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domingo, 21 de enero de 2024

SANTIAGO GÓMEZ VALVERDE. EL MAR MIENTRAS DUERME

El mar mientras duerme
Antología poética
Santiago Gómez Valverde
Ediciones Vitruvio
Colección Baños del Carmen
Madrid, 2024

 

EL LENGUAJE DE LAS COSAS

  
   Santiago Gómez Valverde (Leganés, Madrid, 1957) es poeta, letrista y compositor. Su obra lírica tiene el despertar auroral en 1987 con el libro Canciones de tarde, accésit del Premio Ciudad de Leganés que tres años después encuentra continuidad en La densidad del tiempo, reconocido con el Premio Ciudad de Leganés, 1990. Adquiría así naturaleza poética una voz de línea clara, limpia, musical, marcada por la emoción y las conexiones especulativas entre biografía y lenguaje. El escritor sedimenta una perspectiva enmarcada en el cauce de la poesía de la experiencia, que bebe del romanticismo y de la poesía urbana y que nunca pierde de vista la meditación sobre la naturaleza del ser. Como estaciones que alumbran el caminar del tiempo, aparecen las entregas Amarte (1993) Sombras paralelas (1997), Inevitablemente (2003), Sed de vida (2006), Ruidos y nueces (2008) Sombra a Sombra (2009), Fuga de ideas (2010) y Sobre la piel del agua (2012). Son entregas que constituyen el tramo central de esta travesía creadora y que se definen por la fidelidad a unos cuantos motivos esenciales: el amor, la existencia, el discurrir temporal, la cercanía de la otredad y las contingencias del trayecto vital, siempre deambulando entre la esperanza diáfana de la plenitud y la estela borrosa del vacío. Como refrenda la maravillosa cita de Jorge Luis Borges que sirve de pórtico a la antología poética El mar mientras duerme, quien escribe construye en la página una realidad más expandida y habitable; justifica y compensa frustraciones y carencias. Más allá de buscar ese rincón propio en el transitar literario, quien escribe habla consigo mismo, emprende una introspección que conduce al conocimiento y la pulsión sentimental.
   En el ahora poético de Santiago Gómez Valverde sigue en pie una incansable madurez creadora. Así lo demuestran las pisadas Toda la luz es nuestra (2019), Azul de lejanías (2020), El espejo, la mirada, la belleza  2021), El perfume y la sombra (2023)  y Un invierno llamado frío (2023). El ser hace balance del existir: “Ojalá que estas hojas desplomadas del árbol de mi vida, que en vuestras manos tenéis, como si un gorrión fueran, sigan creciendo en ellas, pues para esto nacieron”. La panorámica olvida la amanecida y comienza con La densidad del tiempo, donde el enunciado sentimental en razón básica del estar. Al cabo, como escribiera Walt Whitman en aquel destello verbal maravilloso que Santiago Gómez Valverde recuerda: “Quien toca un libro, no toca un libro, toca un hombre”. Los poemas se desplazan entre la claridad de la evocación y el fundido en negro de la melancolía. El recorrido prosigue por Sombras paralelas, título que ya advierte del carácter simbólico de sus composiciones; las sombras son sueños disecados, austeras esperanzas que no pudieron llegar a puerto y que se hundieron en el firme estéril de la marea. Se percibe en el apartado un claro pesimismo, como si la presencia del sujeto verbal fuese zarandeada a cada instante por las convulsiones del desasosiego, o se viese sometida a una liquidación por derribo: “Nuestro plural es singular en todo”; los proyectos comunes no alcanzan a definirse, se convierten en fragmentos, restos óseos perdidos en la arena del olvido. Como avisa el poeta, en un brevísimo texto que adquiere la concisión precisa de un epitafio: “El corazón se pasa toda una vida golpeando la puerta de la muerte, por fin, calla cuando ésta se abre.” La existencia, al cabo, está llena, también en el amor, de fuegos fatuos.
   La escenografía verbal de Inevitablemente es una fértil floración de motivos mostrando las oquedades ilusorias del amor y su deambular temporal. Otras señales como las ilusiones que teje el poeta, los encuentros a pie de calle o las presencias cercanas, como la madre, convergen en el libro dejando una nítida sensación de cercanía, un caminar marcado por el hombre que se busca a sí mismo en los espejos de lo cotidiano. La memoria de los días vislumbra un escenario de vivencias e instantáneas vitales en los mínimos poemas de Sed de vida. También Sombra a sombra convierte al pensamiento en un viajero recorriendo los laberintos interiores. Los recuerdos muestran el transitar de evocaciones luminosas que aprenden la meritoria experiencia del camino, ese lenguaje propio que intenta capturar la belleza y los ralos destellos que pone entre las manos la existencia: ”El poema es la palabra vestida de belleza. / El pensamiento roto en mil pedazos, como un cristal que llora la misma lágrima muchas veces”.
   En Fuga de ideas Santiago Gómez Valverde mantiene la pulsión tensional entre las incisiones autobiográficas y las gradaciones tonales del lenguaje. El pensamiento fluye como un río en el que se refleja un diario especular, que profundiza en la trayectoria vital y en sus espacios imaginarios. Los poemas de Sobre la piel del agua –verso que evoca a John Keats de inmediato- sondean la contemplación del arte, enuncian los paisajes tejidos por los sueños, escriben con imágenes de gran fuerza simbólica, y siguen el rastro de lo ideal como compañero indeclinable del poema.
   El invierno retorna y su aliento gélido, como escribiera con hermosa palabra Ángel González, conforma un epitelio sobre las cosas. En Un invierno llamado frío la mirada percibe ausencias y pérdidas, se tiñe de un contraluz crepuscular en el que la luz se va desvaneciendo; ya no es tiempo de sueños y los que nacen ahora se cobijan cansados dentro de las palabras. También está representado en este tramo final de la selección poética el libro Toda la luz es nuestra, una estación más de esta escritura humanista y meditativa que preserva espacio y tiempo, con esa sensación de finitud y apagamiento: “Qué sencillo es morir, / sólo es cerrar los ojos / o dejarlos abiertos para siempre”. Todo lo que nos rodea, va cambiando de forma inadvertida hasta ser ausencia.
    Conforman el muestrario final del poema composiciones de El espejo, la mirada, la belleza donde la reflexión metaliteraria convive con el latido de lo amoroso como conceptos complementarios que muestran la aspiración perenne a la belleza del yo poético, también diáfana en los textos de El perfume y la sombra.
   Un adelanto de inéditos clausura esta extensa antología de Santiago Gómez Valverde. La poesía es un modo de estar en lo diario, de adentrarse en las llanuras y relieves del viaje vivencial. Desde ese tránsito nos hablan los poemas del madrileño. Sus palpitaciones son esencia y silencio, nos inundan de brillo la mirada, siembran los pétalos de la rosa que duerme entre los sueños en mitad de la noche.
 
 
JOSÉ LUIS MORANTE  

  

domingo, 18 de junio de 2023

FRANCISCO J. CASTAÑÓN. TIERRA LLANA.

