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martes, 3 de diciembre de 2024

NANCY DEBS RAMOS. FORMAS DE MARCHARSE

Formas de marcharse
Nancy Debs Ramos
Imagen de cubierta de Rafael Trelles
Isla Negra Editores
Colección El Rostro y la Máscara
San Juan, Santo Domingo, 2024

 

DERIVAS

 


   La biografía personal de Nancy Debs Ramos parece alentar una celebración del nomadismo. Se escribe en movimiento continuo. Hija de madre española y padre libanés, nacida en Cuba, puertorriqueña de corazón y residente en Carolina del Norte (EE.UU), cursó una Maestría en Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón en San Juan y ha dejado en su taller poemas, cuentos, artículos de prensa y microrrelatos, algunos de ellos reconocidos con importantes premios.
   Su entrega más reciente Formas de marcharse se publica en Isla Negra, la vitalista editorial caribeña dirigida por el poeta Carlos Roberto Gómez Beras, quien también impulsó la publicación del primer libro de minificciones y cuentos breves La fragilidad de las cosas (2018). Con aquella entrega, comenzaba a fluir un manantial narrativo que mantiene un cauce fuerte, como ratifican los casi treinta textos compilados en Formas de marcharse. La entrega  tiene una llamativa imagen de cubierta del artista Rafael Trelles que se inspira en las rutas expresivas de Franz Kafka. Aquel inolvidable insecto de la Metamorfosis calza un botín para salir al paso de la amanecida y pasear su nueva condición vital con un trazo figurativo que convierte las secuencias de la realidad en el definido desorden del asombro. También del escritor de Praga es la cita de apertura, cuyo enunciado tanto recuerda al decir lapidario de los aforismos: “Formas parte de mí, aunque no vuelva a verte nunca”.
  La cosecha argumental de Nancy Debs Ramos está ligado a ese cúmulo de absurdos y acontecimientos insólitos que la normalidad laboral deposita a diario sobre nuestros actos más elementales: comer, pasear, dormir, habitar las rutinas o trazar esas líneas difusas de las relaciones personales. Son estratos que también abordan temas actuales como los malos tratos, la soledad, el rumor violento de lo sesapacible o la pandemia.  Los relatos conviven con minihistorias de resolución inmediata que consiguen excelentes resultados narrativos en “La intrusa” o en “Rompecabezas”. Las tramas rastrean secuencias de vida, en las que se aposa la perplejidad como norte de nuestra condición transitoria. Así sucede en el cuento inicial “Buenos amigos”, donde la confusión siempre está cerca para sondean el sentido existencial del ser, o meditar sobre la remansada superficie de la amistad. Entender actitudes ajenas es ayudarnos a comprender al extraño que nos habita. Lo cotidiano no es un remanso transparente; muestra una superficie en vela, convulsionada por los guijarros del pensamiento. La incertidumbre del yo toma conciencia, sabe, que acecha el vuelo de una soledad involuntaria que obliga a percibir afinidades y coincidencias con los demás, y que desdobla los latidos del tiempo, unificando pretérito y ahora, o mirando la espera del futuro con ojos de escepticismo y desconfianza. 
  La escritora convierte a algunos escritores, como Raymond Carver, o artistas, como Rafael Trelles, en presencias narrativas, integradas con naturalidad en los estratos escriturales. El volumen toma el título de un cuento, fragmentado en dos momentos, que hace de la casa un personaje más que marca el destino de sus moradores con sus secretos en manos del tiempo. La experiencia vital desazona, parece que tuviera fecha de caducidad; y a ese estar siempre en el borde de lo vulnerable, donde la muerte descubre su verdad, dedica Nancy Debs Ramos cuentos como “Saber cuándo”, “No hablar” o “Gregorio Samsa lo sabía”.
  Otros textos descubre que la tranquilidad de lo diario depende de un hilo frágil que alguna contingencia rompe para siempre Así sucede en el relato inspirado en “casa tomada” de Cortázar, donde la epidemia provoca un encierro interminable que sólo concluye con la inesperada aparición de invencibles ejércitos de hormigas.
  Formas de marcharse sorprende por su heterogénea amalgama de asuntos; pero también por su empeño expresivo de narrar cada historia con una prosa limpia y comunicativa, poco contaminada de figuras retóricas y digresiones. Una dicción de calado emotivo para que afloren las incongruencias que rompen las costuras de la lógica. Como escribiera Elena Poniatowska y recoge en uno de sus cuentos Nancy Debs Ramos, la voz del escritor es la pregunta; el patrimonio de las palabras contiene la sencilla tarea de objetivar el conocimiento del ser y del mundo, de dar al calado sentimental de cada existencia sus sorprendentes versiones; aquello que convierte un acto anodino en una estela en vuelo de lo extraordinario.
 
 
JOSÉ LUIS MORANTE  
 
 



  

lunes, 6 de mayo de 2024

CARLOS ROBERTO GÓMEZ BERAS. LA ESPINA QUE FLORECE

La espina que florece
Carlos Roberto Gómez Beras
Nota de contracubierta: Ana María Fuster-Lavin
Isla Negra Editores
Colección Filo de Fuego
San Juan, Puerto Rico, 2023


