Una aproximación al desconcierto
Javier Sánchez Menéndez
SIM/Libros, 2011
Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) personaliza una voluntad plural. En el municipio de la literatura, nomadea entre la edición, el ensayo, la crítica, el articulismo y la poesía. Mientras prepara la compilación de su itinerario lírico iniciado en 1983 con Motivos, entrega Una aproximación al desconcierto, poemario breve, pese al largo paréntesis de silencio desde La muerte oculta.
El título del poema inicial alude a un consensuado concepto de la infancia que, exento de cualquier metafísica, quiebra la representación idealizada, esa leyenda de un paraíso temporal lleno de luz: “Todos los niños éramos cabrones”. Tal afirmación sugiere que en el roce con lo diario los alevines no pueden desasirse de la trama de sentimientos contradictorios que marcarán el recorrido hacia la vida adulta. Es lo que constituye el aprendizaje; la superación de estadios previos conlleva además un sistema lingüístico; la palabra define la propia personalidad.
Pero ese ejercicio de recreación del ayer no es un acto solipsista. El yo sale a escena con la alteridad, comparte historias, dialoga con otras dubitaciones, apuntala creencias mientras lo vivido se torna materia de elegía: “Las tardes del verano de mi vida / adquieren el recuerdo, / los cien años de historia compartida, / las horas del reloj que no funciona. / No presentas batalla si te odio. / No suena el corazón de la nostalgia, / así nos muestra el humo su reclamo.”
En su variada coloración por el prolongado periodo de escritura, la poesía de Javier Sánchez Menéndez se enuncia en tono menor; cuida el afán comunicativo y rebaja la solemnidad del discurso. De cuando en cuando, lo popular se abre hueco. Así sucede en “Primer amor”, donde el neologismo, la rima y las palabras de uso coloquial componen un sencillo puzle para divertimento del lector: “Pides que te quiera más. /¡Oye, las chuches son mías¡ / y para ti el geyperman“. Las interferencias de la oralidad dibujan sonrisas.
En la progresión del libro están presentes registros bien conocidos. Así la ironía, una ironía leve que erosiona las tribulaciones de la queja existencial, recuerda a la del asturiano Ángel González – también algunos títulos de poemas – y otras a las expresivas humoradas del sevillano Javier Salvago. No falta el homenaje amical en el poema escrito al modo de Abel Feu, ni esa delgada llama del haiku, no siempre con el esquema métrico habitual. La escueta estrofa abandona su lánguido color de ambiente para acercarse al dictado aforístico: “Esta soledad / requiere alguna dosis / de egoísmo”.
En torno a lo cotidiano siempre merodea el desconcierto, esa indefinición de lo posible que empuja a confundir las direcciones, a perderse en los vericuetos urbanos, como resume la imagen de cubierta. El hablante lírico comparte su optimismo confesional: si algo enseñan los años es la oportunidad de volver a intentarlo; hay que optar por la desobediencia y huir del latido rutinario. La imaginación sueña con las posibilidades de lo inédito, con el impulso de aquellos que defienden que “Amar siempre se escribe con hache intercalada”.
Un fuerte abrazo y mil gracias.
ResponderEliminar