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sábado, 11 de noviembre de 2017

GASPAR MOISÉS GÓMEZ (DESPEDIDA)

Gaspar Moisés Gómez (Serranillos, Ávila, 1927-León, 2017)
Fotografía de
Diario de León


LAS VOCES DE LA NADA

Edén perdido y otros síntomas
Gaspar Moisés Gómez
Eolas ediciones, 2014

   Tantas décadas de labor literaria han convertido a Gaspar Moisés Gómez en un enlace intergeneracional. El poeta ha hecho suyas  claves estéticas que trazan su recorrido hasta el cambio de siglo. Su densa obra, iniciada con la entrega Con ira y con amor, en 1968 ha protagonizado una sosegada mutación, desde el realismo social de los años sesenta hasta una lírica de pensamiento, más centrada en el tiempo como argumento temático central.
   En esa estela se sitúa el último poemarioEdén perdido y otros síntomas. El hablante lírico busca como interlocutor para su discurso un yo desdoblado a quien exponer los indicios de esa etapa de cierre en la que deambula la experiencia. El yo percibe cercano y presente “ese punto final de la belleza”; se ha ido agostando la claridad de la amanecida y cada sujeto sigue buscando respuestas de lo perdurable. Y en ese marco se deja espacio a los indicios de la declinación, de esa marcha tenaz hacia la amanecida. El cisne, por ejemplo, se hace representación gráfica del conflicto entre lo perenne y lo finito: la belleza no es sino el encuadre parcial de lo diario. También la manzana en la percepción de Adán significaba la consecución de un logro máximo, aunque esa posesión abocara al ser a la expulsión del edén. Y es débil el gorrión en vuelo, tachando el azul del horizonte capturado por las garras del gavilán. Son elementos vitales que se hacen lecturas de un lejano sueño forjado por una identidad esperanzada.
   El declinar del tiempo deposita en el borde del no ser, deja  en la conciencia la sensación de llegada a las sombras. Lo vivido toca fondo, convierte al acontecer en una imagen congelada que se refleja en el cristal y que, poco a poco, se va diluyendo en el mapa de la memoria: “No hay otra verdad / que la que nos está mirando / con levedad mortal desde ese espejo / y agota nuestro ser hasta extinguirlo / en la belleza.”
   Cada identidad va escribiendo la azarosa grafía de un destino cumplido, como si fuera un recorrido de dirección única. Solo queda el patrimonio menguante de los pasos dispersos, ese ejercicio de despojamiento hacia un final en el que la muerte se transparenta. La voz se agota y se rinde el cuerpo, casi perdido la noción del origen, mirando el entorno con la distancia de quien sabe que la fugacidad es una naturaleza común y compartida y el porvenir un mero espejismo que borrará la noche. Solo queda el regreso hacia si mismo, caminar en círculo por un viaje interior para hacer de la propia identidad la razón de ser: “No agravéis aquello / que ya un dios hizo en su naturaleza  / infeliz. Que cada uno coma / su manzana. Esto ya sabemos / que no es el Paraíso. Mas dejadnos / soñar entre las hojas trémulas, / la forma que perdimos y por la que luchamos / aún de parte del ángel”
    Edén perdido y otros síntomas hace de cada verso una mirada al tiempo. Con  serena palabra, sin la estridencia de lo declamatorio, los versos escriben con trazo incierto el largo soliloquio de quien mira su rostro reflejado en el tiempo. Un rostro que es imagen de un paraíso perdido, casi desvanecido en la memoria, pero capaz de sembrar todavía la ilusión tenaz de los regresos.


                                                           

viernes, 7 de noviembre de 2014

GASPAR MOISÉS GÓMEZ. EDÉN PERDIDO

Edén perdido y otros síntomas
Gaspar Moisés Gómez
Eolas ediciones, 2014
Fotografía del poeta: Diario de León 
LAS VOCES DE LA NADA
 