 
ASÍ ES LA ROSA
 
   Para quienes siguen desde hace tiempo, como es mi caso, el vitalismo creador de Carlos Roberto Gómez Beras (República Dominicana, 1959) no pasa inadvertida la persistente devoción por la poesía, la exacta fantasía de calado filosófico y la confidencia que hace del nombrar una paradoja simbólica. Con la escritura busca perfilar los trazos más frescos y transparentes de su yo personal; el sonido del agua. Desde el asombro del misterio y la profundidad ha ido naciendo un largo recorrido de publicaciones que ha obtenido numerosos reconocimientos y conforma un encendido relato de éxitos. El poeta, editor y catedrático, afincado en Puerto Rico desde 1964, ha conseguido en cinco ocasiones el Premio Nacional de Poesía y sus poemas se han trasladado a idiomas como el serbio, francés, inglés, alemán o estonio, asegurando de paso una presencia fuerte en revistas y antologías. Ana María Fuster-Lavin mide la dimensión expandida de estos versos y considera a su autor "una de las voces más genuinas y destacadas de la literatura antillana". 
   El poeta vuelve a conectar con la palabra poética con la entrega La espina que florece, un conjunto de más de sesenta poemas breves que se abre con este destello verbal de Blanca Varela: “Entre las cosas dios está allí, / sentado a la diestra de sí mismo”. Del estar entre cielo y tierra que observa a la distancia justa los elementos del universo y su génesis, con voluntad propia, nacen las travesías argumentales de  las composiciones, distribuidas en tres tramos orgánicos.
   El primero “Cielo” muestra un claro carácter enunciativo en el que reverberan los recuerdos de la contemplación donde se abrazan lo pagano y lo sagrado, la deidad incorpórea que respira en los estratos de la noche: “Dios trabaja para otros. / No descansa, como dijeron. / Por eso nos entregó el sueño / y un ángel para custodiar / ese espacio que nos ganamos / para ser frágiles como un ánfora.”  El necesario onirismo invita a traspasar límites físicos para percibir esa presencia fuerte e intocada, que trasciende el tiempo y cobija intacta la belleza “como la rosa de un poema”. Es una voz que convoca y absuelve la soledad dormida, que llama desde dentro. A veces no está. Entonces la mañana se hace frío y tiniebla. Muerte y olvido. El abierto vacío de una boca que no tiene palabras que pronunciar y oye respirar un tangible silencio ensimismado, sin ninguna certeza aparente. El sujeto siente su desvalimiento, percibe esas coordenadas que dejan la existencia en el centro de la nada. Es un monólogo sin luz. Una página en blanco, un lenguaje por descubrir, donde aferrarse en el oscuro caminar de la imaginación. El yo verbal en soledad es solo el reflejo de la rosa que nació del sueño. Una esperanza, un legado intangible de verdad y belleza. Una sed, un regreso, una espina que desgarra la piel “sola, dura e hiriente / abandonada a sí misma / como un recuerdo”
   La sección central “Axis” toma su nombre de la segunda vértebra de la columna, la que hace posible el movimiento de rotación de la cabeza. Ella simboliza el amor, “la vocación de ofrendar lo que deseamos”. El cuerpo se hace entonces puro molde que cobija el deseo. Es senda hacia la deidad, hecha paisaje interior, razón del imaginario, encuentro y caminar capaz de hacer posible la resurrección de lo vivido, el retorno al origen, la urgente necesidad de representar el papel de Lázaro. Fugaz y contingente, la memoria susurra con esquejes de lo vivido, con esas instantáneas capaces de borrar la ausencia y convocar el ciclo germinal de una nueva primavera. Así nace el poema, como un pájaro que vuela entre las manos, como el temblor cálido de la celebración de la nostalgia: “Tú me vislumbras como un hombre afiebrado / que busca entre pliegues tus humedales. / Yo me presiento ser el niño huérfano / que de tus senos rebosantes bebe la nostalgia. / Por eso, en este puente imaginado, cada noche, nos rendimos a la entrega malsana / de sabernos un cuerpo y una ausencia / que intentan cruzar ciegos una parábola”. Existir es marcar en pieles de arena una ruta de pasos perdidos; dar sentido a un peregrinaje que se pierde en la razón del misterio y hace de la duda una pulsión de búsqueda.
   Como si fuera otro espacio marcado por la geografía afectiva, el apartado final “Tierra” supone en el recorrido la persistencia del despertar. Como si el extravío encontrara un andén donde detenerse y pernoctar. El alma lava su cansancio, recupera la ingenuidad del niño, la clara senda del poema que se hace preguntas entre el amor y la incertidumbre y dispersa el vaho de los espejos. La pérdida impone su reguero de ausencias, hace del pretérito un estanque de imágenes posadas en las aguas dormidas del olvido. Falta el legado personal del pretérito, aquello que alguna vez fue nuestro y ahora se diluye en la prisa del tiempo, cambiando el plumaje de la noche.
   Algunos poemas de la sección habitan la razón de la escritura, desde la conciencia del poeta. Escribir es dar aliento, hacer de la palabra una grieta de vida, convertir en centro cada margen. Quien se viste de poema no busca la belleza intocada de la rosa sino el tantear de la espina que rasga la piel, que olvida el tedio de lo cotidiano en la hondura de gris de los espejos. La voluntad se hace intento; sabe que no hay más premios que persistir en ese oficio callado y laborioso de la contemplación. La naturaleza del yo es transitoria y efímera, camina hacia el atardecer y hace de la tristeza un himno que se apaga en la punta de la lengua.
  La poesía de Carlos Roberto Gómez Beras se empeña en comprender las voces fragmentarias que definen la propia identidad, esa cadencia que muestra en lo cotidiano incertidumbre y desamparo. Así va perfilando el empeño del yo en sus indagaciones en torno al enigma existencial y en la construcción de los sentimientos como una arquitectura de largo alcance. Es esencialismo expresivo. Poesía donde atardece despacio, con la sutil pincelada del misterio.



JOSÉ LUIS MORANTE



 


jueves, 14 de septiembre de 2023

EDWIN FI. LOS BLANDOS ABISMOS DE LA CARNE

Los blandos abismos de la carne
Edwin Fi
Prólogo de Lynette Mabel Pérez Villanueva
III Premio Internacional de Poesía joven José Antonio Santano
Colección Caíope
Ayuntamiento de Baena, Concejalía de Cultura
Baena, Córdoba, 2023

DEGUSTACIÓN

 

   En el fluir del tiempo la buena poesía suprime fronteras y anula distancias con su fuerza expresiva. Se concibe como propuesta dialogal que comparte, con mimo y delicadeza, la expandida llanura de los parámetros estéticos. Desde hace años llegan con gratísima regularidad al espacio lírico peninsular los itinerarios de la poesía de Puerto Rico gracias, sobre todo, al encomiable quehacer editorial de Carlos Roberto Gómez Beras, impulsor del catálogo de Isla Negra, y a las páginas de la revista Cuatrivium, publicación universitaria que deja en cada número los rescoldos de un atractivo aporte de creadores y novedades editoriales. A ellos se suma, con voluntad renacida, el Premio Internacional de Poesía Joven José Antonio Santano, concedido en su tercera convocatoria al escritor Edwin Fi (Puerto Rico, 1990).
  El quehacer poético de Edwin E. Figueroa Acebedo, escritor, ilustrador, artesano y docente en ejercicio en el Departamento de Educación de Puerto Rico, abarca los poemarios Levitaciones (2014), Por la senda de la silenciosa grey (2016), y La noche extendida (2018). Su discurso lírico prosigue ruta con Los blandos abismos de la carne, título que resalta una propuesta indagatoria sobre el cuerpo, cuyas fugaces vivencias son al mismo tiempo estación de llegada y acantilado.
   Lynette Mabel Pérez Villanueva firma la introducción “Degustar apenas o los abismos de la carne”, un texto de acercamiento a las formas breves y al tema del deseo como estrato esencial del libro. El muro alzado del poema se vuelve un espacio de vivencia y plenitud. También las citas dejan la puerta franca a la conciencia que va acumulando percepciones y sensaciones del yo en un continuo aprendizaje vital. Desde el inicio de Los blandos abismos de la carne el poema breve se convierte en ámbito expresivo habitual. El tono de lo conciso impone limpieza, precisión y resolución argumental inmediata. El yo poético hace suyos la voz de la carencia y el vacío.  El hablante lírico es testigo clarificador de estados anímicos: “Quiero amarrarme / a la complicidad de los cuerpos / y a sus derrumbes”. Conviene clarificar de inmediato que la estrofa triversal que emplea en ocasiones Edwin Fi en modo alguno es un haiku ni participa de las claves esenciales de la estrofa japonesa, por lo que no mantiene el esquema versal 5 / 7 / 5, ni vela el discurso confidencial del sujeto frente al primer plano de la naturaleza ni capta el instante como un destello que sucede aquí y ahora. Tampoco otros poemas recorren esa intersección entre poesía y pensamiento del aforismo. Edwin Fi sólo comparte con ambos géneros el reducido marco de la brevedad. El sentido paradójico de muchas composiciones nos acerca más a una lírica indagatoria y reflexiva, que sondea en la conjetura con bellísimas imágenes que convierten al cuerpo en árbol y abismo, en laberinto de sombras y caudaloso río irreductible.
  Las grafías del deseo se interiorizan, nunca dan tregua y componen una sensibilidad sacudida por un fuerte  erotismo. Así lo percibe el lector en composiciones como “Rocío y alborada”, “Reptil sigiloso” y “Blandos abismos”: “Y mis dedos / como raíces recién brotadas / comienzan el rito / de la invocación / de tus blandos abismos de la carne”.
  El soplo de las palabras adquiere un carácter celebratorio. Recrea un escenario de recuerdos que expande un tacto cálido de amanecida, cuajado de contrastes. Debajo del epitelio de los sentimientos todo es búsqueda, un inevitable sondeo que quiere revelar los enigmas del cuerpo en ese nomadismo sucesivo del devenir existencial. Esa lumbre que nunca se consuma en la voluntad alcanza excelente expresión verbal en el poema “Cartógrafo”: "Juego al cartógrafo, / bosquejo tus perímetros / bajo las sábanas de papiro. / Tu piel de nácar / parece un mapa antiguo / con tantos lunares dispersos “. En el incansable trasiego estacional, el amor reconstruye, cambia la identidad, resetea la ontología del ser y reconfigura su carne. El mismo amor también muda de piel, tras la plenitud fértil que arrebata los cuerpos se sosiega y entra en un estado de quietud y orfandad que diluye lo vivido en invisibles partículas de polvo.
  Una seña característica de la colección Calíope es cerrar el libro con la coda “Adenda”, donde un poema del autor se vuelca al catalán, gallego, euskera, inglés, francés, portugués, italiano, alemán, árabe y rumano. El texto elegido es “Este sabor amargo a eternidad”, una composición cuajada de metáforas que arranca desde una cita de Jocelyn Pimentel Rodríguez.  
  En Los blandos abismos de la carne Edwin Fi encuentra en el deseo un horizonte hacia el que caminar con cuerpo y alma. La pasión zarandea los versos. Transforma la aridez de lo diario en un hábitat de plenitud. El amor, el deseo, la pasión y la dolorosa calma del desamor se recluyen en las palabras con vocación claustral. El yo poético se empeña en ese acceso imposible a la plenitud amorosa y al retorno a la propia identidad. Amar es remontar, buscar el hilo leve del origen para quedar al margen de los días. Para vivir, ensimismado y pleno, en abrazo fraterno con la carne.
 