Tierra Llana
Francisco J. Castañón
Ediciones Vitruvio
Madrid, 2022

 

AZUL CON ALAS


   Se cumplen dos décadas de escritura en el trayecto poético de Francisco José Castañón (Madrid, 1961), cuya obra abarca libros de divulgación histórica, artículos críticos y la coautoría del Diccionario de la corrupción (2015). El madrileño es colaborador habitual en distintos medios digitales y director de la revista digital Entreletras. Retorna a la poesía con la entrega Tierra llana.
   El título se ajusta de inmediato a la realidad geográfica de Castilla, cuya codificación canónica corresponde a las voces señeras del 98, que hicieron del paisaje castellano una luminosa veta reflexiva. En ella destacan las pautas escriturales de Antonio Machado, Miguel de Unamuno y Azorín. El excelente prólogo de Alfonso Berrocal recobra los distintos matices expresivos generacionales y moldea un análisis exhaustivo del poemario y de sus tramos orgánicos. Se trata de expandir la semántica del paisaje y convertirla en espacio de la conciencia y en razón de ser del pensamiento.  
   Con esta perspectiva que transciende la mera descripción testimonial, Francisco J. Castañón inicia senda con el apartado “Vistas a un presente afilado”. Esta primera mirada del poeta está marcada por topónimos e itinerarios. Se suceden los lugares de paso que impregnan la retina con acogedores detalles, haciendo del camino un proceso de crecimiento personal y plenitud. Los espacios dejan sus vibraciones en los sentidos para asentarse después en el pensamiento, transformados en cauces reflexivos y evocaciones.
   En este apartado conviven el poema enunciativo y la prosa poética, que se acerca a lo contemplado con la empatía digresiva de la contemplación. Así sucede en el poema en prosa “Tablas de Daimiel” que reivindica el luminoso balance visual de una garza y el despliegue de sugerencias que acredita un tiempo colmado de belleza interior.
   No solo la naturaleza tiene presencia en el hueco verbal de los poemas, también el entorno urbano, con su fuerza monumental y su sentido histórico, dejan signos profundos en la memoria escrita: Ávila, Toledo, Cuenca, comarcas manchegas y elementos dormidos en el tiempo como algunas cuevas rupestres, ríos que formulan sus preguntas al mar que es el morir en el tiempo, y distintos pueblos de la Castilla interior, enfermos de soledad y melancolía, se convierten en luminosas teselas en este largo itinerario de caminos y pasos.
   Luis Quiñones, profesor y novelista, dejó escrito un principio escritural exento de cualquier dogmatismo: “La prosa vive en la poesía como la poesía en la prosa” y con esa misma filosofía Francisco J. Castañón escribe el apartado “Pistas en el pasado” (Evocaciones calculadas)”. Es un inventario de nombres propios de la tradición que hicieron de la biografía personal un espejo de sabiduría y magisterio. Vuelve al presente el austero esplendor de Beatriz Galindo “La Latina”, la memoria de Fray Luis de León, las brillantes páginas del territorio Cervantes y sus irrepetibles personajes Don Quijote, Sancho o Dulcinea- degradada a ser en la cambiante contingencia del ahora un club de carretera- y retornan también los pasos maduros de Antonio Machado en Segovia o la figura desvaída de Luisa Carnés en el Madrid republicano.
  Son figuras de alcance que cuajaron itinerarios de fuerte inquietud espiritual porque hicieron de la escritura su fuerza liberadora y permanente hasta convertirse en arquetipos de un tiempo hecho memoria viva. Ellos nunca renunciaron a los ojos preclaros de los sueños.
   Cierra el libro la sección “Un mañana agitado de futuro” donde los sentidos formulan preguntas inaudibles a la ontología del sujeto: se trata de ser tiempo y circunstancia, de vivir en alerta en ese estar del ahora que aspira a buscar sitio en el futuro, por encima de cualquier equívoco. Esta aspiración exige al yo un compromiso fuerte con la naturaleza y un empeño en dar vida a lo artesanal en un tiempo sacudido por la intemperie digital donde la realidad parece diluirse camino de la nada o de la efímera existencia del metaverso.
   Tierra llana es un peregrinaje por la remansada superficie de una geografía mítica, un canto de celebración y compromiso. Paisaje hecho memoria y sueño. Es también el verbo crítico de la advertencia que muestra grietas y desajustes de un presente deshumanizado y en franca oposición con una naturaleza humanista y cálida. Francisco J. Castañón hace de la palabra semilla para que reverdezca en la mirada la identidad gozosa de un espacio con carga significativa. Un horizonte que tiende la mano y nos convoca a seguir caminando.  
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 
 

 

lunes, 24 de octubre de 2022

ABEL SANTOS. ALGO TE QUEDA

Algo te queda
Abel Santos
Ediciones Vitruvio
Colección Baños del Carmen
Madrid, 2022



 LA VIDA A SECAS


    En poesía no hay dogmas. Cada escritor elige su propio modelo compositivo y moldea con palabras el hablante propicio que protagoniza los estratos argumentales. Quien escribe escenifica un proceso en el transitar, un camino por donde dibuja itinerarios la vida a secas. Nace así una apuesta lírica de lo contingente. En ella se van asentando las pisadas disueltas en las aceras de la realidad, con la firme voluntad de compartir experiencia e incertidumbre, la cera derretida que alumbra lo diario. Abel Santos (Barcelona, 1976), desde la amanecida de su escritura, allá por el cierre de los años noventa con el libro Esencia, en el colmado trayecto que componen las entregas El lado opuesto del viento, Todo descansa sobre la superficie, Jass y otros títulos representados en Antología poética 1998-2014, reflexiona sobre la relación entre discurso lírico y las secuencias biográficas. Y logra en cada libro una expresión sencilla y natural, asentada en el borde de la prosa. Allí, las diversas hendiduras del discurrir afloran y reclaman un banco propio en el sedentario parque del poema.
   El amor ha sido uno de los temas centrales del poeta y así queda constancia en  El camino de Angi (2020), una entrega con prólogo de Ángi Expósito, poeta y compañera sentimental de Abel, que conoce mejor que nadie este diario amoroso. Aquí se describen los momentos de una historia de piel y pensamiento, desde el primer encuentro y la deslumbrante cercanía hasta la plenitud del amor, cuando aquella dulce muchacha se convierte en la presencia firme que da sentido a la existencia. Juntos toman asiento en el tren del futuro, comparten con intensidad y romanticismo los abrazos y decepciones y viven la mejor versión de la convivencia con la llegada del hijo. El amor anda entre la rutina y la nostalgia, mira la luz de una canción nupcial y las sombras de los malos momentos. Todo cabe en ese diario fiel que componen los poemas de El camino de Angi. Desde la aurora hasta los días cansados, porque en cada línea del libro solo suena una voz: la del enamorado que mantiene a resguardo el primer borrador de un sueño. 
   En la salida Algo te queda Abel Santos asume la condición temporalista de los sentimientos y ratifica un hermoso aserto de Blanca Varela: cada pensamiento se asoma a diario a “la detestable condición de lo efímero”. Con esa certeza, da cuerpo a una lírica narrativa que tiene como brújula la ruptura de la convivencia de pareja. El dolor se asienta en el patio interior de la identidad porque el ventanal del tiempo muestra un copioso inventario de pérdidas: el amor, un hogar, el trabajo, la ternura del hijo, la fiel presencia del perro… Cosas casi inadvertidas, en apariencia de poco valor, pero que llenaban el ambiente con la hondura y extrañeza de una rutina volandera. Todo de pronto se arrincona y se pierde en el desaliñado trastero de la memoria.  
   En los poemas de Algo te queda la soledad bifurca sus itinerarios, mientras el yo poético, como un náufrago que nada a solas al vaivén feroz de la corriente, se empeña en salir de la nada, en construir y crear con las pocas fuerzas que quedan todavía. Las palabras animan a seguir, buscan los sitios donde hay luz y esperanza; así sucede con la presencia del hijo, condenado a perder demasiado pronto el ambiente apacible de la casa común y a sentir el despojamiento. Los versos dan cauce a reflexiones y apuntes de diario con un lenguaje que jamás confunde emoción y léxico pretencioso, hondura y divagación ensayística. La esperanza vuelve los ojos al pasado para saber dónde se asienta ahora el mediodía y qué ilusiones consiguieron encontrar meta y camino. Se trata de sobrevivir, como aquellos viejos existencialistas que buscaban la felicidad y la coherencia de ser fieles a sí mismo bajo los adoquines. Hay que mirar hacia atrás solo lo justo, para sentir que muchas veces un estar sereno y cómplice estuvo al alcance de la mano.
   La selección compendia poemas que añaden al lenguaje de la confidencia los habituales compañeros de viaje que han puesto su escasa luz entre las manos de lo diario. Entre ellos dos camaradas indeclinables: la poesía y la música. La poesía estuvo allí como una forma de felicidad que preserva lo vivido: el despertar del amor, los recuerdos familiares, los paréntesis callados de una dicha habitable y la posibilidad de una salida de emergencia capaz de superar la decepción. La otra pared fuerte del poeta es la música: el jazz y el blues, géneros que aglutinan composiciones y acordes que dejan en la soledad un pentagrama de vida y compañía.
   La intimidad es la textura que mejor explica que el arte es vida y la escritura es el trazo leve de un pulso autobiográfico; el viaje interior del pensamiento muestra un misterio velado que habita en las paredes del yo: Se trata de “Escuchar, / preguntar, y volver / a escuchar. / Y luego, naturalmente escribes”.  Es la mejor manera de caminar solo por la ciudad, recordando los andenes que ocuparon el amor y el deseo, la belleza y la complicidad del abrazo. Nace así un arte poética que deja en lo vivido una vocación de permanencia, de épica sin héroes, que acepta con entereza esos tonos diversos que dibujan en el ánimo el patetismo y la desolación, las erosiones de la soledad. En los poemas de Algo te queda escribe con caligrafía estoica la actitud reflexiva de una voz hipersensible. En ella habita la certeza de que en el espacio en ruinas del amor algo queda; y es necesario cerrar las cicatrices, buscar los mismos pasos del regreso en medio del invierno. Sembrar en las entrañas del recuerdo una manera de empezar de nuevo.