   Décadas de labor convierten a Gaspar Moisés Gómez (Serranillos, Ávila, 1927) en un sólido enlace intergeneracional. El poeta ha hecho suyas distintas claves estéticas que han ido trazando el prolongado recorrido hasta el cambio de siglo. Su densa obra, iniciada con la entrega Con ira y con amor, en 1968 ha protagonizado una sosegada mutación, desde el realismo social de los años sesenta hasta una lírica de pensamiento, más centrada en el tiempo como argumento temático central.
   En esa estela se sitúa el último poemario de Gaspar Moisés  Gómez, Edén perdido y otros síntomas. El hablante lírico busca como interlocutor a un yo desdoblado a quien exponer indicios germinales de esa etapa de cierre en la que deambula la experiencia vivencial. La conciencia percibe cercano y presente “ese punto final de la belleza”; se ha ido agostando la claridad de la amanecida y cada sujeto sigue tanteando respuestas e indicios de lo perdurable. Y en esa percepción se deja espacio a la declinación, de esa marcha tenaz hacia la amanecida. El cisne, por ejemplo, se hace representación gráfica de ese conflicto entre lo que resiste y lo finito: la belleza no es sino el encuadre parcial de lo diario. También la manzana de Adán significaba la consecución de un logro máximo, aunque esa posesión abocara a la expulsión del edén. Y es débil el gorrión en vuelo, tachando el azul del horizonte capturado por las garras del gavilán. Son elementos vitales que se hacen lecturas de un lejano sueño forjado por una identidad esperanzada.
   El declinar del tiempo deposita en el borde del no ser, deja  en la conciencia la sensación de llegada a la sombra. Lo vivido toca fondo, convierte al acontecer en una imagen congelada que se refleja en el cristal y que, poco a poco, se va diluyendo en el mapa de la memoria: “No hay otra verdad / que la que nos está mirando / con levedad mortal desde ese espejo / y agota nuestro ser hasta extinguirlo / en la belleza.”
   Cada identidad escribe la azarosa grafía de un destino cumplido, como si el itinerario fuera un recorrido de dirección única. Solo queda el patrimonio menguante de los pasos dispersos, ese ejercicio de despojamiento hacia un final en el que la muerte se transparenta. La voz se agota y se rinde el cuerpo, casi perdido la noción del origen, mirando el entorno con la distancia de quien sabe que la fugacidad es una naturaleza común y compartida y el porvenir un mero espejismo que borrará la noche. Solo queda el regreso hacia si mismo, caminar en círculo por un viaje interior para hacer de la propia identidad la razón de ser: “No agravéis aquello / que ya un dios hizo en su naturaleza  / infeliz. Que cada uno coma / su manzana. Esto ya sabemos / que no es el Paraíso. Mas dejadnos / soñar entre las hojas trémulas, / la forma que perdimos y por la que luchamos / aún de parte del ángel”
    Edén perdido y otros síntomas hace de cada verso una mirada. Con  serena palabra, sin la estridencia de lo declamatorio, los versos escriben con trazo incierto el largo soliloquio de quien mira su rostro reflejado en el tiempo. Una faz que es imagen de un paraíso perdido, casi desvanecido en la memoria, pero cierto y real, capaz de sembrar todavía la ilusión tenaz de los regresos.
 

martes, 24 de enero de 2012

GASPAR MOISÉS GÓMEZ: PRINCIPIO DE LA SOMBRA.

Memoria y desconcierto
Gaspar Moisés Gómez
Versos, editorial davinci, Barcelona, 2011.

   Bien cumplidos los ochenta años, el abulense afincado en León Gaspar Moisés Gómez saca a la  luz un poemario impulsado por una nueva editorial catalana, precedido por unas palabras introductorias del profesor José Enrique Martínez. La dilatada práctica escritural ha multiplicado las estaciones poéticas y queda además una feraz cosecha de inéditos que, poco a poco, irá trazando el exacto perfil de una voz de aparición tardía y desprendida de cualquier etiqueta generacional.
   Libro de senectud, Memoria y desconcierto aglutina textos reflexivos sobre dos variables: el devenir de lo contingente y la muerte como llegada, como sombra final; son espacios argumentales que fomentan la indagación introspectiva, el despojamiento en los recursos y un tono de angustia ante la certeza de que somos una conciencia en tránsito, un itinerario que se inició en un estado adánico y auroral  en el que se celebra el asombro de ser hasta el ahora, una etapa que concluye entre los síntomas del deterioro. Estos signos de lo efímero se hacen más perceptibles cuando la conciencia se vuelca sobre el entorno en el que los sentidos son testigos de una dinámica de ciclos vitales; así se refleja en el poema “La luz del principio “: “Al borde de la nieve, rompen / las yemas del cerezo. / Amanece Dios / más temprano y mira, sosteniendo / en los ojos, tensamente, esa belleza / como nacida de la luz de su entraña. / Y en un gesto más que transparente, / como si nada se hubiera iniciado, / la flor empieza a revelar su nombre / en el abecedario y asombro de marzo “.
  El personaje verbal puede contrastar los signos del ahora con los indicios de la memoria; esa sensación de pérdida y de tiempo calcinado fomenta un estado de soledad y desvalimiento, dudas y confusiones se convierten en compañeros de viaje.
   Aunque persiste un tono general unitario en el conjunto, hay composiciones autónomas que recurren a personajes históricos para elaborar monólogos dramáticos en boca de sujetos conocidos. Podemos leer la invocación que la madre de Juan de Yepes hace a su hijo para que en su comportamiento prevalezca la razón y deseche cualquier idealismo.
   El cuerpo central del poemario está formado por soliloquios en los que el personaje confesional enuncia ejercicios meditativos que han adquirido un amplio consenso en el legado literario: la rosa de belleza calcinada, las disquisiciones metafísicas de Hamlet, el sinsentido de las relaciones causales o el apagamiento de la voluntad. Es el hilo argumental de una composición muy representativa, “Canción de viejo”, que se cierra con estos versos: “Canta un pájaro por ellos. Adiós. / Adiós. Memoria de otro tiempo. Adiós. / Cierran el libro que abrieran tantos años / a la vida. Y, con lo que callan, / zurcen la letra de un mortal silencio”.
   Memoria y desconcierto sitúa al lector en ese instante en el que se inicia la noche. Si la elegía permite recuperar el estado auroral de lo vivido, el pensamiento vela para hallar sentido a un tiempo que ofrenda una invitación hacia la nada Nos queda la palabra desnuda para recuperar el tiempo; más allá la insondable certeza del vacío.