JOSÉ LUIS MORANTE



 

 

  

lunes, 31 de julio de 2023

ÁNGELES RIVAS (ed.) PAISAJES DEL INTERIOR

Paisajes del interior
Antología de mujeres poetas de la Patagonia
Ángeles Rivas (Editora)
Imagen de cubierta: Chino Leiva
Editorial Isla Negra
Colección Los Nuevos Caníbales
San Juan, Santo Domingo, 2023

 

CONO SUR

 
  La obra literaria de Ángeles Rivas (San Carlos de Bariloche, Patagonia, Argentina, 1968) poeta, periodista y docente, muestra un amplio despliegue de géneros que aglutina poesía, relato, ediciones críticas y artículos de interés literario y cultural. Nacida en los amplios espacios de la Patagonia argentina, la escritora nos deja, con imagen de cubierta de Chino Leiva, una compilación de voces femeninas de la región, en el imprescindible catálogo de la editorial caribeña Isla Negra.
 Una leve cita de Lionel Rivas Fabbri ubica el sur como espacio de asombro y utopía. Desde esa consideración, más introspectiva que geográfica, la escritora descubre signos diferenciales de una antología en la que conviven estéticas diversas tras las mismas características geofísicas. En la Patagonia, en palabras de la editora, “Escribir poesía en el sur de Argentina no solo involucra a los aspectos de la climatología sino, además, en esta acción del pensamiento está presente el clima social e histórico que se vive, convive y perdura en este territorio inhóspito, ventoso, frío, mágico, asombroso”. Además hay otra circunstancia esencial en esta muestra: la condición de mujer, común a las once voces seleccionadas. Es evidente que el discurrir histórico ha supuesto una larga lucha para adecuar el constructo social a las condiciones de igualdad de género, equivalencia en derechos humanos y posibilidades de realización identitaria en el decurso de los interminables procesos de mestizaje y colonización.
   La vasta realidad geográfica del cono sur no circunscribe el cauce argumental de las composiciones a un magma normalizado y monotemático. La poesía es una labor singular, con molde subjetivo y personal, donde cada taller busca su sentido místico y cotidiano al cauce existencial. De este modo, la palabra adquiere significación introspectiva y arraiga en el contexto fragmentado de la intimidad, ese territorio que despliega fronteras entre entorno y sujeto.
  Ángeles Rivas distribuye el material seleccionado de cada escritora sin el dogmatismo de la nota introductoria. Deja que los poemas hablen por sí mismos y añade como coda final de cada colaboración la biografía literaria. De este modo, la lectura de Paisajes del interior dibuja una cartografía que aglutina sendas expresivas de Liliana Ancalao, Marisa Godoy, Anamaría Mayol, Luciana Mellado, Romina Olivero, Gladys Peña, Aldana Pérez, Aixa Rava, Nanim Rekacz, María Cristina Venturini y Mónica Volonteri.
   El intimismo indagatorio de Liliana Ancalao busca respuestas y sentido al camino existencial y su vuelo leve. El sujeto verbal aprende pronto que las alas del yo son cicatrices en la espalda y que el color gris de la amanecida tiñe de lejanía cualquier sueño. Con amplio sustrato biográfico, la palabra poética de Liliana Ancalao propicia un retorno hacia el origen, refuerza la inmersión histórica en el paso colectivo para convertirse en una de las sendas centrales de la poesía mapuche.
  Marisa Godoy asienta su verdad expresiva en vértices como la identidad, el decurso temporal, la presencia del otro o la indeclinable vocación metaliteraria: “Escribir es reparar la herida fundamental”.
   De Anamaría Mayol resalta una sensibilidad cercana, con signos coloquiales, en la que toma cuerpo el quehacer de la memoria como veta transformadora del epitelio afectivo. En sus tramas argumentales cobra fuerza la antología de lo femenino. Ser mujer es oír en el tiempo un rumor imparable, un temblor que obliga a la conciencia a taponar grietas y transformar paisajes de invisibilidad y soledad perenne.
  Resalta el cauce emotivo y sentimental que duerme en los poemas de Luciana Mellado. El amor vertebra la identidad del sujeto, es una pulsión central de su existencia que alienta la búsqueda del otro y que percibe el resplandor del deseo. Pero también es un depositario de dolor y asperezas, de ese estar que hace de lo cotidiano un hilo umbilical con el frío. También Romina Olivero abre en sus poemas una ventana a los sentimientos, aunque alrededor se perciba un entorno nocturnal, como si los cuerpos navegaran por un río de aguas grises. Hay también una clara reivindicación del yo femenino para librarlo de los efectos secundarios de una sociedad patriarcal y cuajada de prejuicios. El contexto espacial aparece explícito en algunos poemas, donde la geografía sufre los rigores climáticos y postula un ambiente futurista inhabitable.
   El afán cognitivo reafirma el lenguaje de Gladys Peña; se trata de ver a través de las palabras. Así se conforma la propia identidad y se percibe la impronta nómada de un tiempo en marea continua que acerca el entorno natural y los elementos de un paisaje interior que asienta en sus manos el colmado balance del pasado como un oleaje sostenido.
   En el registro lírico de Aldana Pérez resalta ese caminar hacia adentro de los poemas. Con paso introspectivo, la poeta muestra la densa transparencia de las cosas y su misterio intacto. Se trata de intuir la hondura de un estar que cobija sensaciones y sombras, las incógnitas perennes de quien sale a la luz y nunca sabe qué itinerario es el que aguarda su caminar a solas.
   Aixa Rava deja hablar al recuerdo para que muestre su legado de asombro. En la evocación manifiesta sus aristas el entorno como marco asociado al despertar de la existencia. La poesía registra la condición temporal y el misterio que cobijan las formas aparentes. Existir es nombrar, intuir aquello que está a punto de despertar.
   En las ráfagas poéticas de Nanim Rekack el transitar social retorna con mirada crítica en un claro ejercicio de compromiso con lo colectivo. Pero también la subjetividad marca el ahora en los espejismos de la evocación a través del deseo y el cuerpo como celebración sensitiva.
   María Cristina Venturini se acerca a lo genesíaco para conocer la realidad en su estado primigenio. Así mismo hace del lenguaje una terapia capaz de diluir heridas y emociones y de traducir sentimientos para que ramifiquen y se expandan vivos como los estratos subterráneos de las raíces. Su poesía aglutina imágenes de sugerente expresividad sensorial.
   La selección se cierra con la mirada poética de Mónica Volonteri. El halo confidencial de su ideario poético explora el abrazo entre el yo plural siempre visto con mirada crítica, cuyos signos muestran un complejo mapa de disonancias, y la evocación de la experiencia biográfica con su semillero de decepciones que caminan entre la verdad y lo posible.
   En nota de contraportada, la poeta española Mónica Manrique de Lara resume el testimonio lírico de estas once voces escogidas como una indagación coral que se contempla en el espejo del paisaje. Un diálogo con un entorno natural, donde se oyen los pasos del tiempo, el extraño valor de la existencia, los motivos para seguir en pie. Poesía de disidencia y búsqueda que hace del poema una afirmación de vida, un territorio que aposa la mirada para que salga al aire la meditación evocadora de un paisaje interior.

