sábado, 1 de abril de 2023

DANIEL ZAZO. LAS MANZANAS DE IDUNA

Las manzanas de Iduna
Daniel Zazo
Editorial Páramo
Valladolid, 2023

 

CONTRA EL TIEMPO

 
   Daniel Zazo (Ávila, 1985) ubica como umbral de su cuarta entrega poética Las manzanas de Iduna  una compilación paratextual que comparte un territorio reflexivo común: el fluir del tiempo como inexorable presencia de la condición existencial y sus efectos secundarios. Ya en el tramo creativo anterior, el que conforman las salidas Que ardan los fuegos (2017), La periferia del deseo (2019) y Singladuras (2021) la temporalidad y su parco proceso de disgregación era uno de los veneros argumentales básicos, junto a la mirada introspectiva y el compromiso con el yo colectivo.
   El título Las manzanas de Iduna acoge un referente cultural que, en nota introductoria, Daniel Zazo clarifica de inmediato. El poeta recuerda que Iduna es un sujeto ficcional incardinado en la mitología nórdica. Es la esposa del dios Bragi y la personificación del ciclo temporal de la primavera como amanecida de fertilidad y renovación. Su tarea es custodiar las manzanas que conceden a los dioses eterna juventud y paralizan el declive físico, haciendo que su fruto sea alimento nutricio y garantía de inmortalidad.
   Desde esta reivindicación de permanencia de un yo poético que aspira a vencer los efectos del estar transitorio, los versos de “Álbum de fotografías” alojan un retorno al pasado. Confían en el claro propósito enunciativo de la evocación. Los poemas construyen un mapa de recuerdos que entrelaza emotivas presencias, apenas desgajadas de sus actitudes y gestos. Retornan la mano hospitalaria de la abuela y un yo diáfano y auroral, con ojos de niño, que se asoma a la existencia y comparte el latido de los días en un cálido entorno familiar. Son provisiones necesarias para nutrir una biografía de experiencias y sensaciones, de instantes que conforman el aprendizaje sentimental.
  Por tanto, Daniel Zazo recupera identidades conectadas a la biografía afectiva, como si su regreso tuviese una función terapéutica, capaz de reconciliarnos con el lenguaje del tiempo y su itinerario de pérdidas. Asomarse al pasado es convertirse en pasajero de un largo tránsito en el que conviven imaginación y realidad: lo transitorio y el deseo de subvertir anclajes del reloj.
  En ese largo recorrido por la memoria, el figurante verbal encuentra la compañía inefable del amor. Supone la firmeza de un suelo que hace del cuerpo canto, celebración y la esperanzada euforia del comienzo: “He vuelto a aquel tiempo donde todo era primicia, / acertijo en los labios de la esfinge, / pólvora y química, fasto y pirotecnia, / pero al regresar, ni rastro de aquella lumbre, / el incendio dejó paso a una nube de pavesas”. Indagar el transitar de las horas es reconocer en el espejo los cambios azarosos del derrumbe en el vaivén de los días. Queda la huida, el acto de negar que es inevitable el deterioro; la esperanza tal vez de partir al alba.
    La cercanía de la intemperie aconseja ignorar el quehacer de los relojes. En el apartado central “AS TIME GOES BY” se indaga sobre el eterno afán de la juventud, ese empeño en comer las manzanas de Iduna para que el hábitat del ahora sea un tácito acuerdo con lo permanente. Si los afectos del fruto son incansables estímulos, Daniel Zazo aloja en sus versos un prolijo inventario de asuntos culturales: el cine, los libros y el viaje son reflejos en los que se asoma el diáfano cristal del entorno.
   En el cuaderno del poema queda también la sombra de la historia y esas precisas ubicaciones que permanecen suspendidas en los hilos del discurrir: “Sé que hay gritos que esquivan la ley de la gravedad, / y amarrados en las costuras de la historia / permanecen suspendidos en el umbral del tiempo”. Queda también la semántica fuerte de acoger el  propio destino suspendido en la línea de horizonte, entre la esperanza y el desencanto. Como dice el poeta, en el repliegue: “Vivir es sostener y soltar. / Eso es todo. / Parece sencillo / pero entre estos dos verbos / oscila el sentido de la vida”.
   Como apartado final Daniel Zazo deja en “Reloj sin manecillas” la idea simbólica de un artilugio limitado, sin cuerda, incapaz de medir las convulsiones inagotables del tiempo. Parece indeclinable sepultar en las manos la sombra y el silencio, los escombros del hecho de vivir. El tiempo, fuerte león dormido, nos diluye y moldea a su antojo y las posibilidades de resistencia son un duro trabajo prometeico, pese a las convicciones personales y a la terca energía emotiva. Quien habla confiesa que ha vivido, pero pagó un precio.
 
