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domingo, 17 de agosto de 2025

A PUNTO DE VER (TEORÍAS DEL HAIKU)

A punto de ver
José Luis Morante
Prólogo de Susana Benet
Polibea Editorial
Madrid, 2019


TEORÍAS DEL HAIKU
 
 
El haiku teje en silencio, sin dogmas; cuando la poética se aleja de la emoción se refugia en el laboratorio.
 
 
Quien siente una arbitraria mutilación del paisaje cuando cierra los ojos, no mira hacia dentro.
 
 
Leo a San Juan de la Cruz. Percibo en el volar del haiku las cinco condiciones del pájaro solitario: va a lo más alto, no sufre compañía, pone el pico al aire, no tiene determinado color y canta suavemente. 
 
 
La sobriedad del esquema verbal contrasta con su riqueza perceptiva y su capacidad creadora de geografías imaginarias.
 
 
El tacto de las palabras recuerda la presión indecisa que muestra la mano de un niño. Cuando sale a la calle camina entre agarrar y soltar.
 
 
Cada silencio es un potente generador de sentido.
 
(A punto de ver, Polibea Editorial, Madrid, 2019)




sábado, 17 de mayo de 2025

A PUNTO DE VER

A punto de ver
José Luis Morante
Prólogo de Susana Benet
Editorial Polibea
Colección El Levitador
Madrid, 2019


                               Con Bashô

Cañas y juncos
cubiertos de verdín.
Faltan las ranas.



domingo, 15 de diciembre de 2024

EL SURCO REMOVIDO

Vivir al paso


Húmedo brilla
el surco removido:
una lombriz.

    (Del libro A punto de ver, Polibea, 2019) 

martes, 20 de agosto de 2024

EL HAIKU EN ALGUNAS POÉTICAS CONTEMPORÁNEAS

Poéticas
(Sierra Norte de Madrid)
Fotografía
de
Javier Cabañero Valencia

 

