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miércoles, 22 de febrero de 2023

MARTÍN TORREGROSA. ESTE OLVIDO INSERVIBLE

Este olvido inservible
Martín Torregrosa
Edición bilingüe Español-Francés
Traducción de Margarida Llabrés Rotger
Huerga & Fierro Editores
Madrid, 2022

 

PASOS DEL TIEMPO

 

   Desde 1997, cuando el Instituto de Estudios Almerienses publicó su entrega auroral Lazos de Sangre, con la que obtiene el premio Jornadas por la Paz, en Zurich, Martín Torregrosa (Albox, Almería, 1957) ha ido prodigando, con sosegada cadencia, una estela poética de relieve y con presencia en varias antologías. Su escritura evocadora y atenta a la textura de lo cotidiano percibe el entorno como un territorio intimista, propicio a la confidencia. Expuesto a la claridad del día, el sujeto verbal consume la huella del presente en un estar gregario que causa inquietud y desvelo. El taller creativo del fundador de la efímera revista Almendra de oro se completa con incursiones en la narrativa y en la literatura para niños.
  Este olvido inservible (2022) se abre con unos versos de Pedro Garfias que refuerzan la semántica del título: “Qué hilo tan fino, qué delgado junco / de acero fiel nos une y nos separa.” Amanece así un discurso reflexivo en torno a la condición temporal del hablante lírico, siempre sometido a pérdidas y ausencias. Con sensibilidad melancólica, el fluir de la conciencia asume que el decurso vital es continuo tránsito y parco caminar hacia la niebla: ”Sentenciadas de olvido, / las palabras salvajemente vivas / se harán ceniza ardiendo entre los dedos, / frontera intransitable, / equipaje perdido, días / que abriremos con una voz robada / al subconsciente”.
  Como un cuaderno blanco, la caligrafía del verso recrea el estar meditativo de la contemplación. Enlaza percepción y pensamiento en una búsqueda cognitiva que convierte al quehacer estético en solitario cruce de caminos, en esa  geografía de vida contenida entre el pasado y el ahora; entre el ser y estar. De esta mirada ante la realidad se nutre el apartado inicial que aborda el acto de escribir como constatación que salvaguarda los pliegues de la memoria. Es un eco suave de lo que fuimos.
   El segundo apartado “Claira” se abre con una conocida cita de Pablo Neruda. El trayecto poético se empapa de esas gotas de vida de la soledad; la percepción renueva formas, sensaciones que quedan incrustadas en el inventario sentimental. La lectura se define como un territorio germinal. El yo lírico acoge en su conciencia las impresiones sembradas por un libro entre las manos, que recrea los latidos de un tiempo sentimental en las calles de París. El pasado está ahí, en la quietud de la memoria, marcando las asimetrías del poema con los diversos indicios del trayecto.
  Como sucediera en el tramo inicial, la sección emplea como estrategia versal el texto breve, cadencioso y emotivo; con un lenguaje despojado, las palabras encierran en su semántica la pulsión temporal del sentimiento. Son un aura encendida. “Recógeme, amor mío, / recógeme, / porque la noche es larga / la soledad intensa, / y la tristeza mata”.
  En “El bosque de los días” fluye la levedad de la contemplación hecha indagación y canto, al modo de la poesía sensitiva y cordial de Eloy Sánchez Rosillo. De ese propósito de celebrar frutos y discurrir vital, que es ahora un vuelo de nostalgia a la intemperie, se nutren los poemas de quien se siente libre y soporta la caricia del frío por calles solitarias: “Con la emoción de siempre / lo observo todo, / y todo cuanto veo / me vuelve a sorprender”.
   Quien escribe no elude su compromiso con lo social, la esterilidad de un tiempo que no deja sitio a los más desfavorecidos y a los buscadores de esperanza donde plantar nuevas amanecidas. El poema “la maldad” es un aviso fuerte desde la retina crítica y el compromiso. De igual modo “El niño con el pijama de rayas” es testimonio de la barbarie nazi y la distopía de Auschwitz.
  El conjunto poético Este olvido inservible de Martín Torregrosa supone un viaje de retorno al intimismo  evocativo y a la tradición figurativa de nombres cimeros como Ángel González, Eloy Sánchez Rosillo, Joan Margarit y Luis García Montero. El hilo enunciativo y conversacional del lenguaje mantiene los destellos del recuerdo para enlazar secuencias familiares, más allá del tiempo y del vacío; muestra los signos del declinante discurrir que escapa como fresca corriente entre los dedos. Los recuerdos fechados en el mapa del tiempo recuperan paisajes, melodías, estampas familiares y la temporalidad que teje su epitelio con la dicción precisa de lo inevitable, con ese afán intacto de buscar un rincón a la verdad de ser. Exiliado en un lugar ajeno a la casa del padre, el sujeto lírico añora la voz del sur, ese tiempo de cosecha y trabajo que le recuerda, a pesar del desgaste de los años sensaciones de infancia y plenitud. Fluyen de modo natural instantáneas cercanas al discurrir biográfico, crecidas desde una sugestión cómplice. La poesía de Martín Torregrosa suena austera y sensible, con la complicidad de lo vivido en las páginas amarillas de la memoria.