JOSÉ LUIS MORANTE



 

  

viernes, 31 de marzo de 2023

EN EL DESGUACE

Más fuerte que el hierro...


 


herrumbre y óxido
duermen en el desguace;
grietas del tiempo.

                 (Inédito)






jueves, 30 de marzo de 2023

GUILLERMO MARCO REMÓN. PERDER EL TIEMPO

Perder el tiempo
Guillermo Marco Remón
Editorial Isla Elefante
Palma de Mallorca, 2023

  

LA VOZ DE LOS RELOJES

 

   La trayectoria poética de Guillermo Marco Remón (Madrid, 1997), Ingeniero y doctorando en Inteligencia Artificial, se dio a conocer con el consistente poemario Otras nubes, accésit del Premio Adonais de 2018.  En su avance por la literatura, ha participado en revistas y antologías que muestran su evolución pertinente y en 2023 es becario de la Residencia de Estudiantes de Madrid.
  El poeta revitaliza su nueva entrega Perder el tiempo con dos nombres de peso, Lucrecio y Fernando Pessoa. Las citas reivindican el afán observador del sujeto y su continua percepción de lo mudable, como si fuese necesario  adentrarse en recorridos indagatorios, desde la realidad inmediata, para llegar al conocimiento interior, a los sustratos que componen la identidad del yo. Un hablante verbal íntimo, cercano, confidencial, que hace de su palabra, como refrenda con hermosa textura el poema prologal “Resumen”, un espacio abierto; la existencia es reiterar pasos y erosiones, asumir que la orfandad del solitario es desbroce y poda, depuración emotiva y que conviene interiorizar la certeza de que lo cotidiano filtra una continua despedida.
  En cada ser habita la extrañeza, una multiplicidad de estados que va perdiendo contornos en el devenir. Son los pliegues del discurrir, o como refrenda el título de la sección inicial: las “Maneras de relacionarse con el tiempo”. En Guillermo Marco Remón queda patente que la contingencia es una referencia temporal definitoria. Añade al registro conversacional instantáneas cotidianas, nombres propios,  imágenes de la memoria que anulan la soledad y el desamparo de estar con el latir del tiempo. Se plasman en los poemas secuencias íntimas, alusiones tamizadas por el transitar, no con un mero afán enunciativo sino con ese punto de asombro connatural a lo cotidiano que pone ventanas a la imaginación.
  La poesía admite la participación activa del lector que completa el poema, como sucede en “Paternalismo”, un texto que admite varias versiones al rellenar los huecos que el autor deja en los versos. Hay palabras que nacen entre la sombra, que buscan habitar la ausencia con la desnudez pactada del intimismo. El paisaje se interioriza y crea su propio espacio interpretativo para servir de marco a instantes memorables del pasado; contemplar es apropiarse de colores y formas, buscar itinerarios visuales con una orientación pactada.
   La amistad y el amor confluyen como continuos vértices de reflexión, como nidos de indagaciones y paradojas que en su hondura poética acercan el caminar biográfico y las tramas argumentales. El cauce vivencial está ahí, frágil y amarillento como una hoja otoñal. Exige reflexionar sobre la propia escritura, como aseveran los versos del poema “Huyendo de la crítica”: “Y sigo caminando mientras doy vueltas… si habré hecho bien en abandonar toda formalidad, / en tender hacia la prosa, / en disfrutar de las rimas espontáneas y feas y precisas, / en haber mitificado la juventud siendo un niño viejo, / en fingir pessoanamente tanto lo que soy”.
   Desde Otras nubes hasta Perder el tiempo la voz poética de Guillermo Marco Remón ha perdido carga sentimental en la reelaboración del periplo existencial y se ha decantado más por la autoafirmación del hablante lírico, por la fuerza de una voz hecha desde la lucidez y la indagación interior. Por eso los textos necesitan un mayor desarrollo enunciativo y un espacio digresivo. Se fue un tiempo auroral y cada vez queda menos de la infancia. Quien se mira en la caligrafía confidencial del diario apenas se reconoce y se cambia el hábito de jugar por las tareas cotidianas; pasó la juventud y entre los pasos del silencio fue madurando una poblada cosecha de certezas que concede al tiempo el primer plano, una continua presencia substancial.
  El breve conjunto “Un domingo a solas” focaliza el tiempo en mínimos objetos cotidianos; la silla no cobija, es una incógnita que exige buscar la postura y responder a las preguntas de la convivencia. Cada vez se hace más fuerte la sensación de soledad e intemperie, ese cálido hueco de la ausencia que invita al estar sedentario.
  El amor, con sus matices de nostalgia, evocación y melancolía, cobra un primer plano en “Me quedaría aquí” para buscar aquellos destellos a resguardo del primer beso o de las instantáneas que cobija el recuerdo y que salen al aire como una cometa en vuelo. Pero el tiempo dispone su estrategia y convierte el suelo fértil de los sentimientos en un lugar donde habita el olvido. La realidad se llena, tras el quedo rumor de las palabras, de una historia en pasado, de un texto con erratas que solo el tiempo puede corregir.
   Queda la ausencia, un aire frío que entumece las manos y que pone en las palabras el epitelio de la despedida. Recordar es una manera de dar sentido al regreso, de pensar que todo sucedió en un ayer lejano, en el terreno yermo de un estar compartido. Perder el tiempo hace de la escritura evocación y olvido. Una ventilación del cuarto propio que puso briznas consumidas en las estanterías para que las palabras se ordenaran y aprendieran a caminar a solas.
 

