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miércoles, 9 de julio de 2025

LOUISE GLÜCK. POESÍA DEL YO

Louise Glück


ROMPER LO FRÁGIL

 


   La concesión del Premio Nobel de Literatura de la Academia Sueca genera en cada convocatoria una incontenible tormenta verbal. Suele ser más riñas de gatos y preferencias personales no fundamentadas que opiniones y vislumbres inteligentes. En 2020 eran candidatos transeúntes Adonis, Margaret Atwood, António Lobo Antunes, Anne Carson, Haruki Murakami y Javier Marías. Pero la ganadora anunciada el día 8 de octubre fue Louise Glück, poeta y ensayista norteamericana de reconocido palmarés cuyos libros están en el catálogo de Pre-textos desde hace casi dos décadas. Gracias al traductor de Ararat, el poeta Abraham Gragera conocí la poesía de Louise Glück (Nueva York, 1943) a finales de 2008. En una grata tertulia madrileña, donde intercambiamos libros, Gragera recalcó el ideario figurativo y el aire frágil de aquellos poemas donde lo autobiográfico se convertía en vigoroso argumento.
   Así que para introducirse en el faro de Louise Glück, formado por una decena de poemarios entre los que sobresalen Praderas, AraratAverno y El iris salvaje, es recomendable sondear elementos biográficos que tienen una simbiosis misteriosa con el material poético. Nacida en la metrópolis de Nueva York en 1943, pasó una ensimismada primera infancia en Long Island. Su niñez tuvo contornos sombríos, trazados por el fallecimiento de una hermana antes de que ella naciera, que disolvió la armonía familiar. Tejió silenciosamente una fuerte voluntad lectora, que creció en la adolescencia cuando se diagnosticó una anorexia incontrolada. La enfermedad exigiría un prolongado tratamiento de psicoanálisis y la interrupción de su formación académica en Columbia. En este tiempo es cuando aflora su poesía. El despertar poético supone una imitación de los modos poéticos de William Blake, T.S. Eliot y W. B. Yeats. La prolongada soledad y la terapia le permiten una indagación profunda en las secuencias vitales y un cuestionamiento del clima relacional. Esas dolorosa incisiones no se oculta tras nubes metafóricas, sino que la palabra se convierte en terapia objetiva, como escribe en la indagación crítica Educación del poeta o en el rescate evocativo de Ararat, cuya configuración explana las relaciones familiares, la extrañeza, la sensación de estar fuera de sitio, el proceso erosivo de lo cotidiano y el precipicio final. Son aspectos descritos, como subrayaba la comunicación de Anders Olsson, presidente del comité del premio Nobel, con austeridad minimalista. La poesía enuncia enfoques de grisura desde una ética muy exigente que busca trascender el intimismo emocional.
   Por tanto, la clave argumental de Ararat es la familia, grupo de cohesión donde los vínculos afectivos exigen una intensa relación, como parte del crecimiento personal. Pero la perspectiva de Louise Glück en estos poemas es el desasosiego, una relevante vigilia que revisa grietas y necesidades nunca cubiertas. El yo poético muestra una potente capacidad observadora que asimila y rechaza secuencias vitales. Así amanece un método reflexivo que cuestiona la realidad interna del núcleo familiar. Cada miembro ha sido expulsado del paraíso para afrontar sufrimientos y absorber sentimientos contradictorios. Así se gesta una identidad separada, un esqueje no exento de frustración que busca clarificar su experiencia emocional.
   Ararat propicia una imagen autobiográfica en la que el hablante lírico intenta romper su fragilidad. Su voz revisa estereotipos sin estridencias, con un lenguaje lacónico, sin la tela cálida de los adjetivos. Como ha manifestado, al comentar su estética despojada, Louise Glück hace poesía en el páramo verbal: “Me atraen las elipsis, lo no dicho, la sugerencia, el silencio elocuente y deliberado. Lo que no se dice, para mí, ejerce un gran poder: a menudo desearía poder hacer un poema completo con este vocabulario. Es análogo a lo invisible, por ejemplo, al poder de las ruinas o las obras de arte dañadas o incompletas”.
  Poesía que hace de la humildad una aspiración mística y una cicatrización, para que las palabras encuentren su lugar y su afán de conocer. Latido humano y sangre tibia que surgen de la vida y la experiencia de un yo casi siempre ubicado en el caos, que se sabe fuera de lugar y se amarra al poema y la esperanza.
   El día 13 de octubre de 2023 fallecía Louise Glück con ochenta años de edad. Dejó como despedida particular la lectura de Marigold y Rose. Una ficción, un libro en prosa poética publicado por Visor en 2023 en su colección de poesía, con edición bilingüe y versión al castellano de Andrés Catalán.
  El planteamiento argumental del libro sorprenderá de inmediato, como sorprendió a su editor habitual en USA. Dos mellizas, todavía bebés, con un expansivo mundo interior desgranan pensamientos y acciones, como si hubiesen superado las tradicionales etapas del aprendizaje y ya estuvieran respirando en la vida adulta. Marigold, aunque no sabe leer, es una lectora brillante, y está escribiendo un libro en su pensamiento aunque no conozca todavía las palabras. Vendrán después. Mientras, Rose es un ser social que disfruta participando en actividades sociales como el baño y que goza de una hermosa presencia física. Son dos identidades muy diferenciadas y, por tanto, complementarias al asomarse al mundo.
   Cada niña percibe un entorno insólito que acentúa su soledad y su asombro, que les hace mirar al mundo adulto con ese punto de recelo de quien apenas entiende lo que sucede alrededor y de lo que, antes o después, pasará a formar parte, cuando empiece la vida oficial. Mientas constatan a cada instante la dependencia de “Madre”, el continuo refugio para estar a salvo, mientras “padre” está lejos sumando o resolviendo enigmas cotidianos. A veces las dos añoran la vida adulta por su enorme cargamento de palabras.
   De las reflexiones interiores de las dos mellizas nace la casa familiar y sus pobladores con una sensibilidad irónica en ocasiones y en otras repleta de ternura al poner silueta propia a los comportamientos de Madre y Padre o al discurrir de un tiempo que camina hacia el primer año de vida.
   En algunas entrevistas de prensa Louis Glück ha definido el libro como una novela poética dividida en breves capítulos. También ha señalado que la ficción nació a partir de los vídeos de sus nietas, grabados por el padre de las mellizas en California, y a quienes no podía visitar en 2020 por la pandemia. De las visualizaciones nacieron observaciones en torno a las bebes y su capacidad de relacionarse entre sí o con los adultos.
   El mundo interior en formación concede a la escritura de Marigold y Rose una perspectiva inédita frente al misterio del tiempo, una forma de expresión sencilla y delicada que se anticipa a las palabras y ayuda a vivir. Por eso resulta paradójico que la ausencia de Louise Gluck coincida con el retorno a la infancia de su escritura, con la vuelta a ese tiempo que abre puertas y teje amanecidas, como si confirmara la presencia continua de quien ya no está. Descansa en paz, querida poeta.

José Luis Morante



    

domingo, 26 de enero de 2025

ANTONIO JIMÉNEZ MILLÁN. DESPEDIDA

Antonio Jiménez Millán
(Granada, 1954-2025)

 

SOL PONIENTE

 
Biología, historia
Antonio Jiménez Millán
Visor Poesía, Colección Palabra de Honor
Madrid, 2018
 
