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martes, 12 de julio de 2016

MARIO VARGAS LLOSA. LOS JEFES Y LOS CACHORROS

Los jefes. Los cachorros
Mario Vargas Llosa
Alfaguara   Serie Roja
Madrid, 2016
 
NARRATIVA BREVE
 
 Ahora que el peruano Mario Vargas Llosa ocupa a diario las cinco esquinas de la página rosa, es necesario resaltar, ante tanta acusación de oveja descarriada, una circunstancia que no requiere mucha filosofía: el sujeto biográfico y el escritor son facetas identitarias diferenciadas. Más allá del empeño conyugal de acaparar exclusivas y titulares revisteriles, el enamorado crepuscular tiene pleno derecho a hacer de su existencia un sayo o dos y a nosotros nos corresponde asomarnos al cristal diáfano de sus obras literarias, que son un canto a la obra bien hecha, aportan una visión plural de las preguntas esenciales del existir e invitan a la relectura.
Aprovecho el inicio estival bajo la sombrilla cervecera para regresar a su narrativa breve, Los jefes, editado por primera vez en 1959, y Los cachorros, que amaneció en 1967.Los integrados en Los jefes son cuentos que comparten en su espacio de representación un localismo violento y justiciero, repleto de sangre, y con una enfermiza obstinación por hacer de la violencia una razón de vida. Los cachorros aporta un relato de aprendizaje en el que se dibujan los claroscuros del laberinto juvenil de Miraflores, un barrio que tiene notables componentes autobiográficos y que sirve de brújula para vislumbrar las aspiraciones sentimentales de la juventud limeña.
El regreso a estas páginas no me deja el gusto conforme. Como si el tiempo hubiese desdibujado contornos, los perfiles de los personajes difunden rasgos carentes de complicidad. Y hay poco asentimiento en ese empeño tenaz por buscar en la noche un cuerpo donde hundir una navaja, o por contemplar con los ojos absortos del lector como el rencor hace diana en el cuerpo inocente de algún indio. Lo que sucede está ahí, como un cauce rumoroso y cercano cuyas aguas arrastran materiales narrativos, pero no sacuden el ánimo con la fuerza de lo necesario. Lo mismo me sucede con el léxico localista de Miraflores, que anega con su pintoresquismo léxico el avance accional y deja en un segundo plano el desgraciado accidente que marcará la relación con las chicas.Cierro el libro. Los relatos disuenan en la plácida cadencia del verano. Pero ya busco nuevas relecturas. Mario Vargas Llosa continúa siendo un escritor de altura. Sin prensa rosa, con la caligrafía firme del talento. 
 
 
 

martes, 11 de agosto de 2015

JOSÉ SARAMAGO. LOS VIAJES DE CAÍN.

Caín
José Saramago
Traducción de  Pilar del Río
Alfaguara, Madrid, 2009
LOS VIAJES DE CAÍN
 
   En el ajedrez lector del nobel portugués José Saramago, Caín es la última pieza. Soy de los que tienen el tablero completo. Siento por el escritor, afincado en España durante tantos años, una querencia natural cimentada en un triple equilibrio: narrativa, pensamiento y compromiso cívico para dar voz a la intemperie.
   Entre sus ficciones Caín es una pieza menos relevante que las entregas cimeras, bien conocidas por la aceptación del público, como Ensayo sobre la ceguera y El evangelio según Jesucristo.
   La novela  Caín relee el Antiguo Testamento a salto de mata, en un presente continuo y mudable. Hace de Caín su protagonista omnipresente en un amplio recorrido por episodios bíblicos que descubren en su lectura literal la sinrazón divina. Así se gesta una crítica demoledora que deja a descubierto la ingenuidad de algunas creencias. Lo hace con humor agrio, tono paródico y la ironía resignada de quien sabe por la incansable sucesión de causas y efectos de la Creación que los dioses son rencorosos e imprevisibles y deben estar locos.

lunes, 31 de marzo de 2014

ARTURO PÉREZ-REVERTE. GRAFITEROS.

El francotirador paciente
Arturo Pérez-Reverte
Alfaguara, Madrid, 2013
GRAFITEROS
 
  La novela El francotirador paciente dibuja épica en ese gesto juvenil, de supuesta disidencia y rebeldía, de sembrar las ciudades de grafitis, una expresión pictórica que conlleva, al mismo tiempo, vandalismo gamberro y tarea artística en un equilibrio imposible, generador de sentimientos contradictorios y continua sangría de recursos económicos municipales, por más que algunas inteligencias comprensivas vean en la escritura de grafitis una posición moral de acción y compromiso.
   Pleno asentimiento: Arturo Pérez-Reverte es el principal referente de la novela histórica en nuestro país, tras crear el personaje del capitán Alatriste, ya convertido en arquetipo; además es miembro de la Real Academia de la Lengua y autor consagrado de más de una veintena de ficciones que goza de la mirada valorativa del mercado y que tiene una envidiable difusión en lejanos ámbitos lingüísticos.    
   En El francotirador paciente la acción se sitúa en la última década del siglo XX. Una historia plenamente contemporánea que define maneras periféricas de vida en una sociedad individualista y marginal, que busca en el uso de los aerosoles adrenalina y clandestinidad. Entre los que llenan la noche de pintadas en muros, cierres y vagones, el autor dibuja a su identidad central, un misterioso francotirador capaz de convertir la pintura fresca del spray en una propuesta artística sobre una tapia semiderruida. Ese grafitero se llama Sniper. Sobre él y su trabajo Alejandra Varela, experta en arte que dedicó la tesis doctoral al vuelo imaginativo y el vigor comunicativo del grafiti, recibe el encargo de elaborar un amplio catálogo que saque a la luz la obra dispersa de Sniper. Son pinturas inencontrables, sobre la superficie de muros azarosos, que pueden alcanzar, tras la realización de un catálogo y la consiguiente campaña publicitaria, una alta cotización entre aristocráticos galeristas, capaces de montar una retrospectiva en los mejores museos contemporáneos.   La investigación de Alejandra Varela nos guía por un submundo que camina entre el delito y una filosofía vital hecha de encuentros con una realidad a trasmano de la brega diaria. Los practicantes parecen una secta que sigue las consignas de un líder y valora su innata rebeldía frente al sistema y su negación de poner un precio a sus trabajos, siempre en la diana complaciente de los mercados. Son impulsores de un arte ilegal que se mueve en itinerarios ajenos a los valores establecidos por el sedentarismo burgués.   Como es habitual en el novelista y académico, Arturo Pérez Reverte profundiza al máximo en el contexto narrativo para alzar una trama convincente que, en muchos momentos, respira el aire de una novela negra, de ese sombrío discurrir del callejón. En él, un grafitero deja su tag junto a un cajero automático, o dibuja las chapas coloristas de un tren de cercanías. En el andén, lleno de esos ceños fruncidos que regresan a lo laborable, un rumor formula la eterna cuestión: “vándalos o artistas al margen ”. Vándalos, claro.