JOSÉ LUIS MORANTE 



miércoles, 29 de marzo de 2023

AMIGOS VIRTUALES

Interiores
Fotografía publicitaria

 

AMIGOS VIRTUALES

 

  En las redes digitales de facebook, la buena compañía no pasa de ser un asunto numérico. A efectos contables, la máxima amistad es cinco mil, un todo exacto, una suma final, como aquellos cien mil hijos de San Luis. Yo me voy acercando a ese balance colmado y el asunto me obliga a elegir bien a estos voluntarios de tropa virtual con un mínimo proceso de valoración.
  Borro a diario a todos los afectados por mudez digital; de ellos jamás supe nada, ni siquiera por qué solicitaron sitio aquí. También despido con pañuelo al viento a los que sobredimensionan el emoticono, teniendo un idioma entero a su disposición. Y ahora que estoy en esa edad en la que ignoro “dónde habita el deseo”, quito silla también a las presencias que compiten en musculatura hormonal; lo mío con la fisiología es un derrumbe crepuscular que sobrellevo sin esperanza y sin convencimiento.
 Y sigo en el muro, caminando a solas, con la guadaña sobre el hombro de algún algoritmo que nos borre y nos deje en la niebla con voz de margarita enamorada: “esto se ve, esto no se ve”.  Sigo con el tesón explorador de palabras y sueños, buscando algún espejo que retenga los mejores momentos de este viaje en el tiempo, los pasos interiores, ya casi fotografías antiguas, que hablan de otro.


martes, 28 de marzo de 2023

CARMEN SALAS DEL RÍO. SALITREMENTE


Salitremente
Carmen Salas del Río
Prólogo de Gerardo Rodríguez Salas
Editorial Olé Libros
Colección Imaginal
Valencia, 2021

 

LA SAL DEL TIEMPO

 


