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jueves, 18 de enero de 2024

ABEL SANTOS. LA BELLA LEJANÍA

La bella lejanía
Abel Santos
Prólogo de Manuel López Azorín
Editorial La Garúa / Poesía
Barcelona, 2023

 

SEGUIR EN PIE


   En el espacio creador de Abel Santos (Barcelona, 1976) confluyen la confidencia espontánea y el distanciamiento irónico, las cicatrices de lo vivido y la esperanza de vuelo de lo ideal, lo intuitivo y la introspección profunda en el indeclinable fluir de la conciencia. Así se ha ido gestando una travesía que comenzó en 1998, casi en el cierre de siglo con Esencia, y que ha ido sumando estaciones representadas en el balance Antología poética personal (1998-2014). Desde aquel panorama han ido apareciendo nuevas entregas hasta Algo te queda (2022) libro que fue finalista del XXIV Premio de poesía Ciudad de Salamanca.
   El escritor mantiene un ritmo fuerte y presenta en las hermosas ediciones poéticas de La Garúa, dirigidas por el poeta y editor Joan de la Vega, La bella lejanía, conjunto de poemas con una breve introducción de un poeta sabio y entrañable, Manuel López Azorín, quien clarifica de inmediato cuales son los temas principales del poemario: el hijo y la poesía. La escritura de Abel Santos, cimentada en el periplo biográfico y en las coordenadas situaciones de los sentimientos, manifiesta un modo de entender la escritura con extrema sobriedad. El criterio artístico, como sucede en las voces mayores de la escritura confesional y del realismo sucio, promueve una renovación escénica de lo biográfico. Hace una nerudiana confesión de lo vivido en la lenta fatiga de los días. El poema se empeña en reunir las teselas dispersas de lo real. Hace una apuesta clara por la expresión directa, a ras de suelo, que deja su estela denunciando con voz firme los desajustes intimidatorios de una realidad en conflicto. Como escribe Manuel López Azorín: las palabras sugieren una huida hacia adelante donde cobijan soledad y recuerdos, frustraciones y un nítido sentimiento de derrota. Quien se mira al espejo es un perdedor menesteroso que todavía aguarda un poco de luz, ese  lenguaje oculto de la esperanza, el suelo firme de otra oportunidad que compense la ausencia y lo perdido.
  La sensibilidad de La bella lejanía  percibe las cicatrices y trata de buscar una sanación terapéutica en la distancia o refugiarse en el hijo, único patrimonio afectivo, capaz de crear un eje de simetría entre el cielo y el infierno. Desde esa fuerza siempre será posible el siguiente paso, el territorio sin grietas que supere las disonancias del entorno y calme el desasosiego. El dolor está ahí; moldea sensaciones y vivencias, llena inadvertido casi todos los compartimentos del protagonista verbal. La urdimbre de las idealizaciones sufre una severa poda en la grisura de lo cotidiano. Todo es indiferencia; alrededor no hay nadie. Más allá está el pasado, las secuencias de un tiempo en el que apenas caben los azarosos indicios del poema: “la melancolía es una grieta de paz en la tristeza”. Ahora la poesía se convierte en travesía continua por los callejones de la decepción. Hay que pasar página y alejarse de los adoquines gastados del tiempo común: ella ya rehízo su mundo y solo el poeta atiende ahora la tarea de recoger los fragmentos de la memoria, desde los primeros desvelos aurorales hasta el silencio crepuscular de sombras y prejuicios que anticipa la noche.
  Abel Santos organiza su poemario La bella lejanía como los pasos de una travesía de reconocimiento y superación, de búsqueda de una madurez que pone a salvo y mitiga el cansancio. Recordando el pasado, las composiciones definen los tramos con misteriosa claridad; desde su afán de construcción desde las ruinas, la poesía continúa para convertir el yo en otro: “hay que seguir viviendo después de la destrucción o el amor”. La verdadera identidad del sujeto poético es la del náufrago que busca en sus brazadas una última costa, un despertar en casa junto al hijo. La poesía construye un escenario urbano que funciona como morada y refugio libre de recuerdos. No se pierde en los laberintos del futuro sino en las aceras gastadas del ahora para descubrir el temblor emotivo del hombre que descubre y profundiza en la noche oscura del alma: “Yo hago poesía para volver a casa”.
 
