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viernes, 25 de abril de 2025

LA EXPERIENCIA DE LA LIBERTAD (Entrevista)

Feria del Libro de Madrid
(Firma de la edición crítica sobre Joan Margarit,
Arquitecturas de la Memoria, 2019

 

Entrevista

LA EXPERIENCIA DE LA LIBERTAD — GACETA

 

José Luis Morante

 

 ¿Qué  motiva a escribir? ¿Necesita algo en especial para hacerlo, taza de café, cigarrillo…?

Creo que el mejor umbral de la escritura es la lectura. Es el cauce que permite poner en marcha un proceso creador, siempre complejo y con muchos elementos aleatorios. No suele ser lo mismo abordar la poesía que el ensayo, el cuento que la narración autobiográfica. Cada género impulsa un tratamiento singular. Me acompañan en ese diálogo con las palabras algunos cuadernos blancos, abundantes lápices y libros abiertos sobre la mesa.

El proceso de la escritura ¿es disfrutable o agobiante?

Para mí la literatura resulta un quehacer sumamente grato. Contiene en su geografía una manera de ver el entorno y, por tanto, es una piel natural que cobija cada uno de los actos del proceso de escritura. Con frecuencia los resultados no están a la altura y entonces se produce una evidente frustración que requiere nuevos esfuerzos.

¿Qué escritores han influido más en usted?

Como poeta he sentido siempre como norte la generación del 50. En ese grupo literario suenan fuerte las voces de Jaime Gil de Biedma, Ángel González, José Manuel Caballero Bonald… Pero no son únicos referentes; mis poemas deben mucho a la mirada ética de Antonio Machado, al intimismo confesional de Luis Cernuda y a poetas figurativos que me han ido dictando los rasgos comunes del poema: esa aleación de sentimiento y avance reflexivo que marca el territorio del yo.

¿La inspiración es algo fundamental en un poeta?

Es un concepto prestigiado por la tradición que alcanzó un culto casi conventual en el romanticismo. Hay que ser cauto con esa voz ajena que parece tomar posesión de nuestra identidad y hacer que las palabras leviten. Si es bueno que un impulso desconocido deje el temblor del verso, mucho más efectivo resulta que el chaparrón nos pille bajo el techo de la biblioteca, en esa mesa sosegada donde las palabras caminan, buscan sitio, se empeñan en decir… 

 ¿Cuál debe ser la actitud del creador en relación con el lenguaje?

Como elemento natural, necesita un cuidado extremo en su empleo. El lenguaje es un caladero de amplia riqueza matérica. Pero la poesía es más que palabras. Transmite ideas, sensaciones y sentimientos, desvela incertidumbres, formula preguntas y clarifica conocimientos y extravíos. Es un lenguaje más allá del lenguaje.

¿Hasta qué punto es trascendental en su obra la niñez?

La infancia es un asunto literario de amplio tratamiento en la poesía contemporánea; pero no tiene una caracterización trascendente en mi trabajo. Convive con otros motivos de la experiencia existencial como la percepción del tiempo, el declive de los sueños, la firmeza del afán colectivo, el amor y la muerte… Son los temas de siempre, esos que una y otra vez afloran en cada escritor para que se vayan revitalizando con esquejes y brotes.

¿Para poder escribir poesía considera necesario enmarcarse dentro de un contexto literario? ¿Conocer a Rilke, Baudelaire, Neruda, Rimbaud, Horacio?

Sí, no existe el poeta adánico, nadie viene del vacío y echa a andar como un Lázaro etéreo sobre la superficie del lenguaje. La poesía es conocimiento y técnica, formación y experiencia. En ese largo proceso se van afirmando estaciones fuertes, como las que usted cita, y rincones más secundarios que también aportan miradores creativos llenos de interés.

¿Cuál es la función de la poesía?

Descubrir en su devenir que el poema no tiene objetivos pactados para ser poema; en su escritura se van sumando hilos argumentales que sirven para que el sujeto se conozca a sí mismo, sea un ciudadano comprometido con su tiempo y haga una lectura histórica de su papel y comunique a los demás aquellos silencios interiores que nos definen.

¿Necesita el escritor poseer conciencia social?

En la medida en que el hombre no es un náufrago solitario, perdido en el océano del tiempo, existe una conciencia social que define el ser colectivo. Y en esa conciencia social el sujeto focaliza su papel de ciudadano, aprende a compartir incertidumbres, arrima el hombro a la causa de todos.

¿Cuál le parece a usted que es la fuerza y cuál la fragilidad de la poesía?

Las palabras están ahí; definen al sujeto que las pronuncia, hacen de la poesía una voz en el tiempo capaz de transportar un mensaje que aspira a lo perdurable. Muchas veces ese mensaje se borra en el devenir, se convierte en una estela leve en la superficie del agua. Y así da fe de su fragilidad, de que cada paso que damos nos acerca un poco más a un horizonte de ceniza y polvo

 ¿Quién le interesa más de los jóvenes escritores, de las nuevas voces?