   Carmen Salas del Río (Cádiz, 1955), docente jubilada con casi cuarenta años de práctica educativa, tituló su entrega anterior El cantar de las caracolas (2020). Enlazaba el material lírico con el mar como concepto simbólico y con significado expandido. En su nueva entrega emplea como título el neologismo Salitremente que,de nuevo enlaza el ideario estético con la plenitud sensorial del agua en vaivén. Sobre estos esquemas reflexivos camina el extenso prólogo del poeta, traductor y profesor universitario Gerardo Rodríguez Salas.
   En ese enfoque introductorio, titulado “El salitre del ocaso”, se indaga en la semántica original del término, en ese término derivado que añade contundencia a la sustancia salina. La palabra aflora en la memoria como recuerdo esencial del Atlántico, un espacio ligado al deambular biográfico de la poeta y a su madurez expresiva.
   Toda poesía muda la evocación en un pensar de asentamiento y emotividad. Alimenta un rincón que enlaza memoria y presente, sobre todo cuando el agua del tiempo recorre una senda de madurez que acerca, casi de forma inadvertida, hacia los meandros de la última costa. En cada tramo del libro Salitremente los textos invocan la retina elegíaca. Es transparencia introspectiva que esencializa percepciones y recuerdos de un transitar irrepetible de luces y sombras, de amanecidas y melancolías, por más que el largo recorrido invoque decepciones y disemine paisajes afectivos.
   La palabra se hace tiempo. Busca con un cierto epitelio de escepticismo el patrimonio de vivencias que moldea la identidad, donde el amor, núcleo central de la segunda parte, es una constante salmodia. Gracias a la casa encendida de la poesía la introspección del yo encuentra en las páginas vividas un inventario de signos expuestos que aspira a sobrevivir entre la incansable zozobra del olvido.
   La titulación del apartado inicial “Poesía y camino” se acompaña con una hermosa cita del poeta extremeño Basilio Sánchez: “Hay en el interior de cada uno / un hombre conmovido / que no nombra las cosas con grandeza / sino con gratitud”; no se trata de airear declamaciones solemnes desde el púlpito de la grandilocuencia, sino de clarificar de inmediato que la existencia aloja en la mirada el agua clara de los dones diarios. Como sucede en la poesía de Eloy Sánchez Rosillo, en los poemas de Carmen Salas del Río hay una clara conexión entre intimismo biográfico y escritura. La palabra se hace celebración, canta el arroyo de las caricias recibidas y los sueños que encontraron costa abierta en la aurora. Todos esos tesoros de humildad que ofrendó cada día para que se guardaran piel adentro.
   Las palabras descubren claridad y transparencia, olor sedentario para que las sílabas abran paso a las instantáneas del yo y muestren en cada paso cercanía existencial e intensidad emotiva. El poema profundiza en la mirada al transitar; restaña sueños y heridas; marca un espacio en el que encuentran sitio los pasos hacia el otro, el reguero de imágenes donde se asienta la claridad de la memoria.
  Los versos de Ángel González y de Edel Juárez marcan el paso del segundo apartado “Piel salitre”, ese rastro que queda en la epidermis para dar fe de vida del tacto del mar, para  ratificar que se camina hacia otro tiempo, donde se muestran alrededor las acuarelas otoñales de las hojas caídas. Caminamos hacia un inevitable otoño. Se hace cada vez más tangible la certeza de la fugacidad y la necesidad de asirse al amor como muro firme de cobijo y resguardo, como piedra filosofal que da sentido a cada instante.
  “Piel silente” convierte al silencio en una presencia más, como si el yo verbal hubiese descubierto que también la voz es estela leve que ha de borrarse. Los sentimientos se amordazan y se ocultan detrás de la voz adormecida. La lumbre se apaga y solo sobrevive una grisácea línea de ceniza mientras las brasas se han consumido. El silencio atrapa, permanece flotando en un vuelo ingrávido. El lenguaje se despoja hasta alcanzar la brisa leve del haiku.  El estar del sujeto da pie a la levedad del haiku, en el que resulta muy reconocible el amplio sustrato sentimental.
  El fluir existencial conjuga nuevos marcos escénicos y emotivos; así se constata en el apartado “Como arena” en el que las composiciones adquieren una mayor densidad reflexiva en esa búsqueda continua del yo que busca caminar hacia sí mismo y conocerse en  una senda versátil e indecisa, donde cada paso se convierte en un tanteo en las pulsaciones del ánimo. Se resguardan sombras y temores para que se preserven las esencias mientras el tiempo arrastra “hacia ese hondo abismo de la decrepitud”.
  El pensamiento concede una perspectiva amplia sobre la presencia del ser en un espacio físico marcado por la precariedad de la existencia. El abanico poético final “De mente” mira los territorios del ahora donde sedimentan destellos marcados por la temporalidad. En el futuro no hay certezas ni existen esas respuestas que la niña interior –ese símbolo de idealización y esperanza que habitaba dentro- buscaba en la sugerente cercanía de los sueños cumplidos. En la cansada espiral del camino queda el frío.
   Salitremente es un largo viaje introspectivo, un ejercicio de meditación lírica de un testigo que mira el tránsito efímero entre el mediodía y el crepúsculo. Alza la voz para caminar hacia dentro por el sendero de la evocación para aseverar, como decía la conciencia narrativa de  Carmen Martín Gaite, que lo raro es vivir y que hay que guardar a cada instante los últimos rescoldos. La palabra se hace interrogante, se asoma a universos extraños, a veces anodinos y silenciosos, que van componiendo un diario introspectivo en el que lo importante no es la verdad sino lo que cada uno encuentra en su interior. En él se preserva la piel dormida en las manos del tiempo, la purpurina brillante del salitre que siempre guarda la perplejidad, esa semilla que el tiempo siembra entre las manos.

