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Feria del Libro de Madrid (Firma de la edición crítica sobre Joan Margarit, Arquitecturas de la Memoria, 2019 |
Entrevista
LA EXPERIENCIA DE LA LIBERTAD — GACETA
José
Luis Morante
¿Qué motiva a
escribir? ¿Necesita algo en especial para hacerlo, taza de café, cigarrillo…?
Creo que el mejor umbral de la
escritura es la lectura. Es el cauce que permite poner en marcha un proceso creador, siempre complejo y con muchos elementos aleatorios. No suele ser lo
mismo abordar la poesía que el ensayo, el cuento que la narración autobiográfica.
Cada género impulsa un tratamiento singular. Me acompañan en ese diálogo con
las palabras algunos cuadernos blancos, abundantes lápices y libros abiertos
sobre la mesa.
El proceso de la escritura ¿es disfrutable o agobiante?
Para mí la literatura resulta
un quehacer sumamente grato. Contiene en su geografía una manera de ver el
entorno y, por tanto, es una piel natural que cobija cada uno de los actos del
proceso de escritura. Con frecuencia los resultados no están a la altura y
entonces se produce una evidente frustración que requiere nuevos esfuerzos.
¿Qué escritores han influido más en usted?
Como poeta he sentido siempre
como norte la generación del 50. En ese grupo literario suenan fuerte las voces
de Jaime Gil de Biedma, Ángel González, José Manuel Caballero Bonald… Pero no
son únicos referentes; mis poemas deben mucho a la mirada ética de Antonio
Machado, al intimismo confesional de Luis Cernuda y a poetas figurativos que me
han ido dictando los rasgos comunes del poema: esa aleación de sentimiento y
avance reflexivo que marca el territorio del yo.
¿La inspiración es algo fundamental en un poeta?
Es un concepto prestigiado por
la tradición que alcanzó un culto casi conventual en el romanticismo. Hay que
ser cauto con esa voz ajena que parece tomar posesión de nuestra identidad y
hacer que las palabras leviten. Si es bueno que un impulso desconocido deje el
temblor del verso, mucho más efectivo resulta que el chaparrón nos pille bajo
el techo de la biblioteca, en esa mesa sosegada donde las palabras caminan,
buscan sitio, se empeñan en decir…
¿Cuál debe ser la actitud del creador en relación con el
lenguaje?
Como elemento natural, necesita
un cuidado extremo en su empleo. El lenguaje es un caladero de amplia riqueza
matérica. Pero la poesía es más que palabras. Transmite ideas, sensaciones y
sentimientos, desvela incertidumbres, formula preguntas y clarifica
conocimientos y extravíos. Es un lenguaje más allá del lenguaje.
¿Hasta qué punto es trascendental en su obra la niñez?
La infancia es un asunto
literario de amplio tratamiento en la poesía contemporánea; pero no tiene una
caracterización trascendente en mi trabajo. Convive con otros motivos de la
experiencia existencial como la percepción del tiempo, el declive de los
sueños, la firmeza del afán colectivo, el amor y la muerte… Son los temas de
siempre, esos que una y otra vez afloran en cada escritor para que se vayan
revitalizando con esquejes y brotes.
¿Para poder escribir poesía considera necesario enmarcarse
dentro de un contexto literario? ¿Conocer a Rilke, Baudelaire, Neruda, Rimbaud,
Horacio?
Sí, no existe el poeta
adánico, nadie viene del vacío y echa a andar como un Lázaro etéreo sobre la
superficie del lenguaje. La poesía es conocimiento y técnica, formación y
experiencia. En ese largo proceso se van afirmando estaciones fuertes, como las
que usted cita, y rincones más secundarios que también aportan miradores
creativos llenos de interés.
¿Cuál es la función de la poesía?
Descubrir en su devenir que el
poema no tiene objetivos pactados para ser poema; en su escritura se van
sumando hilos argumentales que sirven para que el sujeto se conozca a sí mismo,
sea un ciudadano comprometido con su tiempo y haga una lectura histórica de su
papel y comunique a los demás aquellos silencios interiores que nos definen.
¿Necesita el escritor poseer conciencia social?
En la medida en que el hombre
no es un náufrago solitario, perdido en el océano del tiempo, existe una
conciencia social que define el ser colectivo. Y en esa conciencia social el
sujeto focaliza su papel de ciudadano, aprende a compartir incertidumbres,
arrima el hombro a la causa de todos.
¿Cuál le parece a usted que es la fuerza y cuál la
fragilidad de la poesía?
Las palabras están ahí;
definen al sujeto que las pronuncia, hacen de la poesía una voz en el tiempo
capaz de transportar un mensaje que aspira a lo perdurable. Muchas veces ese
mensaje se borra en el devenir, se convierte en una estela leve en la
superficie del agua. Y así da fe de su fragilidad, de que cada paso que damos
nos acerca un poco más a un horizonte de ceniza y polvo
¿Quién le interesa más de los jóvenes escritores, de las
nuevas voces?
La vigencia de lo digital ha
convertido el campo poético en un incontable vivero de nombres propios; así que
cada enumeración sería siempre un ejemplo parcial de jóvenes que inician ruta. Hay
que ser humildes y saber que solo dominamos pequeñas parcelas creativas. Queda
mucho por descubrir. En cuanto a nombres propios concretos, hice mi apuesta
como crítico publicando la antología Re-generación
(Valparaíso Ediciones, Granada, 2016), una selección de jóvenes poetas españoles
que empezaron a publicar a comienzos del 2000 hasta 2015.
¿Qué hay que hacer para merecer el nombre de poeta?
Mirarse al espejo de lo diario
con humildad para no confundir nunca la poesía con un mercadillo verbal. El
poeta es, no se deja la piel por estar; no importa si no consigue visibilidad,
si tiene poca repercusión lo que hace, si el mercado da la espalda… Hay que
alentar palabras y conseguir, como soñaba Juan Ramón Jiménez, que las raíces
vuelen y las alas arraiguen.
¿Cuál es para usted el mejor escritor?
El que se define a sí mismo
como protagonista de un quehacer inacabado y complejo, que a menudo parece un
callejón sin salida, el que cada amanecida echa a andar para encontrar a cada
palabra el sitio justo. El que después de tanto esfuerzo sabe que el fruto es
mínimo y da las gracias, duerme y vuelve a caminar al día siguiente por el
surco abierto de la búsqueda.
Madrid,
15 de marzo de 2019