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miércoles, 15 de enero de 2020

ALFONSO BREZMES. VICIOS OCULTOS

Vicios ocultos
Alfonso Brezmes
Editorial Leviatán
Colección  Poesía Mayor
Buenos Aires, Argentina, 2019



VIDA SECRETA


   Nacido en Madrid en 1966 y autor de las entregas La noche tatuada (2013), Don de lenguas (2015) y Ultramor (2017), que han propiciado versiones de sus poemas al inglés, rumano, portugués e italiano, como la compilación bilingüe Memoria e Desiderio, una antología a cargo de Mirta Amanda Barbonetti, aparecida en 2018, Alfonso Brezmes entiende el quehacer lírico como una zona de intersección con las sensaciones visuales. Así se percibe en sus collages, que tienen la condición de poemas mudos, palabras que se ven porque imitan la eficacia de una escalera de mano cuyos peldaños nos dejan en los cercanos laberintos de la imaginación.
 Creo, por tanto, que la pupila es una clave de uso para caminar, sin desconfianzas ni solemnidades, por los poemas de Alfonso Brezmes, por más que el madrileño sea un insistente lector de Jorge Luis Borges, Miguel d’Ors, Lewis Carroll y Luis Alberto de Cuenca, y solo de cuando en cuando pueda escapararse del cuarto de estar de la propia identidad para dar brisa fresca a su vida secreta.
  El título del quinto poemario Vicios ocultos usa la espontaneidad de lo coloquial y el humor de tinta del código civil para dejar sobre la mesa el tema nuclear, a saber “el acto de hacer algo reprobable desde el punto de vista moral”, que requiere de inmediato los primeros auxilios del confesionario o la eficacia limpiadora de la lejía y la bayeta multiusos. De este modo el sujeto comienza su mañana poética con una aseverativa disertación sobre el oficio de hacer versos: “Que otros escriban poesía; / yo abro la ventana / y huelo el mundo / con el hambre atrasada de un lobo / frente a un corral de ovejas tiernas”. Y plena disposición para un examen de conciencia, esa disposición generosa para abrir el corazón y que emprendan vuelo la incertidumbre, los sueños, las erosiones de lo diario y el humor, ese pájaro etéreo de leve plumaje que crea entre las ramas un paisaje de canto, aunque sea mudable y perecedero, la cita a ciegas entre dos cuerpos que acarician su piel en el cálido lecho del lenguaje.
   La poesía de Alfonso Brezmes confía en el cauce argumental de la experiencia vital para buscar sus meandros temáticos. Oficia una vigilia capaz de fijar una sensación temporal en el poema, como quien administra un legado de asuntos confidenciales. El origen de la poesía nunca está lejos del hombre que ama, sueña, lee o llena de fantasía una realidad que pisa en sus aceras las huellas ajadas de lo previsible. Los vicios ocultos del yo personaje requieren una ilustrativa confesión, que siga sin cansancio ni versos desfallecidos, los cinco pasos básicos para lograr el perdón: examen de conciencia, dolor de los pecados, decir todas las faltas al desprevenido transeúnte –hipócrita lector, mom semblable, mon frère-, cumplir la penitencia y propósito de enmienda. Tan fructífero proceso marca en Vicios ocultos el trayecto de vuelta a la poesía diáfana del hijo pródigo. Dicta el asiento en esa realidad verdadera que no puede verse y convierte la rutina en un concepto abstracto que no tiene cabida en el reloj. La vida exige menos versos y más poesía.    




lunes, 17 de julio de 2017

ALFONSO BREZMES. ULTRAMOR.