JOSÉ LUIS MORANTE


lunes, 27 de marzo de 2023

VOCES EN TIERRA

Atardecida
Fotografía
de
Rosa María Hernández Costa

 VOCES EN TIERRA

En la línea de costa inéditas aleaciones de cangrejo y medusa.

Estreno propósitos: subir a la llanura de un mar en calma las viejas traviesas del tren.

Cierro los ojos y cuento. No aguanto mucho. Cuando los abro, el mar escribe otro párrafo.

El mar y yo; ese ayuno verbal simultáneo

Los espejismos cuidan la apariencia; se revisten con cierta dignidad.

Un niño mira el mar, como si tuviese en sus ojos un microscopio.

Cambio de piel. Una identidad nueva, proclive a la torsión, que se mira de espaldas.

Hay máscaras que expresan la identidad de quien las utiliza mejor que las propias facciones.

El absurdo en clave de física: una hormiga arrastrando una hoja que centuplica su tamaño.

Hubo un tiempo que imaginé el futuro como un acertijo desapacible. Con actitud de esfinge requería una respuesta inmediata.

Todo final es el punto cero de un comienzo. 

(Voces en tierra)




sábado, 25 de marzo de 2023

JUAN ANTONIO MORA. LAS RUINAS DEL CIELO

Las ruinas del cielo
Juan Antonio Mora
Editorial Corona del Sur
Colección Almud Literario
Málaga, 2023

 

