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lunes, 10 de junio de 2019

FÉLIX TRULL. LA LECCIÓN DE PULGARCITO

La lección de Pulagarcito
(Aforismos)
Félix Trull
Prólogo de Ander Mayora
Karima Editora
Puzol-Valencia, 2019


MIGAJAS


   El devenir existencial de los pseudónimos suele ser discreto, como si las contingencias biográficas fuesen migajas del yo; asuntos varios con escueto poder nutricional. Quede, por tanto, como apunte al paso, que Félix Trull es casi un ciudadano inadvertido que practica el sedentarismo y la literatura de pensamiento lacónico, donde ha firmado las entregas Metas volantes (2015) y Líneas de flotación (2018). Sus breverías también han visto la luz en distintas revistas digitales y en papel y en antologías del género.
   Una de las mejores incorporaciones del paisaje actual del decir breve, Ander Mayora se encarga de firmar el texto introductorio. Lo hace con el tono paradójico de quien sabe que el umbral no es estar dentro, o que el prólogo es solo una apertura que añade espera al contenido del libro. Aún así, intuye con descripción precisa que los aforismos de Trull “manan chispeantes y juguetones a veces, severos y agridulces otras, pero siempre con una confianza y bondad de fondo en la que nos podemos reconocer, porque nos los muestra en aquello que compartimos: la rutina diaria de la vida discreta, que fluye incansable y silenciosa”.
   La cita de Blaise Pascal refrenda le carácter huidizo del pensamiento, ese trasiego de un asunto a otro. Lo fragmentario es reflejo nítido de una realidad transitoria y mudable que especula con los significados de emociones y pensamientos. No se trata de establecer un púlpito de solemnidad, sino de sondear, como sucediese en la mayéutica de Sócrates, el material interno que cada sujeto aporta en pos de descubrir en su interior el verdadero conocimiento: “Hay dos tipos de personas: las que te brindan un mapa y aquellas que vuelven a despertaren ti tu dormida vocación de cartógrafo. Sólo estas últimas merecen el nombre de maestras”.
   Desde esa búsqueda se avanza en una senda de convivencia, convencido de que la vida social añade a la singularidad del yo un espacio de conflicto, una eclosión de pétales mustios, pero también de afinidades y empatías que generan sentimientos de raíz fuerte. Así nace el huidizo espacio de libertad que reivindica un mirador propio en la forma de entender la existencia. Las palabras son una casa grande cuyas habitaciones cobijan la posibilidad de estar y ser, aunque la incertidumbre y las dudas perduren en el estiaje de los calendarios: “Ni el más entusiasta de los aforistas defendería que todas las frases breves son verdaderas, ni menos aún que todas las verdades caben en una frase breve”; “Un aforismo no es un eslogan: no vende nada. Un aforismo no se puede corear: es un prófugo nato”; “Nada evidencia tanto nuestro auténtico fondo moral como las motivaciones que atribuimos a las acciones de los demás”.
 Cada aforismo en sí es un espacio de reflexión. Félix Trull anota sus indagaciones en torno al género, como si postulase una estética del aforismo que permite contemplar cada frase, sin mitificaciones, a tamaño natural: “Comprender sin prender. Prendándose de”; “La espera es la cosecha de sí misma. Incluso si se revela estéril, ya ha dado su fruto”; “La opinión personal es el último refugio de quienes no pueden alcanzar un conocimiento fundado”; “La lección que se aprende en los desiertos es la de que el auténtico espejismo eres tú mismo”.
   Todo libro de aforismos muestra la musculatura conceptual de un espacio de racionalización en el que se dan la mano el sujeto ensimismado en sus laberintos domésticos y el ciudadano que reconoce su pertenencia al mundo compartido de los actos ajenos. Así, en La lección de Pulgarcito nace una travesía de argumentos, un camino iniciático que va sembrando huellas y migas de pan, porque siempre confía en el regreso, esa ruta que vuelve a la amanecida. Al cabo, como sugiere Félix Trull: “La vida da tantas vueltas, y a tanta velocidad, que a veces me da la impresión de que se está empezando a quedar quieta”.           