JOSÉ LUIS MORANTE


                               
 

 

viernes, 26 de junio de 2020

ELENA MUÑOZ. PAPELERA DE RECICLAJE

Papelera de reciclaje
Elena Muñoz
Editorial Vitruvio
Madrid, 2019


SENSACIONES A LA ORILLA 

  En un apunte crítico, que servía de reseña a la entrega poética La soledad de su amigo Augusto Ferrán, Gustavo Adolfo Bécquer, nuestro paradigma romántico, resaltó que percibía en el trabajo lector dos clases de poesía: una magnífica y sonora, que busca su jerarquía desde el ropaje retórico y la ornamentación sorprendente; y otra que propagaba una voz lírica natural y cercana, aparentemente seca, que encuentra en el sentimiento individual su manantial más puro; que no necesita más itinerario en su discurrir que el paso fuerte de la existencia. A este ideario del pacto confidencial se inclina la producción verbal de Elena Muñoz, narradora, actriz, editora y muro vertical de la tradición cultural de Rivas Vaciamadrid, primero desde las Jornadas de Historia de Madrid y en el presente como impulsora del activo literario de Covibar. 
  Papelera de reciclaje es el tercer poemario de la madrileña, tras su carta de presentación Momentos de arena y hielo y su entrega Los poemas no cotizan en bolsa, cuyo título recupera una cuestión inacabable del debate teórico del género: la utilidad de la poesía, su entidad como estrategia capaz de incidir en procesos sociales colectivos. Por eso la elección de la cita inicial de José Ángel Valente me parece un pactado indicio de continuidad: “El poeta debe ser más útil que cualquier ciudadano de su tribu”. Tampoco resulta gratuito en “Calendario de emociones”, el apartado inicial, el recuerdo de la temporalidad que rige nuestra existencia. O el reflejo que lo perecedero encuentra en la naturaleza como plenitud y consumación de ciclos estacionales.
   Elena Muñoz construye un protagonista lírico que apuesta por el tono meditativo; quien se asoma a la realidad percibe un discurrir cadencioso que va sumando mutaciones al paso, como si aceptar la propia contingencia ofreciera también su propia lección de vida. Lo cotidiano reitera su levedad como un pensamiento circular, borroso y conformista. Y en su transcurso, la mente va trenzando los hilos de nuevas ilusiones y sueños. Si en la primera parte de Papelera de reciclaje prevalecía el entorno como detonante esencial de las claves argumentales, el epígrafe definidor del segundo apartado, “De lo que  siento escribo aunque no exista” parece evocar la intimidad como marco escénico: la percepción se interioriza para volcarse en la memoria. Los recuerdos bracean para recuperar “ a la niña que fui un día, y cuyo recuerdo me ayuda a entender la mujer que soy”. El movimiento temporal no solo afecta al contexto sino a la propia identidad; los días distorsionan certezas y dejan en la epidermis del yo sus máculas existenciales, pero también la certeza de que aceptar un margen de locura ayuda a ampliar el horizonte. El examen de conciencia es cansado, refuerza la sensación de estar abocados a un gregarismo residual, donde la personalidad del yo se distorsiona para aceptar un quehacer conformista. Preservar “la vida en tacones” es sentir la fuerza propia, ese mínimo pedestal que anima a subir del suelo para dar voz al pensamiento subjetivo y definidor.
   El poema que da título al libro “Papelera de reciclaje” funciona como testimonio preciso del vaivén existencial y de las relaciones del sujeto con la otredad y consigo mismo. Los afectos aparecen ajados por el uso o moldeados por el interés; y el mismo hablante verbal sostiene entre las manos los estratos mudables de sus contradicciones, esa sensación de que sería bueno tener cerca una papelera de reciclaje para iniciar senda de nuevo y alumbrar una amanecida de esperanza.
   Pocos espacios físicos compendian la fuerza simbólica del mar como territorio onírico de plenitud y belleza. Elena Muñoz cierra su poemario con “El mar, siempre”,  un puñado de composiciones sensoriales en las que es posible todavía el retorno a la inocencia, el regreso a esos ojos de niña que buscaban en el despertar los pasos abiertos de los sueños, la estela frágil de la felicidad: “Él siempre me espera,  / siempre vuelvo a él”.

José Luis Morante  

  

lunes, 16 de marzo de 2020

ATILANO SEVILLANO. TRAZOS

Trazos
Haikus y otros poemas breves
Atilano Sevillano
Prólogo de José Antonio Olmedo López-Amor
Ediciones Vitruvio
Madrid, 2019