 POÉTICAS CONTEMPORÁNEAS DEL HAIKU


   Fue en 1972 cuando el profesor y ensayista Fernando Rodríguez-Izquierdo hizo la primera cala crítica peninsular sobre el kaiku, y su carácter congénito y originario. Aquella temprana indagación hoy tiene carácter clásico. Se tituló El haiku japonés. Historia y traducción (Madrid, Guadarrama, 1972) y completaba el aserto un subtítulo repleto de optimismo enunciativo sobre el amplio vuelo de la estrofa en nuestros días: “Evolución y triunfo del haikai, breve poema sensitivo”. El índice desplegaba un transitar histórico, lingüístico y literario remontándose al origen y recorría, con sentido diacrónico, andenes definitorios por significado y aportación textual. Quiero partir de las conclusiones de aquel estudio al abordar el cultivo del haiku en algunos escritores contemporáneos, no para contradecir planteamientos sino para discernir con criterios temporales el asentamiento, crecida y evolución de esta estrategia expresiva.
   El arte de la sugerencia no es un apéndice extraño, ni está reñido con el legado occidental; forma parte esencial de una tradición remozada y pletórica, si nos atenemos a la nutrida nómina de practicantes y la onda expansiva de matices que ha trasformado el encuadre estacional. En el ahora el haiku es plataforma polisémica que promueve una abierta libertad expresiva, tanto en los aspectos gráficos (uso habitual de signos de puntuación), empleo, en ocasiones, del título, y mantenimiento con derivaciones del esquema silábico habitual. Todo ello sin que pierda vigencia la perenne definición de Mashuo Bashô: “Haiku es simplemente lo que está ocurriendo en este sitio, en este momento”.
  La difusión del haiku en estas primeras décadas del siglo XXI  está representada en panorámicas como Alfileres (2004), antología con selección y prólogo de Josep Maria Rodríguez, y Un viejo estanque (2013), con edición conjunta de Susana Benet y Frutos Soriano. Ambos volúmenes clarificaban el cauce ancho de la estrofa y su capacidad de diálogo con el presente. Más parcial, nuestra perspectiva busca la singularidad de autores en cuyo taller creador encuentra sitio la dermis heterogénea del haiku.
   La voluntad expresiva de Jesús Munárriz (1940) comienza en 1975 con Viajes y estancias. Era un momento marcado por el afán experimental y el culturalismo. Sin embargo, el poeta, editor y traductor desdeña esos indicios para adentrarse en una indagación elusiva y simbólica, centrada en la andadura existencial. El diálogo entre conciencia y estética impulsa Cuarentena (1977), Esos tus ojos (1981), y Camino de la voz (1988), en cuyos poemas hay un acercamiento a la poesía metafísica. Nunca estática, la creación prosigue con Otros labios me sueñan (1992), que alerta sobre una multiplicidad de voces, convertida en espejo de realidad biográfica e imaginación. La escritura prosigue con De lo real y su análisis (1994), que advierte sobre la continua deshumanización de la postmodernidad, y las entregas Corazón independiente, Nada más que la verdad y Viento fresco. Este periodo se hace síntesis en la antología Peaje para el alba, con edición, selección y prólogo de Ángela Vallvey. La muestra reúne una poesía de dicción coloquial, epigramática, que asume la alteridad como cercanía y el compromiso social como revulsivo transformador de asimetrías. Aunque conoce la estrofa muy pronto, hasta 2005 no aparecen los primeros jaikus –el escritor prefiere esta transcripción fonética-, que nacen en el ámbito urbano de la ciudad. La editorial La Isla de Siltolá publica en 2018 Capitalinos, conjunto monográfico de haikus. El poeta concibe el trébol verbal como un destello sensorial que nace desde la postura del observador. Su génesis son los elementos concretos del devenir cotidiano en los que se aprecian características y detalles, diminutos hallazgos que enriquecen el cauce cognitivo. Lo transitorio no anula lo permanente, esa línea invisible en la que se reconoce de inmediato la emoción y ese ascetismo verbal que preserva el fulgor.     
   En esta ceñida valoración destaca el impulso de Susana Benet (Valencia, 1950). La poeta y artista plástica personifica una de las sensibilidades más reconocidas en el cultivo del haiku por  su economía verbal, carácter lírico y precisión. El volumen La enredadera (2015) reúne la experiencia poética iniciada en 2006 con el poemario Faro del bosque. En las páginas introductorias, Fernando Rodríguez-Izquierdo analiza el corpus de La enredadera a partir de cinco tramos que comparten el esquema clásico y una dicción límpida, sin asperezas, de abierta claridad y voz humilde. Los chispazos acumulan sinestesias y asombro, como amanecidas cuajadas de centros de luz. La belleza es faro tangible: “Veo encenderse / el pino en la mañana. / Faro del bosque”. Quien deja en alerta los sentidos nunca está solo, una fauna diminuta propaga un vitalismo mudable, un parpadeo oculto entre la fronda: “Aves e insectos, / todo el jardín es vuestro / de madrugada”. El ciclo estacional remoza la visión cotidiana sembrando apuntes escritos en el margen del día. Junto a los textos nacidos como indicios, conviven otros más reflexivos en los que se enuncian paradojas y contrastes de lo transitorio. Se revitalizan secuencias y raíces de etapas vitales donde se conforma la experiencia, pero el yo biográfico asume un papel secundario para que suenen con nitidez las sílabas claras de la naturaleza. El sujeto es reflejo vivo de lo contingente; se asoma al exterior para observar el desfile incansable de lo cotidiano. De ese modo, La enredadera abre la pupila a lo tenue, la sensación de una belleza que se propaga alrededor con claridad de lluvia; define un quehacer poético hecho de matices, que enriquece la grata apariencia de lo más humilde.
   Todo el artesonado poético de Antonio Cabrera (1958) parece encontrar sitio bajo el viejo pórtico de la filosofía. El pensamiento filosófico hace inteligible la hondura del transcurso existencial. Desde ese ímpetu indagatorio germinan los poemarios En la estación perpetua (2000) y Tierra en el cielo (2001), una colección de haikus focalizada en la ornitología. Como advierte la nota previa, el poeta busca “la poetización de rasgos reales –biológicos- de las aves, ya sea en el terreno de sus costumbres, de su hábitat, de su aspecto, de su plumaje, de su canto o de su alimentación”. En este acercamiento a la naturaleza para desentrañar los íntimos secretos de la ornitología, el recurso al minimalismo estrófico se debe a la apuesta personal por la esencialidad que deja a trasmano el objetivismo descriptivo. Así se justifica también la ausencia de glosas y notas complementarias. Cada estrofa constata cualidades, la evidencia designativa de cada especie como si fuese un pálpito que ayuda a reconocer. Los trazos refrendan el sentir fascinado del vuelo y el ocio de las alas en un largo viaje contra el tiempo. Leemos en CISNE: “La lentitud. / Blanca serenidad, / alta desgana”. Lo real muda en el rastro invisible del arquetipo que cambia el punto de vista de lo cotidiano y concede un sentido poético. Es una estrategia palpable en muchas composiciones. ANSAR insiste en ese enfoque: “Alas de escarcha / que al volar en la niebla / añaden bruma”.
  La percepción repara en existencias mínimamente advertidas, cuyos signos leves conforman un recordatorio del patrimonio natural. Así se adquieren sedimentos que cobran en la conciencia un significado personal, el sentido de pertenencia a un mundo físico y cercano.
   El sosegado observador del entorno natural cobija también al poeta. Siente cerca la visibilidad, el canto y la cercanía de las aves en la tradición literaria. Es difícil no sentir en el vuelo circular de las golondrinas el eco literario de Bécquer: “Dorada herrumbre / de la tarde que un ala / limpia ha rasgado”. Y es poco probable que el canto del mirlo no se haga visible la emotiva caligrafía poética de Wallace Stevens, recordando que el entorno tiene un mapa habitable interior y una cartografía mental. Igual ocurre con RUISEÑOR COMÚN: “Comienza el canto. / Eterno, Keats lo escucha. / Se limpia el aire”. O con GORRIÓN COMÚN: “Alegre y triste / peatón. Cruza siempre / un cielo bajo”.
  Tierra en el cielo es el cuaderno de campo de un contemplador. Constata el abrazo dialogal entre pensamiento y sentidos para enlazar los indicios interiores del yo subjetivo con las formas difusas de un afuera que aspira a formar parte de la naturaleza sentimental del ser, que quiere convertirse en hondo sustrato de la conciencia.
   Nacida en el litoral mediterráneo almeriense, Aurora Luque (1962) se asentó en su infancia en Cádiar, un municipio de la Alpujarra de Granada donde su madre ejercía como maestra. En aquel entorno la cercana pedanía de Narila se convertirá, en el cauce del tiempo, en un topónimo esencial de su quehacer poético. Lo mismo ocurre con la expandida geografía sentimental de Grecia, tras finalizar su licenciatura en Filología Clásica, su labor docente como profesora de Griego Antiguo en Bachillerato y la plural dedicación como traductora. Para Aurora Luque “Creación y traducción son momentos diferentes de un mismo proceso de reescritura, de una inmersión en el continuum verbal, de una disposición de búsqueda ante y desde el lenguaje”. Ya en su primera entrega Hiperiónida (1982) se percibe con singular reflejo “la claridad de lo cotidiano” y ese abrazo expresivo y dual entre culturalismo y aporte experiencial. No son realidades conceptuales disímiles sino estratos complementarios que encuentran en Problemas de doblaje (1990) y Carpe noctem (1994) ubicación generacional y perfil definido. En el poema conviven mito y cotidianidad para esbozar una perdurable concepción del mundo. Como ha escrito el investigador y ensayista José Andújar “la poesía de Aurora Luque es el resultado de una conciencia artística que ha sabido inventarse su propia tradición; una tradición necesaria, sustentada en los tonos del vitalismo y la lucidez románticos, capaz de encarar los fantasmas del vacío con la corporeidad del deseo”.
  La escueta sintaxis y el equipaje sobrio del haiku ven la luz en 2005 en el cuaderno Haikus de Narila, editado por el Centro Cultural Generación del 27. Una mínima nota autorial advierte que la publicación no contiene haikus ortodoxos en su aspecto formal, pero la deslealtad se compensa con una extrema fidelidad al espíritu antiguo, aunque sea a partir de una “acuñación minimalista”  en la que encuentra concreción el devenir estacional y el sentir celebratorio del instante. Aquella edición no venal se reedita en Luces de Gálibo, en edición bilingüe  de Elsy Cardona, responsable de la traducción al inglés y del análisis introductorio, en Haikus de Narila. Portuaria (2017).
   La práctica del haiku mantiene sus elementos básicos, pero lejos de esquemas miméticos. Se busca ampliar el paisaje temático y añadir fuerza plástica a las captaciones del instante. Los textos además  aportan una textura emotiva con una acogedora calidez rítimica.
   También en el poemario La siesta de Epicuro (2008) se incluye una sección completa de haikus, “El jardín de Filodemo” celebrando un hedonismo ascético. La temporalidad urge a buscar la pulpa existencial, encomienda la liberación del instante y el gozo de cualquier floración del deseo. En “Haikus del año seco”, los breves poemas enuncian sin perder el carácter estacional, aunque entremezclan los paisajes diarios y el azaroso viaje interior: “Los cielos grises, / otra vez el camino / viene de vuelta”. El largo viaje por las palabras se completa en “Seis haikus de amor y muerte” con núcleos reflexivos clásicos que trasmutan su habitual solemnidad y su epitelio nostálgico con una dicción más intimista y coloquial. Mientras que en los textos finales de “Letras para Carmen Linares” toma voz el aire popular y musical del ser colectivo, abierto a las influencias de la copla, la seguidilla y la soleá. Por refrendar el atinado acierto de Ricardo Virtanen, autor de la antología sobre la poeta Carpe amorem (2007). En la limpia verdad de sus poemas, Aurora Luque nos deja una “poesía hecha de aroma que ilumina con una lucidez asombrosa”.   
   No obstante, en él se trazaban algunos juicios atinados:“un lenguaje de capacidad metafórica y visionaria, que, libro a libro,  sin renunciar a su proyección simbólica ni a su brillo analógico, se ha ido tornando en palabra cada vez más precisa, más incisiva, más exacta”.

