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martes, 13 de abril de 2021

JOSÉ IVÁN SUÁREZ. PROTOCOLO REBELDE.

Protocolo rebelde
José Iván Suárez
Prólogo de León Molina
Versátiles Editorial
Colección Avanti
La Antilla, Huelva, 2020

 

PRIMEROS PASOS


    Cada poemario traza una confluencia de interpretaciones que alienta la indagación en busca de una pluralidad de sentidos. Este principio se cumple todavía con más rigor cuando el poeta hace suyo el lema de Pessoa de que la poesía no es una ambición sino una manera de estar solo, lejos de la estridencia del grupo y de las veleidades de los cenáculos literarios. El quehacer lírico de José Iván Suárez (Elche de la Sierra, Albacete, 1980) suma hasta la fecha las entregas Escondites de la Ausencia (2002), Gnomon (2008), Próximamente Pan (2010) y Egoclasta (2015).  Son títulos que reflejan el quehacer particular de un autor a trasmano, lejos de las contingencias prescindibles del etiquetado de moda. Así lo ratifica el poeta, aforista y antólogo León Molina en el prólogo de Protocolo rebelde, una entrega definida con hermosa síntesis reiterativa como “un viaje de la esperanza a la esperanza –o a su búsqueda anhelante- pasando por la larga trituradora de esperanzas de la humanidad, un encontronazo con la historia y desde esa historia una reflexión emocionante y emocionada de la doble cara moral del ser humano en el decurso de las civilizaciones.”
   José Iván Suárez, a la hora de abordar la escritura, deja como enganche lector una nota previa en la que contextualiza el semblante plural del sujeto poético. Se trata de dar voz a ese yo colectivo que tantea en el devenir histórico y que ya es memoria ancestral, ese afán de buscar un lugar propio, capaz de convertir el incesante nomadismo en raíz sedentaria. Esta etapa auroral conforma los poemas del apartado  “Alumbramiento”. Sobre la transparencia del aire a campo abierto, el quehacer laborioso de la cueva y esa lucha desigual de la supervivencia del hombre a solas, que afila su destino frente a dioses lejanos y enigmáticos: “Porque siempre fuimos uterinos y titánicos, / un embrión con mucha memoria. / Vinimos al mundo para ser asombro y sobrevivir, / soñando desde el primer aliento de vida”.
   Las palabras recorren el largo despertar del ser social, sus labores y días, esos enigmas del asombro de la luz, la convivencia, el agua transparente y el sexo. El sujeto percibe un entorno complejo que muestra conexiones abiertas y requiere una voluntad hecha destino y fortaleza. Esa sensación de amanecida perdura en el tramo central “Una fuente de sangre”. En los poemas que conforman este largo relato existencial afloran distintas experiencias de hondo significado; la escritura nace de la necesidad de preservar los pasos ateridos de la memoria, los primeros pasos de un caminante que acaso no sabe todavía donde tiene sus coordenadas la estación final y hace de la incertidumbre conocimiento y experiencia. El entrelazado vivencial está hecho de un sustrato diverso y conjetural: “…como vulgares motas / distraídas por los vientos, / somos tan chicos y vulnerables / tan pequeños y sin defensa alguna, / minúsculos peatones que caminamos / hacia ninguna parte”. Somos estelas de fragilidad y vacío, de soledad y ausencia. José Iván Suárez describe con hermosa sequedad aforística la condición transitoria: ”Nacimos porque se quebró la rama por el peso del pájaro”.  También en la sección “Catarsis cuántica” prevalece la caligrafía de incertidumbre y ensimismamiento de quien busca desentrañar el misterio de lo real. La amanecida solicita en cada percepción esa mezcla de fe y paciencia para asistir al liviano despertar de la luz en la que el yo se reconoce como una voluntad superviviente, que cobija en alguna grieta la esperanza. Así leemos en el poema XI: “Nunca derrotados ni compungidos / ni conspicuos ni apocados / solo confluyentes, confiados solo / y convertidos, solo raíces / en constante construcción”.
  La sección homónima “Protocolo rebelde” cierra el libro con una larga composición cuajada de imágenes, unidas por el afán de airear belleza en materiales de apariencia herrumbrosa y gastada. En esa tarea, la conciencia en vela multiplica percepciones y extravíos, se hace interrogación que borra respuestas, o busca en el vacío la senda compartida del destino común, como quien explora el trazado de una raíz subterránea e inadvertida que sostiene el árbol.
  Protocolo rebelde es el rastreo de una memoria asentada en el tiempo. Poesía donde las palabras traducen la larga marcha del persistir y la capacidad de resistencia frente a las convulsiones del tiempo. En el encuentro con la palabra poética de José Iván Suárez emergen también los enlaces entre el ser singular y el forjado común que cobija la tribu; el nosotros donde lo social se hace sustancia para sembrar, en el surco abierto de la intemperie, un hilo de esperanza.
 
