La orilla de los nadie Montse Ordóñez Imagen de cubierta: David Pujadó Promarex Ediciones Barcelona, 2018 |
DESDE LA ORILLA
En estos tiempos de ecosistemas digitales, cuajados de individualismo y
asepsia cultural, Montse Ordóñez (Barcelona, 1974) mantiene un continuo laboreo
intelectual. Impulsa el quehacer de artistas plásticos cubanos, fomenta enlaces
entre estrategias creadoras como fotografía y expresión literaria, coordina
talleres y sellos editoriales como Ediciones Cumbres, y apoya algunos proyectos
escénicos. Un activismo que no anula su vocación poética, adelantada en
publicaciones de estados Unidos, Chile y España, que ahora deja en las
librerías el poemario La orilla de nadie.
La colección de poemas se presenta con cubierta del fotógrafo David Pujadó y
contiene un contundente paratexto prologal en citas de Lou Andreas Salomé,
Thomas Bernhard y Chantal Maillard; son sensibilidades literarias que optan por
la singularidad frente al gregarismo y por enfocar la realidad con un incisivo
sentido crítico.
El título La orilla de los nadie concede
sitio a los que recorren las transitadas aceras de la inexistencia. Abre una
lógica enunciativa donde se insertan todos los apartados del poemario, que
comparten en su denominación despojamiento formal y un significado de ambiente
o localización. El primero, “Orilla” sale a descubierta con un texto en prosa
que glosa la intemperie. Estar es permanecer abocado a un temporalismo finito;
las identidades se diluyen para hacerse, primero, memoria y evocación y,
después, disolución y olvido.
El poema homónimo, “La orilla de los nadie” puede servir como clave
argumental de la sensibilidad que impulsa las composiciones. El trayecto
vivencial es un devenir de ciclos crepusculares. Su cumplimiento deja en la
retina un espesor de miedos y derrumbes.
Este estar erosivo infecta también la epidermis de los sentimientos. Las
presencias cercanas que un día fueron cobijo y ternura se hacen un día senectud
e intemperie. Así se va encogiendo el ánimo para dibujar sobre las cosas un
velo de grisura. En esta cronología agónica, ¿es todavía posible la esperanza?
En el poema “Balada triste de poeta”, del apartado “Margen” deja en la estela
de los días unos hilos de luz: “…No todo está perdido, queda el movimiento de
las hojas de los árboles, un atisbo de locura y algún verso de poeta”. Tomar
conciencia de la desolación humaniza al sujeto poético, le hace más cercano,
como acerca al lector la existencia de una voz intimista y cordial, que rechaza
el hermetismo o la senda experimental, para dejar en los versos un aporte
testimonial de lo vivido, aunque ese vivir tenga a veces la sensación de
habitar un tiempo extraño, e impulsado por sensaciones que hieren la piel.
Desde ese horizonte sin brújula que crea en el caminante la sensación de
deriva, la palabra se convierte en enunciado del desconcierto, hace inventario
de un estar laboral que va minando sueños y que va consumiendo el propio
territorio personal hasta ocupar los límites. Respirar se hace entonces una
metáfora de la negación, esa meta última del confín.
La vida oferta una pluralidad de miradores, es una encrucijada de
caminos y hay que optar por una única travesía: la que conduce al equilibrio,
la que encalla en la orilla un territorio personal saturado de signos que nunca
renuncia a la amanecida de mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.