ARQUEOLOGÍAS
 

   El momento histórico que atravesamos está lleno de contradicciones y choques frontales entre realidades que aparentemente se están resquebrajando. En ese estado de continua inquietud existencial es difícil cerrar los ojos y es una constante tentación, al mismo tiempo, el escapismo mental. Desde esa perspectiva, cada vez parece más necesaria la poesía en la calle, esa senda creadora que revindica lo común y hace del discurso solidario un núcleo central de la tarea poética.
   Juan Antonio Mora (Andújar, 1950) personifica un compromiso con la escritura de más de cuatro décadas. Firma, por tanto, un itinerario de indiscutible calado que rechaza de plano los elementos irracionales y lo hermético para trazar una senda de deseable claridad. Vacía en sus moldes formales un decir coloquial e intimista, que simplifica el lenguaje con enunciados narrativos y propuestas cercanas a lo laborable, que dotan a la artesanía del poema de un claro sentido existencial. En su expresión personal cuida el nivel comunicativo para compartir con el lector las contingencias diarias y las experiencias del poeta.
   Es conocida su travesía de madurez porque alienta una envidiable fertilidad creadora. Las entregas en los últimos años aportan a la bibliografía personal la compilación La alegría del aire (2019), selección prologada por el poeta y ensayista,Alberto García-Teresa, el poemario, Nubes, que cuenta con un prólogo de Juan Carlos Mestre, La silla vacía, obra editada en 2022 y el volumen Las flores me llaman, cuya hermosa cubierta e ilustraciones interiores pertenecen al artista José Ramón Navarro.
   Las ruinas del cielo –qué excelente título- acoge ilustraciones de cubierta e interiores de Rafael Toribio (Andújar, 1957), dibujante, pintor y profesor de dibujo artístico y serigrafía que ya colaboró con el poeta en la recordada revista de los años noventa “La hamaca de lona”. La dedicatoria y las citas que sirven de umbral al despojamiento expresivo de Juan Antonio Mora recuerdan que, en palabras de Joan Margarit, “la poesía es la última casa de misericordia”, como lo es el amor, esa casa habitable que mantiene en el tiempo una luz encendida. Así lo ratifica la herida emotiva de las palabras: “A Charo. Todo está aquí contigo”.
  Los estratos poéticos de Juan Antonio Mora conceden una importancia extrema al resquicio sentimental. El fluir de la conciencia no se cierra en su interioridad. Mira la calle. Descubre sus asimetrías aceptando que forma parte de una identidad colectiva que guarda en su epitelio numerosos enigmas. Por eso cada poema es  una pregunta en el aire, una forma de sacar a la luz las inquietudes de un yo que manifiesta el sentir más hondo y esa sensación que aporta el complejo del superviviente, la radical soledad del hombre frente a la intemperie, entre un clamor de voces reales reales e imaginarias. La soledad va creciendo en el tiempo y con ella el desamparo de existir a campo abierto y el amor se hace más necesario que nunca: “Sin ti, / no hay vida ni alegría, / me muero lloroso / en una esquina. / Sin ti, / todo es invierno y frío / y oscuro. / Y la luna en una lágrima / se extravía.”
  El poeta recuerda el discurrir vital y la pulsión del lenguaje para transcender lo perecedero. Se retoman ausencias como la del padre, que todavía vive en el mapa de la memoria como si fuera la raíz fuerte de un árbol contra el tiempo, o la presencia auroral y cálida de la madre “rubia y azul, liviana y primavera”, como máxima expresión de la generosidad y la ternura. Este encuentro con las preguntas esenciales también convoca a Dios, esa gran incógnita que forma parte de las sombras más densas del pensamiento. Y no faltan las grietas que se asoman a la propia identidad para recordar que somos actores secundarios que tardan en encontrar el itinerario de un destino propicio: “¿Dónde está la verdad? / Yo la busco sin cesar, / el otro día / la vi un momento / por pura casualidad”., .
  En ese estado de melancolía e incertidumbre, de saber que la existencia es un fluido cauce de dolor y lágrimas, llega el consuelo de la escritura. Esa tarea que ayuda a preservar los recuerdos y que enlaza pasado y ahora en el mismo afán de sostener lo perdurable, tras la ventana abierta de lo cotidiano; pero el amor nos salva, aunque tenga la frágil cadencia intangible de los sueños.
  El yo poético se siente una sombra y se empeña en entenderse a sí mismo. El poema se esencializa hasta convertirse en un apunte que recorre el espacio cerrado del aforismo: “Un Dios vela por mí… Pero no sé quién es”; “No me caben en el armario tantos sueños”; “Tus ojos están llenos / de pájaros asustados”, “Abrir los ojos para ver a los poetas que existen / y trabajan la palabra”. O esa despedida final que cobra la fuerza de enlazar la vida con un sueño donde la muerte es el único despertar: “Cierro el libro. /Dejadme soñar”
    Juan Antonio Mora halla en la poesía su máxima razón de ser. Los poemas reclaman voz para dejar en las palabras una escueta y meditada reflexión sobre el hombre frente al espejo de su conciencia. La vida con sus laberintos cotidianos va dejando entre las manos la piedra gastada de las utopías, el rastro de una arqueología que nos vuelve vulnerables y frágiles. Solo queda la poesía, esa vocación auroral de preservar ilesa la esperanza.
 

JOSÉ LUIS MORANTE