JOSÉ LUIS MORANTE



 
   

martes, 18 de octubre de 2022

CARLOS ROBERTO GÓMEZ BERAS. INVENTARIO

Inventario
Carlos Roberto Gómez Beras
Isla Negra Editores
Colección Filo de Juego
San Juan, Santo Domingo, 2022


 

SIGNOS DE VIDA

 

 
   Creo necesario recordar, para comprender mejor el largo camino literario de Carlos Roberto Gómez Beras, su nomadismo biográfico. Desde los primeros años de la infancia se introduce en la extrañeza y la perplejidad de dos espacios geográficos del Caribe: República Dominicana, país donde nació en 1959, y Puerto Rico, patria de acogida donde se instaló la residencia familiar desde 1964. Allí completa estudios, se vincula a la universidad como catedrático y docente y realiza una intensa tarea cultural, con la fundación e impulso de la Editorial Isla Negra, que refuerza y nunca impide el ejercicio de su viaje central: la poesía. El trayecto poético ha sido reconocido hasta en cinco ocasiones con el Premio Nacional de Poesía y ha fortalecido su traducción a otros idiomas y la ineludible presencia en excelentes muestrarios y compilaciones antológicas latinoamericanas.
   No pasa inadvertido el subtítuto de Inventario en el que el poeta aglutina el contenido orgánico del poemario bajo la consideración de Libro póstumo; la escritura hace balance del después, como si la estela vivencial hubiera concluido y fuera necesario alzar en el pensamiento una estructura cerrada de la devastación, la intensidad de todo lo vivido. La identidad del yo se somete a una reclusión introspectiva y se empeña en descubrir todos los sedimentos de lo perdido. La senda interior comparte la intensidad final de aquellos versos de César Vallejo: “En suma no poseo para expresar mi vida sino mi muerte”.
  El escritor comienza su mirada interior argumentando sus relaciones con la realidad diaria, ese diálogo imprevisible, de contención y evocación serena, en el que se pone en juego intuición, inteligencia y voluntad. Desde esa observación se establece un pequeño inventario de logros y carencias; se mira a un cielo “hecho de intentos, vuelos y caídas”, un sujeto que trata de encontrarse con las esperanzas y decepciones.
 Lo vivido aparece en el transitar del tiempo como una escueta sucesión de migajas, dispuesta a ser materia prima del olvido. Solo queda la conciencia de que el yo camina por un recorrido insondable, casi diluido entre la niebla. Se nombra lo contingente en sus múltiples manifestaciones, desde las voces en el tiempo de la historia colectiva, hasta la memoria del cuerpo y esa textura que marca en lo sentimental el aprendizaje de la vida al paso.
  El peso que adquieren en los días las paradojas de lo cotidiano sirve de contrapunto al afán del quehacer laboral. La vida laborable del poeta inspira muchas composiciones que acercan la realidad y el sedentario declinar que anula el escapismo de los sueños. El sentir conforma una intensa experiencia cognitiva, y el tiempo deposita asperezas sobre la piel mudable de lo cotidiano. La labor del editor deja en su desempeño decepción y extravíos, esa queja de quien percibe que muchos consideran ese trabajo una tarea secundaria, que no alcanza ningún reconocimiento generoso.  En la aridez de esa tarea oscura, queda la compensación de quien une en el espejo su condición de poeta, una voluntad de indagación y búsqueda que busca respuestas en la amanecida.  
   La poesía se convierte en pretexto central y núcleo germinativo de abundantes composiciones, como si la labor de la escritura fuera yuxtaponiendo en el tiempo evocaciones y vivencias dormidas en la estela biográfica. Quien escribe toma el pulso al poeta, al poeta joven, a la palabra crepuscular y a la armonía de las palabras que da sentido, con su densidad de estratos, a las sacudidas del pensamiento. Lo pasado se viste con un cálido simbolismo y las viejas secuencias vitales se empeñan en una lenta navegación por los sentimientos hasta completar en el presente un cálido viaje circular. En él se refugia la introspección de quien rememora la complicidad de la escritura: LA POESÍA: “La poesía es un cuerpo resucitado / que habla en silencios y metáforas. / La poesía es un gesto ebrio / en medio de la noche más clara. / La poesía es un camino no tomado / porque en el deseo está la ruta y su alba. /La poesía es un caerse entre las cosas / para luego, sin las alas, levantarse. / La poesía no existe, como existe el poema que nace, estalla, alumbra y muere para darle vida a otras palabras. / La poesía no muere, porque es la fe / de una herida que inaugura la mirada.”
   Los poemas buscan la herida abierta de la amanecida, nombran las cosas y llenan las manos de signos, deudas y reflejos, tercos materiales que ponen lentitud en lo vivido y transforman el abrazo entre onirismo y realidad en un único poema, ese texto que encierra el destino de cada identidad “como un castillo que se deshace sin que logremos habitarlo”.
  En el último tramo de Inventario, de Carlos Roberto Gómez Beras, conviven textos reflexivos y estados de ánimo que abordan exploraciones sobre la tristeza, el sueño, la fe o los sentimientos con la evocación de presencias referenciales como la hija, la amante, la madre o esas identidades transitorias y efímeras que ponen voz a la soledad y al encuentro. Así concluye esta exploración poética de lo vivido, en la que el tiempo cobra una dimensión que enlaza vida y muerte, el círculo de arena que da sentido a nuestros pasos.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 
 

  

     

domingo, 26 de diciembre de 2021

MARÍA TERESA MACHADO. DUELO Y UTOPÍA

 Duelo y utopía
Poemas para Federico
María Teresa Machado
Editorial Isla Negra
Colección Filo de Fuego
San Juan, Puerto Rico, 2021

 

