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The Waste Land / La Tierra Baldía T. S. Eliot Traducción de Sanz Irles Prólogo de Ernesto Hernández Busto Epílogo de José Antonio Montano Editorial Olé libros Valencia, 2020
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UN FONDO DE CIENO
Impulsora de un inacabable activismo crítico y de interpretaciones
polarizadas que diseccionan el complejo constructo, La Tierra Baldía de T. S. Eliot, publicada por primera vez en The Criterion en 1922, no ha perdido la
capacidad de perdurar ni su condición de texto central, anclado en el tamiz
clásico del tiempo. Con esa convicción, la editorial Olé Libros impulsa un
retorno que es toda una impronta de belleza: cubierta y sobrecubierta
minimalistas, pastas duras, gualdas ilustradas y excelente diseño de Kike Correcher,
quien cuida al máximo todos los aspectos formales del libro. Este nuevo paso al frente de La
Tierra Baldía toma como guía el incluido en The anotated Text. The Poems of T. S. Eliot. Volume I, editado por Christopher Ricks y Jim
McCue, en el catálogo Faber&Faber (Londres, 2015). La traducción al
castellano es de Sanz Irles, quien firma como pórtico la indagación “Un
formidable artefacto sonoro”. El texto incide en la desconcertante perplejidad
que deja la primera lectura de The Waste
Land y la intensa tarea de dos años para volcarlo a nuestro idioma. Se
trata, acaso, de una metatraducción ya que el volumen integra en sí mismo un
enorme flujo de referentes culturales. Estos esquejes fortalecen la trama
simbólica y el hermetismo semántico creado por “su sonoridad insólita,
grandiosa y abigarrada en su variedad”. Esa fértil prosodia se ha perdido en
algunas traducciones del libro y constituye aquí un propósito en vigilia para
que no se pierdan en el trasvase los aspectos métricos compositivos. La apertura de Ernesto Hernández Busto recuerda la génesis compositiva y
el declamatorio rechazo general en la amanecida, salvo mínimos apoyos críticos
como el de Ford Madox Ford o el decisivo aporte de Ezra Pound. En su
discontinuidad el poema concede al fragmento una función lírica que queda
patente al analizar los distintos tramos de la composición. En cada uno de
ellos es evidente el acervo de la tradición en la entidad de La Tierra Baldía; así surge un mosaico que enlaza anecdotario religioso y
mitología en un oscuro fundido de voces y cronologías. Tampoco se descarta la
vivencia individual y la sensibilidad anímica del sujeto, que sirven de
andamiaje espiritual en el fluir del proceso creador. Para visualizar ese fondo de cieno del sentido resulta muy útil el mapa
interpretativo trazado por Ernesto Hernández Bustos, aunque la primera lectura
debe ser auroral, sin sendas abiertas, para impregnarse por entero con la
lluvia versal. Desde el fragmento inicial “El enterramiento de los muertos” es
continuo el flujo de imágenes, el cambio de planos o la persistencia de una
polifonía que acumula citas y elementos ajenos y se cierra con el archicitado
verso de Baudelaire “Tú, hipócrita lector –mi semejante, mi hermano”. La
sección “Una partida de ajedrez” aplica como núcleo germinal la indagación
nunca explícita sobre el sexo y la esterilidad. La imaginería poética refuerza
su expresividad: “Pienso que estamos en el callejón de las ratas / en el que
los muertos perdieron sus huesos” Ejemplo de esos continuos cambios de
perspectiva del poema, el apartado “El sermón del fuego” comienza con una demorada descripción de la vista al Támesis que
anuncia la presencia de lo elegíaco, antes de la aparición de Tiresias, el
personaje central del poema. El ciego Tiresias también protagoniza el fragmento
“Muerte por agua”, ya convertido en el fenicio Flebas, quien muere ahogado como
pronosticara la cartomancia de Madame Sosostris. El mínimo apartado, con la
solemne voz del epitafio se convierte en una reflexión sobre la erosión de la
belleza y nuestra condición perecedera ante el poder igualatorio de la muerte.
Sirve de clausura al poema, la coda “Lo que dijo el trueno”, que hace de sus
versos un espacio de desolación y tristeza; queda el reseco epitelio de una
tierra baldía, un desierto sin agua. Esa carencia niega el brote renacido, pero
encuentra en uno de los versos finales un revivir que anuncia una salida vital:
“Con estos fragmentos apuntalé mis ruinas”. El pasado adquiere de ese modo un
enunciado nuevo, es raíz de la identidad, fuerza impulsora de hacer del
inestable mar de la existencia otra senda por trazar. Son clásicas las notas que T. S. Eliot incorporó a La Tierra Baldía. En ellas comenta el aporte bibliográfico, ubica
la disposición versal de las citas y aclara las fuentes de inspiración de
algunos pasajes concretos que explican su textura visionaria, como esas
alucinaciones inspiradas en las expediciones árticas de Shackleton. La copiosa
erudición deshace el círculo cerrado del libro para conformarse como afirmación
de un legado múltiple que engloba una codificación colectiva. El vértice epilogal lo firma José Antonio Montano. Refrenda la atmósfera
nocturnal de La Tierra Baldía como
una nostalgia fetal de quien percibe el presente como un montón de ruinas en
la atardecida de la modernidad. Con mirada abarcadora, se incide en la
lealtad de Sanz Irles a la sonoridad del poema y a sus estratos semánticos. La admirable edición de este libro emblemático por Olé Libros propicia
una cálida convergencia de sensaciones, esa sed satisfecha de la felicidad
lectora.