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lunes, 17 de diciembre de 2018

JOSÉ LUNA BORGE. PASOS AL ATARDECER (Diario 2004-2005)

Pasos al atardecer
Diario 2004-2005
José Luna Borge
Eolas Ediciones
León, 2018

LA BUENA COMPAÑÍA

  El diario, siempre abierto y proteico, vuelve a mirar los calendarios para observar en ellos sus rincones más valiosos, esos espacios con relieve que se preservan en la memoria, como si no cesara en ellos el empeño de vivir dos veces. José Luna Borge (Sahagún, León, 1952), autor de una fecunda obra poética, ensayista y antólogo, es un persistente escritor de diarios. ha publicado hasta la fecha cuatro entregas autobiográficas, a las que añade Pasos al atardecer, volumen que rememora el paréntesis temporal que discurre entre 2004 y 2005.
   El prólogo recuerda que los diarios son “un puñado de señales de vida que se van grabando en las paredes de la memoria”; también que los contenidos no buscan la solemnidad del gesto épico y redentorista sino un círculo de arena en el solar: “La vida y sus insignificancias, las minucias corrientes de los días, es la materia prima de mis diarios. Estas minucias no son nada y a veces las he denominado como la nada de los días, pero no siendo nada, pero, no siendo nada, todas ellas en implacable sucesión van tejiendo el manto de los días que nos amparan”.
  La escritura se esfuerza en atrapar la fugacidad, esos esquejes que amenazan con agostarse de inmediato, si que se hayan podido constatar sus brotes renacidos. En medio de esta conmoción se abre camino el flâneur, suma huellas un coleccionista de fragmentos que capta sobre la marcha la longitud de onda, que percibe y goza de una ambientación fluctuante y porosa, donde se aposenta diluido el devenir.
  José Luna Borge es riguroso y coherente en su concepción del diario; siente la necesidad de una escritura que sea veraz consigo misma, que se configure limpia y natural, sin agudezas, imposturas y arabescos. Así afloran, en el avance argumental, las asimetrías de la intimidad y el círculo de afectos más cercano, las grietas mohosas de los días laborales, marcados por una política de desatinos que ha llenado las calles de desganados operarios y el rumor del tiempo, siempre protagonista central, siempre desabrido y cejijunto, como si se empeñara en ahuyentar sueños y esperanzas.
  Como no podía ser menos, el atentado terrorista del 11 M es un núcleo reflexivo esencial en el diario. El radicalismo islámico y su barbarie siega el futuro de cientos de vidas y propicia un corte drástico del sistema democrático, un gobierno bajo sospecha pierde las elecciones y las calles ponen en sus aceras las secuelas de la tragedia y el rostro más siniestro del miedo. Pero la norma de lo diario es la inercia, la sensación de que “hay días en que no pasa nada y te das cuenta de que esa nada es la sal de la vida, lo que nos rodea y hace más doméstico nuestro paso”.
   La voz enunciativa de José Luna Borge se mantiene en el tiempo. Como en otras entregas, retorna la topografía habitual de su mapa afectivo: Sevilla, Salobreña, Sahagún, León… También los regresos al legado literario de Walser, Víctor Botas, Miguel d’Ors, José Luis García Martín, o Miguel Sánchez Ortiz, y la inmersión en los propios proyectos literarios, siempre signados por la incertidumbre, la urgencia de terminar y esas sensaciones críticas que dejan la soledad y la reflexión interior. Las páginas de Pasos al atardecer constatan que el relato autobiográfico, en su caminar discontinuo, es una meditación en voz alta sobre el transitar; un cúmulo de pensamientos sobre una etapa que constituye en su aparente monotonía un significativo periodo de enriquecimiento intelectual, una reflexión sobre claroscuros existenciales, un reflejo nítido de las secuencias vividas. Es el esfuerzo de la conciencia por percibir su densidad en el espejo. El hecho de salir al día con la pupila abierta y subjetiva para afrontar ese despliegue que ensambla objetos y sensaciones dispares; para hacer de la materia anecdótica un registro permanente, una disciplina de la voluntad, un cuerpo textual que se hace en la página fe de vida, “sin enigmas ni veladuras, sin ficción”, con la textura intacta del hombre de la calle, de carne y hueso.







viernes, 15 de abril de 2016

JOSÉ LUNA BORGE. RELOJ DE MELANCÓLICOS

Reloj de melancólicos
José Luna Borge
Ediciones Los Papeles del Sitio
Sevilla, 2016
HOJAS DEL TIEMPO

