lunes, 15 de septiembre de 2025

FERNANDO PASTOR MATA.TRASLÚCIDA

Traslúcida
Fernando Pastor Mata
Ediciones Vitruvio
Colección Baños del Carmen
Madrid, 2025

 

CIUDAD DE LA MEMORIA

 
  Traslúcida, el primer recorrido poético de Fernando Pastor Mata, Traslúcida, incorpora dos elementos paratextuales de hondo calado: la dedicatoria y la breve nota final de agradecimientos. En la primera queda expuesto el cariño y la admiración a un poeta casi olvidado, Aureliano Cañadas, fallecido en la navidad de 2004; con el que compartía una querencia natural por la geografía almeriense y un enclave intelectual de primer orden: el vitalismo de la cultura portuguesa. En el apunte de agradecimientos, se constata el papel clave que en esta amanecida literaria ha tenido la entrañable gestora cultural Cristina Penalva Pastor, poeta, guionista y correctora, que ha tendido enlaces con el editor Pablo Méndez para buscar sitio y norte a la vocación auroral del escritor en el catálogo de Vitruvio.
  Ya, desde el comienzo del poemario, se constata el papel clave que conforma la voz evocativa. Sin duda es un enfoque de introspección que mana de la experiencia existencial y de la presencia firme de los recuerdos. Son hendiduras marcadas en los muros del tiempo, tercos grafitis que constatan que alguna vez aquel marco de pulsión sentimental fue amparo de los pasos y que la vida sigue, inadvertida y mansa, con el empeño de ajustar los itinerarios vitales al decurso gregario del tiempo.
   En los repliegues peraltados del yo interior habita también el contexto histórico de un tiempo sombrío, oscurecido por la falta de libertades y la imposición de unos valores monolíticos. Eran años oscuros en los que se fue escribiendo una autobiografía, marcada por el permanente conflicto entre ilusiones y sueños, entre el yo aparente y el yo real. En ese relato biográfico de alguien, con aire de familia entre el escritor y el ser biográfico, sentidos y pensamiento son meros testigos. Quien escribe deja constancia de lugares de la memoria que se conservan intactos, de recintos como la catedral, la Alcazaba, el instituto, o la humilde pobreza urbanística del Zapillo que hacen del plano urbano de Almería un ámbito sentimental cuajado de itinerarios inolvidables: “Y vuelvo de aquel tiempo hasta el presente / doy la espalda de nuevo al instituto / abandono el entorno de esas calles / y me envuelve el acre sabor de una nostalgia / que se embrida en mi boca con dureza”.
 Los poemas cobijan también presencias vivas de la educación sentimental. Las vetas argumentales muestran las inclinaciones subjetivas de un pensamiento en vela en el que se agolpan las cicatrices más profundas, esos campos de análisis que requieren sistematización y forma. Y en ellos el amor se sostiene como columna central de la identidad; así lo ratifica el poema homónimo “Traslúcida”: “Tú eres mi último poema y mi poema primo. / Porque no existes nada más que tú en mi memoria. / Ni más tiempo posible que tu tiempo / ni más presencia clara que la tuya.”
  Fernando Pastor Mata emplea en las composiciones de Traslúcida el verso libre y una dicción cercana y coloquial, pero no desdeña la exploración formal en poemas como “Rimas y ripios”. Pero para la descripción de lugares y para los sondeos de la memoria prevalecen los poemas enunciativos y testimoniales. El rescate de imágenes, entre las brumas del pasado, exige un trazado de lindes convincentes para rememorar el ayer, para que espacio y tiempo retornen, cuajados de emoción y sentimientos.
   La escritura consigue que lo transitorio y ocasional se apose y muestre sus raíces para comprender la realidad. En ella sobrevuela de continuo el tono elegíaco y la conciencia de haber dejado en alguna parte un paraíso perdido e irrecuperable. La voz deja constancia de la pérdida, recuerda esa tradición cultural de Arcadias primigenias donde habitó el ideal, ese sitio intangible que ratifica que alguna vez de verdad fuimos.
   Con “Poemas en el lago Maggiore” Fernando Pastor Mata cierra un poemario que es íntimo homenaje a los escenarios interiores de la memoria. La travesía de un navegante abriendo rumbo por los días de infancia y juventud conforma un monólogo lírico fragmentado en momentos y horizontes, vistos bajo el techado del pretérito. Lo que fue, recuerda. Aquella realidad es otra y lo gregario se perfila desdibujado y borroso, casi abstracto. En la mirada de quien vuelve a Ítaca, la lumbre y la ceniza, el reflejo de un patrimonio singular, un tiempo donde alguna vez tocó la piel del corazón la mano cálida de la felicidad.      

