lunes, 2 de noviembre de 2020

JULIO CÉSAR JIMÉNEZ. CREDO DEL ARDOR

Credo del ardor
Julio César Jiménez
Colección Literaria Universidad Popular
XXX Premio Nacional de Poesía José Hierro
San Sebastián de los Reyes, Madrid, 2019
 

HABITAR LA NADA

  

   En el poblado paisaje actual, que confirma a diario sus coordenadas de diversidad, el itinerario lírico de Julio César Jiménez (Málaga, 1972) reivindica un horizonte pactado de singularidad creadora. Está ajeno al alboroto de etiquetas y modas, como evidencian las entregas La sed adiestrada y Las categorías de Kant no funcionan en la noche. Este enfoque diferenciado se ratifica en Credo del ardor, sexta amanecida del poeta, que ha conseguido el XXX Premio Nacional de Poesía José Hierro en 2019.
   El trabajo personal está precedido por una cita de Giuseppe Ungaretti, con una clara inmersión crepuscular: “Aquí la meta es partir”. Los matices de escritura afloran con fuerza en el poema homónimo que rotula el libro, “Credo del ardor”. La composición opta por dar un cauce libre a los versos en los que se yuxtaponen ideas y sustratos metafóricos hasta culminar el recorrido con una declaración de intenciones: “Todo lo que pula por dentro y desborde el hueco / todo fuego sólido / Aerodinámico/ que ciña la nada”. El poeta, por tanto, en su andadura opta por la imaginación incontaminada del final abierto.
  La aproximación a la identidad del sujeto poético encuentra en el poema “Músico en la calle” una naturaleza magmática. Los datos tienen el peso húmedo de un chaparrón de afinidades; sus enfoques a elementos del entorno consolidan una sensibilidad nómada de peculiares características que asoma a diario en la incertidumbre. Pero la galería de voces es amplia y los enfoques expresivos varían. Así en “Príncipe  del asilo” y “Los viejos amigos” se utiliza el tú apelativo, tan didáctico y efectivo en el poema conversacional, frente al estilo directo de la primera persona de otras composiciones como “Chinches y absoluto”, “La doble vida del párroco Amadeo”, “Licántropo Jiménez” o “Rey de las pizarras”, donde la línea argumental adquiere el formato de un monólogo enunciativo. Véase como ejemplo de este molde el poema “Oración salvaje” que resalta por su lucidez expresiva en la definición de la andadura existencial despojada de cualquier material compasivo.
   La desubicación y la extrañeza parecen indicios fuertes del discurrir argumental. Se oye la voz de sensibilidades fuera de sitio, como si asistiéramos a representaciones vitales en las que se postulan fracasos y rechazos, el empeño de lo diario de proponer un marco escénico ajeno a los propios intereses. Es tiempo de negación y escepticismo, de empeño en habitar la nada y de formular “Preguntas sencillas que te complican la vida” y condenan al empeño de crecer a oscuras.
    En Credo del ardor encuentra una común modulación el desvalimiento, la conciencia temporalista y el esfuerzo del lenguaje para clarificar sentidos y dar contorno a un mundo indefinido. Quien busca parece deambular entre las orillas de una realidad distorsionada e impredecible que conlleva un estado febril, un ardor que perturba y desgasta. Perdido entre los extraños obstáculos de la vida diaria, el hablante del poema solo tiene entre las manos un patrimonio de extremos, ese hábitat sin certezas, entre luces y sombras, en el que las palabras perduran tras el empeño de interpretar el mundo.



 
 
 


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