En un río todas las lluvias Hugo Mujica Editorial Visor Colección Visor de Poesía Madrid, 2022 |
SEDUCCIÓN DEL SILENCIO
Sacerdote, ensayista y poeta, Hugo Mujica (Buenos Aires, 1942) compiló
su aporte lírico de amanecida en Poesía completa.
1983-2004. Aquel balance consiguió una recepción insólita que impulsó
cuatro ediciones vendidas en un corto paréntesis temporal. Así toma cuerpo, con
vocación tardía, un discurrir fecundo que muestra una insólita madurez
expresiva en las entregas Y siempre
después del viento (2011), Cuando
todo calla (2013), título reconocido con el Premio Casa de América
de Poesía Americana), Barro desnudo (2016),
A las estrellas lo inmenso (2019) y En un
río todas las lluvias (2022).
Son estaciones de un trayecto que han configurado, desde una dicción concisa y reflexiva, un ángulo de visión que entrelaza espiritualidad y despojamiento; que anuda en el lenguaje la seducción del silencio. Un silencio que emana del camino personal del autor y de su experiencia biográfica. El poeta vivió durante siete años en un monasterio trapense y fue allí donde comenzó a escribir poesía. La voz poética impulsa una hermenéutica de lo esencial. Una propuesta de transcendencia. Lejos de la digresión enunciativa, anecdótica y y confesional, la palabra de Hugo Mujica no busca respuestas; es una indagación pausada en el misterio que se convierte en una de las preocupaciones centrales del escritor. La poesía no dibuja la realidad, se demora en sus indicios para percibir su razón de ser. Escucha lo que las palabras no dicen en un brotar inasible que lleva a un proceso de autoconocimiento y abstracción. De ese aprehender emerge la poesía, el paso inadvertido del inicio.
Desde los versos iniciales, Hugo Mujica enfoca el poema desde la mirada interior. Quien escribe se recoge en sí mismo, no para nombrar sino para escuchar; para intuir más allá de quien hilvana percepciones. Con escueta dicción, el poema alumbra; asume que la esencia habita en la paradoja y la interrogación; la quietud de los elementos despliega ecuaciones sin resolver que acaban fundiéndose en la quietud: “Hay palabras / que son el silencio / de lo que ellas mismas / dicen/ dicen raíz / no follaje”. Lo real muda en lo inasible interior; se asienta en los pliegues de la luz, activa un instante de vida que hace de la chispa plenitud y cumplimiento. Hay una confluencia entre lo que llega y lo que pasa, un umbral, una línea de cruce. Entender el poema es rozar su significado: “Al escribir con la mano / la mano es la que / enseña, / pero lo aprendido / se muestra solo al final: / es lo que fuimos / borrando.”
El sujeto poético no se muestra; sólo se hace vislumbre. Está ahí para buscarse en el fluir del pensamiento que quiere convocar al lenguaje. Quien escribe escucha; se hace indefinición porosa que aloja exploraciones capaces de captar el silencio; con su desnudez las voces vivifican y sostienen el cuerpo de lo nombrado. El poema es un tapiz propicio donde adquiere mucha importancia la configuración de los espacios versales. Conforman una partitura fragmentaria.
Los versos quiebran la frase, alojan tras las imágenes su propósito de desnudar al silencio del silencio. Desde el interior de los significados nace la hondura, todo ese instante que de pronto es nada, una vibración que enciende luz dentro del párpado.
Son estaciones de un trayecto que han configurado, desde una dicción concisa y reflexiva, un ángulo de visión que entrelaza espiritualidad y despojamiento; que anuda en el lenguaje la seducción del silencio. Un silencio que emana del camino personal del autor y de su experiencia biográfica. El poeta vivió durante siete años en un monasterio trapense y fue allí donde comenzó a escribir poesía. La voz poética impulsa una hermenéutica de lo esencial. Una propuesta de transcendencia. Lejos de la digresión enunciativa, anecdótica y y confesional, la palabra de Hugo Mujica no busca respuestas; es una indagación pausada en el misterio que se convierte en una de las preocupaciones centrales del escritor. La poesía no dibuja la realidad, se demora en sus indicios para percibir su razón de ser. Escucha lo que las palabras no dicen en un brotar inasible que lleva a un proceso de autoconocimiento y abstracción. De ese aprehender emerge la poesía, el paso inadvertido del inicio.
Desde los versos iniciales, Hugo Mujica enfoca el poema desde la mirada interior. Quien escribe se recoge en sí mismo, no para nombrar sino para escuchar; para intuir más allá de quien hilvana percepciones. Con escueta dicción, el poema alumbra; asume que la esencia habita en la paradoja y la interrogación; la quietud de los elementos despliega ecuaciones sin resolver que acaban fundiéndose en la quietud: “Hay palabras / que son el silencio / de lo que ellas mismas / dicen/ dicen raíz / no follaje”. Lo real muda en lo inasible interior; se asienta en los pliegues de la luz, activa un instante de vida que hace de la chispa plenitud y cumplimiento. Hay una confluencia entre lo que llega y lo que pasa, un umbral, una línea de cruce. Entender el poema es rozar su significado: “Al escribir con la mano / la mano es la que / enseña, / pero lo aprendido / se muestra solo al final: / es lo que fuimos / borrando.”
El sujeto poético no se muestra; sólo se hace vislumbre. Está ahí para buscarse en el fluir del pensamiento que quiere convocar al lenguaje. Quien escribe escucha; se hace indefinición porosa que aloja exploraciones capaces de captar el silencio; con su desnudez las voces vivifican y sostienen el cuerpo de lo nombrado. El poema es un tapiz propicio donde adquiere mucha importancia la configuración de los espacios versales. Conforman una partitura fragmentaria.
Los versos quiebran la frase, alojan tras las imágenes su propósito de desnudar al silencio del silencio. Desde el interior de los significados nace la hondura, todo ese instante que de pronto es nada, una vibración que enciende luz dentro del párpado.
JOSÉ LUIS MORANTE
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