  Por su capacidad sugeridora, qué atinado parece el aserto Biología, historia que el poeta y profesor universitario Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954) utiliza para reunir los poemas más recientes. El logrado título aglutina espacios cognitivos complementarios: la biología es la ciencia que estudia los seres vivos, los procesos vitales y su evolución en el tiempo; en cambio, la historia alude al conjunto de acontecimientos vividos como individuo y colectividad. Ambas disciplinas, en última instancia, constituyen una mirada al sujeto en el tiempo y un desvelamiento del periodo histórico en el que se gesta su identidad.
  El poeta deja en el pórtico del libro otros referentes culturales de interés: la dedicatoria a Luis García Montero, director de la colección Palabra de Honor, amigo con quien ha recorrido un completo itinerario repleto de complicidad estética, y estudioso que ha firmado reflexiones críticas del máximo interés sobre el quehacer creador, como el prólogo “Antonio Jiménez Millán: la conciencia y el tiempo”, que sirve de umbral a Ciudades (Antología 1980-2015). También son balizas necesarias los dos aportes paratextuales: la conocidísima cita de Fernando Pessoa que alude al poeta como fingidor, y el párrafo de James Joyce, extraído de Retrato del artista adolescente. No son gestos gratuitos sino indicios que subrayan una sensibilidad que conexiona el carácter autobiográfico de la escritura y el continuo aporte de la experiencia vital.
   La lírica de Antonio Jiménez Millán elige el recuerdo para recuperar elementos enunciativos. La infancia se muestra como trazado de sentido único. En su gestación, la voz verbal convierte a la memoria en refugio. En ella, amanece renovado y repleto de matices colaterales el intimismo. El sentimiento se empeña en clarificar códigos cifrados, como si las partituras del escaparate de una tienda de música contuviesen esa felicidad introspectiva que da sentido a lo temporal. La evocación recorre la ciudad, Granada, dibujo arquetípico que alza su laberinto urbano repleto de experiencias en el entorno de lo real y hace posible la mirada amable y esperanzada del yo en otro tiempo. Desde esa indagación, el sujeto se contempla a sí mismo como una ficción que se perfila a través de unas pocas imágenes. Recordar es alzar un territorio erosionado que trae consigo el tacto y la memoria del pretérito.
   Ya hemos comentado que buena parte de la voz lírica de Antonio Jiménez Millán tiene como sustrato territorial la evocación. El pasado se aquieta, no se distancia y construye un discurso de permanencia que comparte intersecciones con el presente. A veces trasporta al litoral de la melancolía, cuyo patrimonio es un trasfondo de imágenes que tiene la textura de lo emotivo. En el poema “Doce de septiembre” el yo personaje celebra su cumpleaños. Sesenta velas. Alrededor rozan la piel los desajustes de la realidad, como un lastre que cuarteara la esperanza y que subraya la situación de fugacidad, la ineludible cita con la nada. Desde ese estado de aceptación del ser transitorio nacen otras composiciones que confirman el fragmentario cauce de la conciencia y el empeño del lenguaje de dar luz a las disoluciones. Al cabo, el recuerdo contiene lejanos espejismos que ya no están al alcance, que parecen traviesas resistentes, a flote, bajo la tibia luz de un sol poniente.
   Una cita de Oscar Wilde recuerda que el nombre que solemos dar a los errores cometidos en el oficio de vivir se llama experiencia. Y es diáfana esa mirada a contingencias personales que aguantan en el discurrir, con una piel ajada, adusta y seca. En el apartado “Disolución” vuelven a formularse los pasos en el tiempo de magisterios hechos de incertidumbre y piel ausente. El afán colectivo es un legado en el que se cuestionan grandes conceptos, proclives a componer una épica falsa. Es el caso de la guerra civil y de aquellos interminables bombardeos que propiciaron muertes y exilios, hoy tan lejanos que apenas pueden despertar interés en las aulas de alumnos que consultan el móvil o tienen recorridos personales en los que no caben las páginas de la historia. El dolor y el frío de la posguerra se transforman en indiferencia. Todo se apaga y traza su negación sin ruido, su asiento en los rincones de la memoria como una estela mínima destinada a borrarse.
   El tramo final es una reflexión sobre la pérdida. Contiene también una mirada crítica a esas ideologías totalitarias que han erosionado la convivencia hasta convertir al otro en un enemigo. Bajo el dictado del fundamentalismo se ha creado una historia a la medida, una trinchera entre nosotros y ellos, que llena las calles de patriotas, himnos y banderas: “Muy pronto descreí de las banderas / y me alejé de aquellos / que imponían su idioma a los demás / en nombre de  espejismos imperiales / y de siniestras águilas fascistas. / Pero también  me fueron muy ajenas / las leyendas del pueblo y de la tierra, / la búsqueda de los orígenes, de la pureza intacta”.
 Aunque en los diferentes apartados los argumentos son autónomos y van jalonando tramos de asuntos, todos coinciden en buscar las ventanas de la memoria a partir de una sensibilidad que atiende a los pautados movimientos del pensar, la voz se torna elegía, compromiso con la coherencia cívica y homenaje con magisterios que han puesto los cimientos de la propia pared creadora. En ese aprendizaje nace la gratitud a Jaime Gil de Biedma,  Franz Kafka, Miguel Hernández o Antonio Machado…
   El escritor incorpora a su poblado itinerario creador la prosa poética en la sección “Carnets”. Nos deja composiciones que sustentan una notable veta reflexiva sobre la música como voz callada que pone fondo al silencio, o sobre el resentimiento, una muesca en el ánimo que tanto clarifica el complejo entramado de causas y efectos de los prestigios literarios. Vivir es andar a tientas, sumar imágenes que después se resguardan en el viejo cajón de la memoria como carnets que exigen fotos nuevas; deja sitio a abandonos y encuentros; toma el pulso a sueños vanos que nunca se cumplieron.
   El vértigo del tiempo y sus vibraciones sísmicas impulsan los poemas de “Rehabilitación”. Los pasos de la edad conllevan síntomas y terapias, guardan en los espejos un ser desconocido cuyos trazos muestran debilidad y torpeza; un ser otro que registra en sus pulsaciones el desajuste de la enfermedad. Es esa biología indeclinable que toma sitio en lo diario con descarada impunidad, que lentamente acaba erosionando las esquinas del cuerpo o convierte el dolor en alevosa rutina.
   Las etiquetas críticas establecen líneas de demarcación; exploran los momentos escriturales en el transcurrir. La voz poética de Antonio Jiménez Millán nació ligada a “La Otra sentimentalidad” y más tarde a la “poesía de la experiencia” para desembocar en un intimismo reflexivo y realista. Sus versos piensan y leen históricamente el patrimonio de un sujeto anclado en la intrahistoria. Son pautas de un ideario que clarificó con solvencia el profesor y ensayista Juan Carlos Rodríguez, a quien se dedica la composición final. El poema entrelaza afecto y filosofía vital, gratitud y voluntad de seguir, sin hacer mucho caso a las leyes del tiempo, buscando caminar, ligero de equipaje, un paso más allá.

JOSÉ LUIS MORANTE



 
                                                                                       

viernes, 5 de julio de 2024

RAQUEL LANSEROS. EL SOL Y LAS OTRAS ESTRELLAS

El sol y las otras estrellas
Raquel Lanseros
XXVI Premio de Poesía Generación del 27
Editorial Visor, Colección Visor de Poesía
Madrid, 2024


 

