poesía, este último género, sin duda, columna vertebral de su taller creativo. La realidad poética conforma un  paisaje interior, es una búsqueda de respuestas que intenta responder a las preguntas esenciales de la identidad; la palabra es epifanía y espera, revelación y aprendizaje, lenguaje vivo para enunciar las secuencias afectivas que se van marcando, casi inadvertidas, en la piel del tiempo. Esa razón de amanecida se describe en nota inicial, con solvente lucidez de cuaderno de viaje,  Dice Beatriz Villacañas, en los párrafos de “Astroantología”: “desde el asombro que causa la vida, con su misterio, junto con la belleza y el amor, que contrastan con sus opuestos, los que también la vida trae causando grave herida, vienen estos poemas. Y paradojas de la vida y la poesía, también estos poemas se nutren de certezas, la certeza de la misma incertidumbre, la certeza de lo desconocido e imposible de conocer, la certeza de la duda…”.
  Desde los años han ido llegando entregas que ahora se recuperan para completar una selección de andenes del largo viaje por la poesía. La muestra comienza con Jazz, que obtuvo un accésit del Premio Esquío en 1990. Clarifica el punto de partida de un ideario de línea clara, con dicción transparente, que aglutina confesionalidad y temporalismo, esa voz interior que emerge para encauzar el manantial emotivo del sujeto sobre la vulnerable superficie en calma de lo cotidiano. La música se hace símbolo del decurso existencial, suena como un sueño intangible y esquivo, ajeno a cualquier atadura, que borra la decepción de lo real para habitar la casa de los sueños.
  La segunda ventana Allegra Byron (1993) abre sus argumentos al entrañable rumor de la memoria. La evocación se hace puente de paso entre el pretérito y el ahora para que crucen aquellas lejanas fotografías de la infancia. En el contraluz de la rememoración retorna la niñez con sus muñecas y guiñoles, con ese aura de pureza y onirismo que propiciaba habitar el otro lado del espejo, el lugar donde respira todavía una clandestina inocencia que el tiempo ha ido llenando con la ceniza gris de lo perdido.
   Reconocido con el Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Toledo”, El silencio está lleno de nombres añade al ideario de Beatriz Villacañas una nueva seña: la ironía; como si fuese un recurso que velara el intimismo confesional y pusiera distancia con los trazos vitales, en los poemas germina la alegría del vitalismo; se hacen espacios habitados por sensaciones que acercan la sonrisa en sus propuestas argumentales. Otra cualidad del poemario es el venero culturalista, la apropiación de personales literarios y nombres propios para reactualizar su significado; Aquiles y W. Shakespeare emergen de la historia cultural para ser presencias vulnerables a las convulsiones del tiempo.
   Dublín, editado en la Colección Provincia de León en 2001, tras ganar el Premio Primera Bienal Internacional Eugenio de Nora, es uno de los títulos esenciales del trayecto. En el poemario resalta la pericia formal en el uso de la lira como esquema versal y la recreación ambiental de la geografía urbana dublinesa, esa ciudad umbría bañada por el Shannon, que guarda todavía en sus laberintos los pasos de James Joyce, Óscar Wilde o Frank McCourt. Es inevitable también, al emprender la lectura de este libro, recordar a Juan Antonio Villacañas, progenitor de Beatriz, e importante poeta formalista que hace de estrofas cerradas como el soneto y la lira moldes abiertos de remozada pujanza.
   La cadencia escritural prosigue en la primera década digital con el poemario El ángel y la física, con un tema predominante, el impulso erótico en el que el cuerpo se hace senda propicia a la plenitud de lo celebratorio. El tacto carnal de Eros irrumpe en los sonetos para enunciar su fuerza sobre el día; la identidad oculta una locura íntima que es pasión y deseo, fuerza nutricia que conduce al otro.
