Permanencias sin mí Yucatán, México Fotografía de Adela Sánchez Santana |
La piel regresa con las quemaduras del verano: la ausencia de horarios, la ebriedad afectiva, la certeza de que cada instante es único e irrepetible y la sospecha de que la literatura no es una actividad pendiente y transitoria sino una condición del ser, el esplendor de una noche de verano. Vuelvo al día y el mar se queda lejos, tras las palmeras.
Los tontos de la meseta dice un doble tonto de la periferia, que no ha leído a Protágoras pero piensa que su capacidad intelectual es la medida de todas las cosas: las que son y las que no son.
Tras un largo proceso de inadvertidas mutaciones cierra heridas y suturas y confirma que es otra. Y yo siento mucha distancia y una desazón que justifico de inmediato: a mí me gustaba muchísimo la versión original.
Los adictos al móvil suponen que son los únicos supervivientes a salvo entre los adictos al móvil. Tomo nota de sus apreciaciones y persevero en mis hábitos: no sé de quién habla.
Sigue la campaña de desprestigio sobre los jueces, que son ciudadanos de pleno derecho y tienen ideología; pero su comportamiento , si son profesionales rigurosos, no está marcado por las ideas sino por la aplicación de las leyes, algo que jamás entenderán los desalmados delincuentes o los cerriles militantes de partido, que pretenden que su forma de entender la vida sea única y excluyente.
Con las antologías pasa lo que con algunos viajeros totalitarios que llegan a Paris y preguntan por las pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos.
Vuelvo a casa y toca enhebrar el tiempo, poner hilo en la aguja de la costumbre.
(Notas del diario)
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