MEMORIA Y SUEÑO
 

 
   El discurso lírico de María Teresa Machado, Doctora en Literatura Hispanoamericana y catedrática auxiliar en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico en Cayey, tiene como fecha de amanecida 2017, cuando se publicó en el catálogo de Isla Negra su carta de presentación Gruta de sal. Esta segunda salida, Duelo y utopía, muestra de inmediato su fluir agradecido en la incuestionable claridad del subtítulo “Poemas para Federico” y en la sentida dedicatoria del poemario: “A Federico García Lorca, el poeta. A Federico (Fede), el músico. Sin ellos, estos poemas no existirían”. Se añade, además como umbral de Duelo y utopía, un estremecido soneto del poeta de Granada. 
   Generosas y próximas al legado vivo del poema, las palabras dejan sus frutos al sol, su nube en vuelo de memoria y sueño. Así nos llega el contenido homenaje de Duelo y utopía en el que María Teresa Machado recorre el espejo sosegado de la identidad literaria de Lorca para ofrecer un emotivo retrato atemporal. La evocación recorre un espacio intimista, donde se recupera la inquietud del silencio y la ausencia para rescatar la pervivencia intacta de lo que nunca se ha perdido. Desde el primer poema “La inquietud, el duelo y las palabras”, retorna con claridad diáfana la memoria truncada por la finitud: “Es primavera / y la puta muerte se pasea hambrienta por las calles / estirándose, prolongándose, difuminándose, / silenciando el ruido que brota / de todas y de ninguna parte como un oxímoron…”.
 La copiosa lluvia del dolor refuerza la semántica emotiva del poemario y ese desdoblamiento personal entre el recuerdo del poeta y la presencia afectiva del homónimo, Fede,  el músico. Las composiciones resaltan el nítido periplo de las escalas musicales y su manera natural de conformar armonía y belleza en el discurrir de lo cotidiano, conformando un entrelazado de sentimientos  y emociones. Funciona como antídoto contra los sueños erosionados y la incertidumbre: “Tu música sostiene mis hilos de cordura. / Iluminas cada cuarto y cada esquina desde la cual sobrevivo”. Esos vínculos tendidos construyen un refugio sentimental fuerte, capaz de soportar la intemperie: “Eres un latido que rompe la noche en sus cimientos. / Eres el rezo a una deidad recuperada. / Con ella pactamos la inexistencia del olvido”.
   El contenido argumental caligrafía en el homenaje la condición temporalista de la existencia. Todavía queda mucho por decir y a ello se aplica el yo poético en medio de un entorno distópico, de calles vaciadas y restos de ceniza bajo los párpados. Se enlaza el recuerdo del pasado con la geografía sentimental de ahora; si el poeta ya no está, sí resulta presencia singular el músico -Fede- como destinatario del deseo. La relación con el yo poético muestra la importancia esencial de la música, generadora de sentimientos y amparo. Las partituras son capaces de construir un refugio vital que es continuo soporte en el tránsito existencial de luces y sombras. Los acordes abren el corazón y dejan la mirada limpia y luminosa para que sea el amor un un latido coral que manifiesta el sentir de la conciencia: “Tu partitura recuerda a mi corazón / que las combinaciones musicales son infinitas. / En medio de este caos de urnas vacías y ataúdes sin despedidas / mi mirada quiere abrazarte en un adagio. / Y mi cuerpo es una sinfonía total para quererte. “
  La escritura de  “Nacer de nuevo” y “Ni brújulas ni almanaques” hace del verso una celebración de erotismo y deseo. Del estar compartido germina una nueva mirada ante la realidad vivida, que siempre se conforma efímera y transitoria: “Mi sed de ti se empeña en la búsqueda / de un poema musical que te exprese. / Insisto en encontrarte en las palabras / pero te me escapas en todos los bemoles”
  Pero también la ausencia habita entre los pliegues de la memoria y queda la sospecha de que todo fuera un sueño, una utopía desvelada en el insomnio que se apagara en solo un instante. La presencia del ser amado acrecienta sensaciones de incertidumbre y enigma. De nuevo el recuerdo de Federico y su temprana muerte dicta los latidos del poema final que busca en sus versos la caligrafía tanteante del regreso y la quemazón del deseo cumplido.
   María Teresa Machado establece en Duelo y utopía  un cálido homenaje al poeta de Granada. Más que la rememoración del entorno biográfico, nos deja la cadencia de una complicidad lectora en la que la música se convierte en territorio compartido. Esta visión de la poesía nos muestra el diario íntimo de amor, cuyas anotaciones componen un pentagrama de sensaciones y vivencias, de imágenes que simbolizan el discurso  vibrante de la vida que fluye, que abre camino al núcleo sentimental del ser humano en su viaje por la intimidad.

JOSÉ LUIS MORANTE




domingo, 20 de junio de 2021

MÓNICA MANRIQUE DE LARA. DEVOCIÓN DE LAS OLAS

Devoción de las olas
Mónica Manrique de Lara
Editorial Isla Negra / Crátera Editores
Colección Josemilio González / Colección Atlántida
Valencia, España-San Juan, Puerto Rico, 2020


 EL VAIVÉN DEL SENTIR

   Cuando amanece un itinerario poético, como el que abre Devoción de las olas, primera entrega de Mónica Manrique de Lara (Granada, 1974), suele ir precedido de un goteo sosegado de poemas en publicaciones digitales y revistas. Así ha sucedido con el cauce lírico de esta granadina, licenciada en Traducción e Interpretación, y docente en un instituto de Educación Secundaria y Bachillerato. En esos poemas en el umbral llamaba la atención el epitelio confidencial de su escritura, su fidelidad a la exploración sentimental del sujeto. La indagación relacional con el otro se mostraba en aquellos textos como el núcleo temático más vehemente. En ese ámbito toma cuerpo la razón poética de Mónica Manrique de Lara de la que Francisco Vaquero Sánchez, en su apunte de contracubierta, escribe: “estamos ante un hermoso canto al amor, a la naturaleza, en la que “toda huella es agua”, en palabras de su autora”. Sorprende la cita de inicio, cuya autoría recupera a un poeta casi olvidado en el espacio lírico actual, Alfonso López Gradolí: “Si digo el amor estas palabras / tienen algo de ola que termina, / un suave golpe sobre la arena”. Desde ese cofrecillo generador del impulso amoroso se expande un inventario temático, organizado en tres secciones de similar extensión y perfil formal.
   En el arranque, “El sendero”, se integra ”Prólogo”, un escueto preámbulo que visualiza los trazos del hablante lírico desde la plenitud estética del mar, claro referente simbólico que trasciende  la realidad contingente: “Soy la lluvia mecida en las olas / soy la arena que asciende del cieno / en la orilla que me borra, soy la huella, / pescador, caminante o sirena”. El estar cadencioso del verso amplía la presencia del yo con una amalgama de imágenes de saludable empuje sensorial. Cada amanecida concede continuidad al  afán promisorio del deseo, que adquiere en su renacida dimensión un sentido inmediato y profundo. Pero la plenitud es espejismo y la elocuente búsqueda del otro se va llenando de lejanía e incertidumbre, en el que la noche intuye el áspero silencio del fracaso. No hubo mediodía en la búsqueda y aquella fuerte luz del comienzo poco a poco declina, como fruto en la rama que no encuentra manos para la cosecha. El tiempo auroral de la infancia se hace lejano paraíso inalcanzable en el enjambre de caminos que propicia la existencia. Sobre el horizonte se hace firme visión la fría silueta del invierno, una alternancia de claros y sombras.
   El apartado central, “Las manos” conecta su avance a una cita de apertura del poeta y editor Carlos Roberto Gómez Beras: “Una botella va por los mares del sueño”. Alguien lanza un mensaje a la deriva azul del tiempo para que otra identidad preserve la luz encendida del anhelo, esa necesaria vocación de alas que encarna el vértigo  libre de una gaviota en el aire. El afán de seguir en la búsqueda recuerda al pájaro que busca la rama para hacer sitio al nido y al retorno. El tiempo es una estela que requiere la imbricación del pensamiento, esa tarea cognitiva que muestra al yo frente al laberinto de sus incertidumbres.    
   El imaginario de Clara Janés abre las composiciones de “El fondo del agua”. Crece en el cuerpo la necesidad de  la luz frente al desamparo. El amor no se apacigua, su afán golpea la memoria, dejando la necesidad de la rememoración en permanente vigilia: “creí que me agarrabas y era el viento, / vuelvo a encontrarte en el espejo de un arroyo, / de la maleza, esta última imagen nacida del cieno, / ahora ya eres el cantar de mis desvelos, / eterna fuente de versos y sueños”. La ausencia se fortalece en el tiempo, pero el pensamiento sigue intacto en la vigilia buscando algún indicio de ese roce vital que libera de la soledad y el silencio. Ese estar en vela se hace razón y destino, un largo sueño que pone entre las manos un destello de sol frente al vacío.
   Devoción de las olas inaugura el discurrir poético de Mónica Manrique de Lara. Nos deja una escritura repleta de imágenes en las que se refleja esa línea de costa del yo sentimental. El poema contiene un espejo de agua azul, sal y espuma; pero también un protagonista lírico al que acecha la condición de náufrago en su viaje a la luz. Pero mantiene, con clara voluntad, el paso sostenido hacia algún sueño, ese rumor de olas de un mar imaginario.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 


miércoles, 23 de septiembre de 2020

MÓNICA MANRIQUE DE LARA. DEVOCIÓN DE LAS OLAS

Devoción de las olas
Mónica Manrique de Lara
Editorial Isla negra / Crátera Editores
Colección Josemilio González / Colección Atlántida
San Juan de Puerto Rico- Valencia