  La edición bilingüe Jardin(e)s Excedidos, con versión al portugués de Carlos d’Abreu completa una indagación del singular verbo poético de María Ángeles Pérez López a partir de 28 poemas de distintos momentos creadores, sin citar la procedencia de los mismos, una carencia que se reitera también en antologías más amplias como la reciente Algebra de los días, con traslado al italiano de Emilio Coco, publicada en Rimini en 2017 por Raffaelli Editore. Así que me parece necesario ubicar la cronología lírica de María Ángeles PérezLópez cuya presencia en el ahora poético arranca en 1997 con Tratado sobre la geografía del desastre. Aquella entrega, hilvanada con algunos magisterios esenciales como Vicente Huidobro, César Vallejo y Claudio Rodríguez, interroga a la memoria para dejarnos una conjunción de imágenes que habla de intimidad y erotismo, que se aleja del verso referencial para apostar por la sugerencia y el soplo entrevisto del onirismo: “Los nombres de unicornios maldicientes / guardan olor de labios empolvados / o pedazos de semen para el tedio. / También nuestras ratas más ocultas / tienen derecho a un párpado y a ortigas / para acallar las voces del deseo.” En los versos cabe el temblor de las sensaciones y ese destello luminoso de quien dibuja andamios interiores. Dicha salida tuvo una continuidad inmediata. Un año después aparecía, tras ganar el Premio Tardor, La sola materia (Alicante, 1998). Desde un objetivismo sentimental que busca despojar la materia de cualquier dimensión simbólica, los poemas abren un escaparate perceptivo. Quedan expuestas en él las marcas del origen, las palpables formas de las cosas como garantes de quietud intacta, cuando se acumula una superficie de rutina y tránsito. También se reconoce una sensibilidad femenina aplicada en tareas que han ido definiendo en el tiempo esa labor diaria que desprende los trazos volátiles de un universo personal, cuajado y vivo.
   Carnalidad del frío, reconocido con el Premio de Poesía Ciudad de Badajoz, abre una nueva senda escritural. La voz reflexiva explora desde dentro el lenguaje. El poema se hace más incisivo, mira sobre si mismo para hallar la razón que sostiene los significados. La intemperie deja su peso sobre el presente y expande una atmósfera de soledad y pérdida en la que la identidad solo encuentra refugio tras el muro de signos que las palabras alzan. Ya en 2004 aparece La ausente, una entrega en clave autobiográfica. Con voz directa y foco indagatorio, se expande en los poemas el temblor perceptible del devenir. El acto de ser contiene en sus repliegues un sesgo paradójico; sus contraluces cobijan las sombras del dolor y las certezas mínimas de una memoria espesa y fragmentada.
   Los cuatro libros citados, escritos entre 1995 y 2009, se integran en el volumen Catorce vidas (Diputación de Salamanca, 2010). El conjunto se define, desde la mirada crítica del poeta, ensayista y traductor Eduardo Moga como "un legado fuerte en el que resaltan como signos diferenciales la investigación de la forma, la decidida inmersión en los tumultos del cuerpo y el empleo de un lenguaje incisivo y metafórico”.
  Son caracteres que perseveran en los nuevos pasos. Integrado en Olifante en 2012, Atavío y puñal despliega composiciones que hacen de la identidad subjetiva un núcleo argumental recurrente. Es una entrega esencial en este itinerario por su despliegue verbal y por la densidad semántica de un lenguaje muy rico, que borra los rasgos concretos de la intimidad para moldear un arquetipo de la mujer, un yo paradigmático en el que caben el dolor y la mujer rota, la belleza corporal, el aprendizaje de la decepción y la felicidad de la búsqueda. En la excelente resolución argumental, el cuerpo habitado por la enfermedad concita una anónima memoria en el que la metástasis se define como una abrasiva lengua purulenta que precipita una insólita intensidad reflexiva.
   Su libro Fiebre y compasión de los metales se impulsó en 2016, en la colección poética del sello Vaso Roto. La fluencia verbal de Juan Carlos Mestre, con intensa dermis lírica, incide en el latido que tiende puentes entre materia y simbología para espaciar lugares propios en los que se refleje el alma del mundo; nunca faltan en la razón del poema las correspondencias éticas y las interrogaciones solidarias que hacen de los linderos de la realidad signos caligrafiados y desvelos, con nuevas zonas de significado.  
   Peo la escritura de estos poemarios no se enrosca sobre sí misma; se expande en frecuentes compilaciones que confunden en su desarrollo pasado y presente y que rescatan a las composiciones de su estar orgánico para que de nuevo restauren sus significados y confluyan en otras lecturas. En este proceso creador el libro Diecisiete alfiles (2019) es la primera entrega monográfica dedicada al haiku. Así se constata en el liminar “La vida muy urgente” que escribe Erika Martínez. La poeta, aforista y profesora aborda el acercamiento a la senda cultural japonesa desde la superación de actitudes excluyentes de purismo y cautela. Hay un contacto directo con el minimalismo del haiku en el que la palabra toma cuerpo para mostrar su carácter matérico y su endogamia. Esa energía interior no anula el subjetivismo sino que lo transforma en energía que deja sitio a la paradoja y al magma conceptual.
  Como si los enunciados poéticos obedecieran a indicios aurorales, Diecisiete alfiles alumbra un amanecer transformado en espacio germinativo. Así se postula en la serie de inicio en cuyo avance argumental resalta también el recurso de la rima asonante que deja en los textos otro signo personal: “Luz que levanta / su proa, su rompiente / su espuma blanca”. Con rigor orgánico, la autora yuxtapone series que reiteran la misma cantidad de textos y los itinerarios circulares en torno a un concepto.
  Frente al despliegue sensorial la realidad postula un magma cuajado de elementos visuales, de texturas y formas. Su estatismo apariencial emite señales que la conciencia en vela transforma en cadencias de ánimo e hilvanes emotivos. leemos en “Haikus de la soga”: “ Esparto ronco / que agita entre sus hebras / la flor del odio”; “Corcel torcido / del que caen las palabras / y los mendigos”. Pero, no se trata de describir ni de hacer del entorno un mirador al alcance de un testigo anónimo, sino de conexionar emociones y pensamientos y dar voz al lenguaje. Se subraya, de este modo, el afán metaliterario que formula una cumplida poética: “Ser verso suelto / lumbre que desordena / cada destello”.
   Esa apelación a los objetos como presencias que certifican la condición perecedera del yo, convive con uno de los núcleos básicos de la tradición del haiku: el viaje. El discurrir existencial es tránsito, desplazamiento, senda que convulsiona el interior del hablante lírico. Es un modo de redescubrir el espacio e iluminar sus matices, como en las piezas de “Haikus de los apeaderos”: “Meseta sola. / El tren que nunca pasa. / Raíl de sombras”.
 En 2017 llegó a las librerías Cardinales, una muestra poética, un tanto especial, que casi pasó inadvertida, a pesar de editarse en Huerga & Fierro. Estaba coordinada por José Luis Morales e incluía ocho poetas diversos, agrupados en torno a un ciclo celebrado en Madrid, entre 2014 y 2017. Allí estaba María Ángeles Pérez López con doce poemas representativos, bibliografía básica, imagen de la autora y liminar que definía más la personalidad biográfica que el ideario estético. No obstante, en él se trazaban algunos juicios atinados: “un lenguaje de capacidad metafórica y visionaria, que, libro a libro, sin renunciar a su proyección simbólica ni a su brillo analógico, se ha ido tornando en palabra cada vez más precisa, más incisiva, más exacta”.
   
