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Dioses efímeros Juan Antonio Mora Ruano Prólogo de Guillermo Fernández Rojano Editorial Corona del Sur Málaga, 205
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UN ÁRBOL DE VOCES
Guillermo Fernández Rojano (Jaén, 1957), Doctor en Filología por la
Universidad de Jaén, profesor universitario, profundo estudioso del legado
poético de José Viñals e impulsor de una travesía creadora que tiene su primera
entrega en 1981, tras el viaje crepuscular del ideario novísimo, hace de la materia
verbal una cala meditativa sobre la ontología del sujeto, desde un enfoque
crítico, nihilista, y ajeno a cualquier conformismo burgués. El reconocido
poeta andaluz es el encargado de escribir la introducción del poemario Dioses
efímeros de Juan Antonio Mora (Andújar, Jaén, 1950), que cuenta en su
presentación formal con la ilustración de cubierta e interiores de Rafael Toribio.
La apertura de Guillermo Fernández Rojano advierte, de inmediato, de las
mareas interiores que alientan la pulsión literaria de Juan Antonio Mora: la
denuncia constante de un sistema económico y político desapacible, que solo
genera riqueza y prosperidad en unos pocos a partir de la explotación de la
mayoría y de la esquilmación sistemática del entorno natural y el patrimonio de
sus recursos, y la necesidad de no ceder al derrumbe ético y hacer de la poesía
resistencia, una forma de ser y de salir al día. Son dos motivos básicos que,
con los habituales matices expansivos, han fortalecido una suma de entregas
profundamente emocional y cercana. El poeta de Andújar singulariza una manera
de habitar el poema que el poeta, ensayista y crítico Alberto García Teresa ha
denominado, con precisa argumentación: “Poética de la claridad”. En este poner
sobre la mesa las cosas claras colabora un suelo argumental que reitera
componentes: la ciudad, las relaciones personales, el amor, las hendiduras de
la memoria, la denuncia crítica ante los desajustes sociales y el desasosiego
existencial. Frente a esos dioses
efímeros que se ofrecen como tablas de salvación en el naufragio, y siembran
falsas esperanzas, desde la religión, la riqueza, o el consumo, la poética de
Juan Antonio Mora se hace lumbre revolucionaria; los poemas convierten
al sujeto verbal en un árbol de voces contra la injusticia que no se resigna al silencio;
que participa en esa senda del nosotros. Vivir es trasiego diario en
vigilia y búsqueda de un horizonte de esperanza.
Como en
libros anteriores, y de modo especial en las entregas El corazón del mundo (23023),
Los sitios del dolor (2024), La ciudad y yo (2024) y El delirio de la palabra el poeta concede una gran importancia al
pensamiento de los demás. Y emplea como estelas pensativas citas de abundantes
autores del canon: Pascal, Pasolini, Tomás de Aquino, Agustín de Hipona,
Francisco Umbral o de escritores cercanos a su entorno afectivo como Jorge
Riechmann, Juan Carlos Mestre y Ricardo Virtanen, quien aporta un buen puñado
de aforismos.
Desde la necesaria orilla de lo
emocional, tan evidente en la dedicatoria: “A Charo siempre y a mi hijo
adorado”, con la estrategia expresiva del poema conciso, y con clara tendencia
al decir lacónico del aforismo, la voz de Juan Antonio Mora escribe como
composición de entrada “primer esbozo” (Canto inútil)”, el personal homenaje
del poeta a las víctimas de la dana; los versos iluminan los claroscuros de tragedia y muestran el dolor que intensifica la
impotencia. Solo ante esa estela de delirio que busca esperanzas en la nada,
las palabras muestran las obsesiones de la escritura para desplegar
interpretaciones sobre la existencia, porque para el autor, los verdaderos
poetas son aquellos que no les incomoda la verdad, cuando sufren la
inestabilidad frágil de la vida; las dimensiones de un entorno que rebosa
incertidumbre y arrincona a los pobres con una bochornosa especulación
incesante.
Queda el amor como un sueño revolucionario que da fuerza y compañía. Que
da sentido a la actitud indagatoria del
sujeto que recorre un sendero de reflexión y utopía. El enamorado, convertido
en observador y testigo del discurrir existencial, hace de la amada una fuente
de luz, un símbolo de justicia, libertad y sueños en vuelo. El conjunto de
poemas de Dioses efímeros, en su desnudez, comparte una sencilla
cimentación formal. Afronta desde la soledad un nítido esfuerzo personal por
hacer de la confidencia subjetiva una superación de carencias y una reflexión
humanista. Quedan las incisiones de un horizonte verbal, ajeno a cualquier molde
marcado por un ideario estético de rehumanización y compromiso.
Juan Antonio Mora en la fertilidad incansable de su madurez literaria, redobla
en los poemas de Dioses efímeros su confianza en la palabra como refugio
del superviviente. Nunca se doblega a la triste respuesta del silencio. Cruza
de nuevo el puente entre escritura y vida para fortalecer la cercanía del
sujeto literario y su cálida fraternidad.. Nos queda el todavía, ese camino donde busca regreso la esperanza.
JOSÉ LUIS MORANTE