EL VAIVÉN DEL SENTIR

  

   Cuando amanece un itinerario poético, como el que abre Devoción de las olas, primera entrega de Mónica Manrique de Lara (Granada, 1974), suele ir precedido de un goteo sosegado de poemas en publicaciones digitales y revistas. Así ha sucedido con el cauce lírico de esta granadina, licenciada en Traducción e Interpretación, y docente en un instituto de Educación Secundaria y Bachillerato. En esos poemas en el umbral llamaba la atención el epitelio confidencial de su escritura, su fidelidad a la exploración sentimental del sujeto. La indagación relacional con el otro se mostraba en aquellos textos como el núcleo temático más vehemente. En ese ámbito toma cuerpo la razón poética de Mónica Manrique de Lara de la que Francisco Vaquero Sánchez, en su apunte de contracubierta, escribe: “estamos ante un hermoso canto al amor, a la naturaleza, en la que “toda huella es agua”, en palabras de su autora”. Sorprende la cita de inicio, cuya autoría recupera a un poeta casi olvidado en el espacio lírico actual, Alfonso López Gradolí: “Si digo el amor estas palabras / tienen algo de ola que termina, / un suave golpe sobre la arena”. Desde ese cofrecillo generador del impulso amoroso se expande un inventario temático, organizado en tres secciones de similar extensión y perfil formal. En el arranque, “El sendero”, se integra ”Prólogo”, escueto preámbulo que visualiza los trazos del hablante lírico desde la plenitud estética del mar, claro referente simbólico que trasciende  la realidad contingente: “Soy la lluvia mecida en las olas / soy la arena que asciende del cieno / en la orilla que me borra, soy la huella, / pescador, caminante o sirena”. El estar cadencioso del verso amplía la presencia del yo con una amalgama de imágenes de saludable empuje sensorial. Cada amanecida concede continuidad al afán promisorio del deseo, que adquiere, en su renacida dimensión, un sentido inmediato y profundo. Pero la plenitud es espejismo y la elocuente búsqueda del otro se va llenando de lejanía e incertidumbre, hasta que la noche intuye el áspero silencio del fracaso. No hubo mediodía en la búsqueda y aquella fuerte luz del comienzo poco a poco declina, como fruto en la rama que no encuentra manos para la cosecha. El tiempo auroral de la infancia se hace lejano paraíso inalcanzable en el enjambre de caminos que propicia la existencia. Sobre el horizonte se hace firme visión la fría silueta del invierno, una alternancia de claros y sombras. El apartado central, “Las manos” conecta su avance a una cita de apertura del poeta y editor Carlos Roberto Gómez Beras: “Una botella va por los mares del sueño”. Alguien lanza un mensaje a la deriva azul del tiempo para que otra identidad preserve la luz encendida del anhelo, esa necesaria vocación de alas que encarna el vértigo de una gaviota en el aire. El afán de seguir en la búsqueda recuerda al pájaro que busca la rama para hacer sitio al nido y al retorno. El tiempo es una estela que requiere la imbricación del pensamiento, esa tarea cognitiva que muestra al yo frente al laberinto de sus incertidumbres. El imaginario de Clara Janés abre las composiciones de “El fondo del agua”. Crece en el cuerpo la necesidad de transparencia frente al desamparo. El amor no se apacigua. Su afán golpea la memoria, dejando la rememoración en permanente vigilia: “creí que me agarrabas y era el viento, / vuelvo a encontrarte en el espejo de un arroyo, / de la maleza, esta última imagen nacida del cieno, / ahora ya eres el cantar de mis desvelos, / eterna fuente de versos y sueños”. La ausencia se fortalece en el tiempo, pero el pensamiento sigue intacto en la vigilia buscando algún indicio de ese roce vital que libera de la soledad y el silencio. Ese estar en vela se hace razón y destino, un largo sueño que pone entre las manos un destello de sol frente al vacío. Devoción de las olas inaugura el discurrir poético de Mónica Manrique de Lara. Nos deja una escritura repleta de estratos sensoriales en los que se refleja esa línea de costa del yo sentimental. El poema contiene un espejo de agua, sal y espuma; pero también un protagonista lírico al que acecha la condición de náufrago en su periplo por la existencia. Quien camina hacia dentro mantiene, con clara voluntad, el paso sostenido hacia algún sueño, ese rumor de olas de un mar imaginario.

 

viernes, 19 de julio de 2019

CARLOS ROBERTO GÓMEZ BERAS. APOSENTO

Aposento
Carlos Roberto Gómez Beras
Isla Negra Editores
Colección Filo de Juego
San Juan, Puerto Rico, 2019, 2ª edición



