Setecientos versos para Maindra Martín Torregrosa Renacimiento, Sevilla, 2014 |
PALABRAS PARA MAINDRA
En el ideario realista, autor y lector habitan una demarcación
compartida; cada texto confía en la implicación y complicidad de un interlocutor; el mensaje se desvela a quien se hace
depositario de los enunciados. Esta estética está presente en toda la
producción literaria de Martín Torregrosa ( Albox, Almería, 1957), que ha
firmado los poemarios Lazos de sangre,
Azul es el color de los desheredados y los títulos más recientes, El tren de la lluvia y Setecientos versos para Maindra.
La estrategia de enlazar sentimientos e intereses con los otros
desemboca siempre en el compromiso de la palabra, en la necesidad de formular los
caracteres del yo subjetivo como partes integrantes de un ser social con
visibilidad ética. El poeta y
periodista Daniel Rodríguez Moya, en las líneas introductorias de El tren de la lluvia, comenta esa condición solidaria del
poema que siempre hace su viaje vivencial en compañía; como si la mano tendida
de la conciencia fuese el método más atinado de luchar contra el olvido del
tiempo y sus desajustes, de convertir en sitio de llegada “una estación llamada
dignidad” donde coinciden la extrañeza, el exilio, el desarraigo y los pasos perdidos de solitarios que no
encontraron respuestas.
En su última entrega, con prólogo de Raquel Lanseros, Martín Torregrosa vuelve la mirada hacia los
paisajes interiores para convertir el
amor en centro del discurso. Setecientos
versos para Maindra es un largo soliloquio confesional, un diario
sentimental que vuelca sobre la mesa versos que confían en la vigencia del amor
como íntimo resorte. Escribir sobre un topos
asentado con solidez en la lírica, que
acumula un exhaustivo primer plano en la tradición, puede generar
desconfianza. Casi nada hay que decir sobre un motivo en el que han desembocado
con variaciones y reincidencias los poetas de todas las épocas. Pero la voz
lírica de Martín Torregrosa no busca el asombro; el yo poemático no es un prestidigitador dispuesto a someter
al lenguaje a juegos de mano vanguardistas; el escritor defiende que la
escritura es siempre la revisión crítica de un legado.
Quien lo probó lo sabe; el yo enamorado está lleno de efectos
secundarios inocultables. La presencia del amor es una apuesta en firme por convertir la
voluntad propia en una disposición natural a habitar un territorio común e
incierto. Pero ese amor se hace
con materiales, tangibles, temporales, cambiantes y el recorrido amoroso
deviene un proceso en línea discontínua, hecho con alternancias de plenitud y
ausencia, de cercano disfrute y de la cicatriz abierta del recuerdo, de
propósitos cumplidos y de ilusiones y sueños que es necesario recomponer. Lo
deja claro la composición de cierre, “Epílogo”, un texto que cambia el paso
para mirar el amor desde la distancia, con el formato meditativo del versículo.
La poesía de Martín Torregrosa verifica indicios reconocibles del devenir
existencial. Sus poemas caligrafían con tinta sencilla los sentimientos,
convierten la intimidad en un alegato coloquial y desnudo contra la soledad.
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