jueves, 16 de junio de 2011

ANTONIO JIMÉNEZ MILLÁN

Clandestinidad
Antonio Jiménez Millán
Visor, Madrid, 2010
XIII Premio de poesía Generación del 27

   El panorama cultural de Granada en el tardofranquismo sirve de trasfondo a los inicios de Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954). Su sendero creador está ligado a un realismo comunicativo y experiencial que amalgama intimidad y reflejos colectivos. Así se percibe en La mirada infiel, en cuyo prólogo Francisco Javier Díaz de Castro señala: “ Se configuran, así, en los primeros libros, los ámbitos básicos de toda la obra posterior de Jiménez Millán: la sobria reflexión sobre la escritura que va modulando la vigilancia del poeta sobre su retórica (…), la ciudad como ámbito conflictivo del deseo y del tedio; las calles crepusculares, en las que la soledad se enfrenta a viejas presencias sentimentales…”
  El sustantivo clandestinidad tiene una manifiesta connotación histórica. Fue una voz clave en los años setenta, cuando la ausencia de un régimen de libertades y la persistente dictadura fomentaron una meritoria participación juvenil en la sombra, en los ángulos muertos del discurrir cotidiano. Publicaciones, encuentros, convocatorias, panfletos  y octavillas salían de la nada para romper el cerco. De este territorio semántico emana una palabra en la que el autor profundiza para reflexionar sus lazos con la conciencia.
   La memoria guarda el eco de aquella encrucijada; el sujeto lírico tenía identidad de “clandestino”, un oficio incómodo, enlazado con ocupaciones invisibles y confrontadas con un destino impuesto: “A veces se pregunta/ si de verdad deciden otros, / si todo se limita a luchas callejeras sin sentido, / reuniones clandestinas y discursos / al margen de la realidad, / si han ardido los sueños / como las hojas secas que alguien quema / junto a los muros de una casería, / si es el miedo que impone sus redes inasibles…”
   El contexto temporal no se ha borrado; los años de juventud preservan un acervo sensorial que habita en imágenes y objetos, que retorna en libros epocales como Demian, el bildungsroman de Herman Hesse, cuya trama fue modelo de aprendizaje que bipolarizaba el bien y el mal, lo diáfano y lo tenebroso, la incertidumbre frente a la elección; o en las intensas lecturas posteriores de Henry Miller, una bocanada de erotismo anarcoide.
   Huir era adentrarse en la palabra; la evasión permitía ser invisible, instalarse en otra dimensión, emprender un tránsito hacia posibles utopías. El lenguaje pierde su carácter neutral para convertirse en una herramienta crítica y transformadora, una de las premisas derivadas de la poesía social
   Clandestinidad incorpora poemas narrativos, ceñidos a lo contingente que recuerdan los atentados del 11 de mayo de 2004 en Madrid, alguna estampa de la ciudad sitiada en plena guerra civil o el bombardeo de la Casa de la Moneda en Chile; episodios de una historia amarga, visiones encontradas de vencedores y vencidos.
   De aquel tiempo de cantautores y trencas, de curas obreros y facherío universitario persiste una mitología de nombres propios y rostros en la sombra. El vocabulario convoca arrugas y contradicciones, muestra una piel ajada que vuelve a revivir en todo su esplendor en los poemas de Jiménez Millán. Sobre otras consideraciones, Clandestinidad  es la retrospectiva de un tiempo de esperanza, en el ocaso final de Franco y en el arranque de la Transición. Los poemas recuerdan que el pasado convive a nuestro lado y que es tarea común preservarlo, para que no se vacíe de sentido, para que nunca sea un camino de soledad y silencio.

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