VOLVER AL YO


   Catedrático universitario, editor de Isla Negra, uno de los pilares editoriales del Caribe, y poeta de profusa y reconocida travesía, Carlos Roberto Gómez Beras (República Dominicana, 1959) ha dejado en sus páginas de madurez entregas esenciales como Árbol (2017), salida reeditado un año después en serbio y castellano, cuya estética esencial y fragmentaria muestra un afán de búsqueda. Esa indagación en el lenguaje es también aplicable a su obra más reciente Aposento, denso volumen aparecido en la Colección Filo de juego. 
   El poeta sostiene que titular es un arte, un oficio que debe ejercitarse con extrema perfección porque supone el comienzo de ruta. El sustantivo “Aposento” del título alude a un hábitat cercano e intimista en el que se acomodan los rasgos internos,  más frágiles y personales del personaje poético. Ya en el poema “El ave”, compilado en el libro Solo el naufragio, se añade al nombre una semántica expansiva“… que en el sueño de un poeta / también hay aposento / para la ola que despierta / para el himno que florece (…)”. Entre las cuatro sílabas se encaja el rostro claro del asombro.
   La entrega inicia senda evocativa con unos versos de José Ángel Valente que subrayan el papel esencial de la memoria, ese itinerario hacia el origen  Cada identidad preserva un yo a resguardo en el trayecto vital, una presencia que es quemadura y testimonio. Con ese reflejo intacto se despliega el hilo argumental del primer poema. Sus versos airean una sensibilidad proclive al recuerdo que abre la mirada a vivencias autobiográficas, enriquecidas por el tacto mágico de la imaginación. La voz introspectiva recupera un pretérito moldeado por la ternura de la niñez. El protagonista poético desanda distancias hacia sí mismo por los caminos de la nostalgia con la esperanza de volver a ser Robertico, frágil presencia de la niñez asomada al misterio de la vida al paso. Recordar es dar cauce también a una línea de sombra que subraya la fugacidad y el espejismo; ser es encarnar una pieza en el tablero en manos del destino. Aquella epifanía, habitada por sentimientos y asombros, se va despojando en el cumplimiento de un sendero individual que convierte el ahora en un espacio de estragos y lejanía. De ese estar dan fe las palabras empeñadas en quebrar la sombra: “Contra ruina y cadáver / La palabra que hoy nos despierta. / Escribir  sobre el agua que fluye / porque somos cuerpo y despedida.”
   En la persistente suma de pasos, poco a poco, se oculta la luz para oír cada vez más nítido el rumor de la ceniza. El paisaje humano se hace árido, como si exigiera establecer un balance de sensaciones y olvidos; la filigrana de una estela vacía. Las palabras aluden con frecuencia a identidades familiares que tenían un claro significado existencial; por ejemplo la abuela Rosa, que abandonaba el balanceo de su mecedora para acoger en su estar “un corazón, una caricia y un cielo”. Entre esos rescates afectivos, propiciados por una fotografía o un simple recuerdo, también se vislumbra el lejano perfil del padre y su ausencia madrugadora: “Ayer soñé con mi padre. / Nunca su mirada fue tan horizonte. / Nunca su sonrisa fue tan río. / Nunca sus manos fueron tan caminos”; o la ensimismada biografía de Pepé, aquel tío que sufrió una realidad desapacible. Así se va completando la inasible trama del existir en el que cada vez adquiere más fuerza la percepción de la muerte; nada queda del niño perdido en la memoria. Ahora el yo es el depositario de una conciencia de finitud y cumplimiento, un constructor de dudas que se mira con la sensación de que pronto llegará la noche, como un denso paraguas crepuscular para borrar máscaras y apariencias, mientras las palabras dejan su saldo de gestos, miradas y retornos.
   En el cuerpo central de Aposento sobresale el poema “El bar de Yoryi”, una larga composición narrativa que despliega una emotiva educación sentimental. Se recrean indicios biográficos que marcan el paso a la autonomía juvenil. La pureza infantil y aquel mundo de claridad sentimental son abandonados en el rincón de la melancolía. La existencia ahora es un espacio de inquietud marcado por la mitología del deseo. Recuerdo que en la compilación Aún (1992-1989), que integra los cuatro primeros libros de Carlos Roberto Gómez Beras, se recogía este juicio del escritor y crítico dominicano José Alcántara Almanzor: “Estamos en presencia de una fuerza avasalladora, un universo sensorial en el que la mujer ocupa el centro indiscutible”. En la voz del deseo el cuerpo es un libro de panes, peces y palabras. Con el impulso de quien canta los signos del yo femenino se describen las circunvoluciones del amor, ese sentir que acorrala y desasosiega, que se hace meta y urgencia.
   Para quien concibe el lenguaje como patria del ser, es casi obligatorio el sustrato metapoético y la mirada a la experiencia literaria. En los poemas finales se cobija una filosofía de la creación que muestra un pensamiento pendular entre poeta y poema o entre la voluntad de la escritura  de dar a lo transitorio un espacio de permanencia.
   En la vasija rota del discurrir el poemario Aposento deja una perspectiva de continuidad. Muestra el perfil de la memoria, como quien explora en la piel los oscuros trazos de una cicatriz para resucitar lo perdido, para que no se apaguen las luces del recuerdo y dejen en el poema rastros de luz. La palabra se hace autobiografía, un territorio poético que enlaza tiempos e identidades como un largo puente, tendido en el vacío de ser.



     





viernes, 17 de agosto de 2018

CARLOS ROBERTO GÓMEZ BERAS. ÁRBOL

Árbol
Carlos Roberto Gómez Beras
Imágenes de interior y cubierta
de
José María Seibó
Editorial Isla Negra, 2ª edición
San Juan, Puerto Rico, 2018
REFLEJOS



   Los itinerarios biográficos se empeñan en moldear bifurcaciones y propuestas de nuevos recorridos; así sucede con el primer tramo biográfico de Carlos Roberto Gómez Beras, nacido en República Dominicana en 1959. Desde 1964 su familia se instala en Puerto Rico y es allí donde sus raíces se despliegan hasta formar una geografía referencial. En ella conviven el profesor universitario, el editor y el poeta, con otras miradas culturales complementarias como la dirección de la revista Cuadrivium y el activo impulso de las colecciones de editorial Isla Negra.
  En ese sello se reimprime por segunda vez Árbol, una muestra poética subtitulada Treinta y cinco textos y sus reflejos con imágenes interiores y de cubierta de José María Seibó. Los esquejes germinan bajo la fronda conceptual de Octavio Paz, de quien surge el aliento germinal de la travesía verbal: “Creció en mi frente un árbol. / Creció hacia dentro”. La obra amanece como un mínimo cancionero amoroso, que renuncia a cualquier púlpito grandilocuente. Establece un aporte evocativo que convierte a la destinataria afectiva en refugio habitable. Comienza así una larga senda sentimental compuesta por mínimos fragmentos. En ellos se cobijan reflexiones amorosas, propuestas sensoriales, destellos y las incertidumbres fluctuantes del estado de ánimo de quien carece de sólidas respuestas.
  Germina en el lenguaje una cálida utillería en la que las imágenes enlazan el espacio personal de cada identidad: “El pájaro lento de mi mano / hace su nido de sombra sobre tu vientre”. A veces, genera una introspección en la que sentimientos y reflexiones dialogan en la paradoja, dando al poema un sentido nuevo: “Sobre las aguas del Danubio / veo pasar un pez, un error y otro pez. / ¿Me sostiene un puente o una parábola? “.
  Si es cierto que “la poesía debe aspirar a decir sin los accesorios del lenguaje”, como  se sugiere en el texto de contracubierta, algunos de los fragmentos líricos de Carlos Roberto Gómez Beras recuerdan en su desarrollo al despojamiento del haiku, naturalmente, sin el esquema verbal impuesto por la tradición japonesa. El poema deja esa captura de lo temporal que hace de cualquier instante un fotograma transitorio, una estela que busca en las palabras su epitafio: “Mi hija conversa íntimamente en el teléfono. / En el patio levanto una pirámide de hojas. ¿A quién le dicta ella mi epitafio?”. La percepción del entorno no clarifica elementos sensoriales, acumula un orden interior inadvertido que da pie a la pregunta: “En el árbol de invierno, tres pájaros / duermen cada uno en su horizonte. / ¿Hay otro pentagrama tan escaso? “. O esta variante del pensamiento de Heráclito de que todo es mutación y cambio: “”Luego de mojar mis pies en la tristeza, / el río y yo nunca fuimos los mismos. / ¿Cómo no ahogarnos en el deseo?”.
    Es sabido que el amor como estado afectivo genera un abanico de posibilidades, desde la plenitud gozosa del deseo a la evocación y la carencia que abre, desde el vacío, una arquitectura de soledad y recuerdos. Este hermoso micropoema despliega un tacto repleto de ternura: “En un rincón de la memoria / mi mano se encuentra con tu mano. / ¿Hacia dónde emigra este pájaro tierno?”.  
   La voz lírica es consciente de su estar transitorio, tiene en la claridad inesperada del lenguaje los signos escritos del epílogo, esa despedida que hace de la última costa un mínimo puente entre el estar y la nada. Es el retorno hacia el origen, la fusión definitiva entre la palabra y el silencio: “perdida en el bosque de signos / encuentras la puerta que conduce a tu origen. / ¿Qué puerta se abre cuando tus ojos se cierran?”.



martes, 17 de julio de 2018

CUADRIVIUM (Revista del Dto de Español de la Universidad de Puerto Rico en Humacao)

CUATRIVIUM
Nº 12, Año 18 y 19
(Otoño 2016-Primavera 2018)
Revista del Departamento en Español de
la Universidad de Puerto Rico en Humacao
Coordinación Editorial:
Carlos Roberto Gómez Beras
CREACIÓN, INVESTIGACIÓN, PORTAFOLIO, PALABRAS INVITADAS 