DESPUNTAR DE LA LUZ


   El recurso expresivo de la brevedad, en su doble formato del haiku y el aforismo, ha alcanzado en la última década un despuntar insólito, acaso porque proyectan un tiempo colectivo de celeridad e incertidumbre, de inestabilidad textual que tiene  en el ámbito digital su máxima expresión. A ese renacer de la síntesis expresiva se suma  Atilano Sevillano con el volumen Trazos subtitulado Haikus y otros poemas breves que prologa, con amplia lucidez el poeta, aforista y coordinador literario de la revista Crátera José Antonio Olmedo López-Amor. Frente a la interpretación reduccionista o la consabida alabanza amistosa, el prólogo recorre el espacio del haiku y su mínima unidad significativa para capturar la esencia de lo percibido a través de un diálogo directo, hecho de conocimiento y búsqueda a través de distintos formatos estróficos como la tanka, el haiku y el senryu. Los poemas son un ejercicio de depuración y disciplina para encontrar la palabra necesaria en sus tramas argumentales, una puesta en marcha de la imaginación como alternativa a la realidad. José Antonio Olmedo López-Amor concluye que los poemas muestran “la inquieta psicología de un autor fascinado por la vida y la belleza del mundo. Nada  de lo dicho queda fuera de la sensación, toda brizna observada es significativa”.
   El segmento argumental del libro aglutina tres tramas que se definen por la estrategia formal de las composiciones. El primero “Susurros de tankas” aglutina los poemas definidos por el conocido esquema de cinco versos, compuesto por la estructura 5/7/5/ 7/ y arranca desde la invocación de un poema de  Akiko Yosano que entrelaza memoria y olvido para definir el decurso existencial del sujeto. Los textos componen el trascurso temporal como una senda que se va poblando de sensaciones y pensamientos. Esta contemplación se integra en el ánimo del yo, como se integra en la textura íntima de la identidad el amor, el deseo o la necesidad de sentir con naturalidad, como si fuese aire respirable, latido, pulsión de vida: “Como poema, / tan sencillo y tan libre /de florituras / me miras a los ojos, / me lees cada día”. Ese núcleo germinativo del amor deja espacio a otros sustratos como lo metaliterario, donde el poema camina hacia el lenguaje para buscar sentido y razón, y la conciencia de temporalidad que muestra a cada paso el fluir de lo perecedero.
   Atilano Sevillano elige el haiku como muro de carga del poemario en el tramo central del libro. Y lo hace en su sentido más clásico, concediendo a la estrofa, según recomienda el canon, un sentido temporal que vela la identidad del yo y que despliega el contemplar como forma de acercarse al entorno para disfrutar de su ciclo estacional. La cita elegida, de Ueshima Ontsura, refrenda el enfoque: “El ruiseñor / se posa en el ciruelo / ya desde antaño”.  También el recuerdo de Bashô advierte de ese destello estacional que impregna los elementos del paisaje y su rumor de vida. La voz del poeta suena entre la levedad de las palabras luminosa y fuerte, con ese afán celebratorio de quien toma conciencia del entorno y de su plenitud: “Lluvia y granizo / crepitar de la leña / felicidad”.
   Se me permitirá recordar al lector que el senryu reitera el esquema versal del haiku de 5/7/5, pero que su enfoque semántico es muy diferente ya que no focaliza a la naturaleza y a la percepción como veneros temáticos sino a la conducta individual y sus desajustes. El ser cívico protagoniza en su vida social comportamientos extraños y ello da pie a un fuerte sentido crítico, no solo en el enunciado habitual, sino también desde el sarcasmo o la ironía. Plenamente conocedor de estas características, Atilano Sevillano clausura su entrega con el apartado “Rumor de senryus” y elige como marco accional el contexto urbano y sus circunstancias laborables: “En la parada / el autobús recoge / muchas ausencias”; “Cristal y muro, / paredes transparentes, / gente invisible”, “Sobre los muros / se escriben los graffitis / de los fracasos”
   Es una evidencia; la aportación de la poesía al decurso creativo occidental ha abierto nuevas posibilidades expresivas. En ellas se cobijan libros como Trazos para que la estrofa cobre una significación nueva. Los textos de Atilano Sevillano demuestran un saludable conocimiento de la tradición y preservan la captación intuitiva. Iluminan la realidad con el minimalismo de una estela en el aire, con la frescura de un íntimo abrazo sensitivo. Poesía que nace al despuntar la luz.



viernes, 27 de septiembre de 2019

EMILIO GONZÁLEZ MARTÍNEZ. LA VIDA ES UNA HERIDA ABSURDA

La vida es una herida absurda
Poesía reunida 1986-2016
Emilio González Martínez
Ediciones Vitruvio
Colección Baños del Carmen
Madrid, 2019


ITINERARIOS DEL VERBO

   El volumen La vida es una herida absurda compila la voz lírica completa de Emilio González Martínez (Buenos Aires, 1945), poeta, ensayista, psicólogo y psicoanalista exiliado en España desde 1977. Junto a su obra poética ha escrito abundantes ensayos sobre aspectos esenciales del Psicoanálisis y tiene una notable presencia cultural con la Asociación de Escritores de Rivas. El quehacer aglutina un intervalo de treinta años, entre 1986 y 2016, donde ha publicado las entregas El otro nombre (1986), Tragaluces (1991), el libro colectivo Talleres de poesía I (1995), Hojas debidas (2001), Escoba de quince (2014) y Palabrando (2016); en suma, un cumplido trayecto personal que habla de fidelidad al género, lejos de cualquier práctica anecdótica, y de un impulso cimentado en la diversidad de argumentos y formas que moldea una perspectiva en el tiempo.
   El título del conjunto es una primera clave para detectar el campo nuclear de intereses; la poesía es una manera de sondear la existencia, de ensanchar un horizonte exploratorio hacia dentro que hace de la pulsión vital el sustrato básico del texto. El lenguaje enlaza la vivencia con la proyección escritural que transforma la contingencia en pensamiento y aspira a perdurar. Merece la pena recordar que el epígrafe “la vida es una herida absurda” es un verso de Cátulo Castillo, poeta y compositor argentino de tangos, a quien debemos piezas tan célebres como “Organito de la tarde”, “Tinta roja” o “La última curda”.
  El aserto auroral, El otro nombre, tiene su amanecida en 1986 y comienza con una larga composición, “El otro nombre de la flor sedienta”. Es un texto próximo al surrealismo en muchos momentos, que prodiga en la caligrafía del verso una acumulación de imágenes y asociaciones insólitas: “Sarcástica ballesta certera entre la bruma, / estiro tu piel y un racimo de luz / ciega los juncos del amanecer”; el lenguaje se convierte en expresión de una identidad proteica. Los versos adquieren un decir fragmentario que oculta y vela su sentido enunciativo; solo las imágenes insinúan un largo viaje en el que “la poesía estalla y pone al rojo los sentidos” como si el sujeto estuviese sometido a la azarosa razón de los sueños.
   Aflora pronto la preocupación metapoética que enlaza verso y claridad; la palabra es luz, pero también regreso al pretérito que vuelca en los días de infancia una estela que enlaza nostalgia y memoria. El tiempo atestigua un ahora en que se expande el laberinto urbano con sus muros opacos en los que se asientan la noche y el amor, el sexo desvelado o la intemperie del mendigo en el lento trascurrir de lo diario.
   Continúa recorrido con Tragaluces, un conjunto donde conviven el poema breve y más despojado con la composición dilatada en torno a la propia identidad del yo. Entre la evocación de presencias cercanas y la mirada al entorno se abren espacios indagatorios que propician un enfoque diverso en la escritura. Se combina la mirada al oficio escritural con el decir cuajado de onirismo, o con ese recuerdo epocal de los años noventa que dejó entre las manos su estela de inquietud y desconcierto, su “tiempo estrellado en la pared” por la máscara oscura y sosegada del poder.
    Solo una mínima representación de dos composiciones aporta el libro colectivo Talleres de poesía I. El díptico destila el fondo urbano de Madrid y las conjugaciones del yo frente al deseo; por tanto, es una aportación muy leve al decir del poeta que continúa en Hojas debidas. Inicia el libro una magnífica cita de Miguel O. Menassa: “Sumergirse y no esperar nada, / en las tinieblas hacia otra oscuridad mayor, / el poema”. La temporalidad se convierte en muro vertical del libro y ensarta en su devenir las mutaciones sentimentales del sujeto, desde el candor de amanecida hasta la vigilia enfebrecida del ocaso, cuando la sombra congela la belleza, y el poema se convierte en la habitación al sur que nos preserva: “la poesía es una pequeña y fuerte traición al sentido común, / a la metálica beatitud de las costumbres, / a las combinaciones congeladas / donde desfallece la combinatoria”.
   Subtitulado Abecedario de la poesía, el poemario Escoba de quince se singulariza por un claro propósito formal; todos los poemas suman quince versos y están dispuestos en cinco grupos de tres versos. Si en el juego de la baraja se trata de combinar las cartas de modo que siempre sumen quince, en el poema el sujeto lírico se busca a sí mismo, como si en ese afán percibiese las coordenadas básicas entre el ser y el estar.
   Clausura este largo viaje por el poema la salida Palabrando; el neologismo es una invitación a focalizar el lenguaje como primer plano del poema; como sugería Wittgenstein “los límites del lenguaje son los límites de mi mundo”. El poemario integra un gesto de optimismo en su dedicatoria: “A la vida, esa atroz maravilla, que parece que se va y está llegando”. de nuevo, el suelo sólido de lo existencial sirve de paramento a la palabra para reconstruir el incierto camino del devenir al paso. Quien escribe sabe que volver es imposible pero que permanecen los indicios del estar, dispuestos a tomar voz en el verso. Inalterable se muestra la abierta incisión de lo vivido, esa extrañeza que hace del lenguaje su harina y levadura.
   La es una herida absurda nos acerca la madurez poética y vital de Emilio González Martínez. Su larga andadura muestra la nitidez de la memoria para trastocar tiempos y dejar en el aire ese diálogo entre percepción y pensamiento. Poesía para reformular esas pocas preguntas esenciales que abren huecos de luz, que nos liberan de la precariedad de quien camina al borde de las sombras.       



