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miércoles, 6 de junio de 2012

LA TECLA DEL SARCASMO.


(José Luis Morante. Foto de Thyzzar)


Hay sujetos –él y ella, ellos y ellas- que tocan a menudo la tecla del sarcasmo. La pulsan convencidos de su sonoridad y su eficacia, como si provocara en los espectadores un asentimiento placentero al percibir que la burla cruel o la ironía mordaz son altas expresiones de ingenio de un intelecto activo.

Convivo con un entorno amable –soy un tipo afortunado- en el que disuena de forma estrepitosa el sarcasmo. Y por eso he tardado en descubrir la razón de mi tolerancia o la quieta paciencia que me lleva a dejar sin respuesta una actitud que no soporto.

Ahora sé cuánta amargura en la sombra lleva a la práctica del sarcasmo: la inseguridad de quien carece de certezas y piensa que todo es relativo; la soledad, la insatisfacción personal, el fracaso afectivo, el resentimiento de quien ve culpables siempre al otro lado del yo, la ignorancia, la mezquindad o la envidia… Y sé la única razón para soportar el sarcasmo y la soberbia de quien no se conoce en los espejos: creíamos que quien usa el sarcasmo era otro; le habíamos concedido una identidad equivocada.

Pero el cansancio aflora y uno encuentra el sarcasmo vomitivo y vulgar como un pelo en la sopa; sarcasmo casposo en el asiento del pasajero, cuando uno invita al viaje y abona todos los peajes; sarcasmo en la mirada rugosa que descubre en un mural de años de trabajo la cagada de una mosca; sarcasmo en la palabra que felicita con toses o en el labio que besa con salivillas o en la mano sudosa que saluda...

Y el torturado por el sarcasmo encuentra en el desprecio un poderoso motor para decir "basta"; para mirar con ojos de vacío;  para no perder ni un segundo de tiempo propio con aquellos que pulsan, mezquinos, suficientes, la estrepitosa tecla del sarcasmo.


martes, 27 de diciembre de 2011

DESCONOCIDO

                                                       José Luis Morante. Foto de Thyzzar.

Leve recuerdo de aquel desconocido

Fue su lecho una noche
aquel rincón de fronda
donde acuden las sombras en tumulto.
Y su dormir tenía
el sello del futuro en cada gesto.
Al alba despertó;
se restregó los ojos ateridos
y caminó solícito al mañana.
Cómplice de su dicha alcé la mano,
y no supe seguirlo sino de pensamiento:
-Pues la jornada es dura
y no habrá nadie esperando tu vuelta,
lleva siempre, contigo,
una abundante provisión de fe.

      ( Del libro Rotonda con estatuas, 1990)