miércoles, 9 de octubre de 2024

ATILANO SEVILLANO. LAS CUATRO ESTACIONES

Las cuatro estaciones
(Haikus para jóvenes lectores)
Atilano Sevillano
Ilustraciones de Sonsoles Yáñez
Editorial Gunis
Sevilla, 2023

 

MINIATURAS VERBALES


   Con una presentación ejemplar, que incluye notables características formales en el gramaje del papel y en la reproducción de las ilustraciones realizadas por Sonsoles Ñáñez, Las cuatro estaciones, de Atilano Sevillano, doctor en Filología Hispánica y Licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, profesor de talleres literarios, poeta y aforista, realiza un didáctico sondeo sobre la concepción orgánica del haiku y su decurso histórico, aparentemente dirigida a jóvenes lectores pero de gratísima lectura para cualquier adulto. Al cabo, el pequeño poema es una casa habitable, hecha de luz y mediodía.
  El prólogo personifica la voz profesoral de Atilano Sevillano; sigue el sendero del discurrir clásico del haiku y sus contingencias históricas. Recuerda que el amanecer de esta composición minimalista está ligado al tanka, un poema corto tradicional japonés de cinco versos que siguen el esquema versal 5/7/5/7/7/; el tanka fue muy cultivado entre los siglos VII y XII y su evolución permitiría a los poetas Moritake y Sokan, entre otros, practicar la supresión de los dos versos finales para crear una nueva estrofa que alcanzaría su máximo esplendor en el siglo XVII con Matsuo Basho.
  El quehacer semántico del haiku está ligado a la percepción filosófica de un mundo cambiante y al compromiso sensorial con la naturaleza como espacio sagrado; define el entorno ideal para observar la fragilidad de una existencia efímera, ligada a la reiteración de ciclos temporales. En los vértices temáticos del texto conciso conviven todos los elementos naturales de la tierra, el aire y el agua, lo que da pie a una miscelánea argumental en la que suele quedar velado el yo poético. En el haiku, el hablante verbal es solo un testigo del aquí y ahora, del destello de un instante que pasa y se queda prendido en la frágil telaraña de la memoria.
  Esta reflexión permite un contacto fuerte entre el sujeto lírico y la presencia ineludible del panorama ambiental y sus mínimos esplendores. En esta manera de percibir hay una actitud colectiva de mirar el mundo ligada a la religión tradicional y las enseñanzas del sintoísmo, taoísmo y budismo.
   Los tres versos apuntan una amanecida; hilvanan, con lucidez y afecto, el cálido papel de observador sorprendido, que somete a los materiales cosechados entre un incansable proceso de decantación; una cualidad que refleja el aware o la emoción intensa que, con su laconismo directo, trasmite el latido del asombro. Por tanto, en su economía, el haiku expande la vibración sensorial del instante desde una dicción cercana y exenta de figuras retóricas,  pero vivaz y emotiva.
      Atilano Sevillano recuerda también que muchos poetas de haikus acompañaban la escritura lacónica con dibujos que seguían trazos sencillos e intuitivos. Y esa es la razón de la excelente colaboración de Sonsoles Yáñez, que ha realizado ilustraciones de una sorprendente fuerza expresiva. Los dibujos hilvanan sensaciones, destellos emotivos y tanteos de la retina en libertad. Desde esa diversidad de enfoques nacen las miniaturas con luz del poeta. Veamos algunos haikus de cada estación: Primavera:  “La lagartija / toma baños de sol /  entre las rocas”, “Cuando escampa / concierto al aire libre / las ranas croan”, “Gotas de lluvia / En el jardín los rastros / de caracoles”. La primavera se hace así renacida y esplendor; también “El verano” deja su estela de cosecha cumplida, mientras suenan en la claridad desplegada de lo diario grillos, chicharras y todo tipo de insectos, habitando la hierba seca que anuncia el tiempo de siega: “Noche de agosto / Zumbido de chicharras. / Cómo dormir”; pero los ciclos estacionales son perecederos y mudan la apariencia de la naturaleza que dibuja destellos caducos y asimetrías cotidianas. “Otoño” trae la claridad dormida de noviembre y la soledad de quien escribe y mira cómo amarillean las hojas y se desprenden de las ramas del árbol: “Arrecia el viento. / Cómo crujen las ramas / del viejo árbol”, “Por las aceras / las hojas ya marchitas / vienen y van”, “Tras la chopera / llega el rumor del río: / canto de otoño”. El laconismo del haiku también tiene voz para los efectos del invierno: “Atardecer, / cae la densa nieve / y un lobo aúlla”, “la noche larga, / las farolas de la plaza / entre la niebla”, “Dejan sus pasos / entre la blanca nieve / huellas visibles”.
   La reflexión final sugiere enseñar los rudimentos básicos del haiku a modo de taller. Las nociones de métrica que organizan la mínima brevedad de los textos recuerdan las normas académicas del cómputo silábico y subrayan que para la ortodoxia de la estrofa es fundamental el kigo o palabra estacional y el aware que equivale a esa turbulencia poética, capaz de captar la esencia del instante.
   En la formación estética de niños y jóvenes están presentes por pleno derecho dos nombres propios que han volcado su amor al haiku en los pupitres escolares: los poetas y profesores Manuel Lara Cantizani y Ricardo Virtanen. A ellos se suma Atinalo Sevillano con un libro muy hermoso que acerca los valores esenciales de la estrofa japonesa. Una lectura muy recomendable para fomentar el cálido despegue de esta estrategia expresiva y su permeable identidad en la prisa sonora del reloj.


JOSÉ LUIS MORANTE
 

 

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