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lunes, 22 de abril de 2024

SUSANA BENET. ALMA DE CARACOL

Alma de caracol
Susana Benet
Ediciones la Garúa
Colección Haiku, dirigida por Jesús Aguado y Joan de la Vega
Barcelona, 2024 

 

BROTES VERDES

 

   Prosiguiendo su sólido repliegue en la senda concisa, que comenzara hace más de veinte años, Susana Benet (Valencia, 1950), Licenciada en Psicología, pintora de acuarela, narradora y poeta con perseverante dedicación al minimalismo expresivo, tras la publicación de Espejismo (y otros relatos) (2020),  retorna a la sensibilidad de la estrofa japonesa con el libro Alma de caracol (2024).
   En la nueva entrega, sorprende la escritora al incluir en el pórtico paratextual, junto al espléndido kaiku de Kobayashi Issa, una cita de la escritora estadounidense Patricia Highsmith. Es un nombre vertical de la narrativa policiaca, cuyo magisterio estaba presente en la compilación de sus relatos: “El hombre no tiene más alma que un caracol de jardín. Lo que quiero decir es que el caracol de jardín también tiene alma”. Desde esa perspectiva igualitaria que acerca el sujeto al entorno y equipara la condición de ser de todos los integrantes del paisaje, comienza una entrega donde la observación de lo doméstico se convierte en transitado venero argumental. El haiku de Susana Benet ahonda en la mirada clásica de la tradición. Convierte el esquema versal en objetiva plasmación del instante que aloja en sus destellos el singular misterio de lo cotidiano, el frescor del asombro: “Brilla la luna / en el rastro reseco / del caracol”, “Entre hojas verdes / zigzaguea la mosca / ebria de sol”, “Tejió su tela / la araña entre mis plantas. / Nueva inquilina”.  
   El volumen Alma de caracol arranca con una serie de textos vinculada a la observación directa que propicia la cercanía y el amor a los relieves y destellos de la tierra. La naturaleza cobra una presencia fuerte. Sus elementos multiplican sensaciones e imágenes. Los sentidos escuchan y hacen de la reflexión una vigilia en la que se moldea la sensación con una fuerte contundencia: “Puede la noche / ocultar las petunias, / no su perfume”. Así llueven los haikus que en su levedad tampoco olvidan el matiz crítico y el desamparo de la naturaleza frente al incontinente desasosiego del progreso que va dejando signos desapacibles en las rastrojeras del paisaje: “El carril-bici. / Quién recuerda que allí / crecía un ciprés”, “Un niño trata / de devolver al árbol / la rama rota”.
   El día a día forcejea con la rutina; siembra esa reiteración de hábitos que convierte el sedentarismo del hogar en un refugio de evocaciones, soledad y melancolía: “Tardes ociosas. / El perro dormitando, / las nubes quietas”, “Un nuevo sábado, / el periódico trae / noticias viejas”, “Cuánto ha cambiado / el bar de aquellos tiempos. / Qué triste el vino”, “Todo cerrado / en el día festivo. / Menos el sol”.
   La lectura del contexto cercano es una forma de percibir, dentro de la soledad, el abrazo cálido de la compañía. También la mirada del tiempo, siempre dispuesta al balance vivencial del presente. Laten las horas; el discurrir apunta una variada gama de situaciones vitales. Tras el amplio abanico de la diversidad se entrecruzan el desconcierto diario, la quietud existencial del tedio y la incertidumbre generada por el entrelazado relacional donde discurre la convivencia con los demás. Mirar dentro es quedarse a solas con la conciencia, advertir los rincones de la imaginación, saber que la escritura es una manera de resistir: “Toda la noche / el tráfico incesante, / las obsesiones”, “Salir del sueño / como salir al mundo / por vez primera”.
 A los veneros del asombro y la imaginación, se une el ir y venir de las sensaciones, la vehemencia de ser un integrante más de la naturaleza, esa acuarela de cromatismo renovado que muestra su gran fuerza expresiva. Además, el oficio de vivir recrea itinerarios de memoria y olvido, de propósitos y recuerdos que diseñan la caligrafía de cada conciencia, el testimonio abierto de su introspección. A su paso, el día regala la belleza de lo inadvertido en las cosas humildes y cercanas que expanden en su contemplación la seguridad de lo conocido, una multiplicidad de espigas que conforma la tierra del recuerdo.
  Susana Benet ya es una voz clásica en nuestro entorno poético. Como se ha dicho, comenzó a utilizar la estrofa hace más de veinte años y mantiene en el tiempo una preceptiva sin virajes. La escritora practica un haiku despojado, una instantánea verbal donde sombran los adjetivos y emplea los verbos con concisión extrema. Quien contempla los ciclos estacionales de un mundo cambiante, lo hace con la empatía de quien percibe a través del asombro. La observación captura la belleza del instante. El sujeto, a su paso, anida dentro un patrimonio sensitivo que busca una inasible arquitectura, el esplendor callado de lo perdurable.