  Se percibe, con frecuencia, el movimiento pendular que la poesía adquiere con el paso de los años. Sin pretender introducir bifurcaciones en esa cuestión, sí parece fuera de duda que la voz elegíaca es el tono habitual de la obra madura, cuando el sujeto verbal protagoniza una etapa vital donde resuena en cada viaje interior la voz de la experiencia. Esa es la primera percepción lectora que difunde el título Reloj de melancólicos, que José Luna Borge suma a una poblada trayectoria. En ella manifiesta una voluntad intelectual diversa, que practica géneros como la poesía, el ensayo y el diario íntimo.
  En Reloj de melancólicos a través de la evocación comparece el pasado como espacio natural de la memoria para edificar sobre la arena del ahora un pensamiento reflexivo, que guarda sitio a la nostalgia. Leemos en la composición de apertura, “Farolillo”: “Aquella breve llama se abre paso / en el oscuro mundo del recuerdo / y acoge aquellos días con su amparo “. Dispuestas a velar su condición transitoria, se presentan las dispersas señales de un devenir biográfico. Luchan por hacerse condición testimonial, ajenas a la erosión del transcurrir, como si fuesen  figurantes de un escenario vivo, actual y vigente, donde el yo representara sus sucesivas mutaciones. La conciencia del existir se va fortaleciendo  en compañía de un notable inventario de presencias y sombras ausentes. Entre esas presencias se recupera la imagen lejana del padre y su andar silencioso hasta perderse en un bosque de niebla; también afloran ecos de viejas amistades  cuyos pasos vitales resonaron en la dichosa acera de la infancia, llenando los instantes cotidianos de afecto y compañía. El vacío interior va creciendo mientras llega un tiempo crepuscular que convierte los sentimientos en casas deshabitadas. Lo que queda ante los ojos es un escueto camino por el que ahora transita el paso incierto del futuro: “hay que dejarlo todo como fue, / como quedó en su día, / sin adornos / aderezos ni faux brillants que valgan. / Nada vuelve y es bueno que así sea: / la vida en su acabada perfección, / solo eso en el recuerdo es lo que queda “.
   Los puentes hacia el pasado son continuos, como si su lección continua permitiera reformular de nuevo las preguntas esenciales que permiten crecer. En ese tiempo están los puntos marcados de una realidad en la que el yo se percibe a sí mismo sin escisiones, como si se guardaran intactas las secuencias del recuerdo. La conciencia entrelaza voz elegíaca y sosiego de aceptación. Todavía es posible acotar instantes plenos de sentido y coherencia, percibir que las jornadas se nutren de pequeños milagros en los que la respiración se sosiega: “Bien sabes que la vida nos va dando / en la misma medida que nos quita. / Goza del momento, de los pequeños, / ordinarios milagros que suceden / de  vez en cuando y alguien nos obsequia. / Otros días vendrán, otros paisajes / de transparente luz y suave calma”. 
 Con verbo sosegado, Reloj de melancólicos refleja  la sensación de callado desgaste que transmite el tiempo. El destino del existir figura escrito con la levedad de un rastro de arena. Y el sujeto lo sabe, cuando se mira siente que alguien ajeno al yo teje y desteje.  Pero en esa evidencia siempre queda un espacio para recobrar la calidez de lo vivido, para encender la lumbre del ahora y arrimar a su luz nuevos anhelos. Siguen la vida y la poesía.  



martes, 8 de enero de 2013

JOSÉ LUNA BORGE. DÍAS CON PASAJEROS.

Pasos en la arena (Diario 1998-2003)
José Luna Borge
La Isla de Erimo, Sevilla, 2012

   Los renglones autobiográficos son ejercicios de un solipsista que convierte sus pasos en visitas interiores. Por eso viene bien que ese viaje introspectivo acumule, junto a los devaneos particulares del sujeto verbal, elementos externos como viajes, libros leídos, o pormenores de la vida literaria.
   José Luna Borge, poeta y ensayista, es un cultivador del diario desde hace décadas. Ahora ve la luz Pasos en la arena, que acoge un tramo cronológico de cinco años. Arranca en 1998, un hito temporal marcado por el fallecimiento de un ser querido, muy próximo; en ese contexto, la escritura adquiere un aliento elegíaco y crepuscular, impulsada por la certeza de ser para la muerte, reflexión que sugiere cierto tenebrismo existencial. En el yo y en los otros se define la fragilidad que habrá de dejarnos en la última costa.
   Un subtema de ida y vuelta, frecuentado en estas páginas, es el quehacer, semana tras semana, de un suplemento cultural que el autor coordina durante seis años. Esa labor exige continuo contacto con colaboradores y un incansable esfuerzo de diseño y maquetación, lo que condiciona casi todo el tiempo libre, consumido en acercarse al escaparate literario, en el que de cuando en cuando se enfoca un nombre propio: Andrés Trapiello, José Luis García Martín, J. Roth, Víctor Botas, José Jiménez Lozano, R. Walser…
   Los que leyeron anteriores entregas de este diario en marcha organizado en cuatro salidas -Pasos en la niebla, Pasos en la nieve, Pasos en el agua y Pasos en la arena- saben que en la geografía sentimental de José Luna Borge ocupa coordenadas preferenciales un puñado de lugares: Sahagún, Sevilla, Granada y Salobreña. Son destinos fijos: Sahagún es el territorio de la infancia, el patrimonio más antiguo de la unidad familiar y el reflejo de un modo de vida hacendoso y rural que el tiempo de progreso ha devorado; Sevilla es el deambular de lo diario, el sitio de acampada de lo laborable donde se ha gestado el perfil de la costumbre; enmarca también la vocación escritural; Granada es la familia, el obligado itinerario de compromisos con parientes más o menos próximos y la ciudad universitaria donde en cualquier esquina se produce el encuentro con lo monumental; por último, Salobreña es la segunda casa, el mar de cerca, el encierro donde se concluyen los proyectos literarios o donde el poeta recluido llena de oxígeno renovado los pulmones.
  También abundan las anotaciones en las que se define el ideario del hombre de la calle, la opinión del ciudadano que toma partido ante una catástrofe ecológica, una decisión del gobierno o un hecho histórico como la intervención en la Guerra de Irak. Son asuntos que están en las pancartas y en los medios de comunicación, y que afectan a lo colectivo porque zarandean la convivencia y establecen relaciones de causa y efecto que nos atañen a todos.
   En el diario nunca hay rutas preestablecidas ni una división de asuntos exacta y clara; en medio de la corriente de los días un hecho se define y provoca una reflexión que marca su estela en las anotaciones, como un paso en la arena. Los trazos del yo son heterodoxos; del conglomerado de momentos e ideas emerge una sensibilidad en el tiempo, el discurrir de una conciencia que deambula por los patios abiertos del pasado.