JOSÉ LUIS MORANTE



 
 
  
 
 
 

lunes, 24 de octubre de 2022

ABEL SANTOS. ALGO TE QUEDA

Algo te queda
Abel Santos
Ediciones Vitruvio
Colección Baños del Carmen
Madrid, 2022



 LA VIDA A SECAS


    En poesía no hay dogmas. Cada escritor elige su propio modelo compositivo y moldea con palabras el hablante propicio que protagoniza los estratos argumentales. Quien escribe escenifica un proceso en el transitar, un camino por donde dibuja itinerarios la vida a secas. Nace así una apuesta lírica de lo contingente. En ella se van asentando las pisadas disueltas en las aceras de la realidad, con la firme voluntad de compartir experiencia e incertidumbre, la cera derretida que alumbra lo diario. Abel Santos (Barcelona, 1976), desde la amanecida de su escritura, allá por el cierre de los años noventa con el libro Esencia, en el colmado trayecto que componen las entregas El lado opuesto del viento, Todo descansa sobre la superficie, Jass y otros títulos representados en Antología poética 1998-2014, reflexiona sobre la relación entre discurso lírico y las secuencias biográficas. Y logra en cada libro una expresión sencilla y natural, asentada en el borde de la prosa. Allí, las diversas hendiduras del discurrir afloran y reclaman un banco propio en el sedentario parque del poema.
   El amor ha sido uno de los temas centrales del poeta y así queda constancia en  El camino de Angi (2020), una entrega con prólogo de Ángi Expósito, poeta y compañera sentimental de Abel, que conoce mejor que nadie este diario amoroso. Aquí se describen los momentos de una historia de piel y pensamiento, desde el primer encuentro y la deslumbrante cercanía hasta la plenitud del amor, cuando aquella dulce muchacha se convierte en la presencia firme que da sentido a la existencia. Juntos toman asiento en el tren del futuro, comparten con intensidad y romanticismo los abrazos y decepciones y viven la mejor versión de la convivencia con la llegada del hijo. El amor anda entre la rutina y la nostalgia, mira la luz de una canción nupcial y las sombras de los malos momentos. Todo cabe en ese diario fiel que componen los poemas de El camino de Angi. Desde la aurora hasta los días cansados, porque en cada línea del libro solo suena una voz: la del enamorado que mantiene a resguardo el primer borrador de un sueño. 
   En la salida Algo te queda Abel Santos asume la condición temporalista de los sentimientos y ratifica un hermoso aserto de Blanca Varela: cada pensamiento se asoma a diario a “la detestable condición de lo efímero”. Con esa certeza, da cuerpo a una lírica narrativa que tiene como brújula la ruptura de la convivencia de pareja. El dolor se asienta en el patio interior de la identidad porque el ventanal del tiempo muestra un copioso inventario de pérdidas: el amor, un hogar, el trabajo, la ternura del hijo, la fiel presencia del perro… Cosas casi inadvertidas, en apariencia de poco valor, pero que llenaban el ambiente con la hondura y extrañeza de una rutina volandera. Todo de pronto se arrincona y se pierde en el desaliñado trastero de la memoria.  
   En los poemas de Algo te queda la soledad bifurca sus itinerarios, mientras el yo poético, como un náufrago que nada a solas al vaivén feroz de la corriente, se empeña en salir de la nada, en construir y crear con las pocas fuerzas que quedan todavía. Las palabras animan a seguir, buscan los sitios donde hay luz y esperanza; así sucede con la presencia del hijo, condenado a perder demasiado pronto el ambiente apacible de la casa común y a sentir el despojamiento. Los versos dan cauce a reflexiones y apuntes de diario con un lenguaje que jamás confunde emoción y léxico pretencioso, hondura y divagación ensayística. La esperanza vuelve los ojos al pasado para saber dónde se asienta ahora el mediodía y qué ilusiones consiguieron encontrar meta y camino. Se trata de sobrevivir, como aquellos viejos existencialistas que buscaban la felicidad y la coherencia de ser fieles a sí mismo bajo los adoquines. Hay que mirar hacia atrás solo lo justo, para sentir que muchas veces un estar sereno y cómplice estuvo al alcance de la mano.
   La selección compendia poemas que añaden al lenguaje de la confidencia los habituales compañeros de viaje que han puesto su escasa luz entre las manos de lo diario. Entre ellos dos camaradas indeclinables: la poesía y la música. La poesía estuvo allí como una forma de felicidad que preserva lo vivido: el despertar del amor, los recuerdos familiares, los paréntesis callados de una dicha habitable y la posibilidad de una salida de emergencia capaz de superar la decepción. La otra pared fuerte del poeta es la música: el jazz y el blues, géneros que aglutinan composiciones y acordes que dejan en la soledad un pentagrama de vida y compañía.
   La intimidad es la textura que mejor explica que el arte es vida y la escritura es el trazo leve de un pulso autobiográfico; el viaje interior del pensamiento muestra un misterio velado que habita en las paredes del yo: Se trata de “Escuchar, / preguntar, y volver / a escuchar. / Y luego, naturalmente escribes”.  Es la mejor manera de caminar solo por la ciudad, recordando los andenes que ocuparon el amor y el deseo, la belleza y la complicidad del abrazo. Nace así un arte poética que deja en lo vivido una vocación de permanencia, de épica sin héroes, que acepta con entereza esos tonos diversos que dibujan en el ánimo el patetismo y la desolación, las erosiones de la soledad. En los poemas de Algo te queda escribe con caligrafía estoica la actitud reflexiva de una voz hipersensible. En ella habita la certeza de que en el espacio en ruinas del amor algo queda; y es necesario cerrar las cicatrices, buscar los mismos pasos del regreso en medio del invierno. Sembrar en las entrañas del recuerdo una manera de empezar de nuevo.