La vigencia de lo digital ha convertido el campo poético en un incontable vivero de nombres propios; así que cada enumeración sería siempre un ejemplo parcial de jóvenes que inician ruta. Hay que ser humildes y saber que solo dominamos pequeñas parcelas creativas. Queda mucho por descubrir. En cuanto a nombres propios concretos, hice mi apuesta como crítico publicando la antología Re-generación (Valparaíso Ediciones, Granada, 2016), una selección de jóvenes poetas españoles que empezaron a publicar a comienzos del 2000 hasta 2015.   

¿Qué hay que hacer para merecer el nombre de poeta?

Mirarse al espejo de lo diario con humildad para no confundir nunca la poesía con un mercadillo verbal. El poeta es, no se deja la piel por estar; no importa si no consigue visibilidad, si tiene poca repercusión lo que hace, si el mercado da la espalda… Hay que alentar palabras y conseguir, como soñaba Juan Ramón Jiménez, que las raíces vuelen y las alas arraiguen.

¿Cuál es para usted el mejor escritor?

El que se define a sí mismo como protagonista de un quehacer inacabado y complejo, que a menudo parece un callejón sin salida, el que cada amanecida echa a andar para encontrar a cada palabra el sitio justo. El que después de tanto esfuerzo sabe que el fruto es mínimo y da las gracias, duerme y vuelve a caminar al día siguiente por el surco abierto de la búsqueda.

Madrid, 15 de marzo de 2019

 

martes, 11 de junio de 2019

MARIO URQUIZA MONTEMAYOR. PIEDRA DE TOQUE

Piedra de toque
Mario Urquiza Montemayor
Buenos Aires Poetry,
Colección Pippa Passes
Ciudad de Buenos Aires, 2019


PIEDRA DE TOQUE 

   Se me permitirá una leve digresión para recordar que el lingüista ruso Roman Jackobson, a quien Octavio Paz dedicó su poema “Decir: Hacer” de Árbol adentro, investigó en sus ensayos las distintas ondulaciones del lenguaje. Resumió su experiencia léxica en seis maneras de actuar, denominadas: función referencial, emotiva, estética, apelativa, metalingüística y fática. Con esta última, como aserto aglutinador, comienza el poemario Piedra de toque de Mario Urquiza Montemayor (Estado de México, 1994), cuya composición inicial se pregunta sobre la posible conexión entre el escritor y el receptor del mensaje. A través de ese sondeo, el territorio conceptual se convierte en un canal comunicativo abierto, que facilita el contacto social. Detrás de su quietud aparente, el silencio de las palabras expone la inadvertida luz que lo justifica: “Depende de ti, de mí y de la soberanía del poema; de buscar, de hacer, de deshacer y rehacer el poema en planos muy distintos. Porque el poema no es un objeto, ni la poesía un método. El poema es ante todo: voluntad de sacrificio.
   Pero el formato expresivo de la prosa poética de amanecida muda de inmediato para imitar la disposición visual del caligrama y llena los arenales de la página de espacios gráficos aleatorios. Los versos se quiebran, incorporan espacios blancos, asimetrías y escalones caligráficos que provocan en su lectura una relación quebrada, donde se asume el contenido del poema como un jeroglífico. El libro adquiere así un añadido experimental, ya que el entrelazado de palabras, por su impacto visual, parece dejar en un segundo plano el mensaje.
  Dentro de los poemas hay algunos referentes culturales como Vishnu, dios hindú que encarna en la mitología hinduista la preservación y la bondad, como deidad central de la Trimurti o “tríada divina”, pero el verbo reflexivo de Mario Urquiza Montemayor se basa más que en el legado de la tradición en la interiorización de la experiencia vital, que transforma las sensaciones en pensamiento. De esa cala en el intimismo nacen poemas como “Para volver a recordar” que emplea el molde habitual del verso libre, en donde el yo indaga en la memoria para capturar recuerdos que se van borrando en el discurrir.
   El escritor, ya con un amplio itinerario poético, aunque la mayor parte de su obra permanece inédita, es el fundador de la gaceta La experiencia de la libertad, una publicación digital inspirada en un dicho aforístico de Octavio Paz, quien define la poesía como experiencia de libertad. Y es evidente la asunción del magisterio de Paz también en el título de este poemario que toma su nombre de un poema homónimo de quien ha sido y es una de las figuras capitales de la literatura hispánica contemporánea. El breve aporte de poemas compilado en Piedra de toque se define desde dos núcleos reflexivos básicos: el lenguaje y el epitelio sentimental. Ambos son realidades interiorizadas que requieren la mano tendida del lector. Sin ella el yo nunca es otro, permanece encerrado en el cauce del ensimismamiento, sin la franja de luz de las palabras, percibiendo que la mutación o el cambio, esa hoja agostada de los calendarios, que transforma el vértigo de los cuerpos en umbral de la muerte,  es la única certeza.