Ultramor
Alfonso Brezmes
Renacimiento, Colección Calle del Aire
Sevilla, 2017

MIRAR EL FRÍO

    Vuelvo al hecho poético de Alfonso Brezmes (Madrid, 1966). El escritor cuenta con un breve y atinado recorrido creador que sale al día en 2013 con La noche tatuada y se prolonga en 2015 con Don de lenguas, ambos libros, como el que ahora nos ocupa, en la editorial sevillana Renacimiento. Con tan ligero bagaje machadiano y sin el paraguas crítico de la edad temprana ni el paternalismo benevolente que recibe la primera escritura juvenil, Alfonso Brezmes ha logrado convertirse en una presencia firme del ahora y en un gozo lector que remite a una tradición figurativa de la que Luis Alberto de Cuenca podría ser uno de sus referentes más cercanos. Naturalmente, hablo de tradición realista sin mimetismos con la interpretación lineal sino como página en construcción, como magma interpretativo.
 Una cita de Kafka abre el propósito escritural de Ultramor. En ella se cobija la paradoja, una de esas esquinas habituales de la vida al paso: “A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar”. El vértice reflexivo de Kafka casa bien con la escritura meditativa de Alfonso Brezmes y su empeño en habitar la incertidumbre desde una palabra sin certezas, que redefine especulaciones y que sospecha de entrada que el patrimonio de dogmas personales está abocado a diluirse en la devastación de la costumbre.
 Abre el poemario una advertencia al lector sobre el propósito de la escritura, más que una postulación es una manera de insistir en que los contenidos semánticos conllevan siempre un sustrato emotivo que evita la asepsia y el despojamiento de la intimidad. El poema deviene afán y búsqueda, un deambular aleatorio en el que se va gestando un entrelazado relacional con los significados de las cosas: “No es mucho lo que pido. /Oblígame a decir lo que no sé, enséñame a escribir  mi nuevo nombre. / Puede que alguna vez acierte sin saberlo” La escritura por tanto no testifica, no es un ideario objetivo de percepciones sino un proceso indagatorio que concede una nueva identidad, que abre puerta al asombro y la iluminación, que deja entre las manos los signos dispersos de un bosque invisible.
  No hay un único hilo conductor en las composiciones de Ultramor, un neologismo que sugiere un viaje sin andenes, más allá de la norma, como si escribir y vivir, esas dos actitudes de la libertad en ejercicio se abordaran desde el rechazo con lo establecido. Somos en cuanto rechazamos el conformismo ante el agujero negro de lo real para dar forma a las nuevas visiones sobre las cosas que postulan los poemas. Como advertía Juan Ramón Jiménez la escritura recrea la esencia de las cosas, busca formas que eleven lo posible a un nuevo vuelo.
  En la mirada lírica de Alfonso Brezmes el onirismo es una constante. Lo tangible no se asienta en las formas sensoriales sino que es una construcción simbólica que deja abierto su espacio interior a la interpretación. De este modo, los sustratos reales no son, solo parecen, siembran accesos y bifurcaciones. Así que los habitantes del poema, esas presencias que deambulan por el agua cambiante del discurrir, nunca saben qué lado del espejo ocupan, qué desorden culmina su argumento.
 
 