JOSÉ LUIS MORANTE




domingo, 14 de septiembre de 2025

SUELO COMÚN

Itinerarios de soledad
Archivo Freepick

 


SUELO COMÚN

Los que escriben autobiografías ajenas.
Los ambiguos y estoicos.
Los que inventan idiomas para callar a tiempo.
Los generosos en el error.
Los que incuban Amanitas phalloides.
Los equilibristas.
Los que dicen palabras que pesan como piedras.
Los que guardan su yo
como santa reliquia
y se convocan tras la silueta de certezas únicas.
Los que pintan contornos a charcos de cristal,
en cuyo fondo limpio salta un haiku.
Los rotundos, opuestos por principio,
que caminan a solas en dirección única.
Los que corren tras el sombrero de la vejez.
Los ausentes que habitan en voz baja
una conversación de sobremesa.
Los otros.
Los demás.
Suelo común de pasos,
desbandada dispersa que se pierde
en los oscuros ámbitos del tiempo.
Lacónicas monedas de metal
que avaro cuento
en el hule manchado del domingo.

     (Del libro Nadar en seco, 2022)


viernes, 12 de septiembre de 2025

ANTONIO JIMÉNEZ MILLÁN. SOL PONIENTE

Antonio Jiménez Millán
(Granada, 11 de septiembre, 1954-Málaga, 24 de enero de 2025


SOL PONIENTE
 
Biología, historia
Antonio Jiménez Millán
Visor Poesía, Colección Palabra de Honor
Madrid, 2018
 
