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lunes, 4 de mayo de 2015

ROSA HUERTAS. SOMBRAS DE LA PLAZA MAYOR

Sombras de la Plaza Mayor
Rosa Huertas
Edelvives, Colección Alandar
Madrid, 2015
 
ENTRE LOS SOPORTALES

   El espacio urbano de la Plaza Mayor, sitio clave en la sociología diaria de Madrid y elemento central de su capitalidad, sirve de marco narrativo para la novela Sombras de la Plaza Mayor, última cita literaria de Rosa Huertas. La escritora es Licenciada en Filología Hispánica y Periodismo y comparte el ejercicio de la docencia y la escritura, por lo que conoce muy bien los trazos de la etapa juvenil. Así se manifiesta en su extenso trabajo creador;  ha publicado, junto a manuales didácticos destinados a fomentar hábitos lectores en el aula, las entregas Mala Luna, Tuerto, maldito y enamorado, La caja de los tesoros, El Blog de Cyrano, Los héroes son mentira, Theotocópuli. Bajo la sombra del Greco y el libro Sombras de la Plaza Mayor.
   Para el paseante habitual la porticada arquitectura barroca está repleta de tópicos: da vida a un enclave atestado de turistas que buscan la visión más superficial, esa pupila llena de bares abiertos, tiendas de recuerdos, mostradores filatélicos y grupos gregarios que no perciben otros pliegues identitarios. Ésa es la instantánea marcada en los planos turísticos, sin más relevancia que monumentos visibles como “la Casa de la Panadería” o la estatua ecuestre de Felipe III. Pero la autora sondea otra perspectiva, alejada del bullicioso ambiente y del reclamo idílico de las guías de viaje.
  La voz narrativa se hace testigo y protagonista curioso de la madrugada, cuando el silencio forma el telón de fondo y los rasgos diluidos de los edificios acogen un tiempo habitado por personajes sombríos, en el que unen sus lindes pasado y presente. Guiado por uno de los pintores habituales de la plaza, el joven Gonzalo recobra los acontecimientos del ayer, con sus leyendas y su inventario de sucesos dramáticos bajo los arcos de granito. Una realidad muy alejada de la imagen que mira el cielo azul de cada amanecida.
  Como lugar abierto, la plaza difunde salidas a otras paradas de interés que también son refugios de historias reseñables. Así sucede con las dependencias cercanas del instituto de San Isidro, en la calle Toledo; en ese centro educativo se citaron figuras de nuestras letras, como Lope de Vega y nombres propios del siglo XX que forman parte del acervo cultural: los Machado, Francisco Ayala, Vicente Aleixandre o Camilo José Cela. Entre su alumnado, Rosa Huertas elige a la principal figura de Sombras de la Plaza Mayor.
  El relato entremezcla amena erudición y aporte argumental, memoria del pasado e historia personal de un joven ilusionado en el aprendizaje vivencial y en esos sentimientos que afloran tras la adolescencia, incontinentes y profundos. Las mutaciones en el ánimo de Gonzalo no pasan inadvertidas para los amigos de siempre. La historia de Rodrigo, el pintor, y de su compañera de instituto Inés copa cada vez más su interés y convierte al narrador en una voz solitaria y callada, como si su existir se hubiese contagiado de las historias que guarda el mismo instituto de San Isidro, relatadas en uno de los episodios de Benito Pérez Galdós, o en las leyendas cortesanas que eligieron la Plaza Mayor como suelo de representación.
  El mapa creativo de Rosa Huertas se define con señas de identidad muy precisas: dicción selecta para abordar tramas que enriquecen su trazado lineal con asuntos complementarios, personajes de cuidado perfil y apuesta por asentar en el discurso ficcional actitudes solidarias y valores éticos como la amistad, el compromiso o el afán cultural. En Sombras de la Plaza Mayor estos caracteres emergen renovados, próximos y reconocibles. Nos cuentan que entre los soportales de ese lugar diáfano que asombra al visitante se cobija en la noche un mar de sombras, un oscuro rumor de gemido incansable bajo los pies del tiempo. 

jueves, 23 de mayo de 2013

ROSA HUERTAS. LOS HÉROES SON MENTIRA.

Los héroes son mentira
Rosa Huertas
Edelvives, Madrid, 2013
 

RECUERDOS DE IFNI

 
  Detrás de la escritura de muchos libros alienta un impulso intelectual, la búsqueda incansable de la palabra exacta. Otros, en cambio, tienen su germen en una necesidad afectiva. La novela de Rosa Huertas (Madrid, 1960) Los héroes son mentira  pertenece a estos últimos; así se entiende mejor y así se justifican las fotos familiares de cubierta y la denominación real de los personajes,sin velar nombres ni parentescos.
  Es una constante de la autora la dispersión en el cauce argumental de sus ficciones de elementos autobiográficos; están, por ejemplo, en La caja de los tesoros, donde se recrea un recuerdo de sus veraneos infantiles, y en El blog de Cyrano donde la sensibilidad juvenil rememora el tiempo de su amanecida en las aulas universitarias. Pero los recuerdos aparecen diluidos, como si las pautas imaginarias tuviesen un peso específico mayor.
  En los capítulos de Los héroes son mentira es el núcleo familiar de la escritora quien sale a escena y es la voz del padre la que suena con la fuerza de lo necesario. La enfermedad paterna y el internamiento hospitalario dejan el clima afectivo en un tiempo de espera; el tumor exige la recapitulación, galvaniza la memoria como si hubiese una necesidad palpable de recuperar el recuerdo más duro de la existencia. Se agota el plazo concedido para el deambular por los días y es preciso dejar constancia de los pasos. Esa es la función primordial de la escritura: ser testimonio firme.
   Ese punto cero del itinerario biográfico del padre es la Guerra de Ifni, una experiencia extrema que convulsiona la existencia posterior y se mantiene replegada en la memoria como una dolorosa espina que exige aflorar.
   Es un episodio histórico que apenas se vislumbra en los manuales de Historia Contemporánea, como si fuese un error que mereciese olvido. Los efectos colaterales casi no se percibieron en la memoria colectiva, pero los sucesos existieron y lastraron la conciencia de los protagonistas con dos o tres certezas no por obvias menos dolorosas: las guerras no son buenas, todas son malas, los héroes no existen y la historia oficial es una versión interesada de los acontecimientos.
   El padre, viejo veterano de aquel desastre que provocó más de trescientas bajas y un considerable número de heridos, llegó como oficial, con el Batallón de Armas Pesadas Ceuta 54, una denominación grandilocuente para un puñado de morteros, ametralladoras anticuadas y vehículos de transporte destinados a la defensa de un pedegral desértico, con escasos matorrales y un discutible valor estratégico por su proximidad a Canarias.
   La autora busca resaltar en todo momento el testimonio directo, el verbo oral del figurante central para que lleguen los acontecimientos con la verosimilitud más firme; se describen meses de angustia y privaciones, de soledad y desesperanza entre la piedra y el polvo.
   Los héroes son mentira recupera la versión personal de una historia triste, casi borrada por los manuales, que sigue viva en unos pocos supervivientes; son las confidencias de un viajero que en su itinerario vital se aproxima a la última estación y necesita dejar memoria. Sólo lo que se escribe permanece.