JOSÉ LUIS MORANTE


                               
 

 

sábado, 4 de marzo de 2017

ABEL SANTOS. LAS LÁGRIMAS DE CHET BAKER CAEN A PISCINAS DORADAS

Las lágrimas de Chet Baker
caen a piscinas doradas
Abel Santos
Prólogo de Diego Vasallo
Chamán Ediciones
Albacete, 2016
ARENAS  MOVEDIZAS

  La mirada poética de Abel Santos (Barcelona, 1976) impone una actitud que nunca firma acuerdos con el conformismo complacido de lo sedentario, un espejismo de arenas movedizas. Advierte del peligro de cerrar los ojos ante los desconchones grises de lo cotidiano. Sus versos prefieren tomar asiento en lo oscuro y desde allí destilan una incisiva reflexión sobre la existencia. Así ha ido moldeando una activa producción que arranca en 1998 con el poemario Esencia y que está compilada en antologías como demasiado joven para el blues (2014) y Jass (2016). En sus entregas encarna una estética de la decepción en la que se reiteran espacios argumentales como la introspección confesional, los rostros de la noche, la crítica social, el afán metaliterario, o el rumor incansable del jazz. Por tanto, no sorprenderá a quienes han cruzado puentes lectores con el realismo bastardo de Abel Santos el título de la nueva salida del poeta catalán, Las lágrimas de Chet Baker caen a piscinas doradas, que cuenta con una introducción de Diego Vasallo, intérprete, compositor y letrista del grupo musical Duncan Dhu. Y es Diego Vasallo también el autor de la letra que inspira el título del libro.
  El intuitivo trompetista Chet Baker (1929-1988) encarnó una existencia desmesurada que ha dado pie a abundantes incursiones biográficas y ha inspirado la película “Born to be blue”, dirigida por Robert Budreau y protagonizada por el siempre comprometido Ethan Hawke. Algunos de estos retazos se recrean en el prólogo de Diego Vasallo, donde se cobija la sombra derrotada de Chet Baker antes de caer al vacío y de dejar colgando en el aire la languidez de alguna nota; así aparecen también para el músico los poemas de Abel Santos: “sonidos profundos de catarsis cegadoras atraviesan los textos como los truenos de una tormenta  que se va dejando atrás, martillos que golpean los instantes; desiertos ocupando el horizonte desde una ventana que mira el atardecer”.     
  En la poesía de Abel Santos la naturalidad y el decir sobrio son preceptos básicos, como si el tiempo fuera un sostenido aprendizaje para tomar apuntes del ahora. Así se confeccionan, página a página, las secuencias emocionales de un diario intimista en el que el sujeto verbal se asoma en los espejos del yo biográfico y enlaza contingencias. En ese caminar en círculos, solo el amor invita a retomar la amanecida de las esperanzas, como si fuese la anestesia que proporciona una calma aparente, como si defendiera frente a la soledad algunas certidumbres y abriera sitios para habitar en el deshielo. En los poemas amorosos de Abel Santos busca sitio una amplia semántica, está la soledad y el deseo, el recuerdo y su fuego cruzado con los disparos del olvido; o la conciencia de un tiempo que se consume indeclinable y triste en su propia búsqueda de sentido porque es difícil salir ileso de una historia de amor.  Las lágrimas de Chet Baker caen a piscinas doradas  arrastra en el río del poema la verdad personal, ese empuje profundo de carne y hueso que flota endurecido en las aguas del tiempo.




