cartel de lectura Autora Gloria Díez |
Autolectura de Pulsaciones[i]
Una antología no es una aleatoria colección de piezas sino un libro
unitario con una meditada articulación formal, unos contenidos elegidos y un
tono marcado desde el título. Alude Pulsaciones al latido común entre literatura y vida de casi tres décadas de escritura, desglosado en ocho poemarios que mantienen aquí una
disposición cronológica, con el añadido de inéditos que hablan de
esencialidad y despojamiento; ser claro, ser preciso.
En mi escritura prevalecen unos cuantos temas que imponen su presencia
de manera más o menos continua. La entidad del personaje y las sucesivas
variantes de su dimensión existencial ya está en “Heterónomos”, el único poema
que aporta Rotonda con estatuas,
amanecer poético editado en 1990; la fisonomía del sujeto inspira también
composiciones de entregas posteriores como “El otro” y “Autobiografía”.
No basta con existir; muchas veces ocupa la atención lo antagónico,
aquello que conspira contra las previsibles coordenadas del deambular
cotidiano. El enemigo está ahí, forma parte de nuestra soledad; su lucidez pone
en duda convencionalismos y contradicciones, descubre la fragilidad de los
dogmas. Son las pautas de Enemigo leal,
donde la ironía también es una forma de aceptar los hechos consumados.
La lógica utilitaria inspira el título de Población activa cuyo primer poema “El arte de vivir los lunes”
objetiviza el tedio con un tono frío, acto para confirmar la sospecha de un
horizonte limitado: hoy como ayer, mañana como hoy. Las similitudes entre el yo
biográfico y el ser literario abundan en Población
activa, Causas y efectos y la noche en blanco con referentes
sentimentales que hacen de la convivencia una indagación sostenida, aunque sea
en Causas y efectos donde el
anecdotario biográfico cobre mayor presencia: los días de infancia, la
presencia del padre, el aprendizaje sentimental y la fuerza de enlace con la
realidad. Si manipulamos la proclama de Rimbaud que convertía al yo en otro, la
nueva declaración es igualmente válida: el otro es yo.
El espíritu romántico de Gustavo Adolfo Bécquer tuvo conciencia de que
el sueño como principio de aclaración es núcleo una actitud poética. No son
pocos los momentos en que me resulta
difícil imaginar qué cosas sucedieron o cuáles son fragmentos oníricos. Escribí
“Acerca del sueño” en Causas y efectos
describiendo esa sensibilidad sutil y etérea, cuando la realidad sale de su
letargo para explorar interiores.
Fernando Pessoa añadió una nueva dimensión al viaje; el supuesto
enriquecimiento que depara el camino se convierte en un copioso inventario de
pérdidas; desde este registro escribí los poemas de Largo recorrido que emplea como único metro versal el endecasílabo
para subrayar la monotonía. En la poesía realista el empleo frecuente de la primera persona, tan
apropiado para el tono meditativo, tiende a confundir el ser poemático y el
biográfico. Son entidades distintas, aunque emparentadas por evidentes
conexiones: el primero se nutre del fondo de experiencias, vivido o imaginario,
de quien escribe.
En La noche en blanco el yo poético se enfrenta a un estado temporal
de vigilia. Fármacos y técnicas de relajación para conciliar el sueño han
fracasado y anida en las papilas ese sabor acre de la noche desplegada donde
los relojes laten con obstinada pereza. En ese lapso el sujeto se aplica en la
construcción de otra presencia, crea un ser con el que accede a estratos
emocionales: asistimos al despliegue de los sentimientos hacia un ideal que
hace suyo un aserto de Julio Cortázar: “creo que soy porque te invento”.
Ese conocimiento se inicia junto al mar, siempre símbolo de plenitud y
apertura. Los entornos naturales tienen
algo de verdad inmutable que existe frente a las formas cambiantes; en ellos
percibimos un ritmo sosegado, vivificador, que se transmite al espíritu. La
plenitud que amplía los contornos del sujeto también aparece en ámbitos como los esteros de Doñana, la sierra de
Gredos o el hayedo de Tejera Negra, que sin nombrarse está en el poema
“Hayedo”. La palabra no se atiene a las exigencias de la descripción; busca
intersecciones porque hay una identificación entre el paisaje físico y la
receptora del deseo; sobre esta idea versa el poema “Hipérbole” Ella se
convierte en centro y toma el paso calmo de las horas. Es una presencia
necesaria que impregna los tejidos del yo; alrededor están los objetos
domésticos, el ámbito cercano que nos pertenece. También otras circunstancias
que, en apariencia, no nos rozan pero que representan la cara más amarga de la
ciudad. Están en poemas como “Autopista” o “Chabolas”, donde la mirada social
incide en la desposesión y el vacío. Cada proyecto personal está condicionado
por la creciente jerarquía social que condiciona el libre albedrío. A la tesis
de Jean Paul Sastre “estamos condenados a ser libres” hay que añadir que tal destino
no habla de condiciones sombrías.
