Desgana
Marcos Tramón
Deva, Gijón, 2011
Desde sus inicios literarios, a mediados de los noventa, Marcos Tramón (Oviedo, 1971) ha publicado Escombros y Los días que te explican, y ha sido incluido en varias antologías.
Todo poeta es deudor de un puñado de influencias; la veneración por la genealogía queda reflejada en el texto-prólogo de Desgana, el soneto “Lo que no es tradición es plagio”, una propuesta versal de títulos referenciales. Esa historia de amor con la memoria literaria encierra además un meditado sentir sobre las posibilidades del lenguaje como instrumento revelador de una realidad; allí se mueve una conciencia meditativa cuyas vetas son esencialmente el devenir y las paradojas de la identidad.
En el apartado “Islas de luz”, la anécdota abre cauce al carácter narrativo. La voz rememora, hace recuento de pérdidas, establece las coordenadas del presente, bajo un sol débil y ensombrecido. De ahí, esa desgana al afrontar la amanecida, ese tedio vital que no encuentra sentido en las contingencias que salen al paso.
Los rasgos del ser poemático se enuncian en el siguiente conjunto, “Las flores de la piedra”; un yo desdoblado espía gestos, busca pistas para seguir trayecto, se apoya en una realidad inconsistente y se acerca al otro para encontrar lazos y conexiones, deudas y homenajes. La figura del maestro – paradigma que marca rumbo a los versos sueltos de cada día- se enaltece: “La lucidez, la exacta precisión / -igual que si se distanciara temporalmente de las cosas / y sobre ellas volviera, cargado de razón y de sentido; / la generosidad ilimitada, como si poseyera / un extraño dominio / del tiempo; / el desdén por el trabajo inútil, / su esfuerzo denodado / por apartar de sí los mecanismos ajenos / de la estupidez.”
Hay composiciones que adquieren el formato de un monólogo dramático, al modo de Cernuda. Entre ellas destaca “la casa de los Puyrredón”, escrita al hilo del diario de W. Gombrowicz. El sujeto poético se convierte en un extraño en medio de un paisaje; el transcurso lento de los días anula cualquier relación de pertenencia, reduce el pasado a un leve tacto de ceniza. Otra forma de apagamiento, la muerte, también sobrevuela en versos que sondean oscuros sinsentidos: no es sólo la puerta final de la vejez, es también la ineludible cita que siega la belleza.
Una variable formal, el conciso haiku sirve de molde para suspender el instante que nos hace sentir vivos o para capturar una impresión sensorial. Otras composiciones optan por una amplia polimetría para dibujar la posición del yo frente a sí mismo.
Los poemas de Desgana conectan desolación e intimidad. Alzan la voz de un sujeto verbal que contempla su sombra contra el suelo, como si fuera ese único testigo en un entorno abierto a la intemperie.
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