miércoles, 7 de marzo de 2018

ANDER MAYORA. EL PÁRAMO

El páramo
Ander Mayora
Ediciones Trea, Aforismos
Gijón, Asturias, 2018


EL CAZADOR DE INSTANTES


   En las últimas generaciones literarias hay una profusa confianza en la sustancia mínima del aforismo. Con pasmosa facilidad, lo conciso va sumando nuevos practicantes que añaden al género una sensibilidad renacida y ecléctica, como si el molde admitiera en su cultivo enfoques polisémicos. Ander Mayora (Éibar, Guipúzcoa, 1978)  publicó en 2015 su primera entrega, La clemencia del tiempo, una miscelánea de fragmentos reflexivos prologada por Enrique García-Máiquez. Con similar textura presenta un segundo paso, El páramo.
  La nota biográfica del escritor es mínima, pero aporta un detalle que le concede una entidad nómada. Ander Mayora ha vivido en la India, Mozambique y Londres, aunque actualmente reside en San Sebastián. Así que parece natural el sentido orgánico de esta entrega; organiza los textos en doce jornadas, como si fuesen tramos de un itinerario cognitivo. Refrendando a Cavafis, Ítaca es siempre el camino y casi nunca la estación final.
  El páramo está exento de elementos paratextuales orientadores; no hay prólogo ni se han dispersado entre los blancos las consabidas citas denotativas de afinidades y lejanos magisterios. Nos adentramos en los contenidos sin más brújula que la autonomía de cada viruta de taller. En la sección de inicio es reseñable el carácter lírico de los primeros aforismos: “Aficionado al pastoreo, doy de comer a las ideas mediante la alfalfa de mis garabatos mentales. De cuando en cuando, las saco a pasear por el prado de las hojas en blanco”; “Al dotar de espíritu al mundo, izamos el puente vertical que nos salva del naufragio”. El despliegue de imágenes se apacigua en otros textos donde esa sensibilidad lírica recaba en la pincelada meditativa: “La ausencia de sistema es una buena excusa para la filosofía del improperio. Insultar no necesita de argumentos”.
  Hay aforismos que nacen desde la mirada interior; son frutos que encierran la pulpa del hablante con su dermis sensible y sus emociones; un puerto de llegada del pensar interno del sujeto es la dimensión espiritual del yo. Abundan los aforismos que aluden al sentido trascendente de la existencia; pero también los que argumentan respuestas en la mano abierta de la filosofía: “Habitamos el centro cuando damos con un sentido, lo asumimos y lo vivimos. Cuando nos abandone, no seremos sino triste y huérfana materia”; “Basta con descifrarnos para descifrar el mundo”. Otros prefieren percibir las aceras de lo cotidiano y el campo abierto de la realidad; en estos, el verbo paremiológico trasciende lo individual para adquirir un sentido ético que habla de la sociedad contemporánea, de los desajustes generacionales o de ese estado de posverdad en el que dogmas y creencias han adquirido una apariencia maleable y superficial. Veamos algunos ejemplos: “La costumbre reciente de abrir cuentas corrientes a los recién nacidos es el bautizo laico de nuestro tiempo, el acto propicio para los augurios de una existencia recién estrenada”.
  La palabra contenida del aforismo convierte al pensamiento en un espacio de conocimiento y búsqueda, aun sabiendo que “el fragmento es el lenguaje de aquel que escasamente puede hablar”. Los asuntos varían, implicados en un nomadismo continuo que deambula entre la intimidad y la experiencia para convertir al escritor, entre el silencio de las cosas, en un cazador de instantes, en alguien que mira la realidad para conocer un sentido apenas descifrable en el cansado discurrir de lo diario. Tal actitud confiere una identidad: “Ni apocalíptico ni integrado. Sino simple contemplativo”. Vivir es una invitación al silencio: “La edad, el discurrir de los años, es un arduo camino a la mudez”.
   Los aforismos de Ander Mayora semejan teselas de una construcción sólida en la que habitan dudas e incertidumbres  del estar, la cartografía de un inevitable desencanto.