lunes, 30 de octubre de 2017

MARÍA VICTORIA REYZÁBAL. PLEGARIAS A UN DIOS INDIFERENTE

Plegarias a un dios indiferente
María Victoria ReyzábalEdiciones Vitruvio
Madrid, 2017

DERECHO DE RÉPLICA


   El caudal expresivo de Mª Victoria Reyzábal (Madrid, 1944) muestra un escaparate diverso. Desde el comienzo, su actividad creadora yuxtapone parcelas indagatorias como el análisis crítico, la narrativa y la poesía, esta última compilada en el volumen Reflejos sobre la corriente (Ediciones Arco Libros, 2014). La escritora comenta este panorama completo como una compilación significativa que muestra en su conjunto una amplia gama de tonos, desde la circunspección filosófica de Ser en paradojas hasta el ludismo coloquial y el tono directo de composiciones recogidas en Ficciones y leyendas, un itinerario remansado de bifurcaciones que ha permitido ensayar estrategias textuales como el poema dialogado y registros léxicos que traspasan el campo semántico de una etiqueta gregaria para singularizar una voluntad poética individual.
  La autora prosigue su andadura en el tiempo con el poemario Plegarias a un dios indiferente, cuyo título parece encuadrar el conjunto en la lírica existencial y meditativa. El pensamiento filosófico individual interioriza casi de amanecida que la senda vital es transitoria y que sus síntomas habituales expresan finitud y conciencia temporal de la erosión; de ahí ese inexorable tono crepuscular que adquieren las palabras. El sustrato cognitivo certifica que muchas ilusiones e ideales son espejismos y la razón se empeña a diario en cuestionar certezas. Las plegarias son puentes hacia el otro, confianza en una voluntad más alta que nos posicione en la esperanza. Pero la realidad es objetiva y palpable y no tarda en descubrir lo baldío de tantas aspiraciones y la necesidad de ser protagonista de un destino transcendido.
 La voz del sujeto verbal descubre sus anhelos como parte esencial de una identidad que tiene voluntad de ser, incluso en los menores gestos de lo cotidiano buscar la inexistencia de ese dios prestigiado por la historia y por la religión es formular un largo monólogo, hecho de fragmentos autónomos en los que se van marcando los pasos en el tiempo; creer es una búsqueda, el empeño en transitar un camino de sombras que solo deja entre las manos soledad y silencio.
  Esa larga queja de la decepción no cambia el tono de voz, ni siquiera cuando recrimina al dios indiferente su sordera; quien habla sabe que la existencia es protagonizar algún destino trágico que marca sus pasos en la incertidumbre. El silencio anula la esperanza y deja en la conciencia un rastro de inseguridad y extrañeza. El dolor se asienta en la percepción del entorno; la realidad adquiere un contorno sombrío. Pero la conciencia no duda en encararse con ese dios autista que muestra la intemperie.
   Los poemas de “Extrañezas” no eluden la dureza al formular un grito tenaz de quien abandona la fe personal y critica la hojarasca de una religión transformada en ritos y liturgias. La línea argumentativa de Plegarias a un dios indiferente muestra la racionalidad enfática de quien pide un derecho de réplica en el laberinto de las convicciones. Sus poemas exploran el espacio interior de la desolación; formulan rezos ante un dios ensimismado que hace del silencio una respuesta. La poesía es el último recurso, la humilde estrategia de un buscador agnóstico que sabe lo difícil que resulta no creer.







viernes, 30 de septiembre de 2016

RAFAEL SOLER. NO ERES NADIE HASTA QUE TE DISPARAN

Rafael Soler (Valencia, 1947)


SERIE NEGRA

No eres nadie hasta que te disparan
Rafael Soler
Ediciones Vitruvio
Madrid, 2016

  De espaldas al continuísmo gregario de la lírica al uso que sigue las líneas cerradas de lo previsible, el afán creador de Rafael Soler (Valencia, 1947) incide  en cada entrega en los meandros de un camino propio, donde se desvela una búsqueda continua de cauces expresivos singulares. Así lo constata la trilogía Maneras de volver, Las cartas que debía y Ácido almíbar que tienen entre sí enlaces temáticos y una clara voluntad de compartir rasgos del personaje poético.
  No escapa al lector el punto de ironía que constata el aserto No eres nadie hasta que te disparan; el su sentido recrea ese punto de malditismo de la serie negra que aborda la verdadera identidad del yo a partir de la respuesta que sus actitudes crean en los demás.
  El voluminoso contenido poético –otro signo peculiar en una época tendente al poema breve y al libro orgánico que compila medio centenar de poemas- yuxtapone cinco apartados y un epílogo formado por una única composición. Así que cada uno de los segmentos postula una presencia verbal diferenciada.
  El de arranque, “Cuaderno de Elvira” conjuga un enfoque en femenino, como si postulara un plano secuencial apelativo. Ella compartió un pasado común que llega hasta el ahora cercenado por la decepción y por una soledad que hace suya el efecto invernadero de los sentimientos agotados. Pero el hablante de estos versos no monopoliza un único sitio para un soliloquio que va mudando en el tiempo y va dejando pautas entrelazadas, como si fuesen puntos de luz expuestos a la intemperie que es necesario mirar para entender la quietud estable del presente.
  Toda evocación postula un escenario con personajes que dan continuidad a la historia con los detalles ajustados que requiere el guión. Si todo Caín tiene su Abel, todo el discurso introspectivo de Elvira es una forma de moldear el rostro de Martín. Los poemas del segundo apartado, “Cuaderno de Martín” enuncian el tramo firme de otra ribera, esa mitad expuesta que se convierte en víctima y narra,con ambientación de cine la propia muerte y los gestos posteriores: el paso del sicario, la ausencia de la viuda, la silueta de tiza dibujada en el suelo, los investigadores que buscan pruebas del asesino… Toda esa codificación de pantalla grande que lleva en su desarrollo un notable humorismo para velar cualquier rictus patético ante la ruptura sentimental. Consumido el amor, la vida breve es un escueto sepelio por discurrir, un viaje hasta el tanatorio del olvido y la nada.
    Otra máscara más de esta representación coral es Abel. Su estar se resuelve no con la voz directa del sujeto sino con la lejanía del narrador, como si fuese la voz interpuesta de la conciencia que hace incómodo el ensimismamiento y fuerza a salir al día para dejar constancia de una actitud punible. El nombre prestigiado por la senda cultural, el Abel bíblico, aquel arquetipo de bondad y mano tendida es ahora el asesino, ese pistolero que desenfunda y mira después el cañón humeante como si hubiese cumplido su parte del encargo.
   El paso argumental sube el declive de la última vuelta; atrás queda la estela del suceso cumplido. Y es tiempo ahora de buscar el lugar de los hechos antes de la impostura, cuando todos los elementos se disponían con la mansa placidez de la inocencia, ajenos a cualquier disonancia, acaso sin dar pie a que se va consumiendo una cuenta atrás, un grado cero para la rutina.
   Ya se ha comentado que el poemario está repleto de conexiones cinéfilas y que en la simbología de los apartados  la expresión privada de los afectos y desafectos se convierte en un discurso con vocación visual. Nace así una épica subjetiva en la que el perdedor se hace fuerte en la palabra y en las paradojas que suscita. El vínculo entre poesía y séptimo arte se hace más explícito en el apartado “El cine, en el cine” que parece evocar el interior puro de un cuaderno de rodaje, dando a cada figurante su papel deseado para que todo encaje como las piezas de los sueños. Queda el epílogo, esa identidad maltrecha que sale al día en el espejo y que busca su voz en la escritura como si el pasado apenas le perteneciera y es preciso indagar que la memoria sigue inalterable o se ha convertido en el fruto estéril de un tiempo gastado.
  No eres nadie hasta que te disparan invita a una lectura narrativa, con una compartida voluntad simbólica que apenas cede sitio a lo biográfico, pero que deja en el rincón del pensamiento un cúmulo de verdades internas, una voz indulgente sobre el singular trazado de fronteras que encubre la existencia. Y lo hace con el tono insurrecto de quien se niega a usar expresiones asentadas en el coloquialismo, por lo que la dicción poética enlaza asociaciones sorprendentes, busca imágenes inéditas y hace de la adjetivación un afán lúdico.
  Un libro distinto, que legitima un afán de vanguardia también para las verdades del corazón.  


sábado, 30 de enero de 2016

RAFAEL SOLER. ÁCIDO ALMÍBAR.

