El páramo Ander Mayora Ediciones Trea, Aforismos Gijón, Asturias, 2018 |
EL CAZADOR DE INSTANTES
En las últimas generaciones literarias hay una profusa confianza en la
sustancia mínima del aforismo. Con pasmosa facilidad, lo conciso va
sumando nuevos practicantes que añaden al género una sensibilidad renacida y
ecléctica, como si el molde admitiera en su cultivo enfoques polisémicos. Ander
Mayora (Éibar, Guipúzcoa, 1978) publicó
en 2015 su primera entrega, La clemencia
del tiempo, una miscelánea de fragmentos reflexivos prologada
por Enrique García-Máiquez. Con similar textura presenta un segundo paso, El páramo.
La nota biográfica del escritor es mínima, pero aporta un detalle que le
concede una entidad nómada. Ander Mayora ha vivido en la India, Mozambique y
Londres, aunque actualmente reside en San Sebastián. Así que parece natural el
sentido orgánico de esta entrega; organiza los textos en doce jornadas, como si
fuesen tramos de un itinerario cognitivo. Refrendando a Cavafis, Ítaca es
siempre el camino y casi nunca la estación final.
El páramo está exento de
elementos paratextuales orientadores; no hay prólogo ni se han dispersado
entre los blancos las consabidas citas denotativas de afinidades y lejanos
magisterios. Nos adentramos en los contenidos sin más brújula que la autonomía
de cada viruta de taller. En la sección de inicio es reseñable el carácter
lírico de los primeros aforismos: “Aficionado al pastoreo, doy de comer a las
ideas mediante la alfalfa de mis garabatos mentales. De cuando en cuando, las
saco a pasear por el prado de las hojas en blanco”; “Al dotar de espíritu al
mundo, izamos el puente vertical que nos salva del naufragio”. El despliegue de
imágenes se apacigua en otros textos donde esa sensibilidad lírica recaba en la
pincelada meditativa: “La ausencia de sistema es una buena excusa para la
filosofía del improperio. Insultar no necesita de argumentos”.
Hay aforismos que nacen desde la mirada
interior; son frutos que encierran la pulpa del hablante con su dermis sensible y
sus emociones; un puerto de llegada del pensar interno del sujeto es la
dimensión espiritual del yo. Abundan los aforismos que aluden al sentido
trascendente de la existencia; pero también los que argumentan respuestas en la
mano abierta de la filosofía: “Habitamos el centro cuando damos con un sentido,
lo asumimos y lo vivimos. Cuando nos abandone, no seremos sino triste y
huérfana materia”; “Basta con descifrarnos para descifrar el mundo”. Otros
prefieren percibir las aceras de lo cotidiano y el campo abierto de la realidad;
en estos, el verbo paremiológico trasciende lo individual para adquirir un
sentido ético que habla de la sociedad contemporánea, de los desajustes
generacionales o de ese estado de posverdad en el que dogmas y creencias han
adquirido una apariencia maleable y superficial. Veamos algunos ejemplos: “La
costumbre reciente de abrir cuentas corrientes a los recién nacidos es el
bautizo laico de nuestro tiempo, el acto propicio para los augurios de una
existencia recién estrenada”.
La palabra contenida del aforismo convierte al pensamiento en un espacio
de conocimiento y búsqueda, aun sabiendo que “el fragmento es el lenguaje de
aquel que escasamente puede hablar”.
Los asuntos varían, implicados en un nomadismo continuo que deambula entre la
intimidad y la experiencia para convertir al escritor, entre el silencio de las
cosas, en un cazador de instantes, en alguien que mira la realidad para conocer
un sentido apenas descifrable en el cansado discurrir de lo diario. Tal actitud
confiere una identidad: “Ni apocalíptico ni integrado. Sino simple
contemplativo”. Vivir es una invitación al silencio: “La edad, el discurrir de
los años, es un arduo camino a la mudez”.
Los aforismos de Ander Mayora semejan teselas de una construcción sólida en la que habitan dudas e incertidumbres del estar, la cartografía de un inevitable desencanto.
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