VOLVER AL DÍA

 
 Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, 1973) estrena El sol y las otras estrellas, entrega poética reconocida con el XXVI Premio de Poesía Generación del 27. Un hito más que se suma a una identidad literaria de trazos firmes, cuya obra poética tiene carácter de centralidad y constituye uno de los aportes básicos de la poesía contemporánea. Así se percibe en los frecuentes estudios y antologías que integran su ideario, en la poblada nómina de reconocimientos a su obra o en la versión de sus poemas a diferentes ámbitos lingüísticos.
   La poeta se inspira en un verso de Dante Aligheri, el inolvidable autor de la Divina Comedia,  para hilvanar un poemario que hace del amor el campo semántico referencial. El motivo, de amplia tradición literaria, busca singularidad y establece nuevos itinerarios y matices para iluminar una travesía existencial siempre marcada por lo transitorio.
   La apertura “Oda a la creencia” postula una sensibilidad formal reiterativa; los versos se construyen sobre la idea de la fe -una fe terrenal, sólida, que busca plasmar la lealtad a una creencia, y sus mutaciones en el discurrir, desde esa persistente inocencia inicial hasta el escepticismo de la experiencia que impide que el sujeto vuelva a sentir aquel soplo de vida y esperanza en manos de una realidad marcada por la contingencia y lo gregario. El amor confirma una sobrecarga de efectos secundarios. El puente hacia el otro anticipa una identidad renacida. Postula incertidumbre y desconcierto por la fuerte vinculación afectiva. Y exige a quien habita su entorno una constante vigilia.
  El intimismo confidencial de Raquel Lanseros en torno al amor no se limita solo a la relación de pareja. Añade una perspectiva abierta que enfoca también la figura de la madre y su entrega abrumadora. El estar materno es un cuerpo de letra grande, un titular vital que abre el surco de la entrega total en cada instante hasta desvanecerse, con el empeño de “Amar sin abarcar / pero permaneciendo”.  La deuda de gratitud filial no finaliza aquí, aflora también en el poema “Ese maldito día que exijo no vivir”, construido en torno a la idea insoportable de la despedida final y la ausencia, en ese tiempo sin argumentos que se define como “Ley de vida”.
  El amor resguarda el ahora, como si todo lo vivido se sometiera a un código secreto que estructura y ordena bajo el arbitrio de una sentimentalidad impulsora y diversa. Aglutina esperanza y construye los cimientos fuertes que sostienen la casa del futuro. Es un lugar de esperanza que se hace inmune a las erosiones y desgastes de una conciencia mudable. Su tacto impregna cada amanecida, como un ser poderoso y ubicuo: “Es el amor, anfitrión permanente / música orbicular y soberana. / Es el amor, soy yo / eres tú, son todas las criaturas. / Amor, eterna rosa con su trono / que solo ven los sabios y los niños.”.
   La hermosa elegía “Llama azul”, que entrelaza versos en castellano y alemán, formula esos nutrientes dubitativos que contiene el estar enamorado. Las imágenes se suceden para constatar ese diálogo interno, mantenido con la luz. Así lo confirma la fecunda terminología en la que el amor es lumbre, lámpara de fuego,  destello encendido, vértigo… Son coordenadas de un imaginario hiperbólico, que toma distancia frente al férreo cartabón de lo previsible y consumen la normalidad sin matices de lo racional.
   El sol y otras estrellas suma pasos argumentales en los que el verso libre deja sentir su huella de continuo. Su libertad formal aglutina sensaciones y pensamientos, emoción y dudas. Son contados los casos en que la poeta emplea estrofas cerradas, como  el soneto “Lo llaman desencanto”, cuya lectura deja un preciso aire clásico; de esta presencia del legado canónico se nutre también el soneto “Desprendimiento” que lleva un subtítulo clarificador: “Revisitación libérrima del Siglo de Oro”. El cuidado formal ensaya otras propuestas expresivas como el poema en prosa, empleado en la composición “El secreto de los ángeles”, una hermosa composición que prologa una cita de Novalis.
   La vereda lírica de la poeta está repleta de nombres clásicos, el paratexto emana de la tradición y acumula magisterios referenciales, desde la presencia auroral de Dante Aligheri hasta el rumor crepuscular de Kafka, hecho casi una advertencia aforística: “Todo lo que amas se perderá pero al final, el amor volverá de otra manera”. Dispersos entre las composiciones del libro resuenan los pasos  de Goethe, Ovidio, Eliot, Dostoievski, Novalis, Shakespeare, Juan Ramón Jiménez o Borges. Sin embargo, el excedente culturalista nunca pierde la naturalidad expresiva y la dicción de línea clara, la voz hospitalaria que comparte reflexiones y vivencias con palabras de piel transparente.
   El lenguaje pone luz al estar ensimismado, deja la voz dormida para que un día sea discurso de clausura que ponga un espejismo de vida en la ceniza, una ilusión fraudulenta de tiempo perdurable. El amor alimenta el sueño fértil de la gratitud a quienes nos precedieron  en la tarea de dar vida e identidad al otro; así se plasma con excelente tino en el poema “Dos almas tutelares”.
   La celebración creadora de esta entrega suma sensaciones que dejan en el respirar un aire nuevo. La escritura moldea el balance; forja un sueño  de “roca y azucena” que hace del amor centro propicio. Sin su energía y su insólita fuerza “El sol no existiría ni las otras estrellas”.
 
 
JOSÉ LUIS MORANTE


 
 
 

 

viernes, 3 de noviembre de 2023

LOUISE GLÜCK. DESPEDIDA

Louise Glück
(Nueva York, 1943-Cambridge, Massachussets, 2023)

 

ROMPER LO FRÁGIL

  
   La concesión del Premio Nobel de Literatura de la Academia Sueca genera en cada convocatoria una incontenible tormenta verbal que suele ser más riñas de gatos y preferencias personales no fundamentadas que opiniones y vislumbres inteligentes. En 2020 eran candidatos transeúntes Adonis, Margaret Atwood, António Lobo Antunes, Anne Carson, Haruki Murakami o Javier Marías. Pero la ganadora anunciada el día 8 de octubre fue Louise Glück, poeta y ensayista norteamericana de reconocido palmarés cuyos libros están en el catálogo de Pre-textos desde hace casi dos décadas. Gracias al traductor de Ararat, el poeta Abraham Gragera conocí la poesía de Louise Glück (Nueva York, 1943) a finales de 2008. En una grata tertulia madrileña, donde intercambiamos libros, Gragera recalcó el ideario figurativo y el aire frágil de aquellos poemas donde lo autobiográfico se convertía en vigoroso argumento.
   Así que para introducirse en el faro de Louise Glück, formado por una decena de poemarios entre los que sobresalen Praderas, AraratAverno y El iris salvaje, es recomendable sondear elementos biográficos que tienen una simbiosis misteriosa con el material poético. Nacida en la metrópolis, pasó una ensimismada primera infancia en Long Island de contornos sombríos, trazados por el fallecimiento de una hermana antes de que ella naciera, que disolvió la armonía familiar. Tejió silenciosamente una fuerte voluntad lectora, que creció en la adolescencia cuando se diagnosticó una anorexia incontrolada. La enfermedad exigiría un prolongado tratamiento de psicoanálisis y la interrupción de su formación académica en Columbia. En este tiempo es cuando aflora su poesía,. cuyo despertar poético supone una imitación de los modos poéticos de William Blake, T.S. Eliot y W. B. Yeats. La prolongada soledad y la terapia le permiten una indagación profunda en las secuencias vitales y un cuestionamiento del clima relacional. Esas dolorosa incisiones no se oculta tras nubes metafóricas, sino que la palabra se convierte en terapia objetiva, como escribe en la indagación crítica Educación del poeta o en el rescate evocativo de Ararat, cuya configuración explana las relaciones familiares, la extrañeza, la sensación de estar fuera de sitio, el proceso erosivo de lo cotidiano y el precipicio final. Son aspectos descritos, como subrayaba la comunicación de Anders Olsson, presidente del comité del premio Nobel, con austeridad minimalista, que enuncian enfoques de grisura desde una ética muy exigente que busca trascender el intimismo emocional.
   Por tanto, la clave argumental de Ararat es la familia, grupo de cohesión donde los vínculos afectivos exigen una intensa relación, como parte del crecimiento personal. Pero la perspectiva de Louise Glück en estos poemas es el desasosiego, una relevante vigilia que revisa grietas y necesidades nunca cubiertas. El yo poético muestra una potente capacidad observadora que asimila y rechaza secuencias vitales. Así amanece un método reflexivo que cuestiona la realidad interna del núcleo familiar. Cada miembro ha sido expulsado del paraíso para afrontar sufrimientos y absorber sentimientos contradictorios. Así se gesta una identidad separada, un esqueje no exento de frustración que busca clarificar su experiencia emocional.
   Ararat propicia una imagen autobiográfica en la que el hablante lírico intenta romper su fragilidad. Su voz revisa estereotipos sin estridencias, con un lenguaje lacónico, sin la tela cálida de los adjetivos. Como ha manifestado, al comentar su estética despojada, Louise Glück hace poesía en el páramo verbal: “Me atraen las elipsis, lo no dicho, la sugerencia, el silencio elocuente y deliberado. Lo que no se dice, para mí, ejerce un gran poder: a menudo desearía poder hacer un poema completo con este vocabulario. Es análogo a lo invisible, por ejemplo, al poder de las ruinas o las obras de arte dañadas o incompletas”.
  Poesía que hace de la humildad una aspiración mística y una cicatrización, para que las palabras encuentren su lugar y su afán de conocer. Latido humano y sangre tibia que surgen de la vida y la experiencia de un yo casi siempre ubicado en el caos, que se sabe fuera de lugar y se amarra al poema y la esperanza.
   El día 13 de octubre de 2023 fallecía Louise Glück con ochenta años de edad y dejo en mi despedida particular la lectura de Marigold y Rose. Una ficción, un libro en prosa poética publicado por Visor este año en su colección de poesía  en edición bilingüe y con versión al castellano de Andrés Catalán.
  El planteamiento argumental del libro sorprenderá de inmediato, como sorprendió a su editor habitual en USA. Dos mellizas, todavía bebés, con un expansivo mundo interior desgranan pensamientos y acciones, como si hubiesen superado las tradicionales etapas del aprendizaje y ya estuvieran respirando en la vida adulta. Marigold, aunque no sabe leer, es una lectora brillante, y está escribiendo un libro en su pensamiento aunque no conozca todavía las palabras. Vendrán después. Mientras Rose es un ser social que disfruta participando en actividades sociales como el baño y que goza de una hermosa presencia física. Son dos identidades muy diferenciadas y, por tanto, complementarias al asomarse al mundo.
   Cada niña percibe un entorno insólito que acentúa su soledad y su asombro, que les hace mirar al mundo adulto con ese punto de recelo de quien apenas entiende lo que sucede alrededor y de lo que, antes o después, pasará a formar parte, cuando empiece la vida oficial. Mientas constatan a cada instante la dependencia de “Madre”, el continuo refugio para estar a salvo, mientras “padre” está lejos sumando o resolviendo enigmas cotidianos. A veces las dos añoran la vida adulta por su enorme cargamento de palabras.
   De las reflexiones interiores de las dos mellizas nace la casa familiar y sus pobladores con una sensibilidad irónica en ocasiones y en otras repleta de ternura al poner silueta propia a los comportamientos de Madre y Padre o al discurrir de un tiempo que camina hacia el primer año de vida.
   En algunas entrevistas de prensa Louis Glück ha definido el libro como una novela poética dividida en breves capítulos. También ha señalado que la ficción nació a partir de los vídeos de sus nietas, grabados por el padre de las mellizas en California, y a quienes no podía visitar en 2020 por la pandemia. De las visualizaciones nacieron observaciones en torno a las bebes y su capacidad de relacionarse entre sí o con los adultos.
   El mundo interior en formación concede a la escritura de Marigold y Rose una perspectiva inédita frente al misterio del tiempo, una forma de expresión sencilla y delicada que se anticipa a las palabras y ayuda a vivir. Por eso resulta paradójico que la ausencia de Louise Glück coincida con el retorno a la infancia de su escritura, con la vuelta a ese tiempo que abre puertas y teje amanecidas, como si confirmara la presencia continua de quien ya no está. Descansa en paz, querida poeta.

