lunes, 4 de agosto de 2014

MARTÍN TORREGROSA. ARTE DE AMAR.

Setecientos versos para Maindra
Martín Torregrosa
Renacimiento, Sevilla, 2014

PALABRAS PARA MAINDRA
 

  En el ideario realista, autor y lector habitan una demarcación compartida; cada texto confía en la implicación y complicidad de un interlocutor; el mensaje se desvela a quien se hace depositario de los enunciados. Esta estética está presente en toda la producción literaria de Martín Torregrosa ( Albox, Almería, 1957), que ha firmado los poemarios Lazos de sangre, Azul es el color de los desheredados y los títulos más recientes, El tren de la lluvia y Setecientos versos para Maindra.
   La estrategia de enlazar sentimientos e intereses con los otros desemboca siempre en el compromiso de la palabra, en la necesidad de formular los caracteres del yo subjetivo como partes integrantes de un ser social con visibilidad ética. El poeta y periodista Daniel Rodríguez Moya, en las líneas introductorias de El tren de la lluvia, comenta esa condición solidaria del poema que siempre hace su viaje vivencial en compañía; como si la mano tendida de la conciencia fuese el método más atinado de luchar contra el olvido del tiempo y sus desajustes, de convertir en sitio de llegada “una estación llamada dignidad” donde coinciden la extrañeza, el exilio, el desarraigo  y los pasos perdidos de solitarios que no encontraron respuestas.
   En su última entrega, con prólogo de Raquel Lanseros, Martín Torregrosa vuelve la mirada hacia los paisajes  interiores para convertir el amor en centro del discurso. Setecientos versos para Maindra es un largo soliloquio confesional, un diario sentimental que vuelca sobre la mesa versos que confían en la vigencia del amor como íntimo resorte. Escribir sobre un topos asentado con solidez en la lírica, que acumula un exhaustivo primer plano en la tradición, puede generar desconfianza. Casi nada hay que decir sobre un motivo en el que han desembocado con variaciones y reincidencias los poetas de todas las épocas. Pero la voz lírica de Martín Torregrosa no busca el asombro; el yo poemático  no es un prestidigitador dispuesto a someter al lenguaje a juegos de mano vanguardistas; el escritor defiende que la escritura es siempre la revisión crítica de un legado.
   Quien lo probó lo sabe; el yo enamorado está lleno de efectos secundarios inocultables. La presencia del amor es una apuesta en firme por convertir la voluntad propia en una disposición natural a habitar un territorio común e incierto. Pero ese amor se hace con materiales, tangibles, temporales, cambiantes y el recorrido amoroso deviene un proceso en línea discontínua, hecho con alternancias de plenitud y ausencia, de cercano disfrute y de la cicatriz abierta del recuerdo, de propósitos cumplidos y de ilusiones y sueños que es necesario recomponer. Lo deja claro la composición de cierre, “Epílogo”, un texto que cambia el paso para mirar el amor desde la distancia, con el formato meditativo del versículo.
   La poesía de Martín Torregrosa verifica indicios reconocibles del devenir existencial. Sus poemas caligrafían con tinta sencilla los sentimientos, convierten la intimidad en un alegato coloquial y desnudo contra la soledad.

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