  Por su capacidad sugeridora, qué atinado parece el aserto Biología, Historia que el poeta y profesor universitario Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954-Málaga, 2025) utiliza para reunir los poemas más recientes. El logrado título aglutina espacios cognitivos complementarios: la Biología es la ciencia que estudia los seres vivos, los procesos vitales y su evolución en el tiempo; en cambio, la Historia alude al conjunto de acontecimientos vividos como individuo y colectividad. Ambas disciplinas, en última instancia, constituyen una mirada al sujeto en el tiempo y un desvelamiento del periodo social en el que se gesta su identidad.
  El poeta deja en el pórtico del libro otros referentes culturales de interés: la dedicatoria a Luis García Montero, director de la colección Palabra de Honor, amigo con quien ha recorrido un completo itinerario repleto de complicidad estética, y estudioso que ha firmado reflexiones críticas del máximo interés sobre el quehacer creador, como el prólogo “Antonio Jiménez Millán: la conciencia y el tiempo”, que sirve de umbral a Ciudades (Antología 1980-2015). También son balizas necesarias los dos aportes paratextuales: la conocidísima cita de Fernando Pessoa que alude al poeta como fingidor, y el párrafo de James Joyce, extraído de Retrato del artista adolescente. No son gestos gratuitos sino indicios que subrayan una sensibilidad que conexiona el carácter autobiográfico de la escritura y el continuo aporte de la experiencia vital.
   La lírica de Antonio Jiménez Millán elige el recuerdo para recuperar elementos enunciativos. La infancia se muestra como trazado de sentido único. En su gestación, la voz verbal convierte a la memoria en refugio. En ella amanece, renovado y repleto de matices colaterales, el intimismo. El sentimiento se empeña en clarificar códigos cifrados, como si las partituras del escaparate de una tienda de música contuviesen esa felicidad introspectiva que da sentido a lo temporal. La evocación recorre la ciudad, Granada, dibujo arquetípico que alza su laberinto urbano repleto de experiencias en el entorno de lo real y hace posible la mirada amable y esperanzada del yo en otro tiempo. Desde esa indagación, el sujeto se contempla a sí mismo como una ficción, perfilada a través de unas pocas imágenes. Recordar es alzar un territorio erosionado que trae consigo el tacto y la memoria del pretérito.
   Ya hemos comentado que buena parte de la voz lírica de Antonio Jiménez Millán tiene como sustrato territorial la evocación. El pasado se aquieta, no se distancia y construye un discurso de permanencia que comparte intersecciones con el presente. A veces transporta al litoral de la melancolía, cuyo patrimonio es un trasfondo de imágenes que tiene la textura de lo emotivo. En el poema “Doce de septiembre” el yo personaje celebra su cumpleaños. Sesenta velas. Alrededor rozan la piel los desajustes de la realidad, como un lastre que cuarteara la esperanza y que subraya la situación de fugacidad, la ineludible cita con la nada. Desde ese estado de aceptación del ser transitorio nacen otras composiciones que confirman el fragmentario cauce de la conciencia y el empeño del lenguaje de dar luz a las disoluciones. Al cabo, el recuerdo contiene lejanos espejismos que ya no están al alcance, que parecen traviesas resistentes, a flote, bajo la tibia luz de un sol poniente.
   Una cita de Oscar Wilde recuerda que el nombre que solemos dar a los errores cometidos en el oficio de vivir se llama experiencia. Y es diáfana esa mirada a contingencias personales que aguantan en el discurrir, con una piel ajada, adusta y seca. En el apartado “Disolución” vuelven a formularse los pasos en el tiempo de magisterios hechos de incertidumbre y piel ausente. El afán colectivo es un legado en el que se cuestionan grandes conceptos, proclives a componer una épica falsa. Es el caso de la guerra civil y de aquellos interminables bombardeos que propiciaron muertes y exilios, hoy tan lejanos que apenas pueden despertar interés en las aulas de alumnos que consultan el móvil o tienen recorridos personales en los que no caben las páginas de la Historia. El dolor y el frío de la posguerra se transforman en indiferencia. Todo se apaga y traza su negación sin ruido, su asiento en los rincones de la memoria como una estela mínima destinada a borrarse.
   El tramo final es una reflexión sobre la pérdida. Contiene también una mirada crítica a esas ideologías totalitarias que han erosionado la convivencia hasta convertir al otro en un enemigo. Bajo el dictado del fundamentalismo se ha creado una historia a la medida, una trinchera entre nosotros y ellos, que llena las calles de patriotas, himnos y banderas: “Muy pronto descreí de las banderas / y me alejé de aquellos / que imponían su idioma a los demás / en nombre de espejismos imperiales / y de siniestras águilas fascistas. / Pero también  me fueron muy ajenas / las leyendas del pueblo y de la tierra, / la búsqueda de los orígenes, de la pureza intacta”.
 Aunque en los diferentes apartados los argumentos son autónomos y van jalonando tramos de asuntos, todos coinciden en buscar las ventanas de la memoria a partir de una sensibilidad que atiende a los pautados movimientos del pensar. La voz se torna elegía, compromiso con la coherencia cívica y homenaje con magisterios que han puesto los cimientos de la propia pared creadora. En ese aprendizaje nace la gratitud a Jaime Gil de Biedma,  Franz Kafka, Miguel Hernández o Antonio Machado…
   El escritor incorpora a su poblado itinerario creador la prosa poética en la sección “Carnets”. Nos deja composiciones que sustentan una notable veta reflexiva sobre la música como voz callada que pone fondo al silencio, o sobre el resentimiento, una muesca en el ánimo que tanto clarifica el complejo entramado de causas y efectos de los prestigios literarios. Vivir es andar a tientas, sumar imágenes que después se resguardan en el viejo cajón de la memoria como carnets que exigen fotos nuevas; deja sitio a abandonos y encuentros; toma el pulso a sueños vanos que nunca se cumplieron.
   El vértigo del tiempo y sus vibraciones sísmicas impulsan los poemas de “Rehabilitación”. Los pasos de la edad conllevan síntomas y terapias, guardan en los espejos un ser desconocido cuyos trazos muestran debilidad y torpeza; un ser otro que registra en sus pulsaciones el desajuste de la enfermedad. Es esa biología indeclinable que toma sitio en lo diario con descarada impunidad, que lentamente acaba erosionando las esquinas del cuerpo o convierte el dolor en alevosa rutina.
   Las etiquetas críticas establecen líneas de demarcación; exploran los momentos escriturales en el transcurrir. La voz poética de Antonio Jiménez Millán nació ligada a “La Otra sentimentalidad” y más tarde a la “poesía de la experiencia” para desembocar en un intimismo reflexivo y realista. Sus versos piensan y leen históricamente el patrimonio de un sujeto anclado en la intrahistoria. Son pautas de un ideario que clarificó con solvencia el profesor y ensayista Juan Carlos Rodríguez, a quien se dedica la composición final. El poema entrelaza afecto y filosofía vital, gratitud y voluntad de seguir, sin hacer mucho caso a las leyes del tiempo, buscando caminar, ligero de equipaje, un paso más allá.