José Luis Morante


   

viernes, 22 de septiembre de 2023

HUGO MUJICA. EN UN RÍO TODAS LAS LLUVIAS

En un río todas las lluvias
Hugo Mujica
Editorial Visor
Colección Visor de Poesía
Madrid, 2022

 

SEDUCCIÓN DEL SILENCIO

 

   Sacerdote, ensayista y poeta, Hugo Mujica (Buenos Aires, 1942) compiló su aporte lírico de amanecida en Poesía completa. 1983-2004. Aquel balance consiguió una recepción insólita que impulsó cuatro ediciones vendidas en un corto paréntesis temporal. Así toma cuerpo, con vocación tardía, un discurrir fecundo que muestra una insólita madurez expresiva en las entregas Y siempre después del viento (2011), Cuando todo calla (2013), título reconocido con el Premio Casa de América de Poesía Americana), Barro desnudo (2016), A las estrellas lo inmenso (2019)  y En un río todas las lluvias (2022).
   Son estaciones de un trayecto que han configurado, desde una dicción concisa y reflexiva, un ángulo de visión que entrelaza espiritualidad y despojamiento; que anuda en el lenguaje la seducción del silencio. Un silencio que emana del camino personal del autor y de su experiencia biográfica. El poeta vivió durante siete años en un monasterio trapense y fue allí donde comenzó a escribir poesía. La voz poética impulsa una hermenéutica de lo esencial. Una propuesta de transcendencia. Lejos de la digresión enunciativa, anecdótica y y confesional, la palabra de Hugo Mujica no busca respuestas; es una indagación pausada en el misterio que se convierte en una de las preocupaciones centrales del escritor. La poesía no dibuja la realidad, se demora en sus indicios para percibir su razón de ser. Escucha lo que las palabras no dicen en un brotar inasible que lleva a un proceso de autoconocimiento y abstracción. De ese aprehender emerge la poesía, el paso inadvertido del inicio.
  Desde los versos iniciales, Hugo Mujica enfoca el poema desde la mirada interior. Quien escribe se recoge en sí mismo, no para nombrar sino para escuchar; para intuir más allá de quien hilvana percepciones. Con escueta dicción, el poema alumbra; asume que la esencia habita en la paradoja y la interrogación; la quietud de los elementos despliega ecuaciones sin resolver que acaban fundiéndose en la quietud: “Hay palabras /    que son el silencio / de lo que ellas mismas / dicen/      dicen raíz /     no follaje”. Lo real muda en lo inasible interior; se asienta en los pliegues de la luz, activa un instante de vida que hace de la chispa plenitud y cumplimiento. Hay una confluencia entre lo que llega y lo que pasa, un umbral, una línea de cruce. Entender el poema es rozar su significado: “Al escribir con la mano / la mano es la que / enseña, /    pero lo aprendido / se muestra solo al final: / es lo que fuimos / borrando.”
  El sujeto poético no se muestra; sólo se hace vislumbre. Está ahí para buscarse en el fluir del pensamiento que quiere convocar al lenguaje. Quien escribe escucha; se hace indefinición porosa que aloja exploraciones capaces de captar el silencio; con su desnudez las voces vivifican y sostienen el cuerpo de lo nombrado. El poema es un tapiz propicio donde adquiere mucha importancia la configuración de los espacios versales. Conforman una partitura fragmentaria.
  Los versos quiebran la frase, alojan tras las imágenes su propósito de  desnudar al silencio del silencio. Desde el interior de los significados nace la hondura, todo ese instante que de pronto es nada, una vibración que enciende luz dentro del párpado.


 
JOSÉ LUIS MORANTE
 
 
 


lunes, 3 de octubre de 2022

KARMELO C. IRIBARREN. EL ESCENARIO

El escenario
Karmelo C. Iribarren
Colección Visor de Poesía
Madrid, 2022


CON LUZ DE NOVIEMBRE

  

   Poco a poco el entorno vital se va vistiendo con luz de noviembre. Reconstruye con paso sereno un itinerario de madurez en el que se despliega la conciencia, buscando su razón existencial. La mirada entonces se hace más honda, más esencial, más lenta. Karmelo C. Iribarren (Donosti, 1959) ha hecho de su poesía un cuaderno de viaje en el que buscan cauce las aguas neblinosas de la vida, esas huellas recientes de lo transitorio.
  Y este es el marco escritural de El escenario, la entrega más reciente del poeta, tras la compilación Poesía completa (1993-2018), itinerario de largo recorrido con prólogo de Pedro Simón, y la reedición en Papeles mínimos de su obra en prosa Diario de K (2022), una indagación autobiográfica en la que los concisos contornos del aforismo albergan los matices del pensar.
   El pulso en claroscuro del tiempo se ajusta con las citas de Luis Antonio de Villena, Luis García Montero y Ángeles Mora, tres voces que se asoman al camino para percibir su continuo deambular hacia el atardecer y su fuerza de arrastre. El poeta inicia escritura con una reflexión sobre el movimiento continuo, centro orbital de la filosofía de Heráclito, y la naturaleza paradójica del agua: “Quiere irse y no puede, / quiere quedarse y tampoco.”
   Pablo Macías, el mejor estudioso de la poética del donostiarra, ha resaltado la naturaleza de testigo activo del sujeto poético. La contemplación se convierte no en objetivación enumerativa del escenario sino en vía de conocimiento e interiorización. Muchos poemas moldean cálidas secuencias urbanas; conforman acuarelas verbales que retratan un ambiente y una conversación en soledad con el transeúnte que percibe. Es el caso de poemas como “Estampa invernal”, “Desde mi ventana”, “San Sebastián, Café Viena, Invierno”, “La vida en los cafés” o “Los cisnes”. Todos exploran mínimos horizontes cobijados en la memoria. Alzan arquitecturas de recuerdos, imágenes y sensaciones que dejan el tacto de que lo cotidiano se repite y vuelve. Respirar postula un largo viaje interior que nos conforma como sucesivos extraños que miran el mundo con el aire apagado del cansancio, como si poco a poco fuese languideciendo la fuerza del asombro sin hallar nada nuevo. Es el tiempo de los claroscuros: “Hay días grises, / tediosos / que, a última hora, / cuando ya no esperas nada / te sorprenden / con un crepúsculo espectacular. / Yo los llamo / días paradójicos: / su muerte los salva”; pero también de mantener intacta la verticalidad de la esperanza y a salvo de decepciones. Leemos en “Evanescencia”: Al despertar / de la siesta / -todavía un instante- la sensación de haber soñado / que un mundo mejor, / más habitable, / más humano / era posible. / Pero fue abrir los ojos / y olvidar los detalles”.
   La sensibilidad del tiempo y su disposición a la finitud está muy presente en El escenario. En cada amanecida resulta palpable que el discurrir tiene sus propios planes y es necesario abrir los ojos para perfilar cambios y mutaciones, esos inadvertidos arabescos de lo rutinario. Persiste en la retina un color otoñal, un fondo de imágenes que la memoria guarda al fondo para constatar su propia historia, su estela mínima de ascuas encendidas entre la noche al raso.
  Los poemas de El escenario trazan una estética de la humildad, una fotografía de poesía cercana, a trasmano de solemnidades y transcendencias. Prefieren un figurante cercano y reconocible en sus actos cotidianos, que adquieren una perfecta verosimilitud. Un paseante solitario se asoma al entorno y a sí mismo para encontrar un poco de seguridad y esperanza en el equilibrio inestable de la incertidumbre que le permita volver a casa. El tiempo se ha adueñado de las calles, marca ausencias, y va poniendo sombras en el recorrido, ese trayecto breve, repetido, tenaz, que se extiende “de la esperanza a la melancolía”.
   Desde esa certeza atenuada, nos llega la penúltima visión de casi todo, la perspectiva de un paisaje personal por el que deambulan sombras que pugnan por definir sus trazos, espaciosas aceras que tienden la mano a algún encuentro o acrecientan el frío de la soledad. Son los trabajos y días de un secundario, de una de esas identidades que parecen estar fuera de foco y que ajustan su inexistencia aparente a una poética en voz baja. Qué excelente reflexión metapoética en “Mis palabras”: Ni proponen enigmas / ni resuelven misterios, / son solo / esas palabras que utiliza la gente / para hablar de los asuntos de la vida / cuando se encuentra por la calle. “. Jaime Gil de Biedma habló en su poesía de esas palabras de familia tibiamente gastadas, y Karmelo C. Iribarren las abriga en la dicción coloquial del hombre común, de quien muestra en ellas sin muchas expectativas, mientras dibuja con pacientes apuntes  los límites de su mundo.
     El escenario no pierde nunca sus coordenadas de representación.  En él se dan las manos solitarios y ausentes. Soledades que dejan sombras de inquietud sobre la pared para ratificar lo inmediato; su paso itinerante y los efectos del tiempo. La caligrafía de esas horas lentas del crepúsculo que, poco a poco, se encaminan hacia un fundido en negro.
 