viernes, 4 de noviembre de 2016

ABEL SANTOS. LAS LÁGRIMAS DE CHET BAKER CAEN A PISCINAS DORADAS

Las lágrimas de Chet Baker caen a piscinas doradas
Abel Santos
Prólogo de
Diego Vasallo
Chamán Ediciones, Albacete, 2016 


ARENAS  MOVEDIZAS


  La mirada poética de Abel Santos (Barcelona, 1976) impone una actitud que nunca firma acuerdos con el conformismo complacido de lo sedentario, un espejismo de arenas movedizas. Advierte del peligro de cerrar los ojos ante los desconchones grises de lo cotidiano. Sus versos prefieren tomar asiento en lo oscuro y desde allí destilan una incisiva reflexión sobre la existencia. Así ha ido moldeando una activa producción que arranca en 1998 con el poemario Esencia y que está compilada en antologías como Demasiado joven para el blues (2014) y Jass (2016). En sus entregas encarna una estética de la decepción en la que se reiteran espacios argumentales como la introspección confesional, los rostros de la noche, la crítica social, el afán metaliterario, o el rumor incansable del jazz. Por tanto, no sorprenderá a quienes han cruzado puentes lectores con el realismo bastardo de Abel Santos el título de la nueva salida del poeta catalán, Las lágrimas de Chet Baker caen a piscinas doradas, que cuenta con una introducción de Diego Vasallo, intérprete, compositor y letrista del grupo musical Duncan Dhu. Y es Diego Vasallo también el autor de la letra que inspira el título del libro.
   El intuitivo trompetista Chet Baker (1929-1988) encarnó una existencia desmesurada que ha dado pie a abundantes incursiones biográficas y ha inspirado la película “Born to be blue”, dirigida por Robert Budreau y protagonizada por el siempre comprometido Ethan Hawke. Algunos de estos retazos se recrean en el prólogo de Diego Vasallo, donde se cobija la sombra derrotada de Chet Baker antes de caer al vacío y de dejar colgando en el aire la languidez de alguna nota; así aparecen también para el músico los poemas de Abel Santos: “sonidos profundos de catarsis cegadoras atraviesan los textos como los truenos de una tormenta  que se va dejando atrás, martillos que golpean los instantes; desiertos ocupando el horizonte desde una ventana que mira el atardecer”.     
   En la poesía de Abel Santos la naturalidad y el decir sobrio son preceptos básicos, como si el tiempo fuera un sostenido aprendizaje para tomar apuntes del ahora. Así se confeccionan, página a página, las secuencias emocionales de un diario intimista en el que el sujeto verbal se asoma en los espejos del yo biográfico y enlaza contingencias. En ese caminar en círculos, solo el amor invita a retomar la amanecida de las esperanzas, como si fuese la anestesia que proporciona una calma aparente, como si defendiera frente a la soledad algunas certidumbres y abriera sitios para habitar en el deshielo. Sobresalen los poemas amorosos, donde busca sitio una amplia semántica; están la soledad y el deseo, el recuerdo y su fuego cruzado con el olvido; o la conciencia de un tiempo que se consume indeclinable y triste en su propia búsqueda de sentido porque es difícil salir ileso de una historia de amor.  Las lágrimas de Chet Baker caen a piscinas doradas  arrastra en el río del poema la verdad personal, ese empuje profundo de carne y hueso que flota endurecido en las aguas del tiempo.