 Tras los devastadores efectos del huracán María, catástrofe natural de 2017 que arrasó R. Dominicana y Puerto Rico, resulta una enorme alegría la continuidad de Cuatrivium, proyecto editorial de alto interés cultural que sobrevive a las medidas de austeridad que priman los servicios sociales y la reconstrucción de infraestructuras.
  La revista de creación e investigación Cuadrivium nació en la amanecida del siglo, hace casi dieciocho años, impulsada por el Departamento de Español de la Universidad de Puerto Rico en Humacao. Bajo la coordinación editorial del profesor, poeta y editor Carlos Roberto Gómez Beras, presenta artículos de investigación y aportes creativos con una nítida dimensión universitaria.
  En su última entrega se suceden los campos de interés de un discurso plural que aglutina poesía, ensayo, entrevista y crítica literaria. Se forma de ese modo en el volumen nº 12 un amplio cuadro paisajístico en el que sobresalen en Creación los poemas de Luis Fernando Macías, Carlos Castilla Quintero y Miguel Iriarte que dan paso a los relatos de Claudia R. Niño y Alinaluz Santiago Torres.
  El apartado “Investigación” propulsa métodos científicos y campos especializados. Integra el trabajo de Ángela M. Valentín, quien explora el carácter neofantástico de la novela La Habana oculta, de Daína Chaviano. La profesora Berta Lucía Estrada Estrada recorre cualidades del campo poético de Carolina Zamudio. Carmen Pérez Valerio indaga en la textura narrativa de Pedro Páramo, hito de Juan Rulfo. Asímismo se acogen sondeos de Doris Melo, Esther Rodríguez Miranda, Fernando Cabrera, o Ibeth Guzmán, entre otros. Trabajo imprescindible de este abanico crítico es la colaboración de Mariángeles Fernández “Julio Cortázar. de la lectura a la escritura”; en ella recorre la búsqueda y gestación del destino literario de Julio Cortázar y las bifurcaciones de su periplo lector que alumbran una inquietud renovadora y experimental. El poeta y coordinador literario de la revista Cratera, Gregorio Muelas remite a la sección dos lecturas de novedades de Myriam Moscona y Nuria Ruiz de Villaspre, con el formato de las reseñas en prensa.
   En el conjunto “Portafolio” hay un variado inventario, desde la nota inicial al dossier de Actas sobre el Primer Programa académico del festival de la Palabra, en el que se dan cita escritores e investigadores del Caribe en un complejo corpus textual. Leo con interés el texto de Eduardo Subirats “¿Tienen dueño las palabras?”, una reflexión construida en torno a las apreciaciones correctoras de un editor. Solo trata de adecuar el léxico al marco imperante de la Real Academia española de la Lengua y por tanto al uso lingüístico habitual en el marco geográfico peninsular, un asunto poco refutable, pese al subjetivismo reflexivo del autor y a la beligerante coda final hacia lo hispánico, que no es más que un dislate.
  Como epílogo se recogen en “Palabras invitadas” algunos poemas del libro de Luis García Montero A puerta cerrada y la poeta venezolana Gabriela Rosas realiza una larga entrevista a un servidor de ustedes, con motivo de la tercera edición en Letras Hispánicas del libro Ropa de calle, un estudio de la obra poética de Luis García Montero.
  Estudiosos y creadores dejan aquí proyectos literarios de alto interés, convirtiendo a la revista Cuadrivium es expresión viva de la práctica literaria actual, en una apacible costa abierta.


viernes, 8 de julio de 2016

CARLOS ROBERTO GÓMEZ BERAS. ERRATA DE FE

Errata de fe
Carlos Roberto Gómez Beras
Isla Negra Editores
San Juan, Puerto Rico, 2015 

LATIDOS DEL POEMA

  A pesar de los itinerarios de ida y vuelta de internet y de la voluntad de algunas editoriales por enlazar las dos orillas del castellano, el conocimiento poético en España de ámbitos geográficos como Cuba, República Dominicana o Puerto Rico es todavía muy parcial y fragmentario; sus autores tienen en el día a día poético una presencia limitada. Por ello resulta de interés sondear la obra lírica de Carlos Roberto Gómez Beras. El autor nace en República Dominicana en 1959 y se afinca desde la niñez en Puerto Rico. Allí arranca senda con un enfoque plural que aglutina su formación como catedrático, el quehacer en torno al libro como editor y un recorrido creador que ha merecido abundantes reconocimientos, la inclusión en relevantes antologías caribeñas y la versión de su corpus creador a distintos idiomas europeos.
  Su última salida es Errata de fe, un libro escrito con el tono cercano de lo autobiográfico. La obra aglutina varios apartados que definen una lección coherente sobre la existencia y un sustrato argumental donde la tradición actúa como poderoso reflector. En el tramo de inicio “Heridas como labios” toma sitio el poder germinativo del amor y su relación esencial entre trascurso vital y pensamiento. El puente hacia el otro requiere una realidad amplia, provista de escenarios connotativos. El motivo amoroso se encara con una perspectiva filosófica objetiva, que lo distancia de un yo concreto e individual y permite adquirir condensación intelectual a través de la literatura. Lugares como Troya o Ítaca recuerdan el sesgo del combate amoroso, las cicatrices y las pérdidas o el extravío del héroe en el regreso.
 Como  un sueño esperado e inaprensible, la identidad femenina es proximidad y distancia, concede razón de ser a las palabras para que se transformen en cántico y belleza. El amor es epifanía y deseo; es también olvido y memoria, como la estela leve de algún viaje que dejó en los sentidos la huella mínima de lo transitorio.
  El título del segundo bloque, “Ocho estudios incompletos” parece sugerir un tono reflexivo; los versos,  lúcidos y breves, buscan lo esencial, como si fuesen aforismos que hacen de la claridad un campo indagatorio. Leemos en uno de estos poemas: “La soledad del hombre es nadie. / La soledad de Dios es nunca. / La soledad sin ti es nada”. El trayecto amoroso se dibuja en los dedos del aire como una senda repleta de preguntas.
  El sujeto verbal que traza itinerarios para sus sentimientos no ignora que son inevitables las pérdidas, que en el devenir  buscan sitio “Las cosas que perdimos en el fuego”. El tiempo abre dudas y es necesario saber que la voluntad salva cuando en medio del camino la existencia postula si tiene sentido abrazar un horizonte  de tropiezos, huellas y derrumbes. Ese itinerario cognitivo hacia la otredad se expresa aquí: “Nací para arrojarme al abismo de los sentidos. / Amé hasta encontrar una huella fuera de mis sueños. / Morí en brazos ajenos para conocer la primavera. / Un cuerpo sin cicatrices es un mar sin estelas ni peces. “
  La coda final lleva por título “Fe de erratas”, como si el autor culminara un trayecto circular enlazando intimidad y lenguaje. En toda esta sección predomina el afán metaliterario. Es sabido que en la lírica moderna –en la línea de Rimbaud y Baudelaire- se ha hecho costumbre la relación interdiscursiva con el verbo y su potencia creadora. Los poemas de cierre practican en común este registro. Se abren con “Al lector”, un texto apelativo que busca una mirada cómplice; la literatura requiere una pupila involucrada, capaz de soportar en su identidad la condición de hermano y semejante, la certeza del error en los itinerarios del azar: “Solo la poesía nos desvela el cielo que hay en la caída”
  Carlos Roberto Gómez Beras hace del sentir un persistente elemento interior, asume la condición del vate que transciende la lógica de la razón para explorar huellas más profundas, para buscar los ecos de otras voces, para hacer de las palabras una declaración de fe en la que siga viva en el tiempo la estela de la propia biografía.