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domingo, 21 de agosto de 2022

JESÚS MONTIEL. UN PALACIO SUFICIENTE

Un palacio suficiente
Jesús Montiel
La Veleta, Poesía
Granada, 2022

 

VOCACIÓN DE BONSÁI


  El reconocido deambular creador de Jesús Montiel (Granada, 1984), Doctor en Filología Hispánica, traductor de la obra poética de Christian Bobin y profesor de Lengua y Literatura en la Universidad de Granada, explora un nítido horizonte metaliterario. Una y otra vez indaga sobre el sentido humanista de la escritura, argumentando epitelios y razones del poema. La entrega Un palacio suficiente ubica como liminar una nota de autor, enaltece como eje orbital de la palabra un discurso lírico confidencial e intimista, donde la desnudez biográfica del sujeto verbal aflora con vocación de bonsái, según sugiere con cálido acierto el poeta. El prólogo añade también cierta saturación expresiva en el manejo del verso libre y un muy probable futuro de contenidos en prosa, al expresar los itinerarios del pensamiento: “Llegó un momento en el que el verso, la métrica, me supuso un verdadero estorbo, y comencé a escribir en prosa. Fue un proceso natural, sin cálculo. Sabía y sé que la poesía puede vivir en otros ecosistemas formales, sin necesidad de los versos”.
  El callejero del breve poemario ensaya un proceso de autoconocimiento y captación discreta del entorno y sus leyes naturales. Crea una senda reflexiva que interrelaciona sujeto y espacio hiperreal, y concede a los ciclos estacionales una lectura simbólica. El devenir constata nudos vivenciales que entrelazan amanecida y crepúsculo, pasos germinales y acabamientos; muestra en sus cercanías la frágil evidencia de cada destino. La composición prologal “Preparativos” hilvana una meditación sobre el gregarismo convivencial que, poco a poco, erosiona esperanzas y convierte el ser en una propuesta de anunciado naufragio, buscando sitio en la última costa: “Cada uno de los dos / anticipa la ausencia/ del otro, la prepara como un viaje. / Sus vidas son el prólogo de un hueco”. Esas imágenes al contraluz entre la vida y la muerte se asientan también en otras composiciones como “Vecino”, donde la levedad anecdótica alza vuelo con la contundencia del verso final, uno de los mejores aciertos expresivos de Jesús Montiel, junto a la economía de recursos que, no pocas veces, viste a su poesía con una sensibilidad aforística, o tendente a la escueta armonía del haiku, ese trébol verbal que cuenta en nuestro país magisterios luminosos como Susana Benet.
   El tono sosegado de quien testifica a media voz los mínimos relieves del tiempo laboral, se rompe en ocasiones con el desapacible grito de la crítica social. En “Los imbéciles” fulmina el cortocircuito presencial de los que perseveran en dibujar sombras y explorar grietas para airear desajustes. A veces, el estilete crítico se sustituye por la ironía para desvelar los trampantojos de la actualidad y sus enunciados caóticos, o para percibir, con un toque de humor y no poca ternura, las contingencias domésticas que convierten las dimensiones del despertar en un planeta doméstico, con vistas a la felicidad: “El día es un palacio suficiente. / No hay nada que ambicione / aquí sentado, secreto para el mundo. / En unos cuantos metros / sucede de una vida lo que nunca se muere”.
   Jesús Montiel cultiva, sea cual sea el formato, el apunte contemplativo, esa captación discreta que busca capturar con su caligrafía un ámbito de sugestión. Convierte el trasegar de la retina en resistencia, para guardar las cosas como fueron, al modo de Eloy Sánchez Rosillo; las percepciones anidan por dentro, perduran en los estantes interiores de la conciencia, para que mantengan vivas su fuerza evocadora, el surco abierto a la fértil espera, al afán de ser pájaros.
 
JOSÉ LUIS MORANTE


miércoles, 17 de agosto de 2022

LUIS BRAVO. LAS HORAS GRISES

Las horas grises
Luis Bravo
La Veleta, Poesía
Granada, 2022

 

LA EDAD JUSTA

 

 
  La entrega Las horas grises de Luis Bravo (Madrid, 1994), autor del poemario Triestino (Cántico, 2021), parece acoger un discurso lírico confidencial e intimista, aunque vela la desnudez biográfica del sujeto verbal mediante un objetivismo perceptivo. El recurso pone en los itinerarios del pensamiento, como sugiere la cita de John Keats, una distancia clásica: “Aquel que se entristece / al pensar en su propia ociosidad no puede estar ocioso, / y está despierto quien se cree dormido.  Estar supone ser consciente de la convivencia alrededor de una realidad paradójica, hecha de contrastes e incertidumbres.
  El trazado del libro abre un proceso de autoconocimiento. Crea una senda reflexiva que interrelaciona con el entorno y concede a sus elementos una lectura simbólica. Así se constata en el poema ”Gabarras en el río”, al que pertenecen estos versos: “¿Quién volverá a podar estos juncos, / a bañarse en estas aguas, / cuando se corten sus tablas / y en silencio naveguen solas / y se varen quienes fuimos”.
  Otros poemas buscan el impulso germinal en la lectura y adquieren así el paso relacional del homenaje. Ocurre en la composición “La Quinta”, que toma el título de una novela del poeta, narrador y ensayista Miguel Sánchez-Ostiz. A lo largo del libro se dispersan otros referentes culturales. El conocido verso de T. S. Eliot que da comienzo a La Tierra Baldía sirve de pauta para el texto “Contra T. S. Eliot”, cuyo estrato base es el amor y sus circunstancias. Y el legado cultural también integra otros nombres de fuerte temperatura poética: Vladimir Holan Lee, Antonio Colinas, Jaroslav Seifert, Pavel Hrádok, Shelley...
   Luis Bravo no opta por el verso enunciativo; fuerza la sintaxis para moldear un ámbito de sugestión. Esa mirada impresionista deja excelentes composiciones como “Otoñales” : ”Merecemos el desánimo, los día sombríos. / No serían lo mismo sin la ayuda del cavilar / y la sugestión, sin previo aviso, que nos pesan / cuando regresamos…”. Todo invita a la especulación de la memoria y al desempolvar de huellas y recuerdos como legado del tiempo y sus inclemencias. Esta refutación del tiempo y su mirada crepuscular, que deja en el aire una sensación temporalista, contagia también al credo estético del modernismo y sus recursos expresivos, ahora convertido por el poeta en pétalo seco de la historia literaria, oculto tras el desencanto, acaso enfermo de melancolía. La existencia parece un respirar de sombras, un callado yuxtaponer de horas grises: “Hay algo peor, decía Foxá, que las conversaciones huesudas / o los días tediosos. No lo sé. / Más callado últimamente, / dispongo como emblemas los polvos y resortes / de una melodía gastada. Teniendo estas bazas del novecientos / seguiré escribiendo. ¿Feliz? No lo sé. “
   Como un paseante en busca de lo inesperado, el poeta hace acopo de percepciones y pausas reflexivas, esas hendiduras en las que se cobija el ánimo ante una realidad en apariencia insulsa y crepuscular. Lo ideal adquiere siempre la distancia de una meta lejana e inalcanzable que exige una ascesis, una peregrinación hasta el lejano jardín de lo literario, ese lugar enaltecido por los dones de la tradición, que tiene un intangible olor a tiempo, que galvaniza la piel precaria de las horas más grises. 


JOSÉ LUIS MORANTE