                                                                                    

JOSÉ LUIS  MORANTE




 

jueves, 11 de septiembre de 2025

FRENTE AL MAR

Espera
Archivo digital Freepik

 


 FRENTE AL MAR 

Era un hábito firme. Cada día se adentraba en el mar como si estuviese soñando. Un crepúsculo naranja, la distancia del sueño, mar adentro, se prolongó demasiado. No hubo despertar. En el primer bostezo del día, solo se hizo real esa silla vacía, abierta y sola bajo la sombrilla, que aguarda con paciencia su regreso.


(Del libro de microrrelatos Fuera de guion, Editorial Lastura, Madrid, 2024)



miércoles, 10 de septiembre de 2025

HIGUERA EN EL JARDÍN

Cosecha estéril


JARDÍN

        Triste como la rama
        que deja caer su fruto para nadie

            VICENTE ALEIXANDRE

Islas de nubes velan
los higos sobre el césped.
El doliente equilibrio 
de la fruta en sazón 
solo retiene el roce presentido
de las plumas.

Insistente perdura
el olor del derrumbe.
Sabor muerto.
Contemplo entre el bostezo de los riegos
la senda comunal de las hormigas,
su tangible mensaje:
el agua es aridez
y el tiempo de labor 
petrifica baldíos.

Esparcidos y tristes
se diluyen los higos
hechos materia informe.
En su carencia yace
la prueba inculpatoria:
soy un mal jardinero,
la flor se pudre en mí; no guarda frutos.

    (Del libro Nadar en seco, 2022)


martes, 9 de septiembre de 2025

EL PARKING

Interior noche
Fotografía
del archivo
Freepik

 

 

 El parking

 

 La ciudad tiene un solo parking. Es una construcción con forma de zigurat cuyo exterior apenas muestra indicios erosivos. Cuatro avenidas del callejero acogen sus entradas. Son portones de largas rampas circulares dispuestos a engullir incansables atascos. Nada presagia que el interior alumbre una cronología sin relojes. Tras ocupar la plaza, los conductores caminan en itinerarios de ida y vuelta que fosilizan la paciencia. Entre el desconcierto y las grafías publicitarias, los aleatorios recorridos se repiten. Así pasan días y noches con lentitud de invierno subterráneo. En silencio, los usuarios caminan despacio, o duermen en los asientos de sus autos en raras posiciones fetales. El parking es un útero huérfano en el que no hay salidas.

 

 (Del libro Fuera de guion (casi cien microrrelatos)

Editorial Lastura, Madrid, 2024

 


 

 

lunes, 8 de septiembre de 2025

RAMÓN EDER. EL LIBRO DE LAS FRASES TRANSPARENTES

El libro de las frases transparentes
Ramón Eder
Prólogo de Aitor Francos
Editorial Renacimiento
Colección Los Cuatro Vientos
Sevilla, 2025

 

