viernes, 12 de julio de 2019

VÍCTOR PEÑA DACOSTA. OBSOLESCENCIA PROGRAMADA

Obsolescencia programada
Víctor Peña Dacosta
RIL Editores, España, 2019

SUJETOS VIRTUALES

   Quería comenzar esta reseña sobre el poemario Obsolescencia programada de Víctor Peña Dacosta (Plasencia, Cáceres, 1985) con la palabra Ironía. Así, con mayúscula, subrayando el contenido semántico. Pero estos versos del poema “Campos de fresas a ratos” me contuvieron, a la vez que abrían otros interrogantes: “El caso es que sigo siendo aquel / que hace como que no se da cuenta / y finge que todo tiene gracia”.
   El poeta y profesor extremeño, con quehacer laboral en Águilas, como añadido protagonista de la colectiva diáspora regional, suma hasta la fecha los poemarios La huida hacia adelante  (2014) y Diario de un puretas recién casado (2016). Ambas entregas evidenciaban una proximidad cómplice entre personaje lírico y sujeto biográfico. La escritura se concibe como una botella con mensaje arrojada a las mansas aguas de lo diario. En ellas flotan las tribulaciones chinas de un ego concreto y aplicado en percibir las grietas del ahora. Las composiciones de Obsolescencia programada no cambian el paso. Deambulan por esas sendas que muestran un entrelazado de asuntos personales y preocupaciones colectivas; en suma un sujeto histórico, con músculos y huesos orteguianos, marcados por las circunstancias.
   Víctor Peña Dacosta plantea Obsolescencia programada como un ciclo estacional que lleva como amanecida un verso aforístico de Luis Cernuda: “Perder placer es triste”. Desde esa sensibilidad que moldea un entorno transitorio y cambiante llegan los poemas de “La vida en las ventanas”. El apartado de apertura focaliza el contexto. En él la bulimia digital ha fagocitado muchas horas de ensimismamiento. La red es un laberinto accional, crea hábitos, configura identidades, alza espejismos y confabula un devenir hecho de estratos superpuestos y fragmentarios de la realidad. Así se constata en poemas como “Alzado en la rutina”, casi una crónica de un existir evanescente y virtual que nos somete a mero estado de Facebook. El estar en pantalla concede un espacio intangible que alza de otro modo emociones y sentimientos de la arquitectura afectiva.
   También el caminar hacia la nada se entiende de otro modo. El poeta acierta plenamente al entender la práctica del balconing –esa insólita costumbre del turista británico borracho de experimentar leyes de gravedad vertiginosas- como un salto al vacío existencial. Al cabo, como recuerda la cita de Piedad Bonnett: “Lo terrible es el borde, no el abismo” y la experiencia es un movimiento pendular hasta el extremo. La sección multiplica las situaciones que prodigan ese estar al límite: el escalador y las identidades que se aferrar a un borde frente al vacío practicando la voraz metafísica de la autodestrucción: “sabe que lo le va a servir de mucho / llenar la nada de nada. / Pero sigue pidiendo más.”
   El abismo es también ideología, las erosiones y derrumbes de un tiempo sin certezas que ha deshabitado los espacios más firmes de los dogmas. En “Menchevique” un repaso atinado a la conciencia de clase y a las contradicciones de una sociedad global que hace del consumo y el pragmatismo pequeño burgués sus muros de carga. La ironía se convierte en sarcasmo y acidez intelectual  cuando el poeta recupera aquel hermoso episodio de las “Brigadas internacionales” luchando por la libertad frente al fascismo para constatar que los descendientes de aquellos idealistas por la libertad son ahora turistas gregarios que invaden cada uno de los espacios litorales con sus excesos.
   Con sentido crítico y un pesimismo desolador, aunque se disfrace de humorada, el poeta extremeño corrobora el ocaso de las ideologías y la oquedad de cualquier revolución marxista. Los viejos camaradas superaron la interinidad para convertirse en colegas que sorben los tragos de la conciencia con cerveza fría y algún aperitivo pasado de fecha. Esa misma desolación futurista impregna los poemas de “Españolía”, pese al recuerdo futbolero del mago de Hortaleza y a los peinados gominosos de Margaret Thatcher, luminarias reflexivas del apartado. Desde Valle-Inclán hasta la fecha han caído muchos trienios pero parece que la imagen colectiva que prodiga Victor Peña Dacosta comparte trazos y colorines con el esperpento. Uno sale de cada poema con el ánimo encogido del “No es eso, no es eso”.
    Obsolescencia programada es un libro intenso, de los que cuestionan el conformismo y dejan migas de pan para el retorno a sus páginas. Víctor Peña Dacosta, con dicción coloquial y directa, casi en el borde del prosaísmo, escribe versos que zarandean. ya se ha dicho que no son pocas las composiciones que encogen el ánimo y ponen en el pecho un golpe de tristura, otras incorporan un vocabulario epocal con voces nuevas y anglicismos o reactualizan aciertos expresivos de magisterios de magisterios y estéticas plurales (Dámaso Alonso, César Vallejo, la beat generation o la poesía social de Blas de Otero…) que soportan bien el tiempo en caída libre. Todos los poemas dan validez a una sensibilidad implicada en las coordenadas del presente. Alcanzan a trasmitir  una visión natural y precisa de quien se esfuerza en entender el entorno y en entenderse a sí mismo, esas peculiares aspiraciones del optimista.




   
  

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