JOSÉ LUIS MORANTE

 
 
 

  

miércoles, 1 de febrero de 2017

JOSÉ IVÁN SUÁREZ. PRÓXIMAMENTE PAN

Próximamente pan
José Iván Suárez
Fundación José Hierro, Alegría
Getafe, Madrid, 2010

FUTURO IMPERFECTO

   No sé cuándo José Iván Suarez (1980), poeta, periodista y hortelano en la sierra de Albacete, leyó Un mundo feliz, aquel libro visionario de Aldous Huxley que cruzaba laberintos en una sociedad futurista de clonaje y genética sumisa; ni sé tampoco si llegó a recitar ante un cristal con lluvia el monólogo final del replicante Roy Batty, en Blade Runner. O, si antes de perderse en la periferia manchega, ha pasado largas tardes de sábado otoñal con castañas asadas y leña en la lumbre viendo la violencia móvil de Mad Max Salvajes de autopista con un Mel Gipson épico… No sé, digo, pero el primer libro de José Iván Suarez que cierran mis manos, Proximamente pan, más que a pandillas generacionales y a etiquetas gregarias de compañeros líricos, trasmite una notable impronta singular, un eco distinto, hecho con fuertes sensaciones visuales, como si los poemas fuesen enunciados narrativos con claras afinidades cinéfilas.
   El libro cuenta con un meditado prólogo de Luis Eduardo Aute y fue reconocido con el Premio Inernacional de poesía Margarita Hierro. Y, como decía, tiene una clave situacional que da a su lectura un aire de relato: “los versos de este libro transcurren en agosto de 2087. Urbe padece calentura y el cobre ya no sirve ni en los trueques. desde algún lugar regresa el chiquillo onomatopéyico, a bordo de su 600 carburo licuado de aceite”. No cuesta mucho apuntar en la imaginación esta nueva salida de un donquijote sideral cuyos molino es el estar de la supervivencia, el exilio de cualquier quimera falsa en un futuro imperfecto.
   La poesía de José Iván Suaérez se plantea como un itinerario que va consumiendo capítulos como tenaces pruebas que debe resolver el yo cansado, ese ego verbal que encarna en tercera persona el chiquillo onomatopéyico, una cualidad más que define un lenguaje comunicacional reducido a la mínima expresión, al ruido simple…
   El pan sugiere el logro y el trasiego por resolver la necesidad básica. Con aire de refrán o de aforismo, el pan enlaza las frases de apertura de cada capítulo: “donde hay hambre, no hay pan duro”, dice el primero. Así sale al amanecer la luz de un estar desapacible que se enuncia con la distancia del testigo. Un narrador relata el discurrir de pasos y elementos de Urbe, hábitat del mañana que impone su cartografía de óxido y derrumbe.
   El ambiente poético entremezcla sombras y luces, junto al frío perduran como sensaciones vitales, el amor y el deseo, esos impulsos que van rellenando con tiza las existencias de protagonistas aleatorios que han hecho del lenguaje una amalgama de sonidos.
   En Próximamente pan José Iván Suárez deja una manera de interpretar el mañana desde una poesía de gran fuerza expresiva. Sus versos discrepan del enunciado lineal para sembrar un huerto literario de inspiradas imágenes, que a veces parecen escritura automática, y otras, humorismo surrealista; poesía que hace suyos la corteza de pan endurecida, el humor agrio y el calor volátil de la intemperie.