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El libro de las frases transparentes Ramón Eder Prólogo de Aitor Francos Editorial Renacimiento Colección Los Cuatro Vientos Sevilla, 2025 |
CON ALAS EXTENDIDAS
El hábito es una disposición natural a cumplir con las expectativas. El empeño por reiterar un ciclo estacional que se repite, inalterable, en el fluir remansado del tiempo. Puntual, casi cada año, se aviva el festejo para celebrar la incansable convivencia de Ramón Eder (Lumbier, Navarra, 1952) con el aforismo. Constituye una tradición que abarca décadas y conforma un proceso personal que ha convertido al escritor navarro en celebrado magisterio y lectura necesaria. El crédito aforístico de Ramón Eder crece, con sorprendente regularidad y una envidiable coherencia estética, según constatan los mejores estudiosos del solar expresivo del laconismo.
Más allá de su producción concisa, el aforista sondea con paréntesis reflexivos el clima general que mantiene su sensibilidad frente al decir breve. Ramón Eder subraya su preferencia por la intensidad concentrada, la frase telegráfica y las variables temáticas con sentido del humor, un humor proclive a la sonrisa, que no desdeña influencias de Mark Twain, Groucho Marx o Woody Allen. El atinado prólogo de Aitor Francos, sin digresiones inocuas, alerta sobre las condiciones naturales de una cartografía mudable, curadora y transparente: “Con cada punzada de inteligencia y en apenas una línea, combate la intolerancia, pule dogmatismos, suaviza rigideces mentales, y lo hace valiéndose de autoridad y de una agudísima ironía con clara voluntad pedagógica”.
Eder recalca con el magnífico aforismo de Karl Kraus que la frase sapiencial carece de datos suficientes; a veces es media verdad y otras verdad y media, pero nunca la verdad única y definitiva. De este modo, la realidad se ubica en una inacabable escala de matices, de planos diferentes, para que tome aire y extienda alas la observación subjetiva. Hay que conocer el contexto y recorrer sin pausa los laberintos interiores para dar sentido a la escritura y ser un yo pensante que recrea el mundo desde una vitalista duda metódica: “El aforista hoy en día es una especie de filósofo presocrático con sentido del humor digital”. De los apuntes enunciativos emana también una autobiografía más o menos convincente: “El escritor para ser respetado tiene que conseguir hacerse en los textos una humilde caricatura de sí mismo como un ser desvalido, lleno de contradicciones y sin embargo querible”. Si en entregas anteriores era palpable el anhelo poético, en El libro de las frases transparentes, como señalaba Aitor Francos en la introducción, hay desnudez y despojamiento lírico. Ser opta por la concisión estilística y la poda; por el recorrido telegráfico que une al mismo tiempo lo inconmensurable y lo breve. Quedan en esa mirada a lo esencial los trazos dispares de la condición humana, desde la ironía y el desenfado, actitudes que hacen del relato una delicada forma de la cortesía, un alejamiento de la solemnidad. Vislumbramos un pensamiento cambiante y en continuas tareas de búsqueda, exento de dogmatismos. Toda verdad, por más que recalquemos el trazo, acaba desdibujándose: “La verdad ya no es lo que era”.
Con esos reflejos de suavidad y resistencia llega la claridad de El libro de las frases transparentes, una escalera argumental cuyos peldaños dibujan los complejos planos de un observador de momentos. La sensibilidad captura sensaciones y mantiene en su mirada un vaso de luz, capaz de contener el misterio de lo cotidiano, ese tiempo que abre un íntimo diálogo entre lo transitorio y lo permanente.
Los libros de aforismos suelen ser sumas de intereses aleatorios, incluso distantes. En ellos se mezclan sedimentos lectores, reflexiones sobre la esencia del género conciso, o las notas dispersas que el pensamiento toma en torno al discurrir diario. En suma, una dicción ligera, buscando explicaciones al paso sobre las preguntas de siempre. A veces su sentido se diluye, recuerda el agua turbia de un pozo remansado, en el que no se puede calcular la profundidad y resulta difícil la inmersión.
Ramón Eder acomoda en sus aforismos su personal concepto de la brevedad. La cosecha minimalista nunca se sube al pulpito de la pedantería; quien escribe se contradice a sí mismo, siembra paradojas, camina en círculo por el pensamiento e intenta conciliar enunciados lógicos e ingenio, en tareas de continua vigilia.
En las brevedades de El Libro de las frases transparentes se habla de libros y autores, como Nietzsche, Cervantes, Shakespeare, Kafka, Josep Pla o Borges; de la sociología literaria que conforman las relaciones sociales: “Qué sensación de bienestar nos producen ciertas personas cuando se van”; y de esas incertidumbres que deambulan casi inadvertidas por el interior buscando sentido a la sutilidad del transitar diario: “Si a la vida no se le mete algo de épica se convierte en un cuento contado por un idiota”. Sin duda, son motivos recurrentes que retratan estados de ánimo o el incansable fluir de la conciencia.
Si, como escribe el autor, “La realidad es una mezcla de sueños y de realidad” los buenos aforismos dejan la capacidad de moldearla, escuchan la voz tenue de la imaginación. Fortalecen un legado que nunca desdeña el aporte inteligente de la experiencia cultural. La escritura corrige asimetrías. Desde el sedentarismo de las ideas, reordena lo vivido y descubre un sentido nuevo a lo aparentemente insignificante. Frente a los que buscan en la experiencia biográfica el venero semántico principal, Eder mira con frecuencia los estantes de la biblioteca, buscar claves explicativas en las páginas de una selecta nómina de clásicos, y arropa el laconismo con las enseñanzas y asombros de la gran literatura. Al cabo, “escribir aforismos tiene sus peligros porque es poner el cerebro en los límites del lenguaje”.
JOSÉ LUIS MORANTE
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