Ácido almíbar
Rafael Soler
Ediciones Vitruvio
Madrid, 2014


ÁCIDO ALMÍBAR
  
La biografía entre líneas de Rafael Soler (Valencia, 1947), afán activo que integra en su trabajo novela, relato y ensayística breve, busca en la expresión poética su altura cimera. Lo saben bien los visitantes de las librerías que, en 2009, convirtieron en logro editorial el volumen de poesía Maneras de volver. La entrega más reciente del escritor valenciano emplea como título el oxímoron, Ácido almíbar, acaso para dejar constancia de que deambulamos a diario entre paradojas porque la existencia despliega su cronología entre solanas y umbrías, un acontecer pendular que nos nutre con la pulpa agraz de lo diario.
Este nuevo paso estructura su recorrido en seis tramos, a los que se añade, como callejón final, una postdata. El enfoque de la voz verbal no desdeña la ironía, ese mirador distanciado que quita la pajarita a lo solemne. Así nos lo recuerda el aserto del apartado inicial “Quédate a los títulos de crédito”, pero la implicación reflexiva de los versos es continua. Desde que la persiana filtra los hilos de la amanecida, el estar del sujeto deja su voluntad en los senderos de la incertidumbre, en la perspectiva de “esa epifanía de lo amargo por venir y lo nacido”, como dicta con tino certero el poema “Parto a término”. La intemperie aguarda para cubrir la piel con el relente, sea cual sea el ámbito existencial que ocupemos; niño, joven, sedentaria madurez o declinante tiempo de senectud oirán en el silencio una única respuesta: “ y siempre será el silencio la única respuesta / cuando proclames exigente / que el aire que respiras / las manos con que amas y el cielo que te cubre / son tu manera de estar alzado entre las cosas / que sólo para ti / futuro perdedor de cuanto tienes / fue trazada la dimensión del agua / y el espanto azul de las estrellas”
En todas las secciones de Ácido almíbar resaltan los códigos formales del autor. Nada es gratuito. Los títulos poemáticos sirven como destellos aclaratorios y adquieren el peso de un pensamiento conciso. Veamos algunas muestras: “Solo el viaje importa”, “Metabolismo basal de un edificio adolescente”, “Una derrota compartida es siempre la mitad de una victoria”, “Hábitos estables para alcanzar el día”, “Escorzo de anciano a la intemperie”. Desde ese umbral, las palabras trazan una estela expresiva que sustituye el intimismo coloquial por una dicción moldeada, densa, vestida de sugerencias que añade onirismo, rupturas de lugares comunes y comparaciones sorprendentes. El resultado es una invitación al asombro: “ Pides al Dios de Todos los Pucheros / un golpe de claxon en tu historia / que no tenga sabor a nicotina”; o versos como estos: “ pero tenía una mosca de fresa en el escote / y exacto el entresijo”, cuyo significado desconcierta. De esa falta de confesiones al decir prosaico nace una lírica nunca previsible. Poesía  donde conviven los trazos memorísticos de un yo diseminado en el tiempo y canto existencial, esos bocetos que buscan en  el lenguaje catarsis y expresividad emotiva, un espejo fiel en el que encuentre cobijo una conciencia en vela. 




jueves, 19 de noviembre de 2015

DAVID MINAYO. SOPORTAR LA NOCHE

Soportar la noche
David Minayo
Ediciones Vitruvio
Madrid, 2015

CUANDO LOS DÍAS

   El archivo literario de David Minayo (Madrid, 1981) se estrena en 2014 con un título que suena con la voz armónica de una etiqueta generacional, El amor en tiempos de los desguaces de coches. Esa carta epifánica amanecía en el catálogo de Vitrubio, editorial que impulsa de nuevo el segundo paso del madrileño, Soportar la noche. El poeta y narrador Benjamín Prado, una de las afinidades explícitas de este ideario de línea clara, firma el breve proemio en el que se resaltan algunos caracteres ya definidos en el inicio: espontaneidad y descaro en la dicción, empleo frecuente de la ironía, cadencia autobiográfica en los temas y esa sensación de verbo confesional que expanden las composiciones.
   La pautada advertencia al lector de Benjamín Prado sobre el enfoque comunicativo se refuerza con el empleo de otro nombre propio para la cita inicial, Mario Benedetti, otro magisterio del figurativismo y la rehumanización. Con ese afán de normalidad arranca un poemario cuyo eje argumental básico en el acontecer del sujeto que emprende un viaje introspectivo. En ese recorrido se van perfilando las pautas diarias del tejido sentimental: la compacta presencia del otro, el puñado de recuerdos que dormitan entre los pliegues del mapa personal y el empeño temporal que sitúa al sujeto en un doble plano, entre el pretérito y el ahora, aunque el amor permanezca como principio básico. Ese impulso requiere determinar su naturaleza elemental en la consideración del legado poético. Esa cuestión conceptual se aborda en el inicio: todo se reduce a la viva presencia del nosotros, al acto feliz y cotidiano de estar en compañía.
  La expresividad del discurso poético no es lineal. En su latido se mantiene en pie una carga simbólica que requiere lecturas nuevas: el ser tiene como signo inevitable la temporalidad. El hombre deja en la superficie su razón sentimental, su deseo de permanencia, como si esa vivencia propugnara una razón contra el olvido; signos elementales moldean una estación de cercanías. En el poema “Tu barrio es un equipo de fútbol” la contingencia de lo cotidiano se hace hábito, postula una forma de vida que da raíz a lo aparente como si cada gesto del hablante verbal formara parte de un discurso emotivo, de un poema habitado.
  Pero ese empeño tenaz de la palabra por construir una arquitectura perdurable tiene de frente un viento azaroso, capaz de transformar cada sueño en un páramo. Como en estos tiempos de redes sociales y mensajería instantánea, el chat se desactiva y el único mensaje que perdura en la bandeja de entrada es el olvido. Todo se ubica en la línea de sombras y hay que aprender a soportar la noche. El poeta escribe: “ Cuando la sombra esconde / sus propios / miedos / es sencillo / confundirse / apoyarse / pisar en falso / caer / soportar la noche / como la casa vacía intenta / deshabitarse / de sus fantasmas “. La soledad copa entonces el tiempo, se hace materia tangible, deja frente a los sentidos un pasillo oscuro para dar cobijo a los recuerdos.
  La voz ética no olvida echar una mirada en el espejo de los demás para entender la psicología compartida y los mecanismos de comportamiento colectivo en los que se pueden reflejar las causas y efectos de los propios pasos. de este modo, los enfoques del verso fluctúan en el propósito escritural y se aglutinan abundantes resquicios. A veces las palabras suenan con la contundencia lacónica del epitafio, como en el poema “Aprovecha”: “Has aprendido / que solo dos días / tendrán menos / de veinticuatro horas / y te queda uno”;  también la razón del poema se hace ironía y discurso estético, como sucede en “Cuatro discursos para escribir poesía”. Un trazo nuevo en la lírica de David Minayo es el sustrato cultural. Las referencias literarias se entreveran en muchos poemas, como si el atemporalismo clásico hiciese necesario una nueva lectura, una interpretación que anulase el aire de viejas fotografías marcadas por el tiempo; otra vez resuenan magisterios que retornan a la casa del presente.
  Pero es el intimismo quien marca la pauta final de un libro que recurre los ángulos cotidianos del trayecto existencial. Con voz serena el sujeto poético se refugia detrás de las palabras para aguantar a pie firme el sol y el frío, para pulir las asperezas que distancian, como si fuésemos juguetes de un dios frío que obliga, en las aceras de la brega diaria, a soportar la noche.

