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domingo, 4 de noviembre de 2012

KARMELO C. IRIBARREN. DÍAS LABORABLES.

  
 La ciudad
Karmelo C. Iribarren
Editorial Renacimiento, Sevilla, 2008


    Para quien supone que el hermetismo es condición indispensable de la gran poesía y convierte al poeta en un iluminado de naturaleza mística, la obra poética de Karmelo C. Iribarren (San Sebastián 1959) será juzgada con paternalismo y condescendiente ademán. Para los buenos lectores (entre los que me aplico en guardar mi propio rincón) el trayecto creador del donostiarra es una entrañable contribución a las propuestas estéticas del realismo de fin de siglo. La ciudad es un generoso inventario de textos, conformado por poemas de La condición urbana, Serie B, Desde el fondo de la barra, La frontera y otros poemas, Ola de frío y un puñado de inéditos que ya está en las estanterías integrado en el libro Atravesando la noche. Esta compilación cuenta además con una entrada de Joaquín J. Penalva, y un epílogo del desaparecido poeta y novelista sevillano Vicente Tortajada.El título sugiere de inmediato que el ámbito natural de los versos es la trama de calles y avenidas que delimitan los contornos de la vida contemporánea, los hábitos de una demografía de servicios que acumula soledades en compañía. No parece descabellado pensar que Karmelo C. Iribarren lo toma de una conocida novela de William Faulkner, con quien comparte su labor de cronista mordaz, elegíaco y desesperanzado de un mundo cotidiano, disminuido y carcomido por la ausencia de ideales.
  Entre las sucesivas salidas no hay fracturas, de modo que la singularidad del poeta se hace palpable en su entrega inicial en la que ya se evidencia la textura verbal de su lenguaje: poemas breves, sintaxis coloquial, intimismo autobiográfico, mirada social, humor e ironía y un sustrato reflexivo que postula la idea de un observador dispuesto a percibir lo que sucede alrededor y que comparte las secuencias tomadas, dando la misma importancia al detalle trivial que al asunto trágico y que también se ve a sí mismo como necesario protagonista de la vida al paso.
  En ese diálogo con el lector están los titulares de lo cotidiano y la caligrafía que asegura que el reloj marca el tiempo de un discurrir decepcionante que pierde aceite por cualquier rodamiento; la solemnidad es sólo la máscara plastificada de aquellos que disimulan su nadería con lo transcendente.
  Guardo en los estantes de mi biblioteca Bares y copas, aquella lejana carta de presentación, un pliego con impresión en doble cara; incluía doce composiciones muy breves y una chispeante biografía; estaba editado por el Ateneo Obrero de Gijón, en su colección Máquina de Sueños. Ahora incorporo Atravesando la noche, un poemario de negra cubierta de la editorial Huacanamo. Los dos libros sirven de apertura y cierre hasta la fecha de una senda creadora, bien representada en La ciudad, en la que el sujeto verbal huye de la altisonancia, como si un espejo reflejara la verdadera condición del yo, la fisonomía de un ser con la camisa puesta de lo laborable. Los poemas asienten, muestran el torso desnudo de un existencialista a ráfagas, las credenciales de un superviviente. Sin más historias.