CON ALAS EXTENDIDAS

                                                        
   El hábito es una disposición natural a cumplir con las expectativas. El empeño por reiterar un ciclo estacional que se repite, inalterable, en el fluir remansado del tiempo. Puntual, casi cada año, se aviva el festejo para celebrar la incansable convivencia de Ramón Eder (Lumbier, Navarra, 1952) con el aforismo. Constituye una tradición que abarca décadas y conforma un proceso personal que ha convertido al escritor navarro en celebrado magisterio y lectura necesaria. El crédito aforístico de Ramón Eder crece, con sorprendente regularidad y una envidiable coherencia estética, según constatan los mejores estudiosos del solar expresivo del laconismo.
  Más allá de su producción concisa, el aforista sondea con paréntesis reflexivos el clima general que mantiene su sensibilidad frente al decir breve. Ramón Eder subraya su preferencia por la intensidad concentrada, la frase telegráfica y las variables temáticas con sentido del humor, un humor proclive a la sonrisa, que no desdeña influencias de Mark Twain, Groucho Marx o Woody Allen. El atinado prólogo de Aitor Francos, sin digresiones inocuas, alerta sobre las condiciones naturales de una cartografía mudable, curadora y transparente: “Con cada punzada de inteligencia y en apenas una línea, combate la intolerancia, pule dogmatismos, suaviza rigideces mentales, y lo hace valiéndose de autoridad y de una agudísima ironía con clara voluntad pedagógica”.
  Eder recalca con el magnífico aforismo de Karl Kraus que la frase sapiencial carece de datos suficientes; a veces es media verdad y otras verdad y media, pero nunca la verdad única y definitiva. De este modo, la realidad se ubica en una inacabable escala de matices, de planos diferentes, para que tome aire y extienda alas la observación subjetiva. Hay que conocer el contexto y recorrer sin pausa los laberintos interiores para dar sentido a la escritura y ser un yo pensante que recrea el mundo desde una vitalista duda metódica: “El aforista hoy en día es una especie de filósofo presocrático con sentido del humor digital”. De los apuntes enunciativos emana también una autobiografía más o menos convincente: “El escritor para ser respetado tiene que conseguir hacerse en los textos una humilde caricatura de sí mismo como un ser desvalido, lleno de contradicciones y sin embargo querible”. Si en entregas anteriores era palpable el anhelo poético, en El libro de las frases transparentes, como señalaba Aitor Francos en la introducción, hay desnudez y despojamiento lírico. Ser opta por la concisión estilística y la poda; por el recorrido telegráfico que une al mismo tiempo lo inconmensurable y lo breve. Quedan en esa mirada a lo esencial los trazos dispares de la condición humana, desde la ironía y el desenfado, actitudes que hacen del relato una delicada forma de la cortesía, un alejamiento de la solemnidad. Vislumbramos un pensamiento cambiante y en continuas tareas de búsqueda, exento de dogmatismos. Toda verdad, por más que recalquemos el trazo, acaba desdibujándose: “La verdad ya no es lo que era”.
  Con esos reflejos de suavidad y resistencia llega la claridad de El libro de las frases transparentes, una escalera argumental cuyos peldaños dibujan los complejos planos de un observador de momentos. La sensibilidad captura sensaciones y mantiene en su mirada un vaso de luz, capaz de contener el misterio de lo cotidiano, ese tiempo que abre un íntimo diálogo entre lo transitorio y lo permanente.
  Los libros de aforismos suelen ser sumas de intereses aleatorios, incluso distantes. En ellos se mezclan sedimentos lectores, reflexiones sobre la esencia del género conciso, o las notas dispersas que el pensamiento toma en torno al discurrir diario. En suma, una dicción ligera, buscando explicaciones al paso sobre las preguntas de siempre. A veces su sentido se diluye, recuerda el agua turbia de un pozo remansado, en el que no se puede calcular la profundidad y resulta difícil la inmersión.
   Ramón Eder acomoda en sus aforismos su personal concepto de la brevedad. La cosecha minimalista nunca se sube al pulpito de la pedantería; quien escribe se contradice a sí mismo, siembra paradojas, camina en círculo por el pensamiento e intenta conciliar enunciados lógicos e ingenio, en tareas de continua vigilia.
   En las brevedades de El Libro de las frases transparentes se habla de libros y autores, como Nietzsche, Cervantes, Shakespeare, Kafka, Josep Pla o Borges; de la sociología literaria que conforman las relaciones sociales: “Qué sensación de bienestar nos producen ciertas personas cuando se van”; y de esas incertidumbres que deambulan casi inadvertidas por el interior buscando sentido a la sutilidad del transitar diario: “Si a la vida no se le mete algo de épica se convierte en un cuento contado por un idiota”. Sin duda, son motivos recurrentes que retratan estados de ánimo o el incansable fluir de la conciencia.
   Si, como escribe el autor, “La realidad es una mezcla de sueños y de realidad” los buenos aforismos dejan la capacidad de moldearla, escuchan la voz tenue de la imaginación. Fortalecen un legado que nunca desdeña el aporte inteligente de la experiencia cultural. La escritura corrige asimetrías. Desde el sedentarismo de las ideas, reordena lo vivido y descubre un sentido nuevo a lo aparentemente insignificante. Frente a los que buscan en la experiencia biográfica el venero semántico principal, Eder mira con frecuencia los estantes de la biblioteca, buscar claves explicativas en las páginas de una selecta nómina de clásicos, y arropa el laconismo con las enseñanzas y asombros de la gran literatura. Al cabo, “escribir aforismos tiene sus peligros porque es poner el cerebro en los límites del lenguaje”.

JOSÉ LUIS MORANTE