   Verónica Aranda (Madrid, 1982) vivió durante la niñez y adolescencia en Italia y Bélgica, en cuya capital completó el Bachillerato internacional. Licenciada en Filología Hispánica, realizó el doctorado en la Universidad Nerhu de Nueva Delhi, becada por el gobierno indio. Temporalmente compaginó la interpretación de fados con la escritura. Ha preparado traducciones al castellano desde el portugués y el nepalí.
   El corpus poético integra los títulos Poeta en India, Tatuaje, Alfama, Postal de olvido, Cortes de luz, Senda de sauces. 99 haikus, Café Hafa y Lluvias continuas. Ciento un haikus. Rasgos compartidos por estas entregas son la evocación y el recuerdo de itinerarios. Las vivencias retornan trasmutadas para fusionar intimidad y paisajes. Los escenarios del fluir temporal perduran entre las palabras; los versos expanden retazos, rostros, distancias y emociones. Son ecos de una conciencia en vela, con el tono de voz de los regresos.
  La poeta ha empleado el haiku con frecuencia. Su afán creador conoce la singular impronta del esquema japonés para caligrafiar el instante y dar brillo a los elementos entrevistos en la percepción. Así germina una escritura de sensibilidad despierta, introspectiva y atenta al detalle en 99 haikus (2011). Con Lluvias continuas (2014) retorna a la estrofa, sorteando algunos esquemas preconcebidos. El más resistente es el supuesto espíritu japonés de la estrofa, que obliga sin más a un intrusismo mimético de las diecisiete sílabas. Es una especulación errónea y fácilmente desmontable: ni todos los haikus japoneses son iguales, ni los temas son únicos y ni siquiera cada autor se libra de la personal evolución en el tiempo. De este modo, la colecta agrupa cinco franjas, cada una de las cuales lleva como epígrafe un sustantivo y se acoge al magisterio de un autor clásico. El primero, “Camino”, tras la estela de Taneda Santoka, contiene veintinco textos que dejan constancia de los elementos: “Piñas caídas / donde empieza el camino. / Viento en los chopos “. De estos haikus procede el título: “Lluvias continuas. / Las primeras hortensias / han florecido “. Son intuiciones de una voz dispuesta a ser, sin buscar nada. En “Bosque” se asoma la naturaleza; el umbral es un haiku de Chiyo-ni, monja budista, de extrema precocidad que añade al poema la mirada sentimental. El entorno cobija asombro, sacude a quien participa de su belleza y convierte al sujeto en pálido reflejo de lo externo. “Aldea” se nutre de haikus sobre la vida comunitaria. La convivencia reparte quehaceres, y las palabras plasman esa labor del otro o su mera presencia, ya sea en el taller, en las aceras, en el recinto solitario del jardín o junto a la madrasa.     
   El magisterio de Matsuo Bashô abre el apartado “Montaña”. El haiku encarna al caminante que se desplaza sin dirección “porque cada día es un viaje y la casa misma es viaje”. En esta sección, los enunciados dejan la inquietud de un paisaje cambiante, hecho para enlazar pasos y vicisitudes.
   Cierra el libro “Mar” un breve muestrario. La presencia del agua, como espacio de belleza y meditación, inspira textos en los que también está presente el laboreo de los pescadores y el multiforme vitalismo acuático de la fauna marina.
   Lluvias continuas propaga desde el haiku un ideal de belleza. Cobija el perfil de lo transitorio. Da voz a una sensibilidad que parece anteponer la representación a las cosas en sí.  Suena a rumor que calla, porque el sueño siempre es más valioso que lo real. 
   Más allá de su verdad humilde y sensitiva y de capacidad observadora, el haiku contemporáneo es una línea abierta. Lejos de subvertir principios estéticos, la estrofa airea una modulación cambiante, en la que cada escritura incorpora el temblor y la brisa de lo subjetivo. Las palabras nunca suenan neutrales, aportan un arte poética en cuyo contexto se define una personal concepción del haiku con claridad y llaneza. La escritura se sitúa en un territorio fértil y asume una perspectiva. Así sucede con las voces analizadas. Son poetas que convierten al haiku en una proyección de futuro, en una ecuación irresuelta que aleja a sus haikus de cualquier tedio ensimismado. Desde ese impulso persuasivo el trébol del haiku, mínimo, verdecido, sediento,  muestra nuevas hojas. 

JOSÉ LUIS MORANTE




 

lunes, 22 de abril de 2024

SUSANA BENET. ALMA DE CARACOL

Alma de caracol
Susana Benet
Ediciones la Garúa
Colección Haiku, dirigida por Jesús Aguado y Joan de la Vega
Barcelona, 2024 

 

BROTES VERDES

 

   Prosiguiendo su sólido repliegue en la senda concisa, que comenzara hace más de veinte años, Susana Benet (Valencia, 1950), Licenciada en Psicología, pintora de acuarela, narradora y poeta con perseverante dedicación al minimalismo expresivo, tras la publicación de Espejismo (y otros relatos) (2020),  retorna a la sensibilidad de la estrofa japonesa con el libro Alma de caracol (2024).
   En la nueva entrega, sorprende la escritora al incluir en el pórtico paratextual, junto al espléndido kaiku de Kobayashi Issa, una cita de la escritora estadounidense Patricia Highsmith. Es un nombre vertical de la narrativa policiaca, cuyo magisterio estaba presente en la compilación de sus relatos: “El hombre no tiene más alma que un caracol de jardín. Lo que quiero decir es que el caracol de jardín también tiene alma”. Desde esa perspectiva igualitaria que acerca el sujeto al entorno y equipara la condición de ser de todos los integrantes del paisaje, comienza una entrega donde la observación de lo doméstico se convierte en transitado venero argumental. El haiku de Susana Benet ahonda en la mirada clásica de la tradición. Convierte el esquema versal en objetiva plasmación del instante que aloja en sus destellos el singular misterio de lo cotidiano, el frescor del asombro: “Brilla la luna / en el rastro reseco / del caracol”, “Entre hojas verdes / zigzaguea la mosca / ebria de sol”, “Tejió su tela / la araña entre mis plantas. / Nueva inquilina”.  
   El volumen Alma de caracol arranca con una serie de textos vinculada a la observación directa que propicia la cercanía y el amor a los relieves y destellos de la tierra. La naturaleza cobra una presencia fuerte. Sus elementos multiplican sensaciones e imágenes. Los sentidos escuchan y hacen de la reflexión una vigilia en la que se moldea la sensación con una fuerte contundencia: “Puede la noche / ocultar las petunias, / no su perfume”. Así llueven los haikus que en su levedad tampoco olvidan el matiz crítico y el desamparo de la naturaleza frente al incontinente desasosiego del progreso que va dejando signos desapacibles en las rastrojeras del paisaje: “El carril-bici. / Quién recuerda que allí / crecía un ciprés”, “Un niño trata / de devolver al árbol / la rama rota”.
   El día a día forcejea con la rutina; siembra esa reiteración de hábitos que convierte el sedentarismo del hogar en un refugio de evocaciones, soledad y melancolía: “Tardes ociosas. / El perro dormitando, / las nubes quietas”, “Un nuevo sábado, / el periódico trae / noticias viejas”, “Cuánto ha cambiado / el bar de aquellos tiempos. / Qué triste el vino”, “Todo cerrado / en el día festivo. / Menos el sol”.
   La lectura del contexto cercano es una forma de percibir, dentro de la soledad, el abrazo cálido de la compañía. También la mirada del tiempo, siempre dispuesta al balance vivencial del presente. Laten las horas; el discurrir apunta una variada gama de situaciones vitales. Tras el amplio abanico de la diversidad se entrecruzan el desconcierto diario, la quietud existencial del tedio y la incertidumbre generada por el entrelazado relacional donde discurre la convivencia con los demás. Mirar dentro es quedarse a solas con la conciencia, advertir los rincones de la imaginación, saber que la escritura es una manera de resistir: “Toda la noche / el tráfico incesante, / las obsesiones”, “Salir del sueño / como salir al mundo / por vez primera”.
 A los veneros del asombro y la imaginación, se une el ir y venir de las sensaciones, la vehemencia de ser un integrante más de la naturaleza, esa acuarela de cromatismo renovado que muestra su gran fuerza expresiva. Además, el oficio de vivir recrea itinerarios de memoria y olvido, de propósitos y recuerdos que diseñan la caligrafía de cada conciencia, el testimonio abierto de su introspección. A su paso, el día regala la belleza de lo inadvertido en las cosas humildes y cercanas que expanden en su contemplación la seguridad de lo conocido, una multiplicidad de espigas que conforma la tierra del recuerdo.
  Susana Benet ya es una voz clásica en nuestro entorno poético. Como se ha dicho, comenzó a utilizar la estrofa hace más de veinte años y mantiene en el tiempo una preceptiva sin virajes. La escritora practica un haiku despojado, una instantánea verbal donde sombran los adjetivos y emplea los verbos con concisión extrema. Quien contempla los ciclos estacionales de un mundo cambiante, lo hace con la empatía de quien percibe a través del asombro. La observación captura la belleza del instante. El sujeto, a su paso, anida dentro un patrimonio sensitivo que busca una inasible arquitectura, el esplendor callado de lo perdurable.


