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Todo descansa en la superficie Abel Santos Ediciones Vitruvio, Madrid, 2013 |
TERCER ASALTO
No había recorrido hasta ahora
el territorio lírico de Abel Santos (Barcelona, 1976). Es más, creía que el
libro Todo descansa en la superficie,
editado en el catálogo madrileño de Vitruvio, era su carta de presentación.
Ahora sé que estamos en el tercer asalto de su escritura, tras las entregas Esencia y El lado opuesto al viento. Una cita desvela que el título de esta
colección poemática se debe al fondo musical del incombustible cantautor
canadiense Leonard Cohen.
La breve introducción del
poemario, firmada por Vicente Llorente, aporta algunas coordenadas
situacionales, como la proximidad del poeta a esa línea de fuerza que ha
trazado en las últimas décadas el realismo
sucio. En efecto, nos hallamos ante un modo de entender el poema de extrema
sobriedad, una apuesta clara por la expresión directa que denuncia con voz
firme los desajustes intimidatorios de una realidad en conflicto y habla de
perdedores y madrugadas que siempre aguardan un poco de luz, ese lenguaje oculto de la esperanza, el suelo
firme de otra oportunidad.
El pensamiento de la voz
poemática de Todo descansa en la
superficie percibe las disonancias del entorno y de ahí nace un desasosiego
que entremezcla ideas, creencias y emociones en los comportamientos del yo. La
urdimbre de las idealizaciones sufre una severa poda en la grisura de lo
cotidiano. El ser colecciona secuencias de un devenir en el que caben azarosos
indicios. Todo destino es una caminata continua por callejones de adoquines
gastados, desde los primeros desvelos aurorales hasta el silencio crepuscular
que anticipa la noche.
Abel Santos organiza su poemario
con un claro guiño al padre del existencialismo francés, Jean Paul Sartre,
quien tituló su primera obra filosófica “El ser y la nada”. Este aserto dual
define los dos tramos que recorre este libro. En la primera parte, “El ser” las
composiciones dan desarrollo completo al poemario mientras que la segunda parte
“la nada” funciona como una coda conclusiva y está formada por una única
composición. Así pues donde halla su verdadera identidad el sujeto poético es
en un escenario urbano que reúne un continuo bombardeo de estímulos, como si
fueran mensajes publicitarios que buscan un receptor desprevenido.
En Todo descansa sobre la superficie los poemas cimentan su condición
singular en el coloquialismo, en el uso verbal
de una delgada línea roja entre el verso y la prosa, que se tiende con
aparente desaliño. Así consigue su viveza rítmica y ese flujo emotivo que
conecta de inmediato con el lector. Poesía directa a la barbilla de una
realidad que tiende al trapicheo; poesía que descubre y profundiza, hecha con
las palabras justas para transmitir una emoción poética rastreable. Abel Santos
lo sabe muy bien: “No hace falta sudar tinta para hacer poesía”