lunes, 6 de julio de 2015

DOLORES LEIS. SECRETOS

El pasado en cada esquina
Dolores Leis
Nostrum, Ediciones Vitruvio
 Madrid, 2015
SECRETOS

    En la amanecida de su escritura, El último Bernal (Círculo rojo, 2013),  Dolores Leis cimentaba su quehacer narrativo en el espacio verbal de un realismo neorromántico, con hilos accionales de larga duración temporal, donde los personajes adquirían carácter e  identidad a partir de actitudes, emociones y deseos frente al entorno.
  Su segunda salida, El pasado en cada esquina elige como marco histórico el primer tramo del siglo XX. Concretamente, los años en los que perdura el gobierno golpista de Primo de Rivera, una etapa que supuso la liquidación del sistema canovista y la alternancia de partidos. Es momento de incertidumbre y cambios. La situación económica es compleja y se respira un clima de postración y anarquía que facilita el asentamiento del régimen autoritario. La mano militar asegura una solución provisional que instaura el orden en las calles, pone las bases para la recuperación económica y siembra un cierto sosiego.
  En esos años, Madrid es un retablo de clases sociales muy cerradas, en las que es difícil traspasar límites; en el laberinto urbano de la capital caminan los personajes de la novela que comparten una clave singular: todos están subordinados a la profunda estela del pasado en sus itinerarios biográficos. Lo vivido no es una sombra apagada sino una chispa dormida que se despierta con la más nimia brisa para incendiar la calma del ahora y multiplicar sus efectos secundarios.
  Así sucede con los dos entornos más representativos de El pasado en cada esquina: el pintor frustrado y galerista de éxito, Mariano Guzmán, y su hermosa hija Gala, y la familia del doctor Sotomayor, su esposa Carmen, la pequeña Marita y la joven Amanda, que suma a sus pormenores de su existencia otro núcleo más. Actúa una coral  de biografías dispares que acaban conexionando entre si para demostrar que cada vida individual es un peón prescindible que juega inadvertido en las tablas marcadas del destino. Las dos familias viven en la misma calle y, poco a poco, las afinidades vivenciales germinan para dar nuevos sentidos al discurrir. Por un lado, el galerista, tras su frustrada experiencia matrimonial con Elisa Monterrey, que le hizo exiliarse en la ilusión del arte y en el París del vanguardismo y la bohemia deja cauce libre a los sentimientos renacidos; lo mismo sucede con su hija Gala, que desconoce el verdadero acontecer vital de la madre desaparecida y también siente el aliento del corazón.
 Los compromisos laborales del doctor Sotomayor, nombrado director de una institución sanitaria, derivan en muchas horas de soledad entre los miembros de su familia, circunstancia que facilitará el encuentro con el galerista y su hija. De ese contacto vecinal nace una amistad llena de itinerarios por descubrir. Otra vez el azar tiene en sus dedos el tacto del pasado porque cada figurante firmó en el pretérito un secreto inadvertido.
   La segunda novela de Dolores Leis captura de inmediato por la capacidad de seducción argumental. El avance de El pasado en cada esquina se va perfilando con saltos temporales aplicados en reconstruir cada historia concreta, y por la identidad de los personajes cuyos sentimientos dejan sitio a las contradicciones que nos habitan, a ese perfil sombrío hecho de luz y sombra, siempre frágil y expuesto a una atmósfera emocional inestable, en manos del destino.  

miércoles, 9 de julio de 2014

MARÍA TERESA ESPASA. ANTOLOGÍA POÉTICA.

Tanto y tanto silencio
Antología poética
María Teresa Espasa
Prólogo de Ricardo Bellveser
Vitruvio, Madrid, 2014
 
 TANTO Y TANTO SILENCIO

  Tras una larga senda creadora, María Teresa Espasa presenta una amplia selección poemática en Tanto y tanto silencio, con un exhaustivo liminar de Ricardo Bellveser, que apunta ejes temáticos, singularidades y compromisos de la escritura en la búsqueda continua del verbo necesario. Es una edición muy oportuna; contribuye a reactualizar los poemarios de una voz que  ha publicado un buen número de libros y cuyo trabajo intelectual acoge también el estudio ensayístico y la coordinación de antologías, junto a la organización de ciclos literarios o la coordinación de tertulias, encuentros, pliegos de poesía y de la revista Corondel.  
   En esta muestra están representados los distintos momentos escriturales, con mínimas correcciones, en los títulos más antiguos, y se prioriza la última etapa con más textos antologados, y con el complemento de algunos inéditos que dejan las huellas dactilares del trabajo actual. Se ha dicho con frecuencia que un escritor es siempre una mirada redundante que una y otra vez vuelve a los mismos temas, para dejar expuestas sus preocupaciones esenciales. Y María Teresa Espasa no es una excepción porque los núcleos centrales son cuatro o cinco asuntos atemporales que se remozan en la caligrafía de cada poeta.
    La amanecida está representada por Desierto articulado; el conjunto ocupa los estantes de las librerías en 1992. Era un tiempo donde la línea figurativa imponía con fuerza su registro, pero la autora prefiere la senda individual para gestar una lírica reflexiva, en la que el yo poemático actúa como voz desdoblada del sujeto biográfico. En un marco urbano, la mirada introspectiva da cuenta de sentimientos y afanes, recuerdos, sensaciones y pérdidas, porque ese es el sino existencial que protagoniza cada conciencia.
   En la década de los noventa, la etapa más fecunda de la autora, firma otros cinco títulos, entre libros y cuadernos poéticos, El bazar de los insomnios, El gesto habitual de la torpeza , Las flores idílicas, El ocio de la gaviota y Cuando puedas llama. Son títulos que dibujan nítidamente una poesía vivencial, que testimonia el paso incierto de lo diario, amalgama acción y quietud, apuntes sensoriales y pensamiento.
   Toda poesía de madurez conlleva un enfoque elegíaco. El ser transitorio del yo se enfrenta a un acontecer crepuscular hecho de límites y distancias. Tanto y tanto silencio cede sitio en los últimos libros seleccionados al cierzo del otoño, a esa forma de callejear por la incertidumbre que deja en nuestros pasos melancolía y cansancio.
   Por último, clausura el libro un puñado de inéditos. Otra vez el tiempo y su erosión está presente en la descripción de los entornos al paso, de igual modo que las relaciones entre el yo y el otro en un ser que no está nunca ajeno a las turbulencias del presente, al compromiso explícito con lo real.
   Tanto y tanto silencio sigue, con un criterio cronológico, la aportación lírica de Maria Teresa Espasa. Los versos bracean entre la interrogación dubitativa de quien pregunta al tiempo y la asunción de unas pocas certezas que hacen más llevadera la memoria de lo que ya no es. Poesía cálida, emotiva, con la mansa cadencia de una lluvia de otoño.  

sábado, 5 de julio de 2014

NÉSTOR VILLAZÓN. SALIDA A ESCENA.