JOSÉ LUIS MORANTE



 
 

domingo, 6 de agosto de 2023

A PUNTO DE VER

A punto de ver
José Luis Morante
Prólogo de Susana Benet
Polibea Editorial
Colección El Levitador
Madrid, 2019

  

A la intemperie
El corazón al viento
El cuerpo helado
 
Matsuo Bashô
 
 
Si lograse dejar
ese fuego encendido por siempre en un poema
no habría de importarme callar eternamente.
 
Hölderlin
 AMANECIDA
 
Bebí en el sueño
-qué sed al despertar-
zumo de ti.

                         José Luis Morante





 
 
 

miércoles, 10 de mayo de 2023

JOAN DE LA VEGA. LO QUE DICEN LAS PIEDRAS

lo que dicen las piedras
Joan de la Vega
Ilustraciones de Cuca Muro
Prólogo de Teresa Garbí
Editorial Páramo
Valladolid, 2023


 

EN LA MONTAÑA

 

   El decurso del haiku en las últimas décadas ha logrado pleno asentamiento en nuestro mapa literario. Así lo ratifica el número de cultivadores del trébol japonés y la notable cantidad de títulos publicados. Su cultivo ha perdido cualquier exotismo traslacional hasta conseguir un aire pleno de normalidad como estrategia expresiva. La estrofa se expande a buen ritmo entre la singularidad y el matiz de una escritura intergeneracional de renovado impulso. También el haiku resulta un vértice esencial en la pujanza creadora de Joan de la Vega (Santa Coloma de Gramenet, 1975) que ya dejó otra muestra en el libro En torno a Issa y otros difuntos (2021).
  La introducción de Lo que dicen las piedras a cargo de la poeta y editora Teresa Garbí constata que estos poemas se mueven en un ámbito de afinidad con el espacio natural. Quien escribe sondea su relación con la naturaleza, se siente pleno interlocutor en el diálogo sin voz del entorno y encuentra casa abierta en la montaña. Los elementos diseminados del paisaje son parte de la respiración vital: “En Lo que dicen las piedras hallamos las características habituales del haiku: descripción de impresiones, siempre mediante la sugerencia, más que la constatación, el detalle casi transparente, cristalino”. Como ratifica la cita inicial de Susana Benet, se trata de escuchar en silencio el roce diario de lo inanimado.
  Joan de la Vega aglutina los haikus de “¿Piedra o árbol? bajo el pensamiento cercano de Octavio Paz y deja caminar el pensamiento por la observación. Lo hace con la certeza de que los sentidos reflejan una afirmación de vida, las señales esparcidas en la piel de los días de un sencillo abecedario, cuajado de asombro. El testigo refleja sensaciones y el poeta evita la monotonía formal combinando los tres versos mediante blancos. Así, se pausa la cadencia versal del terceto japonés con distintas respiraciones de uno y dos versos, dos versos, blanco y verso final, o dos versos, blanco y verso conclusivo.
   El avance de los haikus elige el entorno como marco habitual del plano sensitivo y subraya como presencias próximas el agua, el cielo, el monte, los árboles, las piedras o los ciclos estacionales del pasto. También el tanka se integra como forma expresiva en esta celebración de la memoria visual.
   En la segunda sección “lengua de boj” el haiku expande la reflexión interior como veta argumental básica. Se hace más presente el discurrir temporal que va completando memoria y evocaciones con levísimas pinceladas que dan la bienvenida al nuevo día, o trazan itinerarios a contraluz, en los que se percibe el ámbito vivencial del sujeto biográfico. También es un motivo reseñable la mirada interior de la poesía hacia sí misma: “La poesía / es un alma cargada / / de trastos viejos”, irónica alusión al célebre acierto de Gabriel Celaya. Lo metaliterario huye del carácter reflexivo y solemne para asentarse en la ironía ante una lectura que solo constata naderías en verso, o en el empeño del poema en dar cobijo a lo real y lo irreal.
   Joan de la Vega prefiere el despojamiento ornamental en sus versos; no busca rastros del asombro expresivo sino la naturalidad de un lenguaje que muestra intuiciones y cartografía sensorial. La naturaleza está ahí y la conciencia debe permanecer en vigilia para escuchar su idioma.
  Con los haikus caminan las ilustraciones de Cuca Muro, Licenciada en Historia y Graduada en dibujo publicitario. Son diez dibujos con textura onírica y plena autonomía respecto a las estrofas. La pintura entrelaza interioridad y exterioridad e interpreta el continuo deambular textual. El carácter aparentemente realista y enunciativo del haiku se enriquece con la indagación estética de cada imagen que añade al hilo argumental una mirada lírica.
   Durante muchos años Joan de la Vega ha sido editor y responsable del brillante catálogo de la Garúa. Así que estará muy satisfecho con el taller de Editorial Páramo. Lo que dicen las piedras es un canto celebratorio, donde el fluir del pensamiento viaja corriente abajo con el agua fresca de la emoción y la luz en la retina; con ese estar en tránsito que conforma un mundo natural y cercano donde la belleza vertical siempre se reconoce.

