Cafés de techos altos Ramón Eder Editorial Renacimiento Colección Los Cuatro Vientos Sevilla, 2020 |
A DOS AGUAS
En general, casi todos los cultivadores del aforismo contemporáneo
manifiestan actitudes creadoras plurales,
que compendian una voluntad bifurcada en
géneros como la poesía, el ensayo, la ficción narrativa o la autobiografía.
Ramón Eder (Lumbier, Navarra, 1952) se singulariza por haber descubierto en la
práctica del decir lacónico un trayecto de dirección única que se acerca al
lenguaje y a sus posibilidades expresivas desde la claridad indagatoria del
minimalismo verbal.
Así ha impulsado, con gotear preciso, un tejado reflexivo a dos aguas, que aglutina pensamiento sintético e intimismo lírico. El cuerpo textual constituye un generoso legado donde se integran hitos como Aire de comedia (2015), Ironías (2016), Palmeras solitarias (2018) y El oráculo irónico (2019). Fiel a su cita anual, Ramón Eder alienta la salida Cafés de techos altos, que integra como umbral una cita del controvertido Ernst Jünger: “Debe conocerse el punto desde el que uno todavía puede retroceder”.
Las notas textuales del recorrido vital pocas veces escapan del viaje interior y de la investigación del pensamiento. En el estar diario habita la incertidumbre, la resolución de una dialéctica de luces y sombras. La realidad aflora diversa y fragmentada, mostrando relieves y acercando su misterio a la nítida valoración del fluir. Ramón Eder convierte el fondo argumental de la escritura aforística en una intensa introspección. Con ella arroja luz sobre cuestiones del proceder diario: “Hay que ser muy generoso para aceptar ciertos regalos”, “La patria es una obsesión que mezcla los himnos con la gastronomía”, “El sentimiento tiene que encontrar la palabra que lo defina para saber exactamente qué nos pasa”, “En las situaciones en las que ganar significa perder, perder es salir ganando”.
En el marco conceptual del aforismo la identidad del protagonista verbal se revela como un yo múltiple que integra actitudes y modos contradictorios, tratando de dar sentido al sentimiento. Sus asimetrías merecen la observación objetiva del espectador que se contempla a sí mismo como si fuera otro: “El alma también tiene sus lumbagos”, “Es bueno levantarse cada día sabiendo para qué”, “Algunos tienen el ego como una catedral, con gárgolas y todo”, “La agradable costumbre de ser el que se es”.
La fuerte eclosión del aforismo contemporáneo ha abierto una sostenida estela metaliteraria que busca dar al género una codificación asentada y precisa. La mirada de Ramón Eder hacia el género no pretende resolver la teórica conceptual sino hacer de la razón de escritura un cauce argumental que preserve intacto su misterio: “El aforismo es una catedral gótica, vista desde la ventanilla de un avión”, “ “Los aforismos que tienen un origen anecdótico fracasan si no se convierten en categorías”, pequeño homenaje a Eugenio d’Ors, “El aforismo, como la mítica revista La Codorniz, es el género más audaz para el lector más inteligente”, un breve que constata un lema muy celebrado del mejor humorismo gráfico español, o , con evidente guiño al magisterio de Karl Klaus, “Un aforismo es medio aforismo hasta que el lector le añade la otra mitad”.
Recuerda el escritor que “El género aforístico, aunque trate de temas serios, siempre tiene algo lúdico”. Por ello, la biografía atemporal del humor siempre ha constituido uno de los mejores logros de Ramón Eder. Un humor limpio, nunca desde el aguafuerte goyesco del sarcasmo, que se acerca a la ironía para ejemplificar una mirada comprensiva, en la que cabe también el escepticismo al definir y asentar las contradictorias coordenadas de la realidad: “Era tan pedante que tenía en su casa una sala de estar y otra de ser”, “Pequeños placeres estratégicos: plantar un limonero para los futuros gin-tonics”, “Cuanto más nos alejamos del mono, más nos acercamos al robot”, “La vida social de los viejos, si se descuidan, se reduce a ir de funeral en funeral”, “hay mujeres que invierten en lencería como si invirtieran en bolsa”, o esta perla generacional que sosiega el aullido rebelde de Allen Ginsberg: “He visto a las mejores mentes de mi generación poniendo retratos suyos en Facebook”.