Otra maldita tarde de domingo
Néstor Villazón
Vitruvio, Madrid, 2014
 
SALIDA A ESCENA
 
    Creo recordar que fue el poeta Luis Felipe Vivanco quien escribió “Poemas representables”, un conjunto de composiciones configurado en forma de diálogo, con acotaciones para enumerar pormenores. Ese aspecto teatral de la poesía está también en algunos espacios creativos de Rafael Alberti y Federico García Lorca. En las últimas promociones es una excepción ya que prevalece la lírica de interiores, sin escenarios ni personajes declamatorios, sólo atenta al soliloquio expresivo de un yo que casi siempre funciona como reflejo del protagonista escritural.
   Néstor Villazón (Oviedo, 1982), Licenciado en Filología Hispánica, llega por primera vez a la poesía con el poemario Melville en la aduana, pero se decanta  por la nueva escena, donde consigue un notable reconocimiento por su obra teatral Democracia. Ahora regresa al verso con Otra maldita tarde de domingo, título que provocaba la reflexión inicial de esta reseña, y que procede de una cita tomada de Roger Wolfe.
  Este conjunto arranca con un poema prólogo, enfocado como si fuese un monólogo situacional en el que conviven la ironía y el sosiego para trazar las pautas que regulan la salida del yo poemático en el páramo incierto de lo cotidiano. También la presentación adquiere la apariencia de un enunciado recitativo, con una exhortación al lector: una invitación a compartir los pormenores existenciales que acumulan las horas, como si diese voz a  un personaje arquetípico y teatral capaz de transmitir a los espectadores una digna apariencia de entereza, aunque sea sólo un hombre ante el espejo, con gestos de derrumbe.
  En este primer tramo del poemario resalta la disposición tipográfica de “Carta para André Breton”, un guiño a la rebeldía surrealista y a los impulsos del automatismo psíquico contra la intervención reguladora de la razón.  
   Pero es una excepción en un avance pautado en el que el tiempo se convierte en protagonista central, hecho casi siempre de rutina y monotonía, asentado en libros y lecturas, proclive a la indagación y al recurso de la escritura poética para descifrar el sentido del presente o evocar los indicios del pasado, como sucede en el poema “Infancia”.
   El autor habla en ocasiones desde un poema personalizado, como si el texto se dirigiese a una única identidad: un padre imaginario, Marinette (a quien también se dedica el poemario) o su ego desdoblado. El texto se convierte así en un mensaje íntimo y cercano que alude a los tejidos sentimentales del sujeto.
   La disposición en apartados deja en el lector la sensación de distintos momentos escriturales y temáticos. Los argumentos se diversifican: a veces reflexionan sobre la poesía, una anécdota laboral, la soledad y sus contradicciones;  argumentos que requieren, como anota el autor, un verso pobre y un material precario, porque el hablante lírico se sabe un hombre más que sale a escena para contar otra maldita tarde de un domingo; en resumidas cuentas, la historia cotidiana de ese tiempo inasible en el que se extienden los renglones de sueños y fracasos, la lucidez y el desconcierto.                         
 
 
 

martes, 4 de febrero de 2014

DAVID MINAYO. CAMPO DE PRUEBAS.

David Minayo (Madrid, 1981)

CAMPO DE PRUEBAS

El amor en tiempos de los desguaces de coches
David Minayo
Ediciones Vitruvio, Madrid, 2014

   El primer libro de un poeta joven es un campo de pruebas donde el personaje poemático pisa el acelerador a fondo, para completar ese circuito mágico que mide la distancia entre poeta y lector. David Minayo (Madrid, 1981)  utiliza, a mi modo de ver, un título lúcido y contundente como carta de presentación: El amor en tiempos de los desguaces de coches.
   El epígrafe sugiere una introspección meditativa, un deseo de profundizar en los enlaces del yo y del otro en el transcurrir de un presente que funciona como cronología operativa y en un escenario en el que se diluye el espacio concreto para convertirse en un espacio multifuncional:  el ámbito de lo privado no está exento del laberinto urbano, su ventana no ignora el paisaje matérico de la ciudad y esas periferias donde se instalan los cementerios de coches, una imagen que disuelve el topos romántico para llenar el espacio afectivo de soledad, herrumbre y óxido.
  Esta salida a descubierta requiere una inmediata definición de la identidad del protagonista verbal: la afirmación se hace a contraluz. El ser asume la condición precaria de un ángel caído; conocerse es aceptar el vacío y el desmoronamiento, tomar conciencia de que las nubes azules se han disuelto. Sólo queda la voluntad de ser y de existir para habitar un mundo cercano, fragmentario y disperso.  En ese estado florece el yo múltiple, la necesidad de dar cobijo a la palabra “nosotros”, un plural capaz de superar el aislamiento y transformarse en voz coral, la voz de un hombre que no ignora su circunstancia histórica. Pero el tiempo doblega esa línea de afectos. La complicidad se diluye y el diálogo a dos voces se transforma en la crónica de un desamor que es sólo el fruto fértil de la soledad. Las palabras pronuncian con el son quejoso de la elegía; se canta lo perdido. Hablan de una realidad insulsa que ajusta sus coordenadas al vacío. La cronología marca un “tiempo de posguerra” – qué definición más brillante hace el aserto empleado por el poeta de cualquier derrota- en el que está enquistada la soledad, en el que lo vivido parece una etérea construcción imaginaria: “El amor no existe / más allá de los poetas. / No lo juzgues como algo real: / es un espejismo, una invención / que se vierte en las neuronas ".
   La incipiente propuesta de David Minayo resulta compacta y bien construida. En ella convive el tono meditativo –aunque sin esqueletos teóricos digresivos- y la voz conversacional, aderezada con un abundante despliegue de imágenes en torno a los sentimientos. En ella, el amor es un diálogo abierto, que busca en las palabras un cruce de caminos, la intersección de tiempos claros en los que hallar conocimiento y verdad.

martes, 24 de diciembre de 2013

ABEL SANTOS. TERCER ASALTO.

Todo descansa en la superficie
Abel Santos
Ediciones Vitruvio, Madrid, 2013
 

TERCER ASALTO 

   No había recorrido hasta ahora el territorio lírico de Abel Santos (Barcelona, 1976). Es más, creía que el libro Todo descansa en la superficie, editado en el catálogo madrileño de Vitruvio, era su carta de presentación. Ahora sé que estamos en el tercer asalto de su escritura, tras las entregas Esencia y El lado opuesto al viento. Una cita desvela que el título de esta colección poemática se debe al fondo musical del incombustible cantautor canadiense Leonard Cohen.
 La breve introducción del poemario, firmada por Vicente Llorente, aporta algunas coordenadas situacionales, como la proximidad del poeta a esa línea de fuerza que ha trazado en las últimas décadas el realismo sucio. En efecto, nos hallamos ante un modo de entender el poema de extrema sobriedad, una apuesta clara por la expresión directa que denuncia con voz firme los desajustes intimidatorios de una realidad en conflicto y habla de perdedores y madrugadas que siempre aguardan un poco de luz, ese  lenguaje oculto de la esperanza, el suelo firme de otra oportunidad.
  El pensamiento de la voz poemática de Todo descansa en la superficie percibe las disonancias del entorno y de ahí nace un desasosiego que entremezcla ideas, creencias y emociones en los comportamientos del yo. La urdimbre de las idealizaciones sufre una severa poda en la grisura de lo cotidiano. El ser colecciona secuencias de un devenir en el que caben azarosos indicios. Todo destino es una caminata continua por callejones de adoquines gastados, desde los primeros desvelos aurorales hasta el silencio crepuscular que anticipa la noche.
  Abel Santos organiza su poemario con un claro guiño al padre del existencialismo francés, Jean Paul Sartre, quien tituló su primera obra filosófica “El ser y la nada”. Este aserto dual define los dos tramos que recorre este libro. En la primera parte, “El ser” las composiciones dan desarrollo completo al poemario mientras que la segunda parte “la nada” funciona como una coda conclusiva y está formada por una única composición. Así pues donde halla su verdadera identidad el sujeto poético es en un escenario urbano que reúne un continuo bombardeo de estímulos, como si fueran mensajes publicitarios que buscan un receptor desprevenido.
 En Todo descansa sobre la superficie los poemas cimentan su condición singular en el coloquialismo, en el uso verbal  de una delgada línea roja entre el verso y la prosa, que se tiende con aparente desaliño. Así consigue su viveza rítmica y ese flujo emotivo que conecta de inmediato con el lector. Poesía directa a la barbilla de una realidad que tiende al trapicheo; poesía que descubre y profundiza, hecha con las palabras justas para transmitir una emoción poética rastreable. Abel Santos lo sabe muy bien: “No hace falta sudar tinta para hacer poesía”