JOSÉ LUIS MORANTE








lunes, 4 de agosto de 2014

MARTÍN TORREGROSA. ARTE DE AMAR.

Setecientos versos para Maindra
Martín Torregrosa
Renacimiento, Sevilla, 2014

PALABRAS PARA MAINDRA
 

  En el ideario realista, autor y lector habitan una demarcación compartida; cada texto confía en la implicación y complicidad de un interlocutor; el mensaje se desvela a quien se hace depositario de los enunciados. Esta estética está presente en toda la producción literaria de Martín Torregrosa ( Albox, Almería, 1957), que ha firmado los poemarios Lazos de sangre, Azul es el color de los desheredados y los títulos más recientes, El tren de la lluvia y Setecientos versos para Maindra.
   La estrategia de enlazar sentimientos e intereses con los otros desemboca siempre en el compromiso de la palabra, en la necesidad de formular los caracteres del yo subjetivo como partes integrantes de un ser social con visibilidad ética. El poeta y periodista Daniel Rodríguez Moya, en las líneas introductorias de El tren de la lluvia, comenta esa condición solidaria del poema que siempre hace su viaje vivencial en compañía; como si la mano tendida de la conciencia fuese el método más atinado de luchar contra el olvido del tiempo y sus desajustes, de convertir en sitio de llegada “una estación llamada dignidad” donde coinciden la extrañeza, el exilio, el desarraigo  y los pasos perdidos de solitarios que no encontraron respuestas.
   En su última entrega, con prólogo de Raquel Lanseros, Martín Torregrosa vuelve la mirada hacia los paisajes  interiores para convertir el amor en centro del discurso. Setecientos versos para Maindra es un largo soliloquio confesional, un diario sentimental que vuelca sobre la mesa versos que confían en la vigencia del amor como íntimo resorte. Escribir sobre un topos asentado con solidez en la lírica, que acumula un exhaustivo primer plano en la tradición, puede generar desconfianza. Casi nada hay que decir sobre un motivo en el que han desembocado con variaciones y reincidencias los poetas de todas las épocas. Pero la voz lírica de Martín Torregrosa no busca el asombro; el yo poemático  no es un prestidigitador dispuesto a someter al lenguaje a juegos de mano vanguardistas; el escritor defiende que la escritura es siempre la revisión crítica de un legado.
   Quien lo probó lo sabe; el yo enamorado está lleno de efectos secundarios inocultables. La presencia del amor es una apuesta en firme por convertir la voluntad propia en una disposición natural a habitar un territorio común e incierto. Pero ese amor se hace con materiales, tangibles, temporales, cambiantes y el recorrido amoroso deviene un proceso en línea discontínua, hecho con alternancias de plenitud y ausencia, de cercano disfrute y de la cicatriz abierta del recuerdo, de propósitos cumplidos y de ilusiones y sueños que es necesario recomponer. Lo deja claro la composición de cierre, “Epílogo”, un texto que cambia el paso para mirar el amor desde la distancia, con el formato meditativo del versículo.
   La poesía de Martín Torregrosa verifica indicios reconocibles del devenir existencial. Sus poemas caligrafían con tinta sencilla los sentimientos, convierten la intimidad en un alegato coloquial y desnudo contra la soledad.