Una ironía próxima al sarcasmo está presente en “Resaca”, una pieza
influida por el verbo nihilista de Fonollosa. El pacto de convivencia, casi de
modo inadvertido, va perdiendo su capacidad de asombro y poco a poco el espejo
refleja renovados rasgos de la soledad. Cuando la incomunicación se evidencia,
el diálogo con el otro enmudece. Se descubre que la creación es una simple
estrategia para superar ese estado de islas.
Llega la amanecida; vuelve el ahora y el tedio, la rutina de lo
laborable: el análisis superficial de la realidad. Hemos buceado en los
interiores de un espejismo y corresponde el repliegue en lo individual. El
final de la historia tiene el regusto de la melancolía por el sentido agónico
del poema epílogo que se inspira en este haiku de Bashoo: “Habiendo enfermado
en el camino,/ mis sueños/ merodean por páramos yermos”.
Como en anteriores poemarios, hay una trama argumental y un motivo
central reordenando el discurrir de los poemas. En este caso, el argumento es
el aprendizaje de la decepción. Más que un desánimo amoroso individual, se
habla de un estado vital; Joan Margarit ha definido este estado con una
precisión demoledora: ”Llega el tiempo de no esperar a nadie”.
Las citas introductorias pertenecen a tres poetas por los que siento
especial devoción: Raymond Carver alienta una escritura que es siempre
consciente de la fragilidad de cualquier asidero; los versos de Joan Margarit
proponen que estamos abocados a una situación carente de épica, en la que sin
embargo es posible descubrir grietas que permiten respirar otra atmósfera; la
cita de Gonzalo Rojas es una propuesta de acercamiento que sugiere la soledad
superable. Otro préstamo de Gerardo Diego recuerda lo intangible, aquello que
desafía el sentido de la memoria. Es escaso el sustrato cultural explícito; sólo
una leve mención a La Odisea en el
poema “Penélope” que rescata la conocida espera de los pretendientes. Más que
la conducta grandilocuente de los héroes homéricos de La Iliada, me fascina la actitud de esa mujer que es modelo de
fidelidad y firmeza; la serena espera de Penélope rebosa dignidad; obtiene la
justa recompensa del regreso porque no aceptó nunca la separación y alzó con
los recuerdos el andamiaje de la esperanza.
Añado unas mínimas consideraciones sobre el enfoque formal. Si en Largo recorrido el verso normativo era
el endecasílabo, ahora es el heptasílabo la medida versal más frecuente. El
arte menor acelera la cadencia lectora y da levedad al poema, una circunstancia
que también potencia el despojamiento de adjetivos en los títulos. Recurro al
poema breve, que busca la intensidad en un mínimo desarrollo narrativo e
incrementa el ritmo conversacional, fluido y comunicativo. Nunca he gastado
energías en convertir una composición en un acertijo o en un enigma inútil.
Esta visión no anula otras. Pertenezco a los que piensan que un poema no
es una respuesta sino una pregunta.
[i] José Luis Morante, Pulsaciones (Antología poética 1990-2017),
Colección Wasabi, Takara Editorial, Sevilla, 2017. Prólogo de Rosario Troncoso.
Lo dicho es "la justa recompensa del regreso" así este autorretrato. Felicitaciones de nuevo.
ResponderEliminarYa sabes lo mucho que quiero leer esta antología tan personal.
Abrazos llenos de ánimo
He dejado en la buhardilla un pequeño rincón para separar las deudas ineludibles; allí están algunos libros que entregaré a David, prontito, cuando nos veamos en madrid y he dejado los tuyos, querida Gabriela, que ya te esperan con la tristura de un presente incomprensible, con la alegría del encuentro pactado con una costa abierta, como desean los ojos de los náufragos. Abrazos.
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