martes, 17 de noviembre de 2020

JOSÉ MARÍA GARCÍA LINARES. CÁNTICO

Cántico
José María García Linares
Valparaíso Ediciones
Granada, 2020

LIRAS Y CONCERTINAS

  

   Cuando habitamos un colorista mapa lírico asentado sobre la libertad estrófica y el verso libre, muchas veces casi en el borde mismo de la prosa, el poeta, ensayista y docente José María García Linares (Melilla, 1977) recupera un esquema clásico, la lira, plenamente apegada al discurrir sosegado de la tradición. Su vehemente cultivo arranca en Garcilaso de la Vega, en el intermedio áureo del Renacimiento, y ha tenido excelsos cultivadores como Fray Luis de León y San Juan de la Cruz. El sólido basamento expresivo prosigue ruta hasta el presente, donde el novísimo Antonio Carvajal personifica al mejor artesano formal  y al impulsor más vehemente de las formas cerradas.
   En ese ámbito de referencias culturales y magisterios toma cuerpo la razón poética de José María García Linares en Cántico. El volumen es una compilación de treinta y nueve poemas que emplea la exacta síntesis verbal de la lira; la obra asume también los riesgos de una modulación mecánica, en la que resulta muy complicado liberarse del expresivismo gregario y epigonal, de un decir poético “al modo de”.
   Se trata, por tanto, de moldear el molde, si se me permite la expresión; de abrir con las composiciones de Cántico un diálogo, con las mismas palabras de familia tibiamente gastadas, que desemboque de modo consecuente en una recuperación despejada, singular y acorde con sus modelos. En el aporte lírico, el escritor reivindica logros y mantiene la vigencia de enclaves poéticos atemporales como los del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. Pero ya no estamos ante un paisaje amoroso y celebratorio sino frente a una de las grietas más notorias de la utopía del progreso: la crecida migratoria.
   No es un tema modal ni un cuerpo de letra proporcionado por los titulares de prensa de la actualidad, sino un núcleo temático ligado a la experiencia vital. Como se ha dicho, José María García Linares nació en la ciudad autónoma de Melilla, un enclave fronterizo que muestra a sus moradores los contrastes de la jerarquía social y la discutible distribución de la riqueza; la lira XXIX recuerda el áspero paisaje visual: “Levántase, afilado, / de alambres y cuchillas todo el muro. / Saltar al otro lado, / vivir y estar seguro / después de haber cruzado hacia el futuro”. Además, el excelente ensayista ejerce como profesor en el archipiélago canario, donde es norma abrir los telediarios de cada jornada con la masiva llegada de pateras y con los dolorosos naufragios de los desheredados, con su cruel suma de muertes y desapariciones.
  Los que llegan al sueño de un país habitable y al afán promisorio de otra vida, dejan en sus pasos una nueva utopía, la renacida dimensión  de la esperanza, vestida con un sentido inmediato y profundo. Pero la plenitud es espejismo y la elocuente búsqueda del maná prometido se va llenando de lejanía e incertidumbre. La noche intuye el áspero silencio del fracaso. Sobre el horizonte se hace firme visión la fría silueta del invierno, una alternancia de claros y sombras.
  De este modo, la versificación melódica de la lira acoge el grito de la soledad en la intemperie; se quiebra esa función celebratoria del canto clásico para que amanezca una pupila crítica o se oiga el grito de los que llegan fascinados por el espejismo de la bonanza económica de Europa. Las palabras retratan identidades que solo preservan las sombras, esa necesaria voluntad de quien sospecha que el paraíso se asienta en otro sitio. Y por ello están dispuestos a afrontar una travesía que encarna vértigos oscuros y riesgos extremos: “Mis manos, el alambre, / el rostro de mi madre en la memoria, / dolor y furia y hambre. / La herida es la victoria / de los desheredados de la tierra”.
  En el escalonado discurrir de Cántico, bajo un tejido de impecable hechura, José María García Linares requiere la imbricación en nuestro pensamiento de un humanismo solidario, que abra sitio a la tarea cognitiva de entender al otro. De sembrar esperanza en los que recorren el largo camino de la desolación, con pasos sin abrigo, donde el sueño de otra luz y de otra costa abierta no se apacigua nunca.


 
 
 

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