JOSÉ LUIS MORANTE


 
 
 
  

martes, 17 de mayo de 2022

LUIS ALBERTO DE CUENCA. DESPUÉS DEL PARAÍSO

Después del paraíso
Luis Alberto de Cuenca
Visor, Poesía
Colección Palabra de Honor
Madrid, 2021


LA PIEDRA DEL MOLINO


    La fuerza intelectual de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950), desplegada en géneros y libros con sostenida cadencia, convierte su presencia literaria en admirable clave de profundo calado. Cada salida renueva la razón poética de una trayectoria, plena de raíces humanistas, que mantiene su apuesta por alumbrar una voz clara y comunicativa, asentada en el suelo clásico de la tradición, capaz de articular una existencia, emocionante e íntegra, y transformarla en poesía. El resultado es un largo recorrido jalonado de hitos como La vida en llamas (2006), El reino blanco (2010), Cuaderno de vacaciones, que obtuvo el Premio Nacional de Poesía en 2014 y el extenso volumen Bloc de otoño, que reúne ciento veintitrés poemas escritos entre 2013 y 2017.
  Con fertilidad inagotable, Luis Alberto de Cuenca recoge en Después del paraíso la tarea poética realizada entre 2018 y 2021, distribuida en cinco epígrafes. Sirve de umbral una clarificadora nota autoral, cuyo contexto tiene vínculos estrechos con el tiempo de pandemia y el discurrir de estos dos últimos años de mascarillas y ensimismamiento. El paraíso, aquel lugar angélico y auroral, ya es solo un espejismo de la memoria cultural. El escenario se ha diluido en el tiempo. Ahora caminamos por trochas con nítidos meandros de luces y sombras, en la que impera el silencio de la incertidumbre. En esa noche oscura la poesía ha nacido como consecuencia directa de nuestro destierro para recordarnos que hubo un tiempo sin mácula, una albada de felicidad frente a los meandros de lo contingente, a esos “pánicos de lo cotidiano” que constituyen el áspero argumento del ahora.
   La dedicatoria del libro refuerza el sentido de la evocación, quehacer propicio para recuperar esa casa encendida que preserva el sentimiento: “Para Alicia en su cielo”. Así comienza un poemario cuya primera sección “Costa Smeralda” toma nombre de uno de los enclaves turísticos más celebrados del Mediterráneo, en Cerdeña. El lugar es imagen exacta, perdurable, de un paraíso natural por la belleza de las calas, la arquitectura habitable y el azul turquesa del mar. La plenitud visual cautiva; es capaz de reavivar el deseo y celebrar su pulsión vital, aunque sea de forma precaria.
  En el camino del poema se impone el mapa de la memoria; esa certeza de que vivimos un vadear donde languidecieron la esperanza y el favor de los dioses. Luis Alberto de Cuenca, que ha utilizado la estrofa japonesa con frecuencia, recurre al haiku encadenado para sembrar indicios sobre la naturaleza paradójica del amor, que apareja consigo la abierta hendidura del dolor. El formato subordina la fuerza expresiva del trío versal al contexto global del poema y añade además los efectos sonoros de la rima asonante. Esta exploración de moldes se percibe también en composiciones como “Eneasílabos”, un metro versal escasamente empleado en su poesía, que se ajusta mucho mejor a los alejandrinos y al experimentado endecasílabo; o en el rescate de estrofas cerradas como el soneto, con excelentes logros como “Todo es amor”.
  El otoño vital fortalece el escepticismo y la mirada al pretérito, dibujado con fuerza por el habitual legado culturalista. Se constata en composiciones  como “Teopompo y Filipo” y “Lo vivo y lo pintado”; pero el amor y la ternura conviven con enfoques más reflexivos sin ninguna aspereza, y dejan su magia reubicados en composiciones plenas de intimismo confidencial como “En tu armario ropero”.
  El conjunto “Epigramas amorosos” hace del otro enclave fuerte. Amar es renacer, poner en marcha un fluido cauce onírico, un impulso que va borrando contornos perecederos. Luis Alberto de Cuenca busca el tono celebratorio de la lírica amorosa para festejar la belleza y la plenitud del deseo, aleja la solemnidad y contrapone enunciación e ironía en la mirada intimista, como en “Teorema de Pitágoras”.
  Las secciones “Mientras duermo y otros poemas” y “Suite virgiliana” están marcadas por la variedad de sustratos del encierro pandémico. Lo que diluye cualquier grisura existencial y alienta el orden íntimo es la presencia de la amada, capaz de reverdecer claridades y sueños, pero también la copiosa biblioteca que despliega una cartografía cultural inacabable, junto a la fortaleza de la fe y el resguardo de la confianza en un Dios creador y discreto que alienta y protege con su desvelo a las criaturas. La reflexión etimológica sobre pánico muestra la sabia erudición del poeta y su capacidad para entrelazar el legado del libro con el tempus fugit de una “trastienda mental” teñida por la angustia, el ensimismamiento y los destellos de melancolía, provocados por el ámbito sombrío de la clausura ante el virus.
  En “Suite virgiliana” no se perciben bifurcaciones formales o quiebros en el itinerario. Las composiciones amanecen glosando la edad de oro, y en esa evocación de un tiempo áureo se retrata con trazos limpios el destino de ser, esa tarea que nos humaniza, entre el deseo, el azar, el trabajo y la muerte, que cobra en estos poemas un protagonismo central.
   En los versos de “Hojas sueltas”, la sección final, compila una convivencia heterodoxa de asuntos. Habitan en sus páginas poemas amorosos, donde se ensayan estrofas tradicionales como las coplas de pie quebrado, sonetos, himnos; en suma,  la realidad y el sueño de la infancia, la discreta normalidad de un solitario que toma el pulso a la vida diaria con la belleza perenne de los libros y el calor habitable de las palabras: “De nosotros depende que amanezca / del todo, sin reservas, para siempre, / y que el sol no se ponga,  y que podamos / salir del hoyo y trabajar en paz”.
 