JOSÉ LUIS MORANTE



 
 

sábado, 27 de agosto de 2022

DAVID DELFÍN. EQUÍVOCOS ÁRBOLES CALIGRAFÍAS PERSONAS

Equívocos Árboles
Caligrafías Personas
David Delfín
Prólogo de Jesús Aguado
Epílogo de Agustín Fernández Mallo
Editorial Maclein y Parker
Colección Mirto / Poesía
Dos Hermanas, Sevilla, 2022

 
DESPLAZAMIENTO CONTINUO
 
  El cuestionado trabajo crítico se asocia, muchas veces, con el activo trajinar de un expendedor de etiquetas. Alguien que se afana en poner orden y colocar el ideario poético de cada autor en la estantería correspondiente. Esta forma de valorar el quehacer lector, que busca explicaciones y refrenda opiniones sobre un producto cultural, suele dar buenos resultados en la escritura “normal”, la que prodiga saltos con red y completa desplazamientos marcados por la geografía de lo previsible. Pero apenas sirve para moldear una impresión directa sobre propuestas heterodoxas y descatalogadas, ajenas a modas, que cultivan la originalidad a partir de un cuestionamiento del lenguaje y que son expresión del verbo individual en sentido estricto. El largo itinerario de David Delfín (Málaga, 1968), iniciado en los primeros años noventa con el paso auroral Nombrar el silencio, es búsqueda de un reseñable afán de singularidad y coherencia, de comprenderse a sí mismo desde las asimetrías del relieve verbal y sus estratos más profundos. En este propósito se integra también la edición de Equívocos Árboles Caligrafías Personas impulsada por Maclein y Parker en su colección de poesía Mirto.
  La diligente cartografía de Jesús Aguado, poeta, traductor, ensayista y editor, anuda al libro un bello texto fragmentado, “De la fragilidad. Siete aproximaciones a David Delfín”, donde multiplica hilos de luz en el empeño de seguir indicios de sentido, signos y rastros, para apuntar la siguiente sensación lectora sobre la entrega: “Una escritura (como esta de Equívocos Árboles Caligrafías Personas) que no produce enunciados ni mensajes, sino energías, atmósferas, anfractuosidades, indeterminaciones, sesgos, roturas. Una escritura porosa, contrabandista. Una escritura que, cuando está a punto de llegar a una conclusión (a establecer un silogismo, a apuntar y apuntalar una idea central, a subrayar una ley universal o particular), cambia el paso, es decir, nos coge con el paso cambiado…”
 El autor suma a este umbral un mínimo preámbulo, hecho “instinto y razón de armonizar” y dos sólidas citas de Juan Ramón Jiménez y Jorge Luis Borges, que predisponen al itinerario sin brújula, a ese núcleo de tanteo que entrelazan onirismo y realidad en sus zonas de intersección, cuando la realidad transciende límites y convierte lo onírico en habitación con vistas.
 La obra descubre su esquema argumental en la yuxtaposición de estos cuatro nombres, correspondientes a cada uno de los conjuntos integrados. ”Equívocos” comienza como una crónica de espacios, vivencias y recuerdos simultáneos y sin conexión, llegados como referentes germinales. Aluden a mínimos recuerdos fragmentados, acaso perdidos en los repliegues de la memoria. De este modo, el devenir parece una burbuja repleta de ilusiones ópticas que transforma al sujeto en un afanoso espectador, zarandeado por paradojas y equívocos.
   El tramo “Árboles” indaga sobre el cumplido horizonte lector, pero también sobre la textura caótica de un entorno que se empeña, con esfuerzo fallido, en restaurar ideales y sueños. De nuevo se impone una desbordante imaginación lingüística que acumula rastros y teselas, no con el propósito de concluir ningún mosaico sino de empapar el lenguaje de asuntos, sin ataduras visibles, como manchas o fotogramas aleatorios.
  La sección “Caligrafías” parece elegir un núcleo metaliterario como impulso expresivo. Recurre a la sombra creadora de Antonio Muñoz Quintana y a una fecha emblemática en el calendario del libro: 1984, cuando Julio Cortázar fallece en Paris y es enterrado en el cementerio de Montmartre, veintidós años después de que publicara su novela cumbre Rayuela y pusiera en pie la historia de amor entre Oliveira y la Maga, en un París de encuentros y jazz. Es también el año que Orwell elige para dibujar un futuro distópico, deshumanizado y asentado en una áspera fragilidad.
  La tinta china del último apartado “Personas” ratifica el fondo semántico de sombras. Quien asocia la claridad poética con el convencionalismo dogmático del BOE, y el unamuniano abrazo de siente el pensamiento y piensa el sentimiento con una proclama futbolera, conecta la escritura con una nueva máquina de coplas capaz de producir “lírica en piel, piel en máscara, máscara cuando todo es ficción, ficción en personas, persona; érase una vez dioses”.
  El libro añade también una coda reflexiva firmada por el escritor Agustín Fernández Mallo, un ensayista proclive a los cuestionamientos múltiples y a rastrear las partes sueltas del mundo y sus flujos secretos y define la metáfora como radical mecanismo de construcción del mundo: “Porque eso es lo que hace esta poesía: fundar un verdadero cosmos, dotado de su inicio, su evolución, sus sorprendentes leyes, sus extraños azares, sus nuevas clasificaciones y su imaginativo inventario”. El recorrido creador de Equívocos Árboles Caligrafías Personas establece un callejero sin plano. Al modo de Julio Cortázar y el mágico laberinto de Rayuela, y de los desplazamientos con el paso cambiado de J. Joyce, Ezra Pound, Rafael Pérez Estrada o el admirado Muñoz Quintana, David Delfín alza deconstrucciones, recorridos babélicos, espacios para cronopios y márgenes, acantilados y cornisas que hacen de su sentido final un proceso de conocimiento fallido, una posibilidad, un derrumbe, un continuo descreer  que la realidad tiene un orden. El caos redacta sus propias leyes naturales y para descubrir las ramificaciones de sus células, moléculas y tejidos no necesita mapas. Solo las palabras en vuelo con libertad de elegir su raíz, la captación discreta del entorno desde la imaginación,  la frágil evidencia de unir lo disímil. Poesía conceptual, que busca otra dimensión al entorno con luz de las palabras, ese lugar que afirma que el mundo no está fuera sino en la rendija, casi a punto de ser. 

 

JOSÉ LUIS MORANTE