lunes, 27 de abril de 2015

ALFONSO BREZMES. DON DE LENGUAS

Don de lenguas
Alfonso Brezmes
Renacimiento, Sevilla, 2015 


DON DE LENGUAS
 
   A trasmano del entorno generacional al que se adscribe por su edad, la escueta biografía literaria de Alfonso Brezmes (Madrid, 1966) comienza en 2013, cuando recoge sus primeros textos en el libro La noche tatuada, amanecida en Renacimiento. La misma editorial acoge su segundo poemario, Don de lenguas, que tiene como pórtico una sugerente cita de Roland Barthes: “El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a modo de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo”. El ámbito lingüístico trasciende la abstracción conceptual para convertirse en material tamgible, en puente sensorial capaz de provocar emociones.
   El poeta elige como paso inicial una poética inadvertida: la lengua adquiere vida propia, abandona la quietud del sujeto –inmóvil centinela de plomo- para trazar sendas multiplicándose en los lugares más dispares, hasta llegar de nuevo a quien le concede la voz, como si el soplo de la palabra renaciera y se hiciese lengua viva para iluminar.
   La expresión coloquial aporta intimismo a los poemas, los convierte en cercanas confidencias que admiten el trazo irónico, la sugerencia y el doble sentido. En “Sexo oral” el aserto sorprende al lector con la ruptura de su significado previsible para enunciar una mera operación lingüística empeñada en el quehacer de forjar una lengua nueva, capaz de cubrirnos con palabras. La semántica adquiere el rango de una segunda piel como un sueño que crease una realidad imaginaria cuyos pasos concitan otra realidad.
   Junto a este sustrato metaliterario de los poemas iniciales convive la mirada sentimental en la que está presente el deseo y el espacio común del nosotros, la soledad compartida que abre el manual de urbanismo de lo cotidiano. En el reloj del tiempo salen al paso las paradojas de la convivencia y los contraluces del estar: “Este coserse y este recoserse / y este irse despacio descosiendo, / como si una hilera aburrida / tirase de un hilo muy largo / para deshacer poco a poco el vestido / que ella misma había ido tejiendo, / hasta dejarnos de nuevo / completamente desnudos”. De igual modo, en los breves textos el protagonista lírico se hace reflejo para explorar la propia identidad y sumar pasos interiores. En esos itinerarios están los recuerdos que retornan callados o con la mirada amarilla del tiempo y están las enseñanzas del ahora, como percibimos en el poema “Ars Botanica”, con un lapidario enfoque reflexivo: “Hay algo épico en las flores. / Algo hermoso y terrible / ocurre entre sus pétalos / en el breve intervalo en que despiertan. / Un drama silencioso. / Como si la vida ensayase en ellas / antes de hacerlo en nuestros cuerpos”. Percibir es tomar conciencia del hilo frágil de lo transitorio, intuir la levedad del trazo que nos da sentido, como si nada sucediese mientras los días se gastan con el gesto cansado de la costumbre, en las nubes que pasan casi inadvertidas sobre los tejados.
   El lenguaje como instrumento comunicativo se convierte en eje de simetría del poemario. Si el primer apartado se denominaba “lenguas vivas” y concedía a la palabra un papel germinativo y potencial, el siguiente grupo de poemas, “Lenguas muertas”, aloja el escepticismo y la carencia, el tacto frío de lo concluido. En este tramo, el presente aparece como un espacio inhóspito donde la identidad transita “sin una pizca de fe”. El marco urbano es un lugar extraño, fiel a su propia opacidad. El poema “Don de la claridad” reescribe el verso más conocido de Claudio Rodríguez para contradecir su significado en un texto excelente, tal vez una de las mejores composiciones del libro, a la que pertenecen estos versos: “En lo visible habita lo invisible, / y gracias a su dócil transparencia / conseguimos a veces asomarnos / a la vida secreta de las cosas. / Nunca la claridad viene del cielo”·
   El ego poético se mira en el espejo del ser biográfico para encontrar en sus rasgos razonables parecidos, el aire de familia de quien comparte el azar lo diario, por ello el lenguaje adquiere un son existencial, un eco autobiográfico donde suena la vida al paso.
   La sección final “Ejercicios de lengua” (aunque el poemario concluye con el epílogo “Fe de erratas”) conjuga similares obsesiones. Los sentimientos expresan su peculiar gramática gastada; las palabras eligen los rincones del estar para describir sus coordenadas, para aprender el peso de sus paradojas o para entender que las frases hechas siguen renovando su sintaxis y sus reglas de estilo en el cansado cauce de los días.
   Sin ociosas soflamas, Alfonso Brezmes deja en Don de lenguas una voz reconocible, que busca sitio propio a través de un registro coloquial. En él caben ritmo, música y los matices  donde se abren paso sensibilidad e inteligencia. La emoción de lo entrevisto llega al lector con el tono cálido de la confidencia, con la cercanía de lo compartido. Poesía que se pronuncia con la voz natural de la belleza.