Expiación Pedro López Lara Huerga y Fierro Editores Colección Graffiti Madrid, 2024 |
CULPAS
La amanecida poética de Pedro López Lara (Madrid, 1963), Licenciado en Filología Hispánica, queda lejos de cualquier apresuramiento juvenil. Se fecha en 2020, cuando su libro Destiempo es reconocido con el Premio Rafael Morales, convocado por el Ayuntamiento toledano de Talavera de la Reina, para conmemorar la memoria del inolvidable autor de Poemas del Toro, libro con el que se inauguraba la colección Adonais, sin duda el sello más emblemático de nuestra historia poética. Comenzaba a ser celebrado un manantial poético, muchos años inédito, que sigue manteniendo un cauce fuerte, como ratifican las entregas Meandros (2021), Dársenas (20222), Escombros (2022), Filacterias (2023), Iconos (2023), Singladura (2023), Muestrario (2023), Incisiones (2024), Cancionero (2024) y Expiación (2024). Son rutas expresivas que comparten en sus títulos la querencia natural del sustantivo explícito, como si esa palabra guareciera el lugar sensitivo, el eje orbital que debe organizar la senda básica del poema.
El movimiento de la pulsión poética está ligado al trayecto vital, ese cúmulo de pasos que buscan la claridad del mediodía y el ocaso cansado del atardecer y más tarde la línea difusa del vacío; por tanto el tiempo, en su semántica general, constituye la razón del libro. Las palabras rastrean nuestra condición transitoria, sondean el sentido existencial del ser, meditan sobre la superficie del discurrir, remansado en la superficie transparente de los días. La poesía es voz convulsionada por los guijarros del pensamiento. La incertidumbre del yo toma conciencia, sabe, como en la hermosa cita de Fernando Pessoa que el polvo y la ceniza están cerca: “No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. / Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo”.
El poeta une en Expiación el recorrido por cuatro secciones, muy bien definidas por el propio autor en la solapilla interior de cierre: La primera sección del libro “Sentina” hace de la introspección una enumeración de la infamia; explora ese entorno de desolación que acumula escombros, inmundicias y malos olores. La experiencia vital desazona. Descubre que la verdad está lejos del ideal, que la mentira coloniza campos enteros de la vida social y afecta a los trazos del propio sujeto que habita nuestros espejos. Las convicciones no pasan de ser una heterogénea amalgama de remiendos y la fiel compañía de los afectos, con frecuencia, se ve contaminada por la traición o la silueta entre la sombra de los que nos vendieron. La nada parece ser el destino final y sus efectos secundarios dañan la claridad de la memoria del sujeto poético. El ser hace un ominoso balance del transitar por el tiempo que justifica la decepción y la necesidad de decir “No”.
El enunciado “Introspección” descarga en el sujeto la capacidad de ser testigo y buscar resolver por sí mismo los interrogantes existenciales con la única herramienta que tiene a su alcance: el lenguaje. El patrimonio del decir es la primera forma de objetivar el conocimiento del ser y del mundo. Como producto cultural, la actividad lingüística moldea la fisionomía del cosmos y la propia identidad. Pero nuestras capacidades cognitivas son limitadas y nuestro entendimiento insuficiente. El poeta, con una humilde poética muestra su empeño en poner luz a la incertidumbre:“Unas pocas palabras / colocadas en orden, / a manera de escolios que anotasen la vida. / Un conjuro pequeño, / ubicado en un margen, / de alcance limitado y voluntad sedante “. Quien escribe empuja su vocación descubridora para explorar la naturaleza del sujeto poético, las condiciones del poema, aun sabiendo que las variantes del texto original son infinitas.
El tercer apartado “Exterminio” hace del precipicio un andén de llegada. La noche se repliega y expande una incontinente letanía de sombras. La voluntad de las palabras es estéril. No arraigan sus significados porque el transitar del tiempo transforma la voz en un estigma exhaustivo. Se percibe en el breve apartado un claro pesimismo, como si la presencia del sujeto verbal fuese zarandeada a cada instante por las convulsiones del desasosiego, o se viese sometida a una liquidación por derribo. Solo queda dar el último paso hacia el abismo y al imprevisible final de trayecto.
La extensa oración de cierre “Kirie” toma su nombre de una plegaria de la liturgia cristiana. El sustantivo es una voz griega y su versión al castellano sería “Oh, Señor”; de este modo el aserto “Kirie Eleison” denominaría una frase implorativa que insta a la compasión” “Oh, Señor, ten piedad”. Con el formato de una letanía, el poeta compone un largo monólogo sobre personajes, actitudes y secuencias de un corrosivo valle de lágrimas. La escenografía de la infamia necesita expiación y penitencia para tantos desahuciados de la felicidad. Vivir es una floración de frustraciones, un cúmulo de estaciones de paso que esperan el traquear de ese tren que no lleva a ninguna parte, salvo a los trampantojos de la esperanza, esas oquedades ilusorias de lo temporal.
En Expiación convergen la sombra y el aullido, la áspera sensación de que no hay regreso y además es tarde para la esperanza porque la existencia no es sino un caminar marcado por la ausencia, por esa nube cenicienta que explora un cielo turbio.
JOSÉ LUIS MORANTE
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