miércoles, 25 de mayo de 2016

ABEL SANTOS. JASS

Jass
Abel Santos
Prólogo de José Luis Morante
Ediciones Tuertas
Barcelona, 2016
 MÚSICA DE JAZZ 

  No albergo ninguna duda. El gusto musical de un escritor define con íntima caligrafía el planteamiento, nudo y desenlace de su forma de ser, los latidos de su trabajo poético. Abel Santos (Barcelona, 1976) escucha jazz desde el arranque de su vocación literaria, allá por la amanecida de los años noventa, cuando se dedicaba a escribir relatos fantásticos, una terapia sobre el folio contra el feismo de la realidad y sus desajustes de puerta trasera. Los temas musicales navegaron parsimoniosos en el vinilo también en las últimas horas del tiempo juvenil mientras las madrugadas reclamaban un paseo azaroso por bares y garitos abiertos. Abel Santos ha contado cómo quedó convulsionado por primera vez con los extraños acordes del jazz: recuerda que era un niño de seis o siete años que jugaba en el patio interior de la vivienda familiar y desde la ventana del piso superior llenaba el ambiente la música de un tocadiscos y el tecleo persistente de una máquina de escribir. Fue una audición única y el tímpano infantil vibró con la hondura y extrañeza de aquellas notas volanderas, casi perdidas hoy en el desaliñado trastero de la memoria.  
   En los poemas que acoge esta antología, jazz y blues son dos senderos que se bifurcan, una doble presencia que regula la humildad de las palabras para cercenar lo ampuloso y escribir desde el despojamiento. Los versos dan cauce a reflexiones y apuntes de diario con un lenguaje que jamás confunde emoción y léxico pretencioso, hondura y divagación ensayística.
   La selección Jass compendia veintiocho poemas que preservan en su desarrollo los dos géneros musicales: el jazz y el blues. Los textos pertenecen a libros editados hasta la fecha con la generosa coda de un puñado de inéditos. No es la primera vez que el poeta deposita en los escaparates una muestra de su tarea lírica. Los lectores conocen ya la antología Demasiado joven para el blues (1998-2014), una panorámica con introito de Javier Cánaves. Frente al desarrollo argumental de Jass centrado siempre en los dos mencionados referentes, aquel volumen es más abierto y aglutina composiciones de temas diversos.
   La naturalidad es la textura que mejor explica que el arte es vida y la escritura es el trazo leve de un pulso autobiográfico, un misterio velado que habita en las justas dimensiones del poema. Por eso, la idea se pone de pie con un lenguaje rico en sugerencias y sencillo, consecuente con las cadencias próximas de una pieza de jazz.
   Abel Santos sabe matizar tonos diversos, desde el patetismo de la desolación en el que la soledad atormenta y emite su queja hasta el lamento elegíaco que despide la penumbra triste de un bar de copas, cuando el cliente llega a deshora y el camarero aleja su cansancio soñando con la huida a cualquier litoral deshabitado. La actitud reflexiva de estos poemas nace en ese instante en el que sueño y realidad se confunden y el yo se siente único habitante de un espacio en ruinas; horas en las que el reloj de la melancolía marca el paso a una actitud vital que acumula fracturas y cicatrices
   La palabra de Abel Santos sale a la calle con una gabardina de entretiempo para que se cobije la esperanza y una maleta llena de poesía, un sencillo equipaje que comparte con los ruidos del tiempo algo de blues y el paisaje soleado de una pieza de jazz.