JOSÉ LUIS MORANTE

 
   

jueves, 19 de enero de 2023

SUSANA BENET. ESPEJISMO (Y OTROS RELATOS)

Espejismo (y otros relatos)
Susana Benet
Editorial Renacimiento
Espuela de Plata. Narrativa
Sevilla, 2022 

 

CONTRA EL TEDIO

 

   Susana Benet (Valencia, 1950) abre nueva senda en su pulsión literaria con Espejismo (y otros relatos), una panorámica de doce cuentos breves. Todos sus libros anteriores, Faro del Bosque, Lluvia menuda, Huellas de escarabajo, La Durmiente, La enredadera, Grillos y luna y Don de la noche, impulsaban una perseverante dedicación a la poesía como único género. En ese esfuerzo creador, el haiku se define como estrategia expresiva esencial; ratifica una delicada sensibilidad, capaz de recrear las relaciones dialécticas entre sujeto y entorno natural mediante una escritura concisa, emotiva y abierta al propósito comunicativo. El acento de Susana Benet ahonda en la mirada introspectiva y la percepción, y aloja en sus hilos argumentales el singular misterio de lo cotidiano.  
   El volumen Espejismo (y otros relatos) arranca con un breve liminar donde la autora reflexiona sobre la perspectiva personal como vocación sostenida en el tiempo. El taller fue forjándose desde el minimalismo discreto de la estrofa japonesa, para volar más lejos con el poema más extenso y, finalmente, buscar sitio también en la ficción en prosa. Así han nacido estos cuentos, escritos entre 2004 y 2020, que amanecieron en revistas y antologías, o que permanecieron inéditos hasta la concepción del presente balance narrativo. Las historias breves apuntan una variada gama de situaciones vitales. En su diversidad, conviven el desconcierto diario, la inquietud existencial y la incertidumbre generada por el entrelazado relacional donde discurre la convivencia con los demás. Desde esta disposición de ánimo nacen los textos de Espejismo (y otros relatos) que apuntan afinidades lectoras con Patricia Higsmith, Raymon Carver, Roal Dalhl, Anna Kavan, Natalia Ginzburg, Dorothy Parker y F. Kafka. Son lecturas de cabecera que zarandean la imaginación y se unen a las sensaciones que aporta a diario el oficio de vivir, esos itinerarios de memoria y olvido, de propósitos y recuerdos que diseñan la caligrafía de cada conciencia.
  La percepción autobiográfica alumbra las páginas del primer cuento, del que toma su nombre todo el libro. Casi biógrafo de sí mismo, quien escribe fusiona la voz omnisciente del narrador y la reflexión interior del testigo.  El marco de la casa deja una situación ambiental habitable y próxima, donde se confunden realidad e imaginación, como si ambos espacios estuviesen compartiendo cosas humildes y cercanas que expanden en su contemplación la seguridad de lo conocido, una multiplicidad de recuerdos fragmentados.
  Susana Benet apoya muchos de sus textos en las contradicciones de lo laborable. El sujeto no cambia su predisposición a percibir el entorno como una rutina donde se camufla la extrañeza. El presente es un patrimonio sensitivo que nunca deja sitio a la idealización. Las ataduras de lo corriente ofrecen vivencias casi a precio de saldo, como se explora en los relatos “Oportunidades”, “Resistencia” o “El plan”, donde nítido e intacto, se incorpora el humor con envidiable resultado final.
   Las historias de Susana Benet tienden a la introspección y al monólogo. Se hilvanan en el decurso temporal del ahora, casi siempre envueltas en una nube de normalidad. Todo está en calma. Alrededor aflora un estar sólido y consistente, roto de pronto por algún hecho insólito: un desconocido que regresa del pasado, una imagen visual en el parque que muestra una secuencia incomprensible de ausencias y desapariciones, o una visita al dentista que se convierte en un forzado encuentro carnal que deja en el aire si fue real, o simple efecto de la anestesia.    
   La soledad de cada personaje parece abocada a desempeñar pequeñas tareas anodinas, con dedicación precisa, como si en su empeño encontrara sentido el sinsentido de vivir. En ese borrador de aspiraciones, como una terca intrusa, la nada mantiene su trasfondo. Solo la cercanía de los elementos del paisaje, ese oscuro olor de la tierra, parece proclive a la autorreflexión y el y pensamiento. Lo mínimo es evocación y sugerencia, pasaje iluminador dispuesto a la propuesta interpretativa.
   La nómina ficcional de Espejismo (y otros relatos) apila hojas sueltas, escenas de un universo narrativo que busca amparo a historias personales y cotidianas, a través de un lenguaje confidencial, introspectivo, familiarizado con esos esos enlaces entre lo previsible y lo extraordinario, como sucede en el cuento “El árbol”, penúltimo texto del libro. También la mirada crítica, frente a la burocracia deshumanizada de algunos trabajos, se hace núcleo del relato final “El director es una lata”, donde, en palabras de la escritora, “el resentimiento se transforma en un relato burlesco”, aunque siempre desde el despojamiento y la contención.
   Susana Benet estrena género, pero su escritura preserva aspectos esenciales. Las palabras desvelan el misterio de esa verdad sencilla que impulsa lo diario. La naturalidad expresiva cultiva una estética de la mirada, una forma de ver y sentir, un acceso pactado con una realidad que esconde en su apariencia otra luz y otro cielo.


JOSÉ LUIS MORANTE



miércoles, 4 de enero de 2023

PILAR ARANDA. FLORES EN EL GANGES

Flores en el Ganges
Pilar Aranda
Dibujos de Susana Benet e Hilario Barrero
CUADERNO DE HUMO TREINTA Y SIETE
Brooklyin, NY, USA, 2022 


EL RÍO QUE NOS LLEVA


 
  El espacio creativo de Pilar Aranda, maestra de Primaria, y Licenciada en Derecho, mantiene en su despliegue un nítido talante humanista, ligado a las inquietudes existenciales y a la sensibilidad evocadora de la memoria. Su producción ensaya varios registros expresivos, desde la poesía, de la compilación lírica Las uvas amarillas (2016), al relato ilustrado, presente en ¿Y yo dónde canto?), y acogido en el catálogo de la Editorial Lastura, en 2019, junto al aforismo poético de Entrevelas, una publicación miscelánea que, tras el simbólico epígrafe que relaciona mar y tiempo, se edita en el cierre de 2020.
   La nueva entrega Flores en el Ganges articula una colección de sesenta aforismos, “sesenta flores que huelen a muerte y sesenta lumbres que abrasan nuestro corazón” Define un bosque de textos con la mirada de la introspección y el viaje interior. La realidad está ahí, prosaica, materialista y sensorial; pero tras su apariencia se ocultan vetas de espiritualidad y transcendencia que nos recuerdan la finitud del camino por andar y la necesidad de ubicar la libertad de acción del sujeto en un tránsito de reflexión y conocimiento, como enuncian los signos reflexivos de “Ofrenda”: “Pienso en el Ganges, en las barcas al amanecer: son como madres llevando flores y velas para orar por sus hijos. Antes de que entre el alba, en la orilla, junto al humo sobrado de la noche, los elegidos se purifican, se sumergen y hacen ofrendas. Luego, mientras pasa el amanecer, el silencio está clavado en los ojos del Ganges.”. La conciencia camina descalza, se despoja de la contingencia para acercarse, desde la contemplación y la concentración ensimismada, a ese fuego interior que marca la raíz del existir. La búsqueda del sentido vital descubre pronto que somos lumbre viva, abocados sin más a la ceniza. Somos flores marchitas mecidas por la corriente, que beben del agua del olvido. Borran que un día fueron esperanzas, sueños, emociones o afectos.
  Los estados anímicos del hablante verbal dan pie a una estela argumental muy prolífica; los pensamientos practican un agitado nomadismo. Los itinerarios al paso hablan del odio, el amor o los recuerdos, como vértices temáticos que alumbran una indagación inacabable, casi convertida en semillero del decir lacónico. Vivir es un espejo, donde el hablante verbal deposita los hilos sueltos de su ética personal: “Cuando el odio se desplaza hacia la indiferencia, se le allana el camino al olvido”, “No hay engaño, solo misterio en los suspiros de las palabras”. Las circunvoluciones del decir breve no enuncian dogmas, solo viajes pensativos de ida y vuelta que, de cuando en cuando, se contradicen o exploran rincones aparentemente en disonancia. El ahora adopta una imaginería heterogénea; lo vivido se convierte en un continuo encuentro con más preguntas, pero también en una geografía habitable para forjar de nuevo ilusiones y sueños. Las palabras asientan un territorio donde los lugares de la memoria dejan la certeza incontestable de un fluir en el tiempo que permite reconciliarse con el pasado y sumar pasos en los caminos de la razón. Así nacen excelentes aforismos que huelen a sabiduría y espera: “La auténtica humildad nace sola, sin que el humilde lo sepa”; “Exigir de más al porvenir es ofrecer ventaja al desengaño”, “La flor no escoge el jardín ni el color de sus pétalos. Tampoco el ser humano la fuente de su dolor o su alegría”, “Sueña la monotonía con levantarse en un día equivocado”.
   Río sagrado y centro de la vida espiritual del hinduismo, el Ganges es un ritual de purificación, expiación de culpas y liberación del ciclo de la vida y la muerte. Así convoca una incontinente multitud de peregrinos que preserva en su identidad colectiva la fuerza simbólica del fluir. Una pulsión que también está presente en los textos hiperbreves de Pilar Aranda. La escritora madrileña deja en la brevedad de Flores en el Ganges las sensaciones del agua. Las palabras buscan en ese caminar del tiempo un poco de permanencia, como si fuera posible despojarse de adherencias circunstanciales y oír a solas la voz del silencio. Los aforismos son flores secas, mecidas por la corriente del pensamiento, a la intemperie, mientras la soledad se hace palabra.    
 
