Relámpagos Rosario Troncoso Prólogo de Itziar Mínguez Arnáiz, Epílogo de Javier Gallego Portada e ilustraciones de Deli Cornejo Editorial Norbanova Cáceres, 2019 |
APUNTES DEL CORAZÓN
Desde aquel lejano despegue, Huir de los domingos, que apareciera en
2006, Rosario Troncoso (Cádiz, 1978) ha ido tejiendo -laboriosa y
ensimismada Penélope- un quehacer literario que abarca geografías creadoras diversas, como el afán poético, la escritura de artículos en prensa, la
preparación de antologías y el impulso editorial de Takara. Así ha ido completando un
autorretrato a mano alzada del que son señas de identidad el tono confesional,
la presencia de la memoria, el rumor del conflicto entre el sujeto y entorno y
las erosiones del transitar como agente incansable de grietas.
Su nueva amanecida Relámpagos tiene un carácter misceláneo, como corresponde a esa bitácora interna que aglutina la
caligrafía sentimental. Muestra el ritmo respiratorio de la reflexión “Después
de la tormenta”. El epígrafe es empleado
por la poeta y periodista Itziar Mínguez Arnáiz para exponer una síntesis
implicada sobre la semántica de Relámpagos;
es un dicho vivo, pronto, agudo e ingenioso; son cualidades aplicables a los
distintos enfoques del decir breve, compartidas por el aforismo, el texto
fragmentario y el haiku. Aquí, tras la portada de Deli Cornejo y las hermosas ilustraciones internas, conviven de modo natural, con una vecindad
aplicada en fusionar textura emocional y laberintos del pensamiento. El
prólogo comenta con acierto el tantear orgánico de este libro sin género que
aborda los sustratos argumentales más transitados por la poeta.
Cada sección plantea una afinidad semántica que arranca con dos citas
representativas sobre el discurrir de las páginas. La de Luis Rosales constata
la posición vertebradora del amor en la arquitectura existencial: “Lo que has
amado es lo que te sostiene”; y la de José Luis Morante recurre al aforismo
para recorrer la distancia invisible entre causas y efectos: “Ceguera: onda
expansiva del fogonazo”. Son el germen del ideario de Rosario Troncoso que
empieza a caminar con el apartado “Rayo que atraviesa”, un fragmento versal que
recuerda a Miguel Hernández y que comparte espacio lírico con estos versos de
Jesús M. Gómez y Flores: “Relámpago
azul, sobresalto / que sucede al sueño si no te hallan / mis dedos”.
El aforismo contemporáneo vive un paréntesis de insólita fecundidad, se
suceden nombres propios que arrancan senda en el género. Y a ellos se suman los
frutos del apartado “Rayo que atraviesa” que responden a las llamadas del
género con muy buen paso y con un innegable barniz lírico: “Estoy aprendiendo a
vivir sin pensarte. Y he logrado grandes progresos: no estoy pensando en
ti”; “La pasión abre agujeros por donde
entra la nieve”.
Con frecuencia, la crítica ha señalado el impulso motriz que el adentro
del sujeto poético adquiere en las composiciones de Rosario Troncoso; de nuevo
se convierte en cartografía reflexiva en “De atmósfera interior”, donde se recuerdan unos versos de
Leopoldo María Panero: “Solo es hermoso el pájaro cuando muere / destruido por
la poesía”. La existencia propicia un deambular paradójico que multiplica en
sus itinerarios los contraluces; en esa contemplación que aglutina esplendor y
ceniza, esperanza y pesimismo ante una realidad que no oculta sus socavones:
“Con lo negro del futuro me pinto las pestañas”; “La paz. El equilibrio. La
serenidad. La virtud de estar completamente muerto”; “Borrar también el olvido
es la muerte verdadera”. Las palabras se hacen espejos donde se deposita la
piel sin veladuras, aunque quien escribe conoce los riesgos de la
sobreexposición: “Abuso de la primera persona: es una grosería desnudar el alma
en otros cuerpos”.
Tal vez para contradecir la presencia del yo excesivo, Rosario Troncoso
recurre a la musa para denominar otra suma parcial de aforismos bajo el
epígrafe de “Musa fragmentada”; se recordará que la musa es un ayudante a tiempo
parcial del taller literario que ofrece asesoramiento gratuito e inspiración al
paso y que tuvo en el movimiento romántico un prestigio insólito. Ahora la musa
se ha fragmentado, suele llegar tarde y evidencia una voluntad soliviantada por
los agobios. Como escribe Andrés Trapiello, enfermó de mudez. Con todo, es una
cordial excusa literaria para un puñado de aforismos: “Si las musas dictan
desde lejos se nos quedan los dedos fríos”, “En los talleres de poesía no se
enseña el pellizco, el calambre ni la sutileza”; “Los cimientos de papel son
los más sólidos”.
El apartado “Inventario de fragilidades” sustituye el destello
aforístico por fragmentos reflexivos que a veces adquieren la densidad
evocadora del poema en prosa. Así germinan rastros de vida que iluminan los
cuartos de estar de la convivencia, sus ventanas y muros.
Poeta siempre en guardia, Rosario Troncoso añade en “De cinco y siete y
cinco” una coda en la que el esquema del haiku se convierte en único molde
expresivo; así completa un libro que amplía con una lectura crítica de Javier
Gallego. El poeta y editor literario es un atinado sondeador de la poética de
Rosario Troncoso y acierta de pleno al argumentar que la brevedad del decir
conciso propaga un destello que guarda el fogonazo del asombro. De esa luz
cegadora y precisa que aporta claridad a las palabras se nutre esta compilación
aforística que camina entre el poema y la prosa, entre la filosofía y el callar
rumoroso del cauce lírico. Textos que revelan una pupila abierta a lo diario, que muestran
que el yo emotivo necesita a diario tomar apuntes con el corazón, porque abrir los
párpados es hacer huecos para que se cobije el mundo dentro.
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