(Fragmento del prólogo a Jass)




                                                 

martes, 24 de diciembre de 2013

ABEL SANTOS. TERCER ASALTO.

Todo descansa en la superficie
Abel Santos
Ediciones Vitruvio, Madrid, 2013
 

TERCER ASALTO 

   No había recorrido hasta ahora el territorio lírico de Abel Santos (Barcelona, 1976). Es más, creía que el libro Todo descansa en la superficie, editado en el catálogo madrileño de Vitruvio, era su carta de presentación. Ahora sé que estamos en el tercer asalto de su escritura, tras las entregas Esencia y El lado opuesto al viento. Una cita desvela que el título de esta colección poemática se debe al fondo musical del incombustible cantautor canadiense Leonard Cohen.
 La breve introducción del poemario, firmada por Vicente Llorente, aporta algunas coordenadas situacionales, como la proximidad del poeta a esa línea de fuerza que ha trazado en las últimas décadas el realismo sucio. En efecto, nos hallamos ante un modo de entender el poema de extrema sobriedad, una apuesta clara por la expresión directa que denuncia con voz firme los desajustes intimidatorios de una realidad en conflicto y habla de perdedores y madrugadas que siempre aguardan un poco de luz, ese  lenguaje oculto de la esperanza, el suelo firme de otra oportunidad.
  El pensamiento de la voz poemática de Todo descansa en la superficie percibe las disonancias del entorno y de ahí nace un desasosiego que entremezcla ideas, creencias y emociones en los comportamientos del yo. La urdimbre de las idealizaciones sufre una severa poda en la grisura de lo cotidiano. El ser colecciona secuencias de un devenir en el que caben azarosos indicios. Todo destino es una caminata continua por callejones de adoquines gastados, desde los primeros desvelos aurorales hasta el silencio crepuscular que anticipa la noche.
  Abel Santos organiza su poemario con un claro guiño al padre del existencialismo francés, Jean Paul Sartre, quien tituló su primera obra filosófica “El ser y la nada”. Este aserto dual define los dos tramos que recorre este libro. En la primera parte, “El ser” las composiciones dan desarrollo completo al poemario mientras que la segunda parte “la nada” funciona como una coda conclusiva y está formada por una única composición. Así pues donde halla su verdadera identidad el sujeto poético es en un escenario urbano que reúne un continuo bombardeo de estímulos, como si fueran mensajes publicitarios que buscan un receptor desprevenido.
 En Todo descansa sobre la superficie los poemas cimentan su condición singular en el coloquialismo, en el uso verbal  de una delgada línea roja entre el verso y la prosa, que se tiende con aparente desaliño. Así consigue su viveza rítmica y ese flujo emotivo que conecta de inmediato con el lector. Poesía directa a la barbilla de una realidad que tiende al trapicheo; poesía que descubre y profundiza, hecha con las palabras justas para transmitir una emoción poética rastreable. Abel Santos lo sabe muy bien: “No hace falta sudar tinta para hacer poesía”