JOSÉ LUIS MORANTE






jueves, 15 de septiembre de 2022

INVITACIÓN AL HAIKU: A PUNTO DE VER

A punto de ver
José Luis Morante
Prólogo de Susana Benet
Editorial Polibea
Madrid, 2019

 

(Prólogo)

 

   El título de esta colección de haikus, (escritos entre 2014 y 2018), alude certeramente al contenido del libro, porque el lector está a punto de descubrir lo que el recodo del camino oculta, la continuación, el presentido final. De hecho, lo que el haiku pretende es eso, insinuar sin llegar a decirlo todo, trazar sin definir demasiado el objeto, como en la pintura sumi-e. De este modo la lectura nos seduce y nos incita a avanzar porque siempre deseamos descubrir qué se oculta más allá de las palabras.

   Esta incertidumbre late a lo largo del libro pues José Luis Morante, buen cultivador del lenguaje, posee el arte de sugerir. Conoce bien el haiku y sus misterios. Muestra su realidad con breves destellos como el brillo de la lombriz en el surco removido, tal como revela su haiku “TIERRA HÚMEDA”, uno de sus mejores logros, en mi opinión: “Húmedo brilla / el surco removido: / una lombriz”.

   Todos los haikus que componen este libro llevan título, algo poco frecuente, pero que nos recuerda al poeta mejicano José Juan Tablada (1871-1945), pionero del haiku en castellano,  quien aparte de incluir la rima en sus tercetos, también los titulaba. 

   Quiero destacar el estilo personal de este poeta, quien no se somete al llamado haiku estacional, como lo haría un cultivador ortodoxo, sino que rompe con esta convención para dar una visión más real, viva y creativa de esta estrofa, como ya lo hicieron algunos haijines que abandonaron la senda de Bashô  buscando la renovación. Y porque, tal como lo siento, el haiku no debe encorsetarse en unos principios inamovibles que podrían llegar a empobrecerlo, convirtiéndolo en una imagen estética y orientalizada, un mero producto de imitación.

   Tal como el propio autor manifiesta en el epílogo, a través de uno de sus aforismos: No me parece agotado el concepto de poesía estacional; pero es una cualidad compatible con la adhesión del haiku a las causas del corazón.

   El poeta habla de lo que contempla y le impresiona, de lo que vive y añora con una sinceridad indiscutible. Se limita a mirar, como en su haiku “ESPINAS: Jardín de cactus. / Sobran cuatro sentidos. / Solo mirar.”. Pero no solo mira afuera, sino también hacia dentro. Se mira a sí mismo como en un espejo, sin rechazar esa faceta intimista que algunos teóricos invitan a excluir del haiku. “EL YO Y EL OTRO: En el espejo / con sutil acritud, / reproches mutuos”.

   Incluso se permite acercarse, con fino humor, al estanque de Bashô para ofrecernos esta visión particular: “CON BASHÔ: Cañas y juncos / cubiertos de verdín. / Faltan las ranas”.

   Fijando mi atención en su depurado estilo, deseo destacar haikus que considero muy próximos a la forma clásica y que, además, logran un nivel de sencillez y sutileza admirables, como puede apreciarse en “LEVEDAD: Tacto de brisa. / Recobra su temblor / la enredadera”. O en esta deliciosa estampa titulada PRIMAVERA: “Un estornino / picotea la nieve. / Abril regresa”.

   Otras composiciones, que podrían considerarse conceptuales, no nos dejan indiferentes, porque en su fondo permanece el eco de la emoción, como sucede en “PASEO: Un despertar / por caminos sin nadie. / Ser más distancia.”

   En esta rica amalgama de vivencias y sentimientos, nos sorprende el agua que fluye como “un inasible reptil” o  las nubes que pasan “con sus hábitos negros”. Nos acercamos a lo inmenso, pero también a lo pequeño, pues todo tiene cabida en el mundo que nos rodea, como queda sutilmente expresado en “TESOROS: Guardar adentro / lo mínimo y lo grande; / montaña y brizna”.

   Que los lectores de José Luis Morante disfruten de este ameno recorrido, donde los breves detalles, como amapolas entre el trigo, conviven con lo inabarcable, como la voz del mar.

 

                                     Susana Benet, marzo de 2019



 

 

domingo, 21 de agosto de 2022

JESÚS MONTIEL. UN PALACIO SUFICIENTE

Un palacio suficiente
Jesús Montiel
La Veleta, Poesía
Granada, 2022

 

