Agosto interminable Gabriela Rosas Editorial Eclepsidra, Colección Vitrales de Alejandría Caracas, Venezuela, 2008 |
DESDE LA PÉRDIDA
En el umbral del verano. Cielo limpio, azul, sin nubes y un sol
impulsivo que invita a buscar la indolente quietud de las sombrillas frente al
mar. Viaja conmigo un nutrido equipaje de libros de poesía, para volver a sus
páginas con el tiempo necesario. Entre ellos, Agosto interminable, breve propuesta poética de Gabriela Rosas.
Desde hace algún tiempo su amistad y su quehacer literario integran la
textura de mi trabajo crítico. La escritora personifica una presencia nítida que ha servido de
pórtico para un fértil contacto con poetas y editores de Venezuela, un país
hermano, maltratado hasta extremos insostenibles por el chavismo y su epigonía
ideológica, lo que está provocando una crisis económica muy compleja y un exilio
sangrante, que rompe familias y disgrega esperanzas sin futuro.
El poemario es un diálogo que me acerca a la sensibilidad de Gabriela Rosas. Vuelvo a las páginas de Agosto
interminable, cuyo título, sentencioso y explícito, proclama un gesto de
rebeldía contra el discurrir y habla de carencia y hartazgo, como si el largo
estar en la epidermis roja del verano rompiese las cualidades singulares del respirar diario.
El personaje definido en los versos de Gabriela Rosas postula en su
mirada una realidad insuficiente, alejada del esplendor estival y de la
calidez celebratoria de los cuerpos al sol. Quien habla es una estela
vulnerable a nostalgias y evocaciones. Nos deja entre las manos un código
íntimo donde el decir confesional es tono poético característico. El sujeto
verbal ha perdido rutas de plenitud para deambular en los meandros de un manso
conformismo que precede al retorno. Es el tiempo de negociar tristeza y de
dejar sitio a las sensaciones que testimonian los puentes rotos: “Con o sin heridas de muerte / Necesitas saber que queda tiempo/ Siempre
hay un lugar / Una mancha de carmín en el cuello / Un sobrenombre / Una
enamorada / Y buenos momentos / la vida es un soplo / Te lo he dicho / Es
frágil y recta como las autopistas”.
Cuando nada perdura, la geografía del pasado se convierte en lugar donde germina lo vivido; nace así la evocación, la necesidad de convertir lo transitorio en
permanente, desde la escritura. Así renace la entrega amorosa, esos minutos
interminables donde se trenzan brazos, labios y cuerpos, como un material
gastado y prescindible que se agarra a sí mismo en la memoria: “Un hombre al
final de la calle / Grita que mis ojos son túneles / Para ejercitar la soledad
/ Agosto se hace interminable “. Las palabras pronuncian lo perdido, se
hacen huella y postal, dibujan las certezas de quien estuvo en ese espacio acotado de
la felicidad.
En los poemas finales, integrados en el apartado “Maromas”, el clamor de
la soledad crece para dar fe de vida. Con tono imperativo, se busca vencer el
aislamiento creando espejismos de cercanía o renaciendo al sueño, como un abrazo maternal, donde fue posible siempre aquel espacio habitable
de la infancia; por eso la madre merece la calidez de la elegía o el canto
fuerte que no requiere palabras.
El horizonte temático expande su razón de escritura para integrar el
recuerdo de los que se fueron –tan presente en el poema “Cafetal”-, el sencillo
homenaje al magisterio de Santos López, o el asentimiento por una identidad
marcada por las pérdidas. Cierra el libro el poema en prosa “Declaración”, que
disuena en su molde formal pero cuyo hilo argumental sirve como coda afirmativa
del sentir, ascua viva, herida de pulsión y belleza.
Gabriela Rosas hace de Agosto
interminable una estela que convierte el amor en principio existencial. En
sus poemas conviven la dicción coloquial y la imagen que guarda el misterio de
la intensidad y el tanteo imaginativo. Los sentimientos expanden sus
nervaduras con sinceridad emotiva, con esa sabia conjunción de elegía y regreso.
Volver es encontrarse, aunque no estés.
Muchas gracias por esta reseña a ese Agosto, que no se marcha, que se quedó conmigo y con los míos, que hoy viene a tus puentes a decir de nuevo desde ti.
ResponderEliminarGracias también por leer a los míos y por el estar atento, por tus palabras.
Una lectura a pulso, a pulmón.
Gracias por el sol.
Agradecida.
Muchas gracias por tu confianza, querida poeta, y por tu entrañable amistad que tanto me ha dejado entre las manos, así que muy feliz de que mi lectura te haya gustado. Seguimos cerca, caminando en estos días del verano que ya anuncian otoño...
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