Obsolescencia programada Víctor Peña Dacosta RIL Editores, España, 2019 |
SUJETOS VIRTUALES
Quería comenzar esta reseña sobre el poemario Obsolescencia programada de Víctor Peña Dacosta (Plasencia,
Cáceres, 1985) con la palabra Ironía.
Así, con mayúscula, subrayando el contenido semántico. Pero estos versos del
poema “Campos de fresas a ratos” me contuvieron, a la vez que abrían otros
interrogantes: “El caso es que sigo siendo aquel / que hace como que no se da
cuenta / y finge que todo tiene gracia”.
El poeta y profesor extremeño, con quehacer laboral en Águilas, como
añadido protagonista de la colectiva diáspora regional, suma hasta la fecha los
poemarios La huida hacia adelante (2014) y Diario
de un puretas recién casado (2016). Ambas entregas evidenciaban una
proximidad cómplice entre personaje lírico y sujeto biográfico. La escritura se
concibe como una botella con mensaje arrojada a las mansas aguas de lo diario.
En ellas flotan las tribulaciones chinas de un ego concreto y aplicado en
percibir las grietas del ahora. Las composiciones de Obsolescencia programada no cambian el
paso. Deambulan por esas sendas que muestran un entrelazado de asuntos
personales y preocupaciones colectivas; en suma un sujeto histórico, con
músculos y huesos orteguianos, marcados por las circunstancias.
Víctor Peña Dacosta plantea Obsolescencia
programada como un ciclo estacional que lleva como amanecida un verso
aforístico de Luis Cernuda: “Perder placer es triste”. Desde esa sensibilidad
que moldea un entorno transitorio y cambiante llegan los poemas de “La vida en
las ventanas”. El apartado de apertura focaliza el contexto. En él la bulimia
digital ha fagocitado muchas horas de ensimismamiento. La red es un laberinto
accional, crea hábitos, configura identidades, alza espejismos y confabula un
devenir hecho de estratos superpuestos y fragmentarios de la realidad. Así se
constata en poemas como “Alzado en la rutina”, casi una crónica de un existir
evanescente y virtual que nos somete a mero estado de Facebook. El estar en
pantalla concede un espacio intangible que alza de otro modo emociones y
sentimientos de la arquitectura afectiva.
También el caminar hacia la nada se entiende de otro modo. El poeta
acierta plenamente al entender la práctica del balconing –esa insólita costumbre del turista británico borracho de
experimentar leyes de gravedad vertiginosas- como un salto al vacío existencial.
Al cabo, como recuerda la cita de Piedad Bonnett: “Lo terrible es el borde, no
el abismo” y la experiencia es un movimiento pendular hasta el extremo. La
sección multiplica las situaciones que prodigan ese estar al límite: el
escalador y las identidades que se aferrar a un borde frente al vacío
practicando la voraz metafísica de la autodestrucción: “sabe que lo le va a
servir de mucho / llenar la nada de nada. / Pero sigue pidiendo más.”
El abismo es también ideología, las erosiones y derrumbes de un tiempo
sin certezas que ha deshabitado los espacios más firmes de los dogmas. En
“Menchevique” un repaso atinado a la conciencia de clase y a las
contradicciones de una sociedad global que hace del consumo y el pragmatismo
pequeño burgués sus muros de carga. La ironía se convierte en sarcasmo y acidez
intelectual cuando el poeta recupera
aquel hermoso episodio de las “Brigadas internacionales” luchando por la
libertad frente al fascismo para constatar que los descendientes de aquellos idealistas
por la libertad son ahora turistas gregarios que invaden cada uno de los
espacios litorales con sus excesos.
Con sentido crítico y un pesimismo desolador, aunque se disfrace de
humorada, el poeta extremeño corrobora el ocaso de las ideologías y la oquedad
de cualquier revolución marxista. Los viejos camaradas superaron la interinidad
para convertirse en colegas que sorben los tragos de la conciencia con cerveza
fría y algún aperitivo pasado de fecha. Esa misma desolación futurista impregna
los poemas de “Españolía”, pese al recuerdo futbolero del mago de Hortaleza y a
los peinados gominosos de Margaret Thatcher, luminarias reflexivas del
apartado. Desde Valle-Inclán hasta la fecha han caído muchos trienios pero
parece que la imagen colectiva que prodiga Victor Peña Dacosta comparte trazos
y colorines con el esperpento. Uno sale de cada poema con el ánimo encogido del
“No es eso, no es eso”.
Obsolescencia programada es un
libro intenso, de los que cuestionan el conformismo y dejan migas de pan para
el retorno a sus páginas. Víctor Peña Dacosta, con dicción coloquial y directa,
casi en el borde del prosaísmo, escribe versos que zarandean. ya se ha dicho
que no son pocas las composiciones que encogen el ánimo y ponen en el pecho un
golpe de tristura, otras incorporan un vocabulario epocal con voces nuevas y
anglicismos o reactualizan aciertos expresivos de magisterios de magisterios y
estéticas plurales (Dámaso Alonso, César Vallejo, la beat generation o la poesía social de Blas de Otero…) que soportan
bien el tiempo en caída libre. Todos los poemas dan validez a una sensibilidad
implicada en las coordenadas del presente. Alcanzan a trasmitir una visión natural y precisa de quien se
esfuerza en entender el entorno y en entenderse a sí mismo, esas peculiares aspiraciones
del optimista.
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