sábado, 8 de junio de 2019

BEATRIZ VILLACAÑAS. TESTIGOS DEL ASOMBRO

Testigos del asombro
Beatriz Villacañas
Ediciones Vitrubio
Madrid, 2014 


TESTIGOS DEL ASOMBRO


   Tengo el convencimiento de que cada libro editado crea su propio itinerario hacia la complicidad del lector. Por esta certeza, no percibí en su día la entrega Testigos del asombro (Vitrubio, 2014)  de la poeta y profesora universitaria Beatriz Villacañas y me encontré con una nítida referencia a sus haikus cuatro años después de la salida editorial, entre las anotaciones autobiográficas de Hilario Barrero, contenidas en la entrega de su diario Prospect Park. En el quehacer del yo de Hilario Barrero, Beatriz Villacañas, doctora en Filología, profesora de literatura inglesa e irlandesa en la Universidad complutense de Madrid, poeta y ensayista, viaja a Nueva York para impartir una conferencia sobre la poesía de Juan Antonio Villacañas, cuyas composiciones ha traducido al inglés, y entre las contingencias del trayecto asoman sus haikus.
   Es cierto que el haiku como estrategia expresiva vive un momento áureo, desde principios de los años setenta, impulsado por los poetas novísimos, que vieron en su exotismo y en su secuencia formal un signo más del culturalismo que define a la generación del lenguaje. Pero la aclimatación del haiku al ámbito lingüístico del castellano goza de una amplia tradición, en la que se insertan nombres como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y algunas de las voces del 27 como Rafael Alberti y Federico García Lorca. la misma Beatriz Villacañas recuerda el impulso familiar de su padre, José Antonio Villacañas, que cultivó la estrofa en el poemario La llama entre los cerezos (1965) y que fueron la brisa creadora que alentó a la poeta a utilizar el minimalismo verbal en su entrega Testigos del asombro, aserto de semántica evidente: la estrofa se convierte en estación de asombro interrogante ante la pluralidad del entorno y propicia un sentir que despliega en su sensibilidad claroscuros de ánimo, carencia y plenitud.
  La escritora se acerca a la estrofa respaldando la forma clásica, el esquema versal, y la condición temporalista y estacional de sus versos. Y añade la rima asonante, una cualidad poco transitada, que acerca el trébol japonés a las cercanías de la oralidad y al lenguaje popular de la seguidilla y la soleá, pero también a poetas del canon como Juan José Domenchina. Al cabo, cada poeta, como ya hiciera el introductor de la estrofa en nuestro idioma, José Juan Tablada, abre singularidades y bifurcaciones.
  Frente al monolitismo temático, que avanza por circunvoluciones argumentales, en torno a un motivo central, Beatriz Villacañas aglutina un centenar de haikus que se caracteriza por su variedad de enfoque y por la mirada abierta a elementos aparentemente rutinarios e insulsos, que esconden oquedades abiertas para el asombro y la belleza. Se trata de aceptar la vigilia permanente de percepciones y pensamientos, de escuchar ese diálogo callado con la naturaleza y de ser testigos de los latidos de la temporalidad: “Se acerca el alba / caen los ojos del tiempo / sobre la almohada”, “Lento es el tiempo / en la piedra que habla / desde el silencio” , “Arde la siesta / el canto de cigarras / prende la mecha”. Desde esa pupila alerta se abre camino el conocimiento de lo invisible y se trascienden elementos reales que así se integran en la sensibilidad sosegada del yo: “En lo tangible / se adivina el perfume / de lo invisible”, “Con la palabra / llegamos a las cosas / que nos esperan”, “Eco en el alma / son las cosas hermosas / nunca olvidadas”.
   En el recorrido creador de Beatriz Villacañas percibimos una clara preocupación formal; así en el poemario El tiempo del padre (2016) se emplea la lira como estrofa cerrada para pergeñar un sentido homenaje al padre. Del mismo modo,  en Testigos del asombro emplea el molde expresivo japonés para dar cauce al verso. Su minimalismo nos deja la mirada limpia y la fuerza expresiva de una realidad discontinua que sale al paso, sugerente y evocadora, que integra en su silencioso diálogo las distintas maneras de ser en lo diario. La voluntad de ser figurantes contemplativos de la belleza, aunque se oiga el rumor de la erosión del tiempo y los efectos abrasivos de la intemperie.


   

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