 
JOSÉ LUIS MORANTE
Revista Clarín, nº 158, pp 78-79,
Marzo-Abril de 2022



        
 

jueves, 3 de febrero de 2022

ANDRÉS GARCÍA CERDÁN. EL ÁRBOL DEL LENGUAJE

El árbol del lenguaje
Sobre la poesía de Julio Cortázar
Andrés García Cerdán
Editorial Visor
Biblioteca Filológica Hispana
Madrid, 2021


AGUJAS DE MAREAR


    Al sondear la suma literaria de Julio Cortázar es un error frecuente ubicar la poesía en un rincón inadvertido, casi oscurecido por completo por la apertura infinita de la narrativa bifurcada en relatos, novelas, ensayos y artículos. Al análisis de su dimensión real dedica Andrés García Cerdán, Doctor en Literatura por la Universidad de Murcia, profesor en la UCLM y voz esencial del mapa poético contemporáneo, el ensayo El árbol del lenguaje. Sobre la poesía de Julio Cortázar para festejar los cincuenta años de vida de Pameos y meopas, título que acoge las composiciones escritas entre 1944 y 1958. El trabajo ensayístico se suma a las exploraciones literarias anteriores, Discurso del método, método del no discurso. Sobre la poesía de Julio Cortázar (2010) y la indagación La muerte del lenguaje. Para una poética de lo desconocido (2018).
   El ensayista traza la línea argumental del volumen yuxtaponiendo reflexiones teóricas, con un pórtico poético. En la de amanecida “las oportunidades de la distracción” advierte que la sensibilidad poética es un inabarcable espacio de contradicciones que hace posible un despliegue del lenguaje introspectivo y expandido hacia las cosas. desde itinerarios proteicos, intuitivos, rupturistas con la racionalidad de una estética cerrada. Así sucede, según el ensayista, en el fluir poético de Julio Cortázar, siempre proclive al juego literario y la inmersión exploratoria en las posibilidades del lenguaje y en las coordenadas menos transitadas de la realidad.
   El árbol del lenguaje permite escalas subterráneas y aéreas. Construye un ámbito rizomático, disgregado. Desde esa perspectiva, Cortázar, según el estudioso, “atiende a las explosiones de una palabra febril, vertiginosa, matinal, palabra que no se consuma, como sucede en el uso instrumental del lenguaje, sino que permanece perpetuamente abierta hacia el interior de sí”. Por tanto, es esencial en el lenguaje el papel de apertura. Velar por la exclusión de un sistema canónico y fosilizado que erosione su dinamismo subversivo y el rol generador de otras dimensiones de lo real. Esto permite una obra poética permeable, en continua mutación que, sometida a una fuerte pulsión dialéctica, recorre una larga distancia formal entre la amanecida de Presencia hasta los frutos últimos de Salvo el crepúsculo.
   García Cerdán emplea una etiqueta crítica de Octavio Paz, la tradición de la ruptura, para integrar en ella la expresión creativa de Cortázar; su poesía repudia cualquier sumisión a cauces académicos, ideológicos o sociales para establecer un orden solar, una poética cuestionadora. Su obra está marcada por la intuición libre y por relaciones simbólicas con los estratos asimétricos de la realidad. No sería, por tanto, la creación artística un producto estético sino una inmersión en lo irracional, una búsqueda de estratos significativos, más allá de lo aparente y una red de planos de la realidad visualizada mediante el pensamiento analógico.  
   La sección “Baudelaire-Mallarmé-Rimbaud” remonta la ascendencia del inconformismo poético de Cortázar. El escritor mantiene una fuerte evolución, impulsado por su insatisfacción progresiva y su abierta fe en las posibilidades del lenguaje. Así lo manifiesta en su escritura: ”La poesía es una aventura hacia el infinito; pero sale del hombre y a él debe volver”. Su poética también se vincula a la llamada poética del delirio y al credo surrealista, como se subraya en el hermoso texto de “Teoría del túnel”.
   Toda creación sugiere una perspectiva que trasciende lo estético y define una posición, un humanismo crítico, una toma de conciencia. El ensayista recuerda que para Cortázar “la poesía es un camino de conocimiento y compromiso”, una respuesta ante la existencia y el devenir histórico que está en continua revisión.
   El ojo crítico de Andrés García Cerdán propone en El árbol del lenguaje una caracterización de la trayectoria poética de Cortázar como obra abierta, despojada de juegos retóricos y del intimismo reflexivo de la oratoria autobiográfica. Es una creación emancipada, hecha desde la voluntad de cambio y transformación. En ella se cobija la excepción como acceso a una realidad oculta, solo asequible bajo la piel porosa del lenguaje.
 
 
 JOSÉ LUIS MORANTE


 
 

martes, 21 de diciembre de 2021

ROLANDO KATTAN. LOS CISNES NEGROS

Los cisnes negros
Rolando Kattan
XX Premio Casa de América de Poesía Americana
Editorial Visor, Colección Visor de Poesía
Madrid, 2021 

 

PERTÍCULAS DEL YO


  Los senderos creadores de Rolando Kattan (Tegucigalpa, Honduras, 1979) diversifican una voluntad fuerte que aglutina itinerarios contiguos por la bibliofilia, la gestión cultural y la edición. Pero el bagaje más valioso es la labor poética, que compendia los títulos Animal no identificado (2013), El árbol de la piña (2016), Acto textual (2016), Luciérnaga de otoño (2018) y Un país en la fronda (2018), con versiones a una decena de idiomas.
  El poeta es reconocido ahora con el XX Premio Casa de América de Poesía Americana por su entrega Los cisnes negros. Con sensibilidad contenida, el libro se analiza muy brevemente en el liminar del poeta Joan Margarit, Premio Cervantes 2019, cuyo magisterio a pesar de la ausencia persiste intacto. Tras las solemnes citas de Juvenal, Rubén Darío y Jorge Luis Borges, así define Joan Margarit el tacto escritural del hondureño: “Rolando venía desde ese misterio mucho más profundo que es el ser poético, que lo que explora incansablemente no solo es el mundo físico y sus ciudades, sino la vastedad de la propia vida, por la que él transitaba apasionadamente acompañado por todas sus lecturas, de Virgilio a Neruda”.
   Al buscar la carne metafísica del título, tan próximo al verso de Juvenal, que asocia el animal con una rara avis, es inevitable recordar, de ahí la pertinencia de la cita, la silueta del cisne y su eclosión de belleza con la etapa modernista de Rubén Darío; en su estética, la majestuosa figura se convierte en plenitud e idea del arte nuevo; es renacimiento y vitalismo existencial, cruce de luz y armonía. En los versos de Borges el pensamiento asocia el cisne negro con lo imposible, según la creencia clásica, pero añade, con deje lúdico, “en Australia no había otra cosa que cisnes negros”, un proceso consciente de construcción de lo posible, de normalidad  y esperanza. Con estos elementos, Rolando Kattan elabora una entidad propia al ave en el poema “Animal no identificado”; los cisnes negros no tuvieron sitio en el arca de Noé, cuando el diluvio, y mudaron en evanescencia “porque no fueron creados por Dios sino por un poeta”. Una hermosa teoría que convierte a Los cisnes negros en seres extraños y paradójicos que concentran un punto de belleza singular, distinta,  insoslayable.
   Rolando Kattan abre itinerario con el poema “Ovejas versus cisnes” y hace de la ironía una estrategia de acercamiento a la sensibilidad del otro. El poema concentra sugerentes imágenes en las que el cisne negro es “un manso ángel que no interroga ni responde: en silencio y junto a ellos, somos nosotros la pregunta…”. El poeta no duda en convertir el avance del libro en genealogía y experiencia interior; en puente hacia la evocación y el devenir del tiempo.
   Las partículas del yo se diseminan entre la fuerte caligrafía introspectiva. Se recupera el pasado con una voz profunda, empapada de lirismo. Retornan con emoción esas instantáneas que ya son animales imaginarios, ausencias que el fluir temporal va diluyendo en la memoria. Su retorno se convierte en razón de escritura, en esa inútil búsqueda de respuestas. Lo ratifica el poema “Dress code”: “Esconderse en las páginas de un libro, / detrás de la palabra, y memorizar el ojo / que se acomoda, se entrecierra y guiña. / Pedir prestado un sombrero de copa / y así burlar la muerte prematura. / Vestir la cola de un pavo real / y no mirar la bala que te sigue…”
  En la identidad verbal de Rolando Kattan dibujada en Los cisnes negros la experiencia vital es una constante. Inicia líneas de pensamiento en las que la memoria adquiere una contundente configuración. Quien habla desde sí mismo ofrece poderosas imágenes; en la textura del sujeto interior está la contradicción, los cantos de despedida y esperanza, y están las huellas de un largo periplo personal, con un mudable contexto afectivo y con el desvelo de una incisión indagatoria, empeñada en la urgente búsqueda de lo imposible.
 