   Entre los textos seleccionados de este libro resalta “Astrología interior”, que da título a la presente antología. Es una composición fragmentaria que destaca por su variedad argumental. Como si el sujeto verbal se sometiera a una intensa exploración interior, los versos sondean el quehacer metapoético desde una sintaxis aforística que busca lo esencial: “una idea libando la flor del pensamiento”, o que aporta una densidad metafísica a la palabra: “Y quedémonos ya / en este hueco, / aquí, junto a la inmensidad de lo invisible”.
   Como suele ser norma en las antologías de autor, las entregas más recientes aportan a la selección muchos más poemas. Es el caso de La gravedad y la manzana (2011), otro de los hitos de la escritora, que fue propuesto en su día para el Premio Nacional de Poesía y donde convergen monólogos dramáticos, como “Monólogo de Frankenstein”, poemas amorosos, homenajes literarios, poéticas, y aforismos como los recogidos en ”Plato de certezas”.
   También el libro Testigos del asombro  (2015) tiene una presencia colmada y se define por elegir el esquema versal del haiku como forma expresiva. La evolución en el tiempo de la estrofa japonesa, ya muy lejos de ese instante de contemplación ensimismada y de su pulsión temporal del instante, adquiere en los breves textos de Beatriz Villacañas una luminosa clarividencia. Están el sujeto frente a la contemplación celebratoria de la naturaleza, el intento de responder a los callados enigmas del tiempo o las secuencias de la realidad que nunca ocultan su asombro y su chispazo de belleza.
   La barbarie fundamentalista del 11-M, que llenó de sangre y desolación los trenes de Madrid es la razón de ser del poema Cartas a Angélica, una secuencia de liras escritas como afectivo recuerdo a Angélica González García, víctima del atentado y alumna universitaria de Beatriz Villacañas. Descanse en paz y siga intacto su recuerdo en el tiempo.
   Ya he comentado el legado afectivo y el magisterio literario de Juan Antonio Villacañas en este quehacer de escritura. Se reverdece en el poemario El tiempo del padre (2016), cuyos textos son preclaro homenaje, evocación y elegía. Los recuerdos se pliegan sobre sí mismos para traer ante la aurora los días comunes, esas vivencias que se proyectan en el ahora. Más allá de la herida de la ausencia, retorna la asunción de un legado luminoso que dignifica el tiempo con una nueva mirada y se mantiene inalterable como un preclaro ejercicio de fe: “Qué nueva identidad me dio tu muerte, / qué nuevo amor con el que hablo contigo / me dio un lenguaje libre de palabras  y un infinito amigo”.
   Sirve de coda a la antología, junto a los poemas finales dispersos por revistas y publicaciones digitales, La voz que me despierta, una entrega aparecida en 2017. De nuevo se constata la honda preocupación formal y el recurso de las estrofas cerradas que exponen al lector los aciertos rítmicos, la cadencia sonora de la rima consonante y el preciso medir del verso ajustado a un esquema canónico. Así nace una poesía más reflexiva en torno a la voracidad del tiempo y sus aleatorios vuelos que poco a poco nos van dejando frente a la intemperie, sumidos en un hondo principio de incertidumbre. La voz que te despierta es el poema, esa pasión que abre el pecho a una incansable búsqueda, que es voluntad despierta y desafío de nombrar lo que no tiene nombre pero está entre las coordenadas precisas del silencio.
   Una breve selección crítica refrenda en el cierre de Astrología interior lo que el aplicado lector descubrirá de inmediato. Beatriz Villacañas es activa protagonista de un recorrido poético, completado con pleno dominio del ropaje formal, inscrito en una larga tradición figurativa en el que encuentran sitio los temas esenciales del poema, siempre aurorales por su incansable capacidad asociativa. Con voz personalísima su tono lírico proclama cada día la permanencia del milagro, esa aurora feliz de la poesía.

