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martes, 2 de septiembre de 2014

LUIS FELIPE COMENDADOR. LOS 400 GOLPES.

Los 400 golpes
Luis Felipe Comendador
Asociación Cultural "El Zurguén", Moriles
Salamanca, 2013

CUATROCIENTOS GOLPES
 
    Nada erosiona más un itinerario creador que la tinta de lo previsible, esa sensación fatigosa de estar leyendo un poema conocido y escrito en el pasado. Cada taller lo sabe y, como Ulises, se dispone a cumplir un largo viaje en el que es preciso ajustar  rumbo a las contingencias y modificar al paso las coordenadas escriturales. Luis Felipe Comendador (Béjar, Salamanca, 1957) inicia travesía con un libro de aprendizaje, Versos giróvagos, y alcanza el justo registro de su voz en salidas como Sentado en un bar, Un suicidio menor, Banda sonora…Se compilaron en ´Vuelta a la nada, extensa muestra de casi una década de creación, con prólogo de quien esto escribe.
   Aquel volumen dejaba en primer plano un alter ego singular que hablaba de los desajustes del entorno y el desasosiego contemporáneo, con mordacidad e ironía. Los versos apostaban con nitidez austera por el coloquialismo y no ocultaban sus afinidades por poetas del 50, como Ángel González, Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, o por los autores americanos del realismo sucio. Así quedó impreso el trazo lírico del Comendador más celebrado, aquel que en los años noventa dirigía la revista Los cuadernos del Sornabique, impulsaba el sello LF ediciones o asistía a encuentros literarios para sembrar lecturas hilarantes entre las voces del extremo, la epigonía de Raymond Carver y entre los adolescentes de institutos públicos, siempre fascinados por la escatología y las descargas hormonales a presión.
  El tiempo ha mitigado aquel verso hilarante del poeta, testimonial y crítico, para convertir su voz en una meditación existencial de tinte sombrío. De este quiebro en el itinerario que sitúa a Luis Felipe Comendador en otro campo poético deja constancia su último poemario hasta la fecha Los 400 golpes. Otros son los parámetros lectores donde se forja la escritura y otro es el interlocutor lírico que deambula por el callejón sin luz de la melancolía. Perdura su pasión por el cine, tan presente en los títulos como Banda sonora, Sesión continua, o Travelling. A nadie se le escapa que el título del poemario es un explícito homenaje a François Truffaut, director, crítico y actor francés, quien rodaría en 1958 la película Los cuatrocientos golpes, con el inolvidable personaje Antoine Doinel. Es precisamente ese protagonista de la gran pantalla quien abre el libro de Luis Felipe. Como tantos recuerdan, Antoine es un niño que ha manchado su mirada limpia con los problemas sentimentales de sus padres, con la severidad del profesor y con el inhóspito discurrir del reloj diario. Solo el mar lo dejará frente a un horizonte abierto y reparador. De esa huida hacia la claridad están hechos los poemas de Luis Felipe Comendador; trazan la crónica de un superviviente, pronuncian la necesidad de un ahora habitable, hecho de nubes lentas y esperanzas que insisten en vivir agazapadas. La voz del poema busca en sí misma al interlocutor. Es un yo desdoblado, como en tantos poemas de Cernuda, quien escucha el soliloquio en la inercia de un ahora incierto; quien habla reconstruye su propia identidad, que se deja vencer por el cansancio  o por el peso muerto de ser protagonista de un tiempo de descartes.  El yo se repliega en su propia sexualidad, ahora mucho más interiorizada, en la percepción sensorial del paisaje, o en una continua meditación sobre la muerte como gesto final resolutorio. La vuelta a la nada se vislumbra con entereza, es un azar inevitable. De igual modo se concibe la existencia como un proceso de despojamiento y la escritura como una introspección catártica. Las palabras curan.
  Con interés creciente, he seguido desde el comienzo el trabajo poético de Comendador, y en su poesía de madurez muda el perfil del sujeto hablante. Ahora es menos espontánea y coloquial porque sus conexiones con la realidad han cambiado; quien escribe conoce el estiaje de las ilusiones. Pero ha crecido su valor poético: la voz se ha hecho más honda  y emotiva, trasmite una perspectiva ética que nunca elude las preocupaciones fundamentales del ser: el devenir temporal, los sentimientos, la erosión de lo cotidiano y la ceniza del morir, ese mar calmo que un día llenara la mirada perpleja de Antoine Doinel.

jueves, 30 de enero de 2014

VUELO A LIMA (PERÚ)

Con Luis Felipe Comendador en la T-4 de Madrid

VUELO A LIMA (PERÚ)
 
   Respiro unas horas de afecto y coca-cola, en la Terminal-4 de Madrid, con Luis Felipe Comendador. El poeta y editor vuela de nuevo a Perú; lleva hasta la otra orilla una maleta copiosa  de ayuda solidaria de ONG, en la que se han volcado desconocidos, vecinos, voluntarios y amigos. Luis sonríe, con el ánimo mucho más azul que otras veces; tiene el pelo cano -como lo tengo yo-, la barba de nieve -también como yo- y esa sonrisa devinciana de quien ya no se asombra al paso, porque dobló muchas esquinas. Sabe que cada gesto del existir emite facturas con la gélida eficacia de un parquímetro. Pero hay que aguantar; un cuerpo encaja "cuatrocientos golpes".
  Me ha regalado su último poemario, dedicado con palabras que hablan de encrucijadas inolvidables. Luis se pierde entre los arcos detectores y alza las manos  porque el presente tiene el tacto áspero de un uniforme. Que vueles cómodo, que regreses de Perú con un cuaderno lleno de experiencias para compartir. Mientras espera en la sala de embarque, yo me despido del poeta.
  Abro la primera página de Los 400 golpes.  
 


Los 400 golpes
Luis Felipe Comendador
Asociación cultural "El Zurguén"
Morille, Salamanca, 2013