lunes, 6 de mayo de 2024

CARLOS ROBERTO GÓMEZ BERAS. LA ESPINA QUE FLORECE

La espina que florece
Carlos Roberto Gómez Beras
Nota de contracubierta: Ana María Fuster-Lavin
Isla Negra Editores
Colección Filo de Fuego
San Juan, Puerto Rico, 2023


 
ASÍ ES LA ROSA
 
   Para quienes siguen desde hace tiempo, como es mi caso, el vitalismo creador de Carlos Roberto Gómez Beras (República Dominicana, 1959) no pasa inadvertida la persistente devoción por la poesía, la exacta fantasía de calado filosófico y la confidencia que hace del nombrar una paradoja simbólica. Con la escritura busca perfilar los trazos más frescos y transparentes de su yo personal; el sonido del agua. Desde el asombro del misterio y la profundidad ha ido naciendo un largo recorrido de publicaciones que ha obtenido numerosos reconocimientos y conforma un encendido relato de éxitos. El poeta, editor y catedrático, afincado en Puerto Rico desde 1964, ha conseguido en cinco ocasiones el Premio Nacional de Poesía y sus poemas se han trasladado a idiomas como el serbio, francés, inglés, alemán o estonio, asegurando de paso una presencia fuerte en revistas y antologías. Ana María Fuster-Lavin mide la dimensión expandida de estos versos y considera a su autor "una de las voces más genuinas y destacadas de la literatura antillana". 
   El poeta vuelve a conectar con la palabra poética con la entrega La espina que florece, un conjunto de más de sesenta poemas breves que se abre con este destello verbal de Blanca Varela: “Entre las cosas dios está allí, / sentado a la diestra de sí mismo”. Del estar entre cielo y tierra que observa a la distancia justa los elementos del universo y su génesis, con voluntad propia, nacen las travesías argumentales de  las composiciones, distribuidas en tres tramos orgánicos.
   El primero “Cielo” muestra un claro carácter enunciativo en el que reverberan los recuerdos de la contemplación donde se abrazan lo pagano y lo sagrado, la deidad incorpórea que respira en los estratos de la noche: “Dios trabaja para otros. / No descansa, como dijeron. / Por eso nos entregó el sueño / y un ángel para custodiar / ese espacio que nos ganamos / para ser frágiles como un ánfora.”  El necesario onirismo invita a traspasar límites físicos para percibir esa presencia fuerte e intocada, que trasciende el tiempo y cobija intacta la belleza “como la rosa de un poema”. Es una voz que convoca y absuelve la soledad dormida, que llama desde dentro. A veces no está. Entonces la mañana se hace frío y tiniebla. Muerte y olvido. El abierto vacío de una boca que no tiene palabras que pronunciar y oye respirar un tangible silencio ensimismado, sin ninguna certeza aparente. El sujeto siente su desvalimiento, percibe esas coordenadas que dejan la existencia en el centro de la nada. Es un monólogo sin luz. Una página en blanco, un lenguaje por descubrir, donde aferrarse en el oscuro caminar de la imaginación. El yo verbal en soledad es solo el reflejo de la rosa que nació del sueño. Una esperanza, un legado intangible de verdad y belleza. Una sed, un regreso, una espina que desgarra la piel “sola, dura e hiriente / abandonada a sí misma / como un recuerdo”
   La sección central “Axis” toma su nombre de la segunda vértebra de la columna, la que hace posible el movimiento de rotación de la cabeza. Ella simboliza el amor, “la vocación de ofrendar lo que deseamos”. El cuerpo se hace entonces puro molde que cobija el deseo. Es senda hacia la deidad, hecha paisaje interior, razón del imaginario, encuentro y caminar capaz de hacer posible la resurrección de lo vivido, el retorno al origen, la urgente necesidad de representar el papel de Lázaro. Fugaz y contingente, la memoria susurra con esquejes de lo vivido, con esas instantáneas capaces de borrar la ausencia y convocar el ciclo germinal de una nueva primavera. Así nace el poema, como un pájaro que vuela entre las manos, como el temblor cálido de la celebración de la nostalgia: “Tú me vislumbras como un hombre afiebrado / que busca entre pliegues tus humedales. / Yo me presiento ser el niño huérfano / que de tus senos rebosantes bebe la nostalgia. / Por eso, en este puente imaginado, cada noche, nos rendimos a la entrega malsana / de sabernos un cuerpo y una ausencia / que intentan cruzar ciegos una parábola”. Existir es marcar en pieles de arena una ruta de pasos perdidos; dar sentido a un peregrinaje que se pierde en la razón del misterio y hace de la duda una pulsión de búsqueda.
   Como si fuera otro espacio marcado por la geografía afectiva, el apartado final “Tierra” supone en el recorrido la persistencia del despertar. Como si el extravío encontrara un andén donde detenerse y pernoctar. El alma lava su cansancio, recupera la ingenuidad del niño, la clara senda del poema que se hace preguntas entre el amor y la incertidumbre y dispersa el vaho de los espejos. La pérdida impone su reguero de ausencias, hace del pretérito un estanque de imágenes posadas en las aguas dormidas del olvido. Falta el legado personal del pretérito, aquello que alguna vez fue nuestro y ahora se diluye en la prisa del tiempo, cambiando el plumaje de la noche.
   Algunos poemas de la sección habitan la razón de la escritura, desde la conciencia del poeta. Escribir es dar aliento, hacer de la palabra una grieta de vida, convertir en centro cada margen. Quien se viste de poema no busca la belleza intocada de la rosa sino el tantear de la espina que rasga la piel, que olvida el tedio de lo cotidiano en la hondura de gris de los espejos. La voluntad se hace intento; sabe que no hay más premios que persistir en ese oficio callado y laborioso de la contemplación. La naturaleza del yo es transitoria y efímera, camina hacia el atardecer y hace de la tristeza un himno que se apaga en la punta de la lengua.
  La poesía de Carlos Roberto Gómez Beras se empeña en comprender las voces fragmentarias que definen la propia identidad, esa cadencia que muestra en lo cotidiano incertidumbre y desamparo. Así va perfilando el empeño del yo en sus indagaciones en torno al enigma existencial y en la construcción de los sentimientos como una arquitectura de largo alcance. Es esencialismo expresivo. Poesía donde atardece despacio, con la sutil pincelada del misterio.



JOSÉ LUIS MORANTE



 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.