Siete cuentos morales J. M. Coetzee Traducción de Elena Marengo Literatura Ramdom House El Hilo de Aruiadna Buenos Aires, 2018 |
MIRADA CREPUSCULAR
Hay personajes ficcionales que adquieren un perfil tan real en sus
apariciones que amplían su espacio literario
y exploran otros tramos argumentales. El Premio Nobel J. M. Coetzee publicó en
2003 la novela Elizabeth Costello. Alentaba
una ficción narrativa ocupada en primer plano por una escritora anciana, de
extrema lucidez intelectual, con un carácter nómada y dispuesto a exponer sin
censuras sus pensamientos sobre los animales, cuyos derechos reivindica
continuamente; pero sus intereses integran también otros núcleos discursivos
como el sexo, la nutrición vegetariana, los desajustes sociales o las preocupaciones
profesionales de la escritura. Elizabeth Costello
había aparecido por primera vez en La
vida de los animales, libro editado en el cierre de siglo; y más tarde en
la novela Hombre lento, aparecida en
2005.
En Siete cuentos morales J. M.
Coetzee da un nuevo impulso al personaje para sondear los desajustes de nuestro
tiempo en el tramo final de la existencia. Como si plantease una entrega ética, que no oculta su finalidad
didáctica, el autor pone en boca de la escritura reflexiones y claves que
definen una sociedad a la intemperie.
El primer relato, fechado en 2017, sorprende por su levedad argumental;
solo un apunte sobre el miedo que siente una mujer al acercarse cada día a una
verja custodiada por un perro guardián, Una y otra vez siente la misma
humillación aflorando en su dermis y aunque intenta hablar con los
dueños nada cambia, salvo su modo de mirar el problema; el odio que el perro
siente ante su presencia es ahora el mismo odio que ella siente por la
ferocidad animal.
Los libros de relatos suelen componer mosaicos temáticos con piezas sin
conexión aparente; por ello “Una historia” recrea una infidelidad amorosa y el
afán de normalidad de una rutina doméstica que apenas deja huellas en los
afectos. La mujer implicada en esa infidelidad solo siente en cada cita amorosa
una culminación del deseo, un placer exento de cualquier consecuencia moral,
como si la situación fuera del matrimonio fuera un elemento virtual, un
espejismo del cuerpo que deja en sus ojos un destello de alegría permanente. No
siente ningún gesto perverso en su actitud, solo la dicha de saberse amada por
dos hombres distintos y la posibilidad de dar a cada uno lo mejor de su
belleza.
Solo a partir del tercer cuento aparece de forma expresa Elizabeth
Costello; en “Vanidad” la familia se reúne para conmemorar el sesenta y cinco
cumpleaños materno. El afecto de todos añade una sombra de sospecha cuando
advierten en la protagonista cambios pintorescos en el arreglo y actitudes poco
asimilables desde lo previsible. Son solo gestos de autonomía de quien quiere
preservar en el tiempo su forma de estar ante el mundo. También en el cuarto
relato, “Una mujer que envejece” retorna su carácter solitario y su
reivindicación de una independencia vital en la senectud, cuando la mirada
crepuscular se acrecienta y debe elegir entre el proteccionismo filial o la
autonomía existencial que aprenda a caminar sin prisas hasta la última costa. No
quiere visualizar un futuro tenebroso sino seguir caminado por la senda de la
coherencia, con idéntico modo de pensar y sentir.
El
proceso de senectud y derrumbe de la escritora también se palpa en los
restantes cuentos. La madre elige una libertad de movimientos que no someta a
sus hijos al quehacer piadoso de cuidar sus rarezas, pero los achaques se
agrandan. Eso explica la elección de una
aldea castellana de la montana para vivir entre gente desconocida, que emplea
su intelecto de forma distinta. El compromiso animalista de Elizabeth no admite
la pasividad. Llena su casa de gastos semisalvajes y de un discapacitado rural
que por su comportamiento exhibicionista vive alejado de la familia.
También la última pieza del libro convierte a la identidad animal en
núcleo enunciador a través de un relato bifurcado que mezcla apuntes
ensayísticos, fragmentos autobiográficos y reflexiones del hijo ocupado en dar
sentido a los papeles de la madre, antes de la pérdida del sentido racional de
la escritura.
J. M. Coetzee es un escritor
plural. Ha adquirido resonancia internacional a través de sus novelas, pero sus
cuentos –mínimos, depurados, exigentes y con interiores afines a los intereses
nucleares del escritor- conforman mosaicos de compleja armonía. Seducen por su
sobriedad y por mostrar las entrañas de una escritura crítica, que asegura sin paliativos que la realidad es un problema de lacerante
irresolución, casi un laberinto hamletiano que casi nunca guarda sitio y hay
que saber buscarlo.
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