sábado, 25 de marzo de 2023

JUAN ANTONIO MORA. LAS RUINAS DEL CIELO

Las ruinas del cielo
Juan Antonio Mora
Editorial Corona del Sur
Colección Almud Literario
Málaga, 2023

 

ARQUEOLOGÍAS
 

   El momento histórico que atravesamos está lleno de contradicciones y choques frontales entre realidades que aparentemente se están resquebrajando. En ese estado de continua inquietud existencial es difícil cerrar los ojos y es una constante tentación, al mismo tiempo, el escapismo mental. Desde esa perspectiva, cada vez parece más necesaria la poesía en la calle, esa senda creadora que revindica lo común y hace del discurso solidario un núcleo central de la tarea poética.
   Juan Antonio Mora (Andújar, 1950) personifica un compromiso con la escritura de más de cuatro décadas. Firma, por tanto, un itinerario de indiscutible calado que rechaza de plano los elementos irracionales y lo hermético para trazar una senda de deseable claridad. Vacía en sus moldes formales un decir coloquial e intimista, que simplifica el lenguaje con enunciados narrativos y propuestas cercanas a lo laborable, que dotan a la artesanía del poema de un claro sentido existencial. En su expresión personal cuida el nivel comunicativo para compartir con el lector las contingencias diarias y las experiencias del poeta.
   Es conocida su travesía de madurez porque alienta una envidiable fertilidad creadora. Las entregas en los últimos años aportan a la bibliografía personal la compilación La alegría del aire (2019), selección prologada por el poeta y ensayista,Alberto García-Teresa, el poemario, Nubes, que cuenta con un prólogo de Juan Carlos Mestre, La silla vacía, obra editada en 2022 y el volumen Las flores me llaman, cuya hermosa cubierta e ilustraciones interiores pertenecen al artista José Ramón Navarro.
   Las ruinas del cielo –qué excelente título- acoge ilustraciones de cubierta e interiores de Rafael Toribio (Andújar, 1957), dibujante, pintor y profesor de dibujo artístico y serigrafía que ya colaboró con el poeta en la recordada revista de los años noventa “La hamaca de lona”. La dedicatoria y las citas que sirven de umbral al despojamiento expresivo de Juan Antonio Mora recuerdan que, en palabras de Joan Margarit, “la poesía es la última casa de misericordia”, como lo es el amor, esa casa habitable que mantiene en el tiempo una luz encendida. Así lo ratifica la herida emotiva de las palabras: “A Charo. Todo está aquí contigo”.
  Los estratos poéticos de Juan Antonio Mora conceden una importancia extrema al resquicio sentimental. El fluir de la conciencia no se cierra en su interioridad. Mira la calle. Descubre sus asimetrías aceptando que forma parte de una identidad colectiva que guarda en su epitelio numerosos enigmas. Por eso cada poema es  una pregunta en el aire, una forma de sacar a la luz las inquietudes de un yo que manifiesta el sentir más hondo y esa sensación que aporta el complejo del superviviente, la radical soledad del hombre frente a la intemperie, entre un clamor de voces reales reales e imaginarias. La soledad va creciendo en el tiempo y con ella el desamparo de existir a campo abierto y el amor se hace más necesario que nunca: “Sin ti, / no hay vida ni alegría, / me muero lloroso / en una esquina. / Sin ti, / todo es invierno y frío / y oscuro. / Y la luna en una lágrima / se extravía.”
  El poeta recuerda el discurrir vital y la pulsión del lenguaje para transcender lo perecedero. Se retoman ausencias como la del padre, que todavía vive en el mapa de la memoria como si fuera la raíz fuerte de un árbol contra el tiempo, o la presencia auroral y cálida de la madre “rubia y azul, liviana y primavera”, como máxima expresión de la generosidad y la ternura. Este encuentro con las preguntas esenciales también convoca a Dios, esa gran incógnita que forma parte de las sombras más densas del pensamiento. Y no faltan las grietas que se asoman a la propia identidad para recordar que somos actores secundarios que tardan en encontrar el itinerario de un destino propicio: “¿Dónde está la verdad? / Yo la busco sin cesar, / el otro día / la vi un momento / por pura casualidad”., .
  En ese estado de melancolía e incertidumbre, de saber que la existencia es un fluido cauce de dolor y lágrimas, llega el consuelo de la escritura. Esa tarea que ayuda a preservar los recuerdos y que enlaza pasado y ahora en el mismo afán de sostener lo perdurable, tras la ventana abierta de lo cotidiano; pero el amor nos salva, aunque tenga la frágil cadencia intangible de los sueños.
  El yo poético se siente una sombra y se empeña en entenderse a sí mismo. El poema se esencializa hasta convertirse en un apunte que recorre el espacio cerrado del aforismo: “Un Dios vela por mí… Pero no sé quién es”; “No me caben en el armario tantos sueños”; “Tus ojos están llenos / de pájaros asustados”, “Abrir los ojos para ver a los poetas que existen / y trabajan la palabra”. O esa despedida final que cobra la fuerza de enlazar la vida con un sueño donde la muerte es el único despertar: “Cierro el libro. /Dejadme soñar”
    Juan Antonio Mora halla en la poesía su máxima razón de ser. Los poemas reclaman voz para dejar en las palabras una escueta y meditada reflexión sobre el hombre frente al espejo de su conciencia. La vida con sus laberintos cotidianos va dejando entre las manos la piedra gastada de las utopías, el rastro de una arqueología que nos vuelve vulnerables y frágiles. Solo queda la poesía, esa vocación auroral de preservar ilesa la esperanza.
 

JOSÉ LUIS MORANTE



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