JOSÉ LUIS MORANTE

 

 

 

 

 

lunes, 13 de diciembre de 2021

IOANA GRUIA. LA LUZ QUE ENCIENDE EL CUERPO

La luz que enciende el cuerpo
Ioana Gruia
Premio de Poesía Hermanos Argensola 2021
Editorial Visor
Madrid, 2021


PIEL Y LATIDOS

 

    Antes de iniciar la lectura de La luz que enciende el cuerpo la memoria recupera, de inmediato, un recuerdo personal. El dibujo de cubierta “Sol de la mañana” del pintor estadounidense Edward Hopper, también se reproducía en La vendedora de tiempo, novela publicada en 2013 que la autora presentó en Madrid. Fue en uno de los colegios mayores de la Ciudad Universitaria, con excelente respuesta de público. Tal contingencia de repetir la ilustración de portada conforma la sensación de que en los poemarios de Ioana Gruia, El sol en la fruta (2011) y Carrusel (2016) y La luz que enciende el cuerpo (2021) habita la misma sensibilidad que en sus propuestas narrativas. Ambas estrategias expresivas persiguen la confidencial claridad de la amanecida; arropan esa conciencia íntima del discurrir que busca en la memoria el rumor misterioso de la existencia, disperso entre las cosas del entorno.
    La escritora, nacida en Bucarest en 1978, pero residente desde hace muchos años en Granada, donde ejerce como profesora universitaria, abre su libro con el apartado “Las mujeres de Hopper”; los textos proponen un diálogo directo con los cuadros. Las composiciones, plenas de enunciados descriptivos desde una perspectiva realista, respiran el aire cálido de las imágenes, una densa floración de sensaciones donde se aglutina soledad, deseo, esperanza y el pálpito vital que emana desde la desnuda belleza de los cuerpos en la ebriedad de los sentidos.
   El apartado homónimo “La luz que enciende el cuerpo”  invita a un largo viaje entre los pliegues del yo más íntimo. Así se percibe en el verbo confidencial de “Salvavidas” que hace del erotismo y su celebración una lumbre, como se revela en la calidez de sus versos: “Soy una llama acuática, ventana / abierta al cuerpo nuevo, luminoso, / alumbrado del sexo con la lengua, / con los dedos que se hunden en la noche”. El recuerdo asedia el pensamiento y se convierte en fuerza interna para fijar el imaginario deslumbrante del deseo, su resplandor callado cuando acecha la noche en soledad.  Se hace canción y vida reclamando la voz común de lo femenino. La afirmación de su quehacer tiene en la escritura un cuarto propio y un aliento común que reivindica la pulpa impetuosa de la vida, su libertad pactada, su vuelo ante los otros.
   La compilación central lleva por título “La música secreta” y en ella se ejercita la contemplación. Un yo desdoblado se observa en cada gesto diario para conocer mejor la sintaxis enredada de su identidad. Desde ese desdoblamiento nacen las secuencias de un largo trayecto que aglutina instantáneas y conocimiento. Ellas conforman el patrimonio confidencial de la casa encendida, los desasosegados gestos de vivir y el sustrato de sombras que subrayan “la sensación de haberse equivocado en algo decisivo”, como advirtiera Luis Rosales en los versos memorables de “Autobiografía”. La voluntad de ser ha sumado los pasos de un caminar torcido; el discurrir tapona salidas y crea desconcierto; advierte en sus meandros sobre el aprendizaje de la decepción. Queda el amor y el cauce sentimental como esperanza de salvación y regreso, como manos que alzan muros firmes de fuerza y alegría, que llenan de energía  piel y latidos.
   El poema “La música secreta” hilvana su argumento como centro exacto de un tiempo que arrastra y se distancia hacia una vida nueva. Es casi una balada que tiene el orden claro del acorde; la música feliz de un pentagrama de notas cotidianas, previsibles, inquietas, que buscan su sentido y su armonía en el estar diario.
   El yo también se hace protagonista de “Parque interior” en composiciones como “Genealogía”, un cálido recuerdo familiar a los progenitores, y en otros textos evocativos, donde retorna ese tiempo auroral que inventa los recuerdos y su verdad precaria. Los contornos de “Canciones” alumbran una expresión poética definida por la melancolía de la ausencia, o con los miedos que habitan paisajes interiores donde la luz no llega. Otras composiciones tienden sus versos para mostrar las grietas de lo perdido o los movimientos de la soledad que solo en la música encuentra un poco de compañía.
   Integrados en “La casa de mi piel” y “Epílogo”, los últimos poemas dejan una estela de nombres propios, cargada de significado emocional y del vitalismo de la lucidez: Luis García Montero, Joan Margarit, Cesare Pavese; son poetas que comparten la indagación reflexiva de la arquitectura poética, la sensación de alinearse en el tacto hospitalario de una lírica sentimental, cuajada de emoción y sustrato autobiográfico: “Quedémonos aquí, en este banco, / me dijiste, y volvió mi adolescencia / con esa luna encima del barranco / y aquella sensación de pertenencia / al latido del mundo en una piel”.
   Ioana Gruia abre un profundo surco de afinidad y reconocimiento con la idea del poema como casa habitable y viaje introspectivo. Con ese acorde, las breves reflexiones de Luis García Montero en la contraportada miran el ideario de La luz que enciende el cuerpo con la cadencia de un cántico liberador, que expone la dimensión espiritual del cuerpo. Queda en los versos el sustrato humano de un pensamiento poético que en cada instante proclama desasirse de lo contingente y anhela una respiración de claridad, el despertar de un día propicio al asombro de ser,  “cuya verdad forma parte de nuestra verdad”.

JOSÉ LUIS MORANTE


jueves, 9 de enero de 2020

LUIS ALBERTO DE CUENCA. BLOC DE OTOÑO

Bloc de otoño
Luis Alberto de Cuenca
Visor, Colección Palabra de Honor
Madrid, 2018


CUADERNO DE VIDA

   Casi desde la amanecida, en los años setenta, los trabajos y días de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) mantienen una presencia fuerte en el marco novísimo, aunque es el libro La caja de plata (Renacimiento, 1985) el que concede a su voz relieve singular al conseguir el Premio de la Crítica. Aquella entrega mostraba las cartas estéticas del poeta, su apuesta nítida por una línea clara y comunicativa que se prolonga en el tiempo, con encomiable paso, hasta el ahora. El resultado es un trayecto jalonado de hitos como La vida en llamas (2006), El reino blanco (2010), o Cuaderno de vacaciones, que obtuvo el Premio Nacional de Poesía en 2014.
  El volumen Bloc de otoño reúne ciento veintitrés poemas escritos entre 2013 y 2017. Tal cantidad nos habla de una fertilidad inagotable que se presenta distribuida en cinco apartados cronológicos. La estructura expande diversidad de intereses argumentales, reconstruye el  proceso poético y traza la evolución en el tiempo de una lírica que nunca pierde su aire urbano y su hiperrealismo expresivo.
   Sirve de pórtico a esta entrega una clarificadora nota de autor. Se enuncia en ella que en el agrupamiento se opta por el tiempo de escritura como marca de acogida, desde la creencia de que es el trayecto existencial y los meandros de lo contingente los que constituyen el único argumento de un libro de poemas. También comparte otro pormenor: fue el director de cine José Luis Garci, amigo personal del poeta, el que sugirió el uso de la palabra bloc, término propicio a la evocación.
   En el intervalo digital del presente, la pantalla encendida del ordenador constituye la herramienta de trabajo habitual y se ha convertido en mapa de la memoria. El bloc, como conjunto de hojas de papel superpuestas para escribir o dibujar, casi ha desaparecido; tiene el formato de notas volanderas que recuerdan lo contingente. Pero no ha perdido la emotiva semántica de sembrar indicios del pasado. Y es este sentido el que Luis Alberto de Cuenca concede al título, una expresión rememorativa que además abre el matiz crepuscular de la madurez. El otoño vital fortalece el escepticismo y la mirada a otro tiempo. Por otra parte, también es un guiño culturalista a Sonata de otoño de Valle Inclán, una obra querida por el poeta que forma parte de esos tesoros culturales de su extraordinaria biblioteca personal.
  El primer conjunto “Se va haciendo de noche” se fecha en 2013. El complejo pensamiento de la madurez mira el mundo con una percepción no exenta de pesimismo que marca los renglones de la caligrafía vital. La sensación de pérdida se convierte en signo constatable del discurrir. Poco a poco la felicidad va borrando contornos. Aunque Luis Alberto de Cuenca no busca el tono declamatorio de la queja, intimista y subjetiva, sino la expresión de un estado de ánimo que moldean, al unísono, peripecia biográfica y aderezo culturalista. Así se percibe en poemas como “Inútil prima Vera” donde se recurre a la máscara de un personaje interpuesto a través del monólogo dramático.
   El avance del libro viene marcado por la variedad de sustratos, lo que diluye cualquier monotonía, y deja espacio a la sorpresa. Son temas, por ejemplo, una reflexión sobre un libro como La historia interminable, un sueño, las cartas amorosas que alguien olvidó en los cajones del pasado, la reivindicación del legado cultural germánico, el recuerdo de lecturas infantiles que abrieron el repertorio de la imaginación en los hijos del poeta, o esa nueva formulación del tempus fugit que contiene el poema “Se va haciendo de noche”, escrito con un destello de melancolía provocado por el avance crepuscular de la penumbra en contornos y formas.
  Ni en “La montaña” (2014), ni en los apartados siguientes se perciben bifurcaciones formales o quiebros en el itinerario. Las composiciones tienen un carácter único. En ellas se retrata con trazos limpios una nítida suma de varia intención. Habitan en los versos, en grata convivencia, la realidad y el sueño. Y se intercambia su presencia con una discreta normalidad. En el poema “Sueño de Paco Rico” aparecen las extrañas flores del onirismo; su sensibilidad deja en la cercanía el recuerdo de otro poema muy conocido del autor –al cabo cada poeta es un conjunto de obsesiones que inciden para perdurar- que lleva por título “Hoy he tenido un sueño con amigos”. Y que es también un homenaje explícito a esas presencias afectivas que jalonan el itinerario biográfico. La atmósfera cognitiva de los sueños y sus derivaciones emocionales crean una percepción enriquecida; lo real se expande a través de una imaginación activa que es el germen lírico de composiciones como “Sueño del jardín sin retorno”, “Sueño del dragón bibliotecario” o “Sueño del Grial de la amistad”. En ellas conviven evocaciones, actitudes vitales y esa carga simbólica que sostiene en el tiempo lo contingente, el burbujeo de lo perecedero.
   La escritura como palimpsesto muestra una filosofía de la composición que   se mantiene intacta en los tramos de Bloc de otoño hasta el apartado de cierre, “”Quiero decirte algo”. El poeta no duda en iluminar la voz propia con el rescate de otros poemas de voces del canon. Y ese gesto potencia el nacimiento de nuevos versos, impregnados de la mirada subjetiva y de renacidos efectos lectores. Es también una forma de homenaje al apacible hemisferio de la biblioteca, “ese lugar donde no pasa el tiempo que nos va aniquilando” y en el que toman posesión a diario mitos y sueños.
   La dicción coloquial que habita en los versos de Luis Alberto de Cuenca contiene un fuerte entrelazado culturalista. La incansable sabiduría del investigador, traductor, ensayista y filólogo siempre alza vuelo, pero lo hace con una sensibilidad exenta de púlpito y gravedad conceptual. Y con frecuencia, compartiendo referentes culturales con humor e ironía, con ese escepticismo que hace juego a las aleatorias caligrafías de la existencia.