VOCACIÓN DE BONSÁI


  El reconocido deambular creador de Jesús Montiel (Granada, 1984), Doctor en Filología Hispánica, traductor de la obra poética de Christian Bobin y profesor de Lengua y Literatura en la Universidad de Granada, explora un nítido horizonte metaliterario. Una y otra vez indaga sobre el sentido humanista de la escritura, argumentando epitelios y razones del poema. La entrega Un palacio suficiente ubica como liminar una nota de autor, enaltece como eje orbital de la palabra un discurso lírico confidencial e intimista, donde la desnudez biográfica del sujeto verbal aflora con vocación de bonsái, según sugiere con cálido acierto el poeta. El prólogo añade también cierta saturación expresiva en el manejo del verso libre y un muy probable futuro de contenidos en prosa, al expresar los itinerarios del pensamiento: “Llegó un momento en el que el verso, la métrica, me supuso un verdadero estorbo, y comencé a escribir en prosa. Fue un proceso natural, sin cálculo. Sabía y sé que la poesía puede vivir en otros ecosistemas formales, sin necesidad de los versos”.
  El callejero del breve poemario ensaya un proceso de autoconocimiento y captación discreta del entorno y sus leyes naturales. Crea una senda reflexiva que interrelaciona sujeto y espacio hiperreal, y concede a los ciclos estacionales una lectura simbólica. El devenir constata nudos vivenciales que entrelazan amanecida y crepúsculo, pasos germinales y acabamientos; muestra en sus cercanías la frágil evidencia de cada destino. La composición prologal “Preparativos” hilvana una meditación sobre el gregarismo convivencial que, poco a poco, erosiona esperanzas y convierte el ser en una propuesta de anunciado naufragio, buscando sitio en la última costa: “Cada uno de los dos / anticipa la ausencia/ del otro, la prepara como un viaje. / Sus vidas son el prólogo de un hueco”. Esas imágenes al contraluz entre la vida y la muerte se asientan también en otras composiciones como “Vecino”, donde la levedad anecdótica alza vuelo con la contundencia del verso final, uno de los mejores aciertos expresivos de Jesús Montiel, junto a la economía de recursos que, no pocas veces, viste a su poesía con una sensibilidad aforística, o tendente a la escueta armonía del haiku, ese trébol verbal que cuenta en nuestro país magisterios luminosos como Susana Benet.
   El tono sosegado de quien testifica a media voz los mínimos relieves del tiempo laboral, se rompe en ocasiones con el desapacible grito de la crítica social. En “Los imbéciles” fulmina el cortocircuito presencial de los que perseveran en dibujar sombras y explorar grietas para airear desajustes. A veces, el estilete crítico se sustituye por la ironía para desvelar los trampantojos de la actualidad y sus enunciados caóticos, o para percibir, con un toque de humor y no poca ternura, las contingencias domésticas que convierten las dimensiones del despertar en un planeta doméstico, con vistas a la felicidad: “El día es un palacio suficiente. / No hay nada que ambicione / aquí sentado, secreto para el mundo. / En unos cuantos metros / sucede de una vida lo que nunca se muere”.
   Jesús Montiel cultiva, sea cual sea el formato, el apunte contemplativo, esa captación discreta que busca capturar con su caligrafía un ámbito de sugestión. Convierte el trasegar de la retina en resistencia, para guardar las cosas como fueron, al modo de Eloy Sánchez Rosillo; las percepciones anidan por dentro, perduran en los estantes interiores de la conciencia, para que mantengan vivas su fuerza evocadora, el surco abierto a la fértil espera, al afán de ser pájaros.
 
JOSÉ LUIS MORANTE


jueves, 18 de agosto de 2022

JOSÉ LUIS MORANTE. A PUNTO DE VER

A punto de ver
José Luis Morante
Prólogo de Susana Benet
Editorial Polibea
Colección El Levitador
Madrid, 2019

 

 
Si lograse dejar
ese fuego encendido por siempre en un poema
no habría de importarme callar eternamente.
 
Hölderlin
 
 
NOTA DE AUTOR
 
   Advierto aquí del doble contenido de A punto de ver. Junto al centenar de haikus, escrito desde 2014 hasta finales de 2018, conviven  las piezas breves aforísticas integradas en el epílogo “Anotaciones”.
   Haikus y aforismos fueron amaneciendo juntos y me parecía una obligación no desgajar el habla de su camino argumental. Ambos se empeñan en no abrir más ventanas que la sugerencia y cierran los ojos frente a lo explícito.
   Concluyo; el decir breve exige un proceder sensato: que esta nota de autor no se convierta en una novela.

José Luis Morante



 
 

viernes, 28 de enero de 2022

SUSANA BENET. AMIGA DE LA CALMA

Amiga de la calma
Susana Benet
Editorial Polibea
Colección Pasión de lo breve
Madrid, 2021 

 

MAR DORMIDO

 

   La gradación editorial de Polibea, el proyecto madrileño de publicaciones que dirige desde hace más de una década el escritor Juan José Martín Ramos abre una nueva colección de libros. Esta epifanía tiene como clave de selección recursos compositivos con formatos breves. Dará acogida, por tanto, a entregas de haikus, aforismos, miniaturas narrativas o ensayos creados desde la fragmentación. Su apertura integra cuatro trabajos en torno al haiku, firmados por conocidos nombres del ahora poético: Jesús Munárriz, Susana Benet, José Iniesta y Ricardo Virtanen. Todas son voces que concitan una relevante atención crítica, pero quien esto escribe siente una reconocible afinidad por la travesía lírica de Susana Benet (Valencia, 1950).  El vaivén de este mar dormido ha dejado sucesivas amanecidas como Faro del Bosque, Lluvia menuda, Huellas de escarabajo, La Durmiente, La enredadera, Grillos y lunaDon de la noche y Falsa primavera Una andadura intensa, perseverante, que ratifica una delicada sensibilidad al construir vicisitudes emocionales de protagonistas cercanos, y buscan hondura al recrear los entrelazados relacionales de sujeto y entorno natural. Mediante una escritura despojada, sutil, que tiende las manos al propósito comunicativo, aloja en sus argumentos un denso sustrato de punzadas existenciales. En suma, el callado decurso de la página en blanco, aspiración esencial que también manifiesta el poeta José Manuel Benítez Ariza, autor del prólogo. El verso despierta atento al singular misterio del silencio; como si el poema fuese también tiempo en suspensión, la percepción imaginativa de esa claridad que refugia las formas. La colección de haikus Amiga de la calma acoge un escueto preludio en prosa de la autora, que no es sino un cumplido elogio de la lentitud como manera de estar en lo diario y capturar ensoñaciones e ideas. La prisa es desconcierto, inquietud, incertidumbre; apenas percibe el carácter auroral de cada instante. Desde esta disposición de ánimo nacen los haikus de Amiga de la calma: “Este es el pan / que ofrece la mañana. / Migas de luz.”; “Aquella rama / que corté del naranjo, / aún perfuma.”, “Barrio desierto. / Desde un árbol resuena / la voz del mirlo.” Como se aprecia en esta mínima selección de textos, la escritura encierra en sus estrofas la tradición más clásica del trébol japonés, la percepción de esas cosas humildes y cercanas que expanden en su contemplación un fulgor repentino: “El sol poniente / atrapado en un tallo. / última luz.”, “Cae la tarde. / Ningún árbol en pie / que la sostenga.”, “Al recoger / la camelia del suelo / se deshojó.”
   La anotación en prosa “Dos de noviembre” sirve de coda conclusiva, como si la calma sosegada del decurso temporal se mantuviera también en el ritmo preciso de la prosa poética. Alrededor todo parece sumido en un reparador letargo, en un estar ensimismado que disgrega el terco transitar del tiempo: “La mente en calma. / Abro un libro de haikus / como un misal”.    
  Apegada a la raíz más fuerte del canon, en el minimalismo lírico de Susana Benet la percepción mantiene un ritmo lento, de elaborada cercanía sentimental a los elementos del paisaje, siempre proclives a la trabazón entre mirada y pensamiento. Lo mínimo es evocación y sugerencia, desnudez machadiana; una destilación interpretativa para sentir la plenitud humilde de la vida, acodado en las horas.

JOSÉ LUIS MORANTE