Cantos hespéricos Friedrich Hölderlin Traducción y versiones libres en lienzos y poemas de Verónica Jaffé Presentación de Luis Miguel Isava La Laguna de Campoma, Caracas, 2016 |
RÍO Y MEMORIA
En su obra Sobre traducciones.
Poemas 2000-2008 Verónica Jaffé (Caracas, 1957) incorpora un epílogo que
creo necesario recordar aquí. La poeta, ensayista, traductora y artista
plástica se preguntaba en aquel texto las razones por la que se acerca a la
traducción con una actitud alejada de cualquier trasposición mimética, como si
plantase en el árbol de la escritura original un desplegado injerto personalizador:
“Hölderlin me enseñó que la traducción es la política de lo poético porque
implica la apertura a lo ajeno en la voz propia y porque con la traducción
comienza el ciclo histórico de la imaginación humana”. Del calado semántico de
esta aseveración reflexiva emana una tarea sostenida en el tiempo que deja
ahora, con relevante propuesta editorial de la Laguna de Campoma, en colaboración con el Goethe-Intitut Caracas, la traducción de Cantos hespéricos. de Friedrich Hölderlin.
Escritos en la aurora del siglo XIX, los
cantos, en palabras de Clara Janés “devuelven la poesía a su primigenia
vocación sacra y augural”. Verónica Jaffé toma como fuente de sus traslados textuales e imágenes la edición histórico-crítica de D. E. Sattler. Es la más
valorada por la investigación filológica especializada; se singulariza por
integrar en su magma textual las versiones y variantes. Sobre las
características formales del volumen, resulta clarificadora la mirada crítica
del profesor Luis Miguel Isava. El ensayista contextualiza el enfoque de estos
cantos que integran, junto al viraje canónico, una versión literal y otra
libre, empapada con la sintaxis castellana y con la atmósfera sensitiva de la
traductora, quien amplía su papel hasta personificar una autoría versal,
abierta a las posibilidades del matiz. El resultado es una conjunción de voces,
un proceso de textualidad entrecruzada que transfigura la significación.
Otro vértice nuevo y singular del decurso que acerca al espacio
cognitivo castellano estos himnos es la síntesis plástica. A partir de una
reflexión no verbal, los versos se transforman en imágenes y formas visuales en las que elementos conceptuales como el río, arquetipo de fluidez y
transcurso, protagonizan plasmaciones imaginativas.
Verónica Jaffé añade un preliminar en el que
clarifica las cualidades de estos doce himnos o cantos, cuya forma métrica se
inspira en los himnos de Píndaro. Son grupos estróficos que se construyen con
similar esquema argumental: arrancan con un canto de alabanza que despliega a
continuación un argumento enunciativo e interpretativo para integrar como coda
lecciones y sentencias formativas. La traductora defiende que la textura
esencial de esta obra es su transitar entre lo antiguo y lo moderno que además
se enriquece con la presencia en su filosofía de un contexto histórico marcado
por circunstancias políticas y sociales, capaces de moldear la subjetividad del
poeta.
Ya se ha comentado que no estamos ante el habitual trasvase académico.
Verónica Jaffé deja el acceso abierto a su poesía y ofrece una introducción
lírica, acompañando a las secuencias visuales. Las reproducciones de
carboncillos y collages no restan espacio a las palabras sino que constituyen
un episodio más de la traducción. Son expresiones meditativas que sondean
analogías en la red del lenguaje y representan nuevas perspectivas semánticas.
Si “lo que queda lo fundan los poetas”, el conjunto hímnico proyecta un
regreso al pasado clásico como espacio mítico y reducto de plenitud y grandeza.
Grecia es génesis y cuna y el anhelo del viaje se convierte en un cumplimiento
del destino. Ir es hacer posible los deseos del corazón, dar forja a ideales que cobijan la belleza y la pureza. Así retornan epopeyas y
tradiciones, historias épicas y geografías míticas que se entrelazan entre sí
hasta adquirir la apariencia confusa de una construcción aérea. En Hölderlin la
eternidad de los mitos paganos nutre pulsiones genesíacas de la existencia y
recupera un panteón ecléctico de divinidades con acento visionario.
A la luz de la razón, los cantos no
proporcionan historias cerradas ni semas lógicos. Se abren como
figuraciones y marcas repletas de imágenes que exigen nuevas sendas, que
entrevelan su hilo argumental para solapar sentidos o para hacer de su lectura
un campo especulativo repleto de subjetividad.
La actividad poética comprende también un impulso que lleva a Verónica
Jaffé a una cala poética: “Fue el mismo Hölderlin / quien me enseñó a ver / la
traducción en la poesía / y la metáfora del propio río / como el fluir de la
memoria, / de la lengua en mi país / que no me pertenece, / ya lo sé / ni a mí
ni a nadie.” El espíritu de Hölderlin bifurca el camino. Aflora un presente
en el que es palpable la preocupación solidaria, el rastro de la pérdida, y la
objetivación de un tiempo personal que traza su propio mapa de la memoria, los
signos del día que abren a cada instante caminos y preguntas “porque la
querencia de vida como riqueza, / para sí y para todos, es común a dioses / y
mortales“.
Lejos de quien asume la traducción como un expediente laboral, Verónica
Jaffé promueve vínculos con el legado y la personalidad espiritual de Friedrich
Hölderlin y crea en esa hilada conversación con el poeta su propio género
literario, un quehacer singular para que siga hablando con voz inalterable esa
tensión que encierra lucidez y locura.
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