Los aforismos integrados en Cafés de techos altos de Ramón Eder hacen del expresivismo conciso un abanico de contingencias temáticas: el entorno social, la mirada del yo frente a sí mismo, el taller de escritura, las incisiones del presente con sus imprevisibles modulaciones. En ellos, el decir breve gira sobre sí mismo para abarcar un espacio múltiple de contingencias argumentales y valoraciones reflexivas. Desde el despojamiento lacónico, cada aforismo deja las huellas fragmentarias de lo que nunca puede asirse: un techo alto, que pone a cubierto las palabras.
Así ha impulsado, con gotear preciso, un tejado reflexivo a dos aguas, que aglutina pensamiento sintético e intimismo lírico. El cuerpo textual constituye un generoso legado donde se integran hitos como Aire de comedia (2015), Ironías (2016), Palmeras solitarias (2018) y El oráculo irónico (2019). Fiel a su cita anual, Ramón Eder alienta la salida Cafés de techos altos, que integra como umbral una cita del controvertido Ernst Jünger: “Debe conocerse el punto desde el que uno todavía puede retroceder”.
Las notas textuales del recorrido vital pocas veces escapan del viaje interior y de la investigación del pensamiento. En el estar diario habita la incertidumbre, la resolución de una dialéctica de luces y sombras. La realidad aflora diversa y fragmentada, mostrando relieves y acercando su misterio a la nítida valoración del fluir. Ramón Eder convierte el fondo argumental de la escritura aforística en una intensa introspección. Con ella arroja luz sobre cuestiones del proceder diario: “Hay que ser muy generoso para aceptar ciertos regalos”, “La patria es una obsesión que mezcla los himnos con la gastronomía”, “El sentimiento tiene que encontrar la palabra que lo defina para saber exactamente qué nos pasa”, “En las situaciones en las que ganar significa perder, perder es salir ganando”.
En el marco conceptual del aforismo la identidad del protagonista verbal se revela como un yo múltiple que integra actitudes y modos contradictorios, tratando de dar sentido al sentimiento. Sus asimetrías merecen la observación objetiva del espectador que se contempla a sí mismo como si fuera otro: “El alma también tiene sus lumbagos”, “Es bueno levantarse cada día sabiendo para qué”, “Algunos tienen el ego como una catedral, con gárgolas y todo”, “La agradable costumbre de ser el que se es”.
La fuerte eclosión del aforismo contemporáneo ha abierto una sostenida estela metaliteraria que busca dar al género una codificación asentada y precisa. La mirada de Ramón Eder hacia el género no pretende resolver la teórica conceptual sino hacer de la razón de escritura un cauce argumental que preserve intacto su misterio: “El aforismo es una catedral gótica, vista desde la ventanilla de un avión”, “ “Los aforismos que tienen un origen anecdótico fracasan si no se convierten en categorías”, pequeño homenaje a Eugenio d’Ors, “El aforismo, como la mítica revista La Codorniz, es el género más audaz para el lector más inteligente”, un breve que constata un lema muy celebrado del mejor humorismo gráfico español, o , con evidente guiño al magisterio de Karl Klaus, “Un aforismo es medio aforismo hasta que el lector le añade la otra mitad”.
Recuerda el escritor que “El género aforístico, aunque trate de temas serios, siempre tiene algo lúdico”. Por ello, la biografía atemporal del humor siempre ha constituido uno de los mejores logros de Ramón Eder. Un humor limpio, nunca desde el aguafuerte goyesco del sarcasmo, que se acerca a la ironía para ejemplificar una mirada comprensiva, en la que cabe también el escepticismo al definir y asentar las contradictorias coordenadas de la realidad: “Era tan pedante que tenía en su casa una sala de estar y otra de ser”, “Pequeños placeres estratégicos: plantar un limonero para los futuros gin-tonics”, “Cuanto más nos alejamos del mono, más nos acercamos al robot”, “La vida social de los viejos, si se descuidan, se reduce a ir de funeral en funeral”, “hay mujeres que invierten en lencería como si invirtieran en bolsa”, o esta perla generacional que sosiega el aullido rebelde de Allen Ginsberg: “He visto a las mejores mentes de mi generación poniendo retratos suyos en Facebook”.
Los aforismos integrados en Cafés de techos altos de Ramón Eder hacen del expresivismo conciso un abanico de contingencias temáticas: el entorno social, la mirada del yo frente a sí mismo, el taller de escritura, las incisiones del presente con sus imprevisibles modulaciones. En ellos, el decir breve gira sobre sí mismo para abarcar un espacio múltiple de contingencias argumentales y valoraciones reflexivas. Desde el despojamiento lacónico, cada aforismo deja las huellas fragmentarias de lo que nunca puede asirse: un techo alto, que pone a cubierto las palabras.
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