José Luis Morante                     

 


sábado, 8 de junio de 2019

BEATRIZ VILLACAÑAS. TESTIGOS DEL ASOMBRO

Testigos del asombro
Beatriz Villacañas
Ediciones Vitrubio
Madrid, 2014 


TESTIGOS DEL ASOMBRO


   Tengo el convencimiento de que cada libro editado crea su propio itinerario hacia la complicidad del lector. Por esta certeza, no percibí en su día la entrega Testigos del asombro (Vitrubio, 2014)  de la poeta y profesora universitaria Beatriz Villacañas y me encontré con una nítida referencia a sus haikus cuatro años después de la salida editorial, entre las anotaciones autobiográficas de Hilario Barrero, contenidas en la entrega de su diario Prospect Park. En el quehacer del yo de Hilario Barrero, Beatriz Villacañas, doctora en Filología, profesora de literatura inglesa e irlandesa en la Universidad complutense de Madrid, poeta y ensayista, viaja a Nueva York para impartir una conferencia sobre la poesía de Juan Antonio Villacañas, cuyas composiciones ha traducido al inglés, y entre las contingencias del trayecto asoman sus haikus.
   Es cierto que el haiku como estrategia expresiva vive un momento áureo, desde principios de los años setenta, impulsado por los poetas novísimos, que vieron en su exotismo y en su secuencia formal un signo más del culturalismo que define a la generación del lenguaje. Pero la aclimatación del haiku al ámbito lingüístico del castellano goza de una amplia tradición, en la que se insertan nombres como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y algunas de las voces del 27 como Rafael Alberti y Federico García Lorca. la misma Beatriz Villacañas recuerda el impulso familiar de su padre, José Antonio Villacañas, que cultivó la estrofa en el poemario La llama entre los cerezos (1965) y que fueron la brisa creadora que alentó a la poeta a utilizar el minimalismo verbal en su entrega Testigos del asombro, aserto de semántica evidente: la estrofa se convierte en estación de asombro interrogante ante la pluralidad del entorno y propicia un sentir que despliega en su sensibilidad claroscuros de ánimo, carencia y plenitud.
  La escritora se acerca a la estrofa respaldando la forma clásica, el esquema versal, y la condición temporalista y estacional de sus versos. Y añade la rima asonante, una cualidad poco transitada, que acerca el trébol japonés a las cercanías de la oralidad y al lenguaje popular de la seguidilla y la soleá, pero también a poetas del canon como Juan José Domenchina. Al cabo, cada poeta, como ya hiciera el introductor de la estrofa en nuestro idioma, José Juan Tablada, abre singularidades y bifurcaciones.
  Frente al monolitismo temático, que avanza por circunvoluciones argumentales, en torno a un motivo central, Beatriz Villacañas aglutina un centenar de haikus que se caracteriza por su variedad de enfoque y por la mirada abierta a elementos aparentemente rutinarios e insulsos, que esconden oquedades abiertas para el asombro y la belleza. Se trata de aceptar la vigilia permanente de percepciones y pensamientos, de escuchar ese diálogo callado con la naturaleza y de ser testigos de los latidos de la temporalidad: “Se acerca el alba / caen los ojos del tiempo / sobre la almohada”, “Lento es el tiempo / en la piedra que habla / desde el silencio” , “Arde la siesta / el canto de cigarras / prende la mecha”. Desde esa pupila alerta se abre camino el conocimiento de lo invisible y se trascienden elementos reales que así se integran en la sensibilidad sosegada del yo: “En lo tangible / se adivina el perfume / de lo invisible”, “Con la palabra / llegamos a las cosas / que nos esperan”, “Eco en el alma / son las cosas hermosas / nunca olvidadas”.
   En el recorrido creador de Beatriz Villacañas percibimos una clara preocupación formal; así en el poemario El tiempo del padre (2016) se emplea la lira como estrofa cerrada para pergeñar un sentido homenaje al padre. Del mismo modo,  en Testigos del asombro emplea el molde expresivo japonés para dar cauce al verso. Su minimalismo nos deja la mirada limpia y la fuerza expresiva de una realidad discontinua que sale al paso, sugerente y evocadora, que integra en su silencioso diálogo las distintas maneras de ser en lo diario. La voluntad de ser figurantes contemplativos de la belleza, aunque se oiga el rumor de la erosión del tiempo y los efectos abrasivos de la intemperie.