JOSÉ LUIS MORANTE
        

martes, 2 de julio de 2019

RAQUEL LANSEROS. MATRIA

Matria
Raquel Lanseros
Premio de la Crítica 2018
Editorial Visor
Colección Palabra de Honor
Madrid, 2018


EPIFANÍAS


  La singular exploración creadora de Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, 1973) constituye uno de los aportes básicos de la poesía contemporánea. Así se percibe en los frecuentes estudios y antologías que integran su ideario, o en la versión de sus poemas a espacios lingüísticos como el inglés. Y se determina también al publicar su último trabajo, Matria, en la mejor colección del momento, Palabra de Honor, en cuyo catálogo figuran nombres que conforman núcleos referenciales: Ángel González, Luis García Montero, Joan Margarit…, autores  que nunca están lejos del enfoque de la poeta.
  Hace algún tiempo Raquel Lanseros empleó el neologismo Croniria  para dar voz al poemario aparecido en 2009. La palabra aludía al abrazo entre cronos –tiempo- y onirismo –sueño- y revelaba un campo semántico donde deambula una sensibilidad marcada por lo transitorio; era un soplo de fuerza para expandir los límites de una realidad limitada por lo gregario. Ahora reitera el acierto en el empleo de la palabra Matria. El sustantivo anticipa una síntesis conceptual entre madre y patria, dos entidades que postulan la condición del regazo y la fuerte vinculación afectiva. Añade además la contraposición entre el entorno individual familiar y el estar del afán colectivo, una constante en Raquel Lanseros, cuyo intimismo confidencial abraza una perspectiva integradora con los asuntos sociales más relevantes, los que añaden los cuerpos de letra grande a los titulares de prensa.  
  La autora de Matria resguarda en las citas prologales una musicalidad precursora y diversa. Aglutina el espíritu indagatorio de Rosalía de Castro, el aporte matérico del cuerpo de Ingeborg Bachmann, la voluntad de trazar itinerarios explícita en Rosario Castellanos y la conciencia mudable de lo temporal que rastrea Li Qingzhao. Son voces que impregnan la amanecida con tercas preguntas que rompen el rígido esquema de la quietud. De esos nutrientes dubitativos  mana el poema inicial, “La loca más cuerda”. De inmediato, el aserto mantiene un diálogo interno con el dictum teresiano que definía la imaginación como la loca de la casa del yo. Y así lo confirma el devenir intimista. El recorrido por los laberintos singulares de la identidad propicia la convivencia con el delirio y el extravío. Son coordenadas que toman distancia frente al férreo cartabón de lo racional.
   Esa estela en el agua de lo imaginario postula una amanecida. Es una puerta al asombro que suma pasos cielo arriba, con la fuerza de dejar su huella sobre el barro originario, sustrato que aglutina sensaciones y pensamientos, emoción y conocimiento. En el lecho de niebla del conformismo, la epifanía concede una localización precisa a la celebración, a ese momento álgido en el que se manifiesta y se revela el mundo, asociado a la luz : “Y qué gozosamente, con qué brío / uno se da de bruces con el mundo / y antes de comprenderlo ya lo ama”.
  Pero Raquel Lanseros sabe que el yo ensimismado y autosuficiente es un espejismo, una ilusión fraudulenta. Por eso su poesía trasciende el ego reductor para emprender rutas compartidas con lo colectivo. La convivencia es tarea que aglutina el sueño fértil de los que nos precedieron y el sabor nuevo de las identidades que se van sumando, ya sean inmigrantes, mestizos, hermanos o pasos renacidos que secundan, desde el recuerdo y la melancolía, el sitio del origen. Es la suma de sensaciones que moldea el balance, ese paréntesis vital que cierra la biografía.
   Por su deconstrucción, el poema “Europa” adquiere una insólita fuerza expresiva. El ritmo del texto tiene una respiración entrecortada. Disemina las sílabas de forma aleatoria, siembra blancos y parece discurrir a tirones. Ese ensamblaje fragmentario describe una realidad que presenta un equilibrio frágil, porque sus materiales son heterogéneos y amenazan una continua desintegración. El poema testifica un tiempo desnortado. Proliferan las ideologías disgregadoras y los sistemas conceptuales que actúan como virus; la verdad no es un sistema orgánico de dogmas sino un informe conjunto de postulados que sufre una completa desfiguración. La actualidad de Europa es intemperie, un cúmulo feroz de alambre de espino y fronteras cerradas, un Mediterráneo con marejada fuerte. Guarda en su seno el silencio de los ahogados que creyeron en una tierra de promisión; y un rumor de barricadas y trincheras que amenaza con dinamitar la convivencia, envueltos en la bandera del fundamentalismo nacionalista; muros que fomentan la diferencia y la segregación, el odio al otro. 
   No pasa inadvertida la voluntad formal. Aunque el poema en verso libre es molde habitual, se emplea en ocasiones el esquema cerrado del soneto, por ejemplo en “Fuego mutilado” o se recurre al inglés para globalizar la lectura en composiciones que añaden como una nota a pie de página la traslación al castellano. También la rima machadiana de las coplas y su aire popular suena en el poema “Coplas del pensamiento poliédrico” un alegato contra el rigor del dogma y un subrayado del carácter parcial de la verdad.: “Qué gran verdad absoluta / es cada verdad parcial / el joven sueña con aire / y  el viejo con respirar”
   Cuestión básica del afán poético es buscar entre las aguas del verso la razón del poema, el misterio primigenio de las palabras. De nuevo la pregunta “¿Para qué la poesía?” y el afán de subrayar su poso necesario, su búsqueda tenaz de la verdad. Los versos abren capturas invisibles de matices, ahuyentan soledades, muestran la humilde voluntad del instante en el país de las ideas.
   La poética de Raquel Lanseros pone piel a las concepciones objetivas del yo abstracto para hablar de un protagonista verbal varado en medio de la herencia y el ambiente. Los versos se revisten de interioridades y voces solidarias que ponen anclajes sobre una realidad líquida y transitoria, con síntomas de inseguridad crónica. En Matria el andar de la intrahistoria y la extrañeza de la maternidad, los dogmas deshabitados y los dedos inquietos de la búsqueda. Siempre poesía escrita con el afán imperativo de la